LA PROMESA DIVINA DE LA ORACIÓN CONTESTADA
SERIE DE
SERMONES “PERMANECIENDO FIRMES: CONSTRUYENDO NUESTRAS VIDAS SOBRE LAS PROMESAS
DE DIOS”
TEXTO
BÍBLICO: LUCAS 11:5-13
INTRODUCCIÓN
Todos
tenemos preguntas sin respuestas. Existen determinados problemas que no sabemos
resolver y quisiéramos conocer la forma de darles solución. Preguntamos aquí y
allá, pedimos consejo por doquiera vamos, buscamos una idea que disipe nuestras
dudas y llamamos a todas las puertas para recibir una certeza que solvente
nuestras incógnitas de la vida. A veces encontramos a personas que nos
escuchan, que se sientan a nuestro lado para tratar de ayudarnos en nuestros
interrogantes, pero esa clase de personas están en vías de extinción. Sin
embargo, lo más frecuente es que nadie tenga tiempo para escucharnos, que nadie
conozca la resolución del problema o que vagamente nos den una respuesta
conciliadora, ambigua y superficial que en nada nos satisface. O si nos prestan
oídos es para darnos recetas muy subjetivas, u opiniones y no verdades. En
nuestra sociedad se paga para ser escuchados, y el hecho se demuestra en la
proliferación de psicoterapeutas que han profesionalizado el arte de escuchar
los problemas de los demás.
No
obstante, existe una herramienta gratuita que nos permite encontrar respuesta
en medio de nuestros interrogantes diarios. Este canal no nos defrauda, puesto
que nos da vía libre a la adquisición de una sabiduría que sobrepasa cualquier
ciencia humana. Este mecanismo que nos auxilia cuando necesitamos ser
escuchados por alguien es la oración. A través de esta línea de comunicación
bidireccional, Dios nos escucha y desea ser escuchado a su vez. En la Palabra
de Dios las referencias en torno a la oración o al diálogo humano con la
divinidad son considerablemente numerosas. Si prestamos atención a todos
aquellas conversaciones en las que participa un ser humano y Dios, nos daremos
cuenta de que todas las peticiones de respuesta son recibidas y resueltas sin
excepción. A veces la respuesta es un sí que alegra el corazón del peticionario
que se halla en angustia y sufrimiento; a veces es un no que marca las
distancias entre lo bueno y lo malo de nuestras motivaciones cuando se ruega; y
a veces es un compás de espera que nos remite a los tiempos de Dios en cuanto
al cumplimiento de la plegaria. Pero siempre hay contestación de parte de Dios,
algo que no podríamos decir de nuestros semejantes.
En el
pasaje bíblico que hoy nos concierne se centra en una serie de enseñanzas que
Jesús desea compartir con sus discípulos de todos los tiempos. Tras hablarles
de cómo orar y de bosquejar las líneas maestras de la oración modelo, entra a
considerar la fidelidad de Dios a la hora de escucharnos y de contestarnos por
medio de la oración. Para ello, emplea dos figuras muy reconocibles como son
las del amigo y la del padre de familia, por medio de las cuales enfatizará dos
aspectos fundamentales que reafirman la promesa divina de que Dios siempre
contestará nuestras oraciones y ruegos.
A. AMISTAD
O IMPORTUNIDAD
“Les dijo
también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice:
Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no
tengo qué ponerle delante; y aquel respondiendo desde adentro, le dice: No me
molestes; la puerta está ya cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no
puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por
ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo
que necesite.” (vv. 5-8)
La
amistad, ¡qué bella palabra! ¡Cuánto encierra y qué poco valorada está hoy día!
Siempre se ha dicho que quien tiene un amigo, tiene un tesoro, y es
absolutamente cierto. Como también es cierto que los amigos se pueden contar
con los dedos de la mano. Porque, ¿qué es un amigo? ¿No es aquel que está a tu
lado a las duras y a las maduras? ¿No es aquel que te escucha sin reproches ni
prejuicios? ¿No es aquel que te dice la verdad aunque duela y escueza? ¿No es
aquel con el que puedes contarle todas las cosas sabiendo que será discreto y
sincero en su escucha? ¿No es un amigo aquel que no dudará en acudir en tu
auxilio cuando más lo necesitas? La amistad se prueba con el tiempo, con las
circunstancias y con la disponibilidad. ¿Cuántas veces no hemos contemplado
atónitos cómo alguien al que creíamos nuestro amigo nos ha dejado en la
estacada cuando la desdicha se ha cebado en nosotros? El amigo sabe quién somos
y aun así nos ama y nos aprecia, buscando por todos los medios sacarnos de
atolladeros y dificultades sin rechistar ni juzgar: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de
angustia.” (Proverbios 17:17). Si tienes amigos de verdad, eres una persona
muy afortunada, ya que no dudas de su lealtad en los días de vino y rosas y en
los días de espinas y dolor.
