LIBRES DE LA LUJURIA





SERIE DE SERMONES “LA LIBERTAD CONCEDIDA POR CRISTO”

TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 10:13

INTRODUCCIÓN

      Si existe un tirano poderoso y con un aspecto sumamente atrayente que puede encadenarnos a los grilletes de la insatisfacción espiritual ese es el que proviene de una sexualidad mal entendida y que no tiene límites en su moralidad. La lujuria es esa tendencia natural en la que el ser humano cae cuando exacerba sus inclinaciones sexuales hasta borrar y transgredir cualquier línea ética y bíblica existente. La lascivia propone al ser humano la posibilidad de encontrar un placer sublime en la sexualidad, de hallar una sensación irresistible y carnal que supla cualquier necesidad espiritual o física que tenga. Lo que en un principio solo parece una manera legítima de alcanzar cotas de deleite sexual se convierte con el paso del tiempo en una conducta sexual patológica que desemboca en muchos casos en comportamientos sexuales aberrantes como la violación, el sadomasoquismo, la pedofilia, el incesto, la parafilia, el adulterio sistemático, la necrofilia o la zoofilia. Una adicción empieza en el mismo instante en el que el deseo y la necesidad se unen para controlar cuerpo, alma y espíritu sin importar las secuelas y consecuencias que de ellos se devenguen.

     El sexo entendido dentro del marco ideal del matrimonio ha pasado a la historia. Sabemos que a lo largo de la historia el ser humano ha quebrantado el mandato de Dios para el lugar que ocupan las relaciones sexuales dentro del vínculo conyugal. Desde la religión y la moral se ha intentado evitar que el sexo se convirtiera en algo distorsionado y despojado de su verdadera esencia y meta, pero sin embargo, también se han convertido en impulsores de la hipocresía, predicando una cosa para hacer todo lo contrario. Ahí tenemos ese infausto periodo medieval de la historia de la iglesia católica conocido como “pornocracia”, en el que los prelados, papas y cardenales se rodeaban de amantes, prostitutas y meretrices, mientras se erigían como vicarios de Cristo y como defensores del celibato sacerdotal. De hecho hace poco el escándalo de la página web de contactos extramatrimoniales Ashley Madison ha provocado que salgan a la luz escandalosas informaciones sobre pastores y líderes evangélicos de todo el mundo: “En un blog en Christianity Today, el director del centro de estudios estadísticos LifeWay Research, Ed Stetzer, calcula que unos 400 pastores, ancianos, diáconos y responsables de diversos ministerios eclesiales podrían renunciar este próximo domingo tras aparecer sus nombres en la lista de usuarios de Ashley Madison, cuyo hackeo ha dejado al descubierto unas 37 millones de cuentas en todo el mundo.” Con el paso de tiempo se ha desembocado en la segunda mitad del s. XX en lo que se ha venido en llamar “revolución sexual”, en la que el ser humano se considera dueño de su cuerpo y de sus deseos, dando rienda suelta a sus apetitos sexuales más distorsionados y retorcidos. Hoy día, conductas como la homosexualidad, las relaciones pre y extramatrimoniales, las relaciones abiertas, las orgías y el poliamor se consideran algo normalizado y relativamente bien visto por la sociedad, e incluso de ciertas denominaciones e iglesias supuestamente evangélicas o cristianas.

      La lujuria y la libidinosidad han provocado un desmoronamiento gradual y paulatino de las estructuras familiares y morales que, en algunos casos, ha propiciado embarazos no deseados, abortos irresponsables, vidas sentimentales destruidas, visiones estrafalarias y absurdas de la sexualidad y crímenes de turismo sexual realmente repugnantes. Pero como el placer hedonista que provoca en el cuerpo del ser humano ha construido su trono en la mente, y como siempre se quiere más, como si de una nueva dosis de droga se tratase, la lujuria está reclutando a todo un ejército de personas ávidas de sensaciones placenteras sin importar la moral, la distinción entre el bien y el mal, o el efecto nefasto que provoca en aquellos a los que utiliza para recibir ese placer. Vivimos rodeados de slogans que promueven la promiscuidad sin consecuencias, la sexualización de todo lo que se mueve, el morbo de lo que antes se hacía en lo oculto como algo vergonzoso, y que hoy ya hay que considerar como una expresión legítima más de la sexualidad humana.

