LIBRES DE LOS CELOS Y LA ENVIDIA
SERIE DE
SERMONES “LA LIBERTAD CONCEDIDA POR CRISTO”
TEXTO
BÍBLICO: FILIPENSES 4:11-13
INTRODUCCIÓN
Mi madre
siempre me dijo que si la envidia fuese tiña, todos estaríamos tiñosos. No cabe
duda de que uno de aquellos pecados capitales de los que siempre se ha acusado
a los españoles es la envidia. Este avinagrado comportamiento que se resume en
el hecho de estar demasiado pendientes de lo que los demás tienen, o de lo que
los demás hacen, en vez de estar viviendo nuestras propias vidas es algo que
Arthur Schopenhauer, filósofo alemán, retrató cuando describió el modus
operandi de los envidiosos del mundo: “La
envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten y su constante
atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, demuestra cuánto se
aburren.” Los celos envidiosos suelen ser el reflejo evidente de que en el
corazón algo no funciona como es debido. La mediocridad y el tedio pueden
llevar a una persona a enfrascarse en perseguir odiosamente la estela de
aquellos que ésta estima llevan una mejor existencia.
Los celos
provocan la impresión venenosa de que la felicidad de los demás es algo que nos
daña, y por lo tanto, la envidia no nos permite reír con los que ríen. En
definitiva, celos y envidia son primos hermanos, ya que ambos proceden de la
misma raíz: el odio. Diógenes Laercio, historiador griego, explica esta
relación de consanguinidad así: “La
envidia es causada por ver a otro gozar de lo que deseamos; los celos, por ver
a otro poseer lo que quisiéramos poseer nosotros.” En vez de progresar y
tratar de mejorar nuestro estado lamentable de mediocridad, solemos detenernos
a contemplar con ojos maliciosos y codiciosos lo que los demás son o tienen.
Moliére, dramaturgo francés, dijo en una ocasión que “el envidioso puede morir, pero la envidia nunca.” Desde el Edén
nos damos cuenta de la triste realidad que acompaña a la envidia, sobre todo
cuando la serpiente, de manera cautivadora sugiere a Eva que será como Dios.
Eva tenía todo cuanto pudiese necesitar, y sin embargo, deseaba ser lo que
todavía no era, para su protección y bienestar. Y así la humanidad ha trabado
confrontaciones, peleas y guerras por causa de la envidia y los celos
furibundos. “¡Oh envidia, raíz de
infinitos males y carcoma de las virtudes!”, solía decir Miguel de
Cervantes.
¿Qué
podemos, pues, hacer para erradicar definitivamente la lacra de la envidia y
los efectos nocivos de los celos desencadenados con saña? En primer lugar, por
encima de todas las cosas, es preciso confesar que en demasiadas ocasiones los
celos y la envidia han hecho su nido en nuestros corazones. Es necesario, del
mismo modo que con cualquier adicción, reconocer nuestro estado envidioso y
celoso, puesto que asimilar que la envidia es un mal espiritual peligrosísimo y
sumamente dañino, es el primer paso para el perdón y para comenzar una nueva
vida basada en el contentamiento. El contentamiento es el remedio más infalible
contra pensamientos, ideas y planes envidiosos contra los demás. Aunque esta
virtud se sabe que es altamente recomendable y valiosa para encontrar la paz en
medio de tanto consumismo y materialismo, sin embargo es una práctica muy poco
frecuente. Mostrarse contento con lo que uno es o tiene significa de algún modo
estar en sintonía con Dios, ya que con esta actitud vital confiamos plenamente
en su providencia soberana, amorosa y con propósito: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis
ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.” (Hebreos 13:5).
Esta sociedad suele buscar contentamiento en cosas o en estados de ánimo. El
deseo de las personas que no entienden a Dios como el dador de todas las cosas
pone su fe y seguridad en el dinero, las posesiones terrenales, el poder, la
fama, las redes de influencia, el trabajo o la liberación del dolor y las
adversidades.
Tras
este ejercicio de sinceridad y contrición auténtica ante Dios, tres son las
lecciones que aprendemos del apóstol Pablo en cuanto a vivir una vida sin celos
ni envidias que se contenta con lo que Dios le provee en cada momento.