Jesús
hace una pregunta a sus oyentes sobre lo que significa ser amigo en sus tiempos.
Imaginaos la siguiente escena. Hace horas que todos en la casa se han ido a
dormir. Todos duermen juntos, padres e hijos, aprovechando el calor corporal y
las brasas del fuego del hogar. Las puertas de la ciudad hace un buen rato que
también se cerraron para evitar cualquier ataque de bandoleros, enemigos y
ladrones. Así mismo, se ha asegurado con un buen tablón macizo de madera el
interior de la puerta de la casa. De repente, a medianoche alguien llama a la
puerta con insistencia. El susto es morrocotudo para el padre de familia, el
cual ve perturbado su descanso y el de su esposa e hijos. Conoce la voz del que
golpea la puerta. Es su mejor amigo que necesitará algo. Con un susurro, desde
la cama le pregunta que qué quiere. El amigo le cuenta la historia de un amigo
viajero que acaba de llegar a su casa al que no tiene nada que ofrecer para
cumplir con las leyes sagradas de la hospitalidad. ¿Qué haría un buen amigo? El
libro de Proverbios nos lo dice: “El
hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay más unido que un
hermano.” (Proverbios 18:24). Lo lógico, sabiendo esto, sería levantarse y
darle los panes necesarios para satisfacer la necesidad del amigo. Sin embargo,
Jesús dice que aunque no fuese tan amigo como pudiese parecer, de todas maneras
tendría que levantarse para que el intempestivo amigo cesase de molestar a toda
la casa con su desesperado ruego de alimentos.
Lo que
Jesús quiere demostrar a sus discípulos no es que a Dios le cueste dar
respuesta a las oraciones como si de un amigo molesto por nuestras plegarias se
tratase. Todo lo contrario. Jesús coloca a Dios como el amigo ideal, como el
amigo modelo que no va a poner trabas y excusas para darnos aquello que
necesitamos. Dios es ese amigo que no va a dudar en responder a nuestras cuitas
y ruegos aunque sean problemas que nosotros mismos nos hemos buscado o aunque
hayamos tardado en recurrir a Él para resolver nuestra dramática situación. La
promesa de Dios de que responderá a nuestras oraciones se centra aquí en esa
amistad recobrada en Cristo que nos permite acudir a Él estemos donde estemos,
sea la hora que sea, sea cual sea el problema que nos quite el sueño. Dios no
se va a molestar con nosotros si perseveramos en nuestra oración. Todo lo
contrario. Se levantará aun en medio de la noche para ofrecernos todo cuanto
necesite nuestro corazón: “¿Acaso Dios
no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en
responderles? Os digo que pronto les hará justicia.” (Lucas 18:7-8).
B.
PATERNIDAD TERRENAL Y CELESTIAL
“¿Qué padre
de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si pescado, en
lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se
lo pidan?” (vv. 11-13)
El otro
ejemplo gráfico que utiliza Jesús para ilustrar la disponibilidad absoluta de
Dios para cumplir su promesa de responder a nuestras oraciones se refiere a
cualquier padre que se precie de serlo. Ser padres y madres es una
responsabilidad que demanda sacrificio, amor y mucha paciencia. El padre en
tiempos de Jesús tenía el cometido principal de traer el sustento a casa
trabajando duramente de sol a sol. La madre ejercía de maestra de los hijos y
de ama de casa, cosa que la ocupaba todo el día. El entorno familiar ideal era
el del respeto mutuo, y el de cumplir con el rol que se había establecido
social y religiosamente. Lo que no podría entenderse es que un padre, por muy
terrible y desagradable que fuese, ante la petición de un hijo del alimento
básico de subsistencia por excelencia como era el pan, le diese un buen
pedrusco con que romperse la dentadura. Tampoco podía entenderse que, por muy
rufián y perverso que fuese un padre en su vida social, en vez de darle un
pescado con que saciar su hambre, le ofreciese una serpiente con cuyo veneno
pudiese morir retorcido de dolor. Exactamente sucede lo mismo si la petición es
un huevo repleto de nutrientes. Un padre, por muy atrabiliario que fuese, no le
cambiaría el huevo por un escorpión de picadura ponzoñosa.
Jesús
desea comparar el hecho de que un padre terrenal y carnal, que puede tener la
piel del diablo y ser enojosamente insoportable, sin embargo, con su retoño
siempre tendrá la suficiente ternura en el corazón como para cuidar de él y
como para regalarle siempre lo mejor. Si los padres imperfectos que pueblan el
mundo son capaces de hacer el bien a pesar de su tendencia a mortificar a los
demás, entonces, ¿qué podríamos decir del amor de Dios, el cual es el Padre
perfecto? Jesús nos anima a pedirle a Dios como Padre en otra promesa preciosa:
“De cierto, de cierto os digo, que todo
cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis
pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.”