A. LA LUJURIA ESTÁ AMPLIAMENTE CONDENADA POR DIOS EN SU PALABRA

     Mucha gente piensa que Dios prohíbe y condena aquellos patrones de conducta sexual aberrantes por aguar la fiesta a la humanidad. Satanás ha empleado con astucia maquiavélica una de sus armas más potentes: el deseo humano. Ha convertido el deseo de servir y obedecer a Dios en un anhelo enfermizo por servir a su propio cuerpo y obedecer a sus propios caprichos. Desde el Edén, Satanás jugó con la apariencia sabrosa y deseable del fruto del árbol del bien y del mal, y así, arteramente provocar a Eva a la desobediencia y a la irrefrenable satisfacción de sus anhelos. La historia de la humanidad no cesa de mostrarnos los graves desvaríos y errores que se han cometido por causa de dar cancha a los deseos desordenados del ser humano. El Señor quiere protegernos de las fatídicas consecuencias que la lujuria apareja, y sabe perfectamente que el ser humano es débil carnalmente. Por esta razón Dios no cesa en advertirnos de los prejuicios que la lascivia y la lujuria pueden desencadenar en nuestras vidas a todos los niveles: físico, mental y espiritual.

     Pablo recoge en varios de sus escritos cuál es la perspectiva bíblica que hemos de asumir a la hora de enfrentar la lujuria. En primer lugar, Pablo contrapone la lujuria a la honestidad, puesto que la lujuria se consuma en la noche más tenebrosa y en los mesones de mala muerte y peor fama de su época como algo que en el fondo de la conciencia humana es incorrecto y pernicioso. Ser honrado y sincero en la vida está específicamente en contra de verse envueltos en desaforados actos de desenfreno carnal: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia.” (Romanos 13:14). En la época en la que vivió Pablo seguramente tuvo que presenciar situaciones escandalosas y tremendamente lujuriosas, por lo que la lujuria nunca aparecería solitaria, sino que un ejército de vicios inconfesables la acompañarían para seguir endureciendo el corazón del ser humano: “Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen.” (Romanos 1:26-28).

    La lujuria forma parte de una conducta adictiva de la que es difícil salir indemne. Aunque parezca que flirtear con todo lo que se mueve, acostarse con todo quisque o mantener relaciones sexuales con protección, es algo que se nos ofrece en bandeja de plata para probar las aparentes mieles del placer sexual, sin embargo, por la experiencia de muchos que han vencido en Cristo esta clase de adicciones hedonistas, significa ser un muerto viviente en todos los aspectos. Tarde o temprano la gente se da cuenta de que verse inmersos en prácticas sexuales contra natura no les ha ayudado a ser más felices sino todo lo contrario; no les ha servido para llenar el vacío interior, sino todo lo contrario; no les ha servido para vivir vidas de libertad y paz interior, sino todo lo contrario. Las pasiones descontroladas hacen que nos olvidemos de aquello que es justo y verdadero para caer en las mugrientas garras de la injusticia de utilizar como objetos a los demás, de manipular a otras personas como pañuelos de usar y tirar. Nos auto-convencemos de que lo que hacemos no está mal y cerramos los ojos a la auténtica realidad mientras hacemos oídos sordos de las instrucciones de Dios. Preferimos vivir en una mentira placentera que conocer una verdad que nos dejará avergonzados, pero que nos hará libres de manera definitiva y real. Dejamos que sean nuestros caprichos los que guíen nuestras vidas en vez de dejar que sea Cristo el que las conduzca a pastos deliciosos de amor y paz. Nos complacemos más en revolcarnos en nuestra perversión y pecado durante un efímero instante, lo que dura el placer sexual, que en habitar en la presencia de Dios por toda la eternidad.