A. LA CURA
PARA LA ENVIDIA ES VIVIR CONTENTO CON LO NECESARIO
“No lo digo
porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi
situación.” (v. 11)
El
contentamiento no viene a convertirse en una práctica por ciencia infusa. Es
necesario aprenderlo, experimentarlo, vivirlo en propia carne. Pablo cuando
agradece las ofrendas que la iglesia en Filipos le había dado para su sostén y
misión, aprovecha la ocasión para dar una nueva lección sobre humildad y
contentamiento. Si recorremos su trayectoria vital nos daremos cuenta de que
fue una auténtica montaña rusa de instantes de paz y gozo así como de momentos
de sufrimiento y necesidad. Pablo, a través y a lo largo de estas experiencias
de vida, ha logrado aprender de ésta que uno debe contentarse con lo que uno
tiene y es sin importar en qué circunstancias uno se halle.
A veces
los ricos son a menudo los que se muestran más descontentos y miserables. Son
como pozos sin fondo que desean cada vez más y mejores cosas para llenar ese
vacío insondable: mejores empleos, coches con una tecnología y estética más
avanzada, casas más espaciosas. Son como esos pequeños hamsters que corren a
toda velocidad sin una dirección conocida, movidos por la inercia de adquirir y
atesorar, sin llegar a ningún lugar y sin satisfacer sus necesidades. Las
personas han equivocado su concepto de necesidad en los tiempos que corren. En
vez de distinguir entre necesidades y deseos, han unido ambos conceptos para
elaborar una nueva categoría: el deseo necesario. El capricho, algo de lo que
bien podríamos prescindir, se ha convertido en una necesidad perentoria y
urgente, y más teniendo en cuenta que lo nuevo suele durar menos que nunca.
Este problema incluso ha llegado a afectar notoriamente a la iglesia. Muchas
congregaciones han elegido como énfasis velar por las necesidades de las
personas ensombreciendo la enseñanza del contentamiento que se sustenta en la
fidelidad y provisión divina que posa su mirada en el Reino venidero y no en la
felicidad terrenal material.
¿Cuál es
la meta fundamental de todo ser humano al ser creado? ¿Es enfocar su existencia
hacia satisfacer sus necesidades por encima de todas las cosas? Eso no es lo
que la Palabra de Dios nos dice. El objetivo primordial y central de todo ser
humano debe ser el de glorificar a Dios y disfrutar de Él eternamente. ¿El ser
humano busca satisfacción? Solo en Él podrá saciar la sed y el hambre
espiritual que el pecado ha provocado en el alma humana. Además, ¿no nos surte
el Señor de lo mejor para tener una vida sencilla? “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1
Timoteo 6:8). Si tenemos alimento para comer, ¿para qué envidiar a aquellos
que degustan menús prohibitivos de gourmet? Donde estén unas lentejas con
chorizo, una buena paella o un cocido madrileño, que se quiten caviares y
exquisiteces a precio de oro. Si tenemos un techo bajo el que cobijarnos, ¿para
qué envidiar los palacios, mansiones y chalés de lujo de famosos y corruptos?
Mi padre decía siempre: “Casa en cuanta
quepas; tierra, cuanta veas.” Si tenemos ropa con la que cubrirnos, ¿por
qué envidiar las marcas más exclusivas y los modelos más ostentosos? ¿Acaso nos
hace ser más felices suspirar por las modas que otros imponen para sacarnos
hasta los higadillos cuando vamos a determinadas tiendas? Contentamiento es,
pues, ser conscientes de la diferencia que existe entre necesidad y deseo. Ya
veremos como la vida nos cambia cuando entendemos esto y nos dejamos amparar
por la providencia divina.