(Juan 16:23-24). Si el ceño fruncido de nuestros padres podía atemorizarnos
cuando les hacíamos una petición, sabemos que el Señor nunca nos habrá de mirar
con enfado y condena a la hora de ir a Él en oración. Los dones, regalos o
cosas que nuestros padres nos dan o nos han dado en la vida no son nada
comparados con el más maravilloso y glorioso don del Espíritu Santo. Pedir a
Dios que su Espíritu habite en nosotros será la mejor oración que hagamos en la
vida, puesto que éste habrá de guiarnos en cada una de nuestras oraciones y así
recibir siempre lo mejor de Dios para nuestras vidas.
C.
PETICIÓN, BÚSQUEDA Y LLAMADA
“Y yo os
digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque
todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le
abrirá.” (vv. 9-10)
Si el
Señor es un amigo que se muestra completamente disponible para escuchar y
responder nuestras oraciones, y si nuestro Dios es un padre solícito y amoroso
que al recibir nuestro ruego nos colma de bendición sobre bendición, ahora
nosotros hemos de recoger la promesa divina de las oraciones contestadas y
comprobar su fidelidad y su efectividad en nuestras vidas. ¿Cómo haremos esto?
En primer lugar, pidiendo sin miedo ni temor a Dios. No temas meter la pata
cuando ores a Dios, ni tengas miedo a la hora de expresar tu pregunta o
necesidad ante el Señor. El Señor lee entre líneas y el Espíritu Santo traslada
nuestras imperfectas peticiones a un lenguaje que Dios entiende perfectamente.
A pesar de nuestros balbuceos, rodeos, quejas y verborrea, el Señor extrae la
raíz de nuestra necesidad y responde a su tiempo a nuestras oraciones: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono
de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro." (Hebreos 4:16). Si pedimos sin miedo, recibiremos, pero si
consideramos que no somos dignos de que Dios nos escuche, estaremos sepultando
el don de la oración bajo un victimismo o una baja autoestima poco
recomendable.
En segundo
lugar, hemos de buscar a Dios para hallar las respuestas a nuestras preguntas.
En esa búsqueda de Dios en oración, la Palabra de Dios adquiere un rol
tremendamente importante, ya que en ella podemos hallar la solución a nuestros interrogantes
vitales: “Yo amo a los que me aman, y me
hallan los que temprano me buscan.” (Proverbios 8:17). Es por tanto,
sumamente recomendable el estudio de las Escrituras bajo la guía del Espíritu
Santo en oración, ya que de este modo hallaremos sin dudar la contestación
apetecida para nuestras dudas existenciales. Por último, hemos de llamar a la
puerta de Dios con firmeza y constancia para que las puertas de los cielos se
abran de par en par ante nosotros. Si una necesidad aparece en nuestras vidas,
¿por qué recurrir únicamente a nuestros propios esfuerzos, energías y recursos
para solventarlo? ¿No es mejor golpear con la aldaba la puerta de las
bendiciones de Dios? A veces nos frustramos ante nuestros fracasos y lo mal que
nos va en la vida. La pregunta es si cumplimos con nuestra parte en lo que a la
promesas de Dios se refiere, es decir, si sabemos que tras la puerta está la
voluntad del Señor para nosotros en cada una de nuestras circunstancias
vitales, y no llamamos para que se nos abra ante nosotros el horizonte de una
vida dirigida y protegida por Dios. Las promesas de Dios son puertas que se
abren con la llamada de la oración. Si quieres ver prosperado tu camino y tu
vida cimentada en las promesas de Dios, la oración de fe es necesaria para
abrir la puerta que conduce a la vida y la verdad del Señor: “Buscad al Señor mientras puede ser
hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el
hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él
misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.” (Isaías
55:6-7).
CONCLUSIÓN
Dios no
solo nos promete en su Palabra que siempre escuchará la voz de nuestras almas
en oración, sino que dará cumplida respuesta según las riquezas de su gloria y
el beneplácito de su soberana voluntad. Tal vez la contestación de Dios no te
guste o no se acomode a tus deseos personales y caprichosos, pero lo más
importante de todo es que, al igual que un verdadero amigo, Dios te dirá la
verdad a pesar de todo, y que al igual que un Padre amoroso, el Señor te
proporcionará aquello que más te convenga en cada paso del camino de la vida: “Clama a mí, y yo te responderé, y te
enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.” (Jeremías 33:3).
Comentarios
Publicar un comentario