LA PROMESA DIVINA DE FIDELIDAD
SERIE DE
SERMONES “PERMANECIENDO FIRMES: CONSTRUYENDO NUESTRAS VIDAS SOBRE LAS PROMESAS
DE DIOS”
TEXTO
BÍBLICO: SALMO 89:1-2, 5-8, 15-18
INTRODUCCIÓN
Los
tiempos en los que una palabra dada y un apretón de manos rubricaban un acuerdo
o compromiso hace tiempo que pasaron a la historia. En los tiempos en los que
nos toca vivir no basta con el asentimiento mutuo de ambas partes para convenir
en la firma de un contrato que les vinculase y comprometiese. Todos aquellos
que hemos tenido que contratar algún servicio, solicitar un préstamo o iniciar
los trámites de una hipoteca, nos hemos visto rodeados de cientos y cientos de
páginas escritas en las que se mezclaban letra grande, letra pequeña y letra
microscópica para no dejar lugar a lagunas legales, vacíos interpretativos y
excusas futuras. Armados con toda la paciencia del mundo, realizando ejercicios
de calentamiento de muñeca y dedos, y con la sospecha de que la jerigonza
burocrática esconde más que muestra, comenzamos a firmar cada documento ante
notario para que no quede ni un resquicio de que las partes contratantes
seremos fieles en el cumplimiento de las estipulaciones suscritas, por las
buenas o por las malas. El ser humano se ha visto obligado a dejar constancia
escrita de los pactos o tratados en vista de que los contratos orales iban
siendo transgredidos con cada vez mayor frecuencia.
Y es que
así somos los seres humanos: desconfiados, medio paranoicos y muy, pero que muy
infieles en aquello que tiene que ver con acuerdos y alianzas. Si nos atenemos
a la definición que el diccionario nos da de “fidelidad”, ésta nos habla
de “la
firmeza y constancia en los afectos, ideas y obligaciones, y en el cumplimiento
de los compromisos establecidos” y de “la
exactitud o precisión en la ejecución de alguna cosa.” Veamos parte por
parte estas dos definiciones y pensemos por un instante si somos de verdad
fieles. ¿El ser humano es firme y constante en los afectos? A la vista está que
no. Lo que hoy parece un amor apasionado e inquebrantable, bien sea hacia
nuestra familia, cónyuge o amigos, mañana suele verse transformado en traición
e infidelidad. ¿El ser humano es firme y constante en sus ideas? Bueno, eso
depende de muchas cosas, dicen algunos. Ser consecuentes con una ideología, con
unos principios o con unos fundamentos morales suele chocar con determinadas
circunstancias de la vida, y ¿en cuántas ocasiones no hemos traicionado
nuestros ideales para lograr aquello que queremos y deseamos aún a sabiendas de
que iba en contra de todo lo que creíamos? Otra pregunta: ¿El ser humano es
firme y constante en sus obligaciones para con Dios y su prójimo? Por supuesto
que no. Siempre que aparece la oportunidad de romper las reglas y las normas,
allá que vamos. Si podemos evitar pagar impuestos con alguna triquiñuela legal,
si podemos eludir la justicia con alguna trampa, y si podemos lograr las cosas
por medio de atajos bastante discutibles, mucho mejor. ¿El ser humano es firme
y constante en el cumplimiento de los compromisos establecidos? A las pruebas
me remito. La infidelidad y la deslealtad abundan en una sociedad en la que el
individualismo, el egocentrismo y la ética situacional son capaces de
quebrantar una amistad de toda la vida, cualquier lazo familiar y un compromiso
matrimonial sin pestañear y sin que el ser humano se sienta culpable. Por
último, ¿el ser humano es exacto y preciso en el cumplimiento de alguna cosa?
Normalmente no es así. Procuramos estirar la verdad hasta llevarla al campo de
la mentira, usamos eufemismos para edulcorar la realidad y reinterpretamos
nuestros compromisos dependiendo de lo que nos vaya en ello. Explorada la
inclinación natural que el ser humano tiene a ser infiel y desleal con los
acuerdos, pactos y alianzas en los que se ve involucrado voluntariamente, ahora
es el momento de comprobar lo diferente que es Dios con respecto a nosotros en
lo que atañe a la fidelidad y a la verdad.
A. DIOS ES
FIRME Y CONSTANTE EN SU FIDELIDAD MISERICORDIOSA
“Las
misericordias del Señor cantaré perpetuamente; de generación en generación haré
notoria tu fidelidad con mi boca. Porque dije: Para siempre será edificada
misericordia; en los cielos mismos afirmarás tu verdad… Celebrarán los cielos tus
maravillas, oh Señor, tu verdad también en la congregación de los santos.” (vv.