B. LA CURA
PARA LA ENVIDIA ES MANTENERSE CONTENTO A PESAR DE LAS CIRCUNSTANCIAS
“Sé vivir
humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así
para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para
padecer necesidad.” (v. 12)
El
contentamiento es una señal clara de madurez y crecimiento espiritual. El
apóstol es claramente un ejemplo de ello. Pablo las pasó realmente canutas
durante sus andanzas por Asia Menor, el Mediterráneo y Europa, y sin embargo
ninguna de las adversidades y tribulaciones por las que tuvo que pasar le
arrebató la capacidad de contentarse con lo que el Señor le proveía. Pablo
vivió y sirvió como un soldado de la fe en las trincheras del evangelio. Nunca
demostró ostentosidad con su testimonio personal ni predicó un evangelio de la
prosperidad. Nunca envidió a nadie. Siempre se concentró en las realidades
celestiales incluso en medio de las pruebas más duras y difíciles: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo,
buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses
3:1-2); “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada
vez más excelente y eterno peso de gloria.” (2 Corintios 4:17). Aquel que
se contenta en Dios y con Dios, es capaz de abstraerse a las tentaciones materialistas
y consumistas que este mundo suscita. Cuando nuestro corazón está lleno de
Cristo y nuestra vida ha sido liberada del parásito de los estúpidos celos,
todas las circunstancias le acercan a Dios.
Saber
contentarse significa que ni la miseria o la crisis va a dar pie a que uno
maldiga a Dios por su estado de necesidad, ni la riqueza y prosperidad va a
provocar una amnesia selectiva en lo que a Dios se refiere. El contentamiento
es aquel estado de ánimo que valora en su justa medida lo que se tiene y lo que
se es, colocando todo bajo la lente de la gloria de Dios. Pasar hambre no es
algo malo, puesto que nos hace ver que somos mortales y que necesitamos la
provisión de Dios, y estar saciado nos debe provocar a la adoración y el
agradecimiento por las bendiciones con las que Dios prodiga su amor y
misericordia. La abundancia y la necesidad son dos caras de la misma moneda, ya
que, al lanzarla al aire, unas veces será cara y otras, cruz. Pero la verdadera
sabiduría no es evitar que salga cruz, sino que cuando la cruz nos toque,
sepamos someternos bajo la providencia soberana de Dios.
C. LA CURA
PARA LA ENVIDIA ES RECIBIR DE DIOS FUERZAS PARA SEGUIR ADELANTE
“Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece.” (v. 13)
La
envidia nos debilita espiritualmente y los celos van carcomiendo todo lo bueno,
justo y hermoso que en nuestro interior pudiese haber. La felicidad de los
demás nos hace sentir unos miserables, y aquello que vemos que otros disfrutan
logra en nuestro ánimo y carácter que la amargura y el odio aparezcan para
sustituir a nuestro contentamiento. Lamentablemente, sabemos que por nosotros
mismos, sin la ayuda de Dios, tendemos a ser envidiosos y celosos en demasía.
Pero cuando recurrimos a la libertad que Cristo ha logrado a favor nuestro tras
confesar nuestro pecado, nos unimos a nuestro Salvador y Señor para ver
renovadas y multiplicadas nuestras fuerzas y energías. Justo cuando parece que
el límite de nuestras fuerzas ha sido rebasado, justo cuando nuestros recursos
ya no pueden hacer nada más para solucionar un problema, y justo cuando la
muerte comienza a afilar su guadaña a escasos milímetros de nuestro cuello,
allí está Cristo para infundirnos su poder, autoridad y energías: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica
las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los
jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan en el Señor tendrán nuevas
fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán
y no se fatigarán.” (Isaías 40:29-31). Pablo sabía de lo que hablaba cuando
nos muestra el camino hacia el contentamiento y el poder que respalda a
aquellos que desean transitarlo: “Y me
ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.
Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que
repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en
las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias;
porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Corintios 12:9-10).
CONCLUSIÓN
No existe
mejor manera de encarar la vida, de desechar la envidia y los celos y de
recorrer las sendas que nos acercan más a Dios, que descansar y reposar en la
gracia sustentadora y provisoria de Cristo. Cuando pensamientos e ideas envidiosas
comiencen a tejer su telaraña de odio y desprecio, agradece lo que Dios te ha
dado y lo que Dios ha hecho de ti. Cuando los celos te coman por dentro,
reconoce que lo que tienes y eres procede de Dios. Cuando la envidia quiera
comenzar su carrera frenética rumbo a la desdicha, pídele a Cristo que te
sostenga, te fortaleza y te dé poder para resistir la tentación. Y no olvides
lo que un día dijo Miguel de Unamuno, filósofo y escritor español: “La envidia es mil veces más terrible que
el hambre, porque es un hambre espiritual.”
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