B. EL REMEDIO LIBERADOR CONTRA LA LUJURIA

“No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.” (1 Corintios 10:13)

      La lujuria no es un pecado extraordinariamente especial o una transgresión irresistible. Muchos apelan a la frase "la carne es débil” o “es que estamos hechos de carne y hueso” para excusar su pecado. Es como si diciendo esto, la lascivia fuese algo ante lo cual es imposible vencer. Nadie ha dicho que sería fácil vencer la tentación de cometer actos carnales descontrolados, pero tampoco es ser justos con la verdad decir que no pueden ser vencidos. Pablo comienza su receta para vernos libres de las zarpas de la lujuria dándonos a entender que la lujuria, al igual que el resto de pecados en los que el ser humano cae, es una experiencia típica y usual en la vida de todos los mortales. Todos en algún momento, o hemos sido, o somos tentados con la visión y el deseo del placer sexual fuera de los límites que Dios establece para éste. Las circunstancias o las situaciones pueden cambiar, pero la tentación básica de buscar deleite de manera insana a espaldas de Dios o de nuestra pareja sigue siendo la misma. El problema no es que la tentación nos sobrepasa o que Satanás mismo nos obliga a pecar. El verdadero problema es sucumbir a la lujuria sin presentar batalla o sin desplegar los recursos espirituales que como personas liberadas por Cristo tenemos a nuestro alcance. Si realmente quieres ser libre de la lujuria, puedes serlo. Si la tentación te vence es porque quieres que te derrote. 

      Tras clarificar la idea de que si deseamos vencer a la lujuria, o cualquier otra tentación, es necesario tener voluntad para ello, Pablo despliega ante nosotros el antídoto contra la lascivia: la fidelidad de Dios. Dios promete que en la tentación Él estará para conducirnos en el transcurso de ella hasta vernos libres de sus venenosas asechanzas. Para ello disponemos de tres recursos que nos ayudarán a deshacernos de la lujuria: la oración, la fe y nuestra mirada puesta en Cristo.

       A través de la oración, rogamos a Dios que nos ayude en nuestra travesía por el desierto de la tentación, que se haga presente en aquellos instantes en los que nuestra debilidad y fragilidad nos traicionan, que nos fortalezca en nuestra voluntad por desechar la lujuria. Al respecto tenemos las palabras de Jesús a sus dormilones discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Marcos 14:38). 

       Por medio de la fe en Dios, somos capaces de confiar en que Dios nos auxiliará de forma maravillosa y oportuna, propiciando para nosotros, no solo el fin de la tentación, sino una madurez y experiencia necesarias para próximos ataques de Satanás, del mundo y de nuestra propia carne. 

       Cuando nos veamos acosados por las falsas promesas de placer instantáneo y de satisfacción perecedera, mirar a Cristo y considerar su vida deberá ser motivación más que suficiente como para abandonar cualquier intención de entregar nuestro cuerpo a la lascivia y la lujuria: “Considerad a aquel que sufrió tal cantidad de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado.” (Hebreos 12:3-4).

CONCLUSIÓN

      La lujuria y todos sus servidores abyectos seguirán intentando de nosotros que claudiquemos ante ellos, y para ello exhibirán la atractiva y seductora visión del placer prohibido. No dejes que la lujuria ensucie tu testimonio. Muchos cristianos, pensando y afirmando que eran hombres y mujeres de Dios perfectos e intachables, han rendido sus armas y su prestigio a la lujuria, aniquilando cualquier influencia que pudieran haber tenido sobre otros creyentes y avergonzando el nombre de Cristo cuando sus abusos sexuales e incalificables tendencias lascivas se han hecho públicos. Deja que sea Cristo el que te libere de la esclavitud de la lujuria para que tu deleite, placer y disfrute espiritual tengan su origen y meta en Cristo y solo en Cristo.

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