¿PARA QUIÉN TRABAJAMOS?





SERIE DE ESTUDIOS “PRODUCTIVOS: ENCONTRANDO FELICIDAD EN LO QUE HACEMOS”

TEXTO BÍBLICO: EFESIOS 6:5-9

INTRODUCCIÓN

     La batalla entre empleados y empleadores, justo después de que la esclavitud se aboliese, siempre ha sembrado víctimas en ambos bandos. La idea demasiado maniquea que presenta a los empleadores como ogros y tiranos que buscan siempre aprovecharse del esfuerzo y pobreza de los trabajadores, o la que describe a los trabajadores como carne de cañón deshumanizada que sufre las acometidas explotadoras de sus empleadores, no hacen más que echar más leña al fuego de este supuesto conflicto de intereses. El comunismo y el anarquismo más radicales impulsaron revoluciones que presuntamente favorecerían al proletariado en detrimento de la aristocracia o la oligarquía patronal, y ya hemos visto cómo con el paso del tiempo, aquellos que propugnaban la igualdad, la dignidad y la justicia laboral, se convirtieron a su vez en símbolos de un capitalismo más elitista que el que ya había. Por otro lado, el capitalismo feroz y exacerbado  que venía en rescate de esa masa de trabajadores sometidos a la fuerza a un socialismo cada vez más venido a menos, ha destruido cualquier conquista justa y digna que los sindicatos, en el diálogo social, habían logrado, convirtiendo a los trabajadores en meros instrumentos que gestionar sin implicarse con su vida más allá de la empresa en la que trabajan.

    Sea como sea, lo cierto es que seguimos inmersos en esta lucha en la que los bandos están perfectamente delineados: patronal contra sindicatos, capitalismo contra comunismo, empleador contra empleado. Si por un instante nos detenemos a descubrir el meollo y origen de esta lucha de clases, nos daremos cuenta una vez más de que éste se halla en la avaricia y la codicia humanas. Todos quieren tener más por menos. En esa irracional disputa, se pierden las formas y los valores del Reino de Dios que deberían acordonar un sistema de principios regidos por la dignidad, la justicia y el respeto mutuo. Las políticas y reformas laborales que sufrimos hoy día proceden de un interés por lograr que el capital se encuentre por encima de la humanidad, en vez de que éste se supedite a las necesidades de la raza humana. Los empleados siguen pidiendo menores cargas laborales, hacer menos horas, tener más vacaciones y mejores salarios. Los empleadores desean una mayor productividad, mayores beneficios y un mayor control de las políticas y prácticas administrativas. Para muchos estos dos agentes sociales parecen estar en constante e interminable enfrentamiento, pero sin embargo, en la Palabra de Dios encontramos otra visión de lo que deberían ser las relaciones laborales entre trabajador y empresario. Estas relaciones adquieren su dimensión más justa y honrosa cuando ambos se someten a Cristo y a la obra santificadora del Espíritu Santo. El empleo se convierte en algo beneficioso para ambas partes cuando se asume que ambos trabajan para el mismo Señor.

A. DEBERES DEL EMPLEADO

“Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo.” (v. 5)

     Hemos de partir de la base de que los mandamientos que Pablo recoge en esta carta a los efesios están exclusivamente dirigidos a creyentes, a aquellos que debían reflejar con sus acciones y palabras la llenura del Espíritu Santo y el ejemplo de Cristo. En este versículo, Pablo comienza a hablar con los siervos o esclavos. Tengamos en cuenta que en los tiempos del primer siglo después de Cristo, la economía y la producción dependía en su mayoría de la labor de los esclavos. Éstos no tenían derechos legales, y por tanto, el trato que sus dueños daban a estos hombres y mujeres era el de meros utensilios que podían usar, comprar y vender a su antojo. Solo se diferenciaban de los animales o de una hoz porque podían hablar, pero nada más. Pablo en ningún momento está queriendo defender o apoyar la idea de la esclavitud, sino que entiende que esta es una práctica extendida que no puede erradicarse de un día para otro. Era preciso que el germen del evangelio fuese introducido en los corazones, tanto de siervos como de señores, para que un día la esclavitud desapareciese. El problema aquí surge como consecuencia del hecho de que muchos esclavos estaban abrazando la salvación y la libertad de Cristo, y que en una interpretación equivocada de esta libertad, ya no tenían por qué seguir estando bajo el dominio y poder de señores terrenales y mortales. La rebelión de los esclavos podría ser el siguiente paso, y esto no llevaría si no a una cruenta guerra en la que morirían miles de personas: esclavos y señores.

     Pablo quiere atajar este pensamiento. Para ello da una serie de instrucciones a los siervos cristianos, de manera que el caos no se apodere de la sociedad ni el evangelio fuese identificado con la violencia revolucionaria de las armas. Pablo les conmina a que se sosieguen y adquieran un comportamiento correcto para con sus señores, sean estos cristianos o no: “Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar.” (1 Pedro 2:18). Deben ser obedientes a sus órdenes en tanto en cuanto no atenten flagrantemente contra la moral cristiana, el señorío de Cristo o el buen nombre de Dios. Nuestro trabajo debe realizarse en obediencia a Cristo y para ello no debe importarnos la calidad de nuestros empleadores. 

      Lo que no podemos es aprovecharnos de que nuestros jefes sean cristianos, sino todo lo contrario, hemos de ser más productivos y más excelentes en nuestro trabajo: “Todos los que están bajo el yugo de esclavitud, tengan a sus amos por dignos de todo honor, para que no sea blasfemado el nombre de Dios y la doctrina. Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio. Esto enseña y exhorta.” (1 Timoteo 6:1-2). Nuestra mejor manera de agradar a Dios y dar testimonio fiel de nuestro nuevo nacimiento en Cristo es ser obedientes y razonables en nuestras tareas.