1-2, 5)
Este
salmo plasma con absoluta belleza y claridad el carácter fiel de Dios. El
escritor de este salmo, Etán ezraíta, recurre al pacto que Dios había hecho con
el rey David para desplegar ante el lector y el cantor el modo en el que el
Señor cumple sus promesas. De ahí que las primeras palabras del salmo quieran
expresar la gratitud y el gozo de ver cómo Dios había cumplido todas y cada una
de las estipulaciones del pacto que había suscrito con David y toda su
descendencia. El Señor ha hecho tanto en su vida, se ha involucrado tanto en
que no le falte de nada, se ha desvivido porque la misericordia y la gracia
hayan pavimentado cada instante de su existencia, que el salmista no puede por
menos que cantar alabanzas de agradecimiento todos los días de su vida. El
Señor le ha provisto de todo lo que tiene, le ha librado de los peligros y de
los enemigos, le ha guiado en medio de las dificultades y se ha apiadado de él
en los momentos de mayor congoja. Estas son las misericordias que Dios edifica
en su vida y que sigue queriendo construir en las nuestras hoy. Dios no promete
por prometer, sino que toda su palabra en Él es “sí” y “amén”, consecuentes con
su naturaleza y carácter (2 Corintios
1:20). Dios no va a mentirnos porque es contrario a su esencia, y si
manifiesta que su misericordia nos acompañará cada mañana, es porque será y es
así. Desde los cielos se celebran y cuentan las maravillas de Dios, justamente
cuando nosotros nos olvidamos de cuánto hace y ha hecho Dios en nuestro favor.
Y todo
esto que hace el Señor en su benevolencia para bendecirnos, no es algo que
podamos esconder u ocultar al mundo. En nuestra gratitud por las promesas
cumplidas con exactitud y minuciosidad, todas las generaciones habrán de saber
que Dios también está dispuesto a darse a todas ellas y a prometerles salvación
y vida eterna. La verdad celestial tiene su concreción en la tierra, y a lo que
Dios se obliga por medio de un pacto, se cumple a rajatabla, algo que no
podemos decir de nuestros semejantes. El pueblo de Dios que se reúne
periódicamente en la casa del Señor sabe esto. La iglesia de Cristo tiene la
certeza de que las promesas del Señor son sumamente fieles, y que la verdad de
su palabra ha sido experimentada por cada uno de sus hijos. Del mismo modo que
las misericordias de Dios son nuevas cada mañana, así son las fidelidades de
Dios cada noche, señales imborrables de la obra de Dios en nuestra vida diaria.
Por eso cantamos alabanzas, himnos y canciones al Señor, porque hemos visto y
palpado las promesas fieles de un Dios que nunca nos defrauda, traiciona o
decepciona con mentiras y promesas vacías.
B. DIOS ES
INIGUALABLE EN SU FIDELIDAD
“Porque
¿quién en los cielos se igualará al Señor? ¿Quién será semejante al Señor entre
los hijos de los potentados? Dios temible en la gran congregación de los
santos, y formidable sobre todos cuantos están alrededor de él. Oh Señor, Dios
de los ejércitos, ¿quién como tú? Poderoso eres, Señor, y tu fidelidad te
rodea.” (vv. 6-8)
¿Quién
puede considerarse tan fiel como Dios a la hora de cumplir con los compromisos
adquiridos? ¿Quién tiene la capacidad de poder decir que nunca fue infiel en
algún instante de la vida? El mundo está lleno de “donde dije “digo”, dije “Diego””. Sin embargo, el Señor de los
cielos y de la tierra es veraz. Nadie puede igualarse a Dios en lo que respecta
a la fidelidad, ni en los cielos, ni en la tierra: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se
arrepienta. Él dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no ejecutará? “ (Números 23:19). El
poder de Dios no solamente radica en realizar grandes portentos y milagros, ni
se limita a crear ingeniosamente todo el universo, ni se circunscribe a vencer
a sus enemigos de maneras asombrosas. El poder de Dios reside en su palabra.
Por medio de su palabra fueron hechas las cosas que vemos y que no vemos, y por
su palabra lo que no era, tuvo existencia. Pero también por su palabra de
verdad, por sus promesas fieles, ha manifestado al mundo que es formidable,
poderoso, digno de ser temido e inigualable. El verdadero poder está en ser
fiel a la palabra dada.
Yo a
veces me compadezco de aquellos padres que llaman la atención a sus hijos con
palabras contundentes y altisonantes, pero que no se ven acompañadas de hechos.