    Pablo también desea que como trabajadores veamos el panorama laboral en el que nos encontramos desde la perspectiva correcta. Los jefes a los que hemos de obedecer son jefes terrenales y, por tanto, temporales. Nuestra actitud debe ser de honor y respeto, y así poder convertir nuestro lugar de trabajo en un campo misionero en el que sembrar la semilla del evangelio en palabra y hechos. Nuestro compromiso con el trabajo debe ser sincero, nunca hipócrita y superficial: “Que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada.” (1 Tesalonicenses 4:11-12). Es preciso formar parte de la cultura de empresa, desempeñando bien nuestra labor sin quejas ni críticas sobre el trabajo de los demás. Nuestra motivación primordial y básica para trabajar a las órdenes de nuestros empleadores debe estar en Cristo, en llevar a cabo nuestro trabajo para la gloria de Dios: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.” (1 Corintios 10:31).

      Pablo no desea que aquellos siervos que son creyentes solo trabajen haciendo lo mínimo indispensable, o que solo lo hagan cuando alguien los supervisa u observa: “No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios.” (v. 6). El trabajador cristiano no necesita ser supervisado para realizar su tarea con excelencia, ya que su más sincero deseo es realizar cada labor en aras de cumplir la voluntad de Dios. Sus quehaceres allí donde desempeña su trabajo son llevados a cabo con gozo y espíritu de servicio fervoroso: “Sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres.” (v. 7). Esta misma idea paulina se repite en Colosenses: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres.” (Colosenses 3:23). A veces, demasiado a menudo para nuestro gusto, estaríamos más que gustosos de trabajar únicamente lo imprescindible dado el carácter agrio y rudo de algunos jefes, pero el que se precia de ser discípulo de Cristo, hace de tripas corazón y fija su mirada en el Señor, porque si lo hace hacia el empleador, todo ánimo y anhelo de excelencia se esfumaría en un santiamén. El Predicador de Eclesiastés nos anima a no dejarnos derrotar por las discutibles prácticas y actitudes de jefes problemáticos: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas.” (Eclesiastés 9:10). Lo mismo hace Pablo en Romanos 12:11: “En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.” 

      Tal vez tu jefe no sepa o no quiera valorar en justicia todo tu buen trabajo por causa de su indiferencia o animadversión, pero lo que sí sabemos es que Dios si lo sabe y seremos recompensados a su debido tiempo de maneras milagrosas e inimaginables: “Sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre.” (v. 8). Me gustó una anécdota al socaire de este versículo en el que la promesa gloriosa de Dios se muestra en su máximo esplendor. En ella, un matrimonio de misioneros acaba su labor en tierras lejanas, y en su vuelta a su país coinciden en el transatlántico con una personalidad muy famosa por sus andanzas románticas y deportivas. Al arribar a puerto, multitudes se hallaban esperando a la personalidad de fama, mientras que nadie se acercó a este anciano matrimonio de humildes misioneros. Enfadados por la injusticia de este mundo, le preguntaron a Dios la razón de tanta fanfarria con personajes ocupados en trivialidades, mientras que ellos, trabajadores incansables y sacrificados en las mieses allende el mar, se hallaban sin recompensa por su trabajo. En la noche, en uno de sus sueños, una voz les dijo: “¿Sabéis porque no habéis recibido vuestra recompensa todavía? Hijos míos, es porque todavía no habéis llegado a casa.”

B. DEBERES DEL EMPLEADOR

“Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas.” (v. 9)

      Ya hemos constatado cuáles han de ser las actitudes y prácticas que los empleados deben desarrollar en el entorno laboral. Las del empleador no son distintas de éstas, puesto que sus motivaciones, comportamiento, perspectiva, actitud, compromiso y diligencia deben estar en sintonía con las de sus empleados. Sus negocios y administración de recursos deben cimentarse sobre la base de los estándares que Dios ha dejado revelados y establecidos en su Palabra, por lo que la justicia, la verdad y la honradez deben ser parte fundamental de su línea de acción empresarial. El empleador debe tratar a sus empleados buscando en todo momento su bienestar y sus mejores intereses con respeto y rectitud. Las amenazas o coacciones han de desaparecer de su práctica empresarial, los abusos y las desconsideraciones erradicados de su trato con el proletariado, y las descalificaciones personales borradas de su estrategia gestora de recursos humanos. Todo jefe debería propiciar una productividad basada en la frase de Victor Pauchet: “El trabajo más productivo es el que sale de las manos de un hombre contento.” El empleador un día habrá de dar cuentas ante Cristo y deberá poder presentarse ante él sin reproche alguno y reflejando el mismo espíritu que él tenía hacia todo el mundo, sin favoritismos ni parcialidades interesadas. Que nadie tenga que decir lo que dijo Henry George, economista inglés: “El hombre que me da trabajo, al que tengo que sufrir, este hombre es mi dueño, llámelo como lo llame.” 

CONCLUSIÓN

    Tanto empleados como empleadores deben trabajar para lograr el bien común y el bienestar socioeconómico. Es la voluntad de Dios que ambos se complementen y persigan la armonización de derechos y deberes para un equilibrado entendimiento de lo que es el trabajo según los parámetros de los valores cristianos. Roguemos por empleados y empresarios para que todos vivamos próspera y diligentemente como para el Señor.

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