Les gritan que no hagan algo, les advierten de que sus acciones tendrán
consecuencias, y cuando los niños ven que se despistan un instante, vuelven a
las andadas. Los padres vuelven a increparles y amenazarles con peor humor y
con un castigo demoledor por segunda vez. Pero cuando el niño vuelve a hacer de
las suyas, y ve que no hay represalias, o que solo recibe una débil y blanda
reprimenda, éste entiende que puede seguir haciendo lo que le venga en gana. No
es así con Dios. Él es un Padre que cuando dice algo, sucede. Si Dios nos
promete una bendición, y nosotros cumplimos con nuestra parte del trato, la
recibiremos sin lugar a dudas. Pero si Dios nos avisa de que nuestra rebeldía e
infidelidad tendrá funestas consecuencias, no creamos que nos iremos de
rositas, puesto que a su tiempo debido tendremos que pagar nuestros desvaríos.
Por eso Dios es digno de ser temido, porque a diferencia de toda la raza
humana, Él si cumple lo que promete, para bien o para mal, si decidimos hacer
lo que nos plazca. Dios está rodeado de fidelidad, de verdad y de veracidad, y
por lo tanto, es inigualable y poderoso.
C. DIOS NOS
INFORMA DE LOS BENEFICIOS DE SU FIDELIDAD
“Bienaventurado
el pueblo que sabe aclamarte; andará, oh Señor, a la luz de tu rostro. En tu
nombre se alegrará todo el día, y en tu justicia será enaltecido. Porque tú
eres la gloria de su potencia, y por tu buena voluntad acrecentarás nuestro
poder. Porque el Señor es nuestro escudo, y nuestro rey es el Santo de Israel.”
(vv. 15-18)
Si
deseamos vivir felices en la vida como pueblo suyo y ovejas de su prado, hemos
de saber de qué manera hemos de adorar para que Dios se agrade de nosotros. Si
queremos disfrutar cada día de nuestras existencias, nuestra alabanza y
aclamación deben cantar y proclamar las fidelidades de Dios para con nosotros.
Podemos ser felices cuando caminamos en la presencia del Señor. Sabernos
rodeados de su presencia de amor, misericordia y protección, sabernos circundados
por la luz de su guía y dirección, es tener la certeza absoluta de que Dios es
fiel para velar por nuestra salvación y seguridad eterna. Podemos ser felices
invocando en oración todas las mañanas el nombre del Señor, para preparar
nuestros primeros pasos de la jornada, para agradecer al anochecer sus promesas
y bendiciones, y para verificar en cada instante del día cómo sus fidelidades
son un hecho notable e impresionante. Podemos ser felices cuando la sociedad
que nos rodea es testigo de que la iglesia de Cristo busca la justicia en todas
sus acciones y palabras. En un mundo en el que los principios morales y éticos
han dejado de ser la brújula que dé orden y sentido a la humanidad, saber que
la iglesia sí tiene fundamentos sólidos que se incardinan en el evangelio de
Cristo y en los designios de Dios, hará que seamos exaltados por Dios en medio
del descrédito en el que está sumida la fidelidad humana.
Si
deseamos ser felices será preciso ser canales de la voluntad divina e
instrumentos del poder de Dios que muestran su gloria e incomparable autoridad.
El Señor ha establecido que cada creyente y todos unidos en un mismo espíritu,
podamos mostrar al mundo su poder, ya que esto es lo que desea de nosotros, a
fin de que el incrédulo considere la fidelidad de las promesas de Dios como
algo magnífico, sobrenatural y real. Si deseamos ser felices como pueblo de
Dios habremos de fiar nuestra seguridad, salud y bienestar a la protección del
escudo de Dios y a la certeza que da tener conciencia de que Dios es fiel y
nada podrá destruirnos si Él está con nosotros. Seremos felices en el preciso
instante en el que aceptamos que Dios se
convierta en nuestro Rey y Señor, en el soberano de nuestras vidas, en nuestro
todo, en el centro de nuestra vida. Ser siervos de un Dios tan fiel y que con
tanto amor prodiga sus bondades y misericordias, nos provocará a las buenas
obras de justicia por amor de su nombre.
CONCLUSIÓN
Muchas y
muy diversas son las circunstancias que pueden hacernos tambalear en esta vida,
pero si nos asimos a las promesas poderosas, fieles y misericordiosas de Dios,
nada habremos de temer. Construyendo nuestras vidas sobre la roca fiel de
nuestra salvación, caminaremos cada día sabiéndonos en las poderosas y amantes
manos de Dios. No importa que ruja la tormenta, que soplen vientos huracanados
que quieran desarraigarnos del fundamento que es Cristo, o que los demás nos
traicionen y defrauden. Lo que realmente importa es que somos hijos de un Dios
fiel y veraz que siempre cumple lo que promete, incluso a pesar de nuestra
infidelidad y deslealtad: “Si fuéremos
infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo.” (2 Timoteo 2:13).
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