¿PARA QUÉ TRABAJAMOS?
SERIE DE
ESTUDIOS BÍBLICOS SOBRE EL TRABAJO “PRODUCTIVOS: ENCONTRANDO FELICIDAD EN LO
QUE HACEMOS”
TEXTO
BÍBLICO: 2 CORINTIOS 8:1-9
INTRODUCCIÓN
Si
preguntamos en una encuesta el porqué de trabajar, o cuáles son las
motivaciones particulares que llevan a una persona a desempeñar una tarea,
seguramente encontraríamos cientos de respuestas distintas. Hay personas que
trabajan para subsistir, otras para pagar sus deudas, otros para ahorrar en
previsión de futuros imprevistos, otros para conseguir un estatus social
holgado y prestigioso, otros para mantener a sus familiares, otros para
adquirir caprichos y deseos, otros para sustentar su imagen y otros por el
simple hecho de sentirse realizados, y así podríamos seguir con un largo
etcétera. Existen tantas motivaciones como personas en lo que respecta al
trabajo y a las ganancias que se derivan de éste. Es curioso que, a menudo, el
trabajo puede supeditarse a cómo se concibe el papel del dinero en la vida de
la persona. Así como vea la persona el rol del dinero, así trabajará. Teniendo
en cuenta que el dinero es moralmente neutro, es interesante notar que éste
puede medir detalladamente el estado espiritual del que lo tiene o administra
tras cobrar el salario o jornal.
Desde la
cosmovisión cristiana, el dinero ganado con el sudor de la frente es una
bendición más que el Señor da al creyente: “Acuérdate
del Señor tu Dios, porque Él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de
confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día.” (Deuteronomio
8:18); “El Dios vivo nos da todas las cosas en abundancia para que las
disfrutemos.” (1 Timoteo 6:17). El trabajo es un don que Dios ofrece al ser
humano y que se recoge como mandato privilegiado: “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra.” (Éxodo 20:9). El
trabajador recibirá la recompensa por sus esfuerzos y su sudor: “En toda labor hay fruto.” (Proverbios
14:23).
El que
holgazanea y se muestra perezoso es reprendido por el Señor, mostrando las
consecuencias de la molicie: “Perezoso,
¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco de
sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; así
vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado.”
(Proverbios 6:9-11). Si seguimos los pasos de los vagos, nada bueno podemos
sacar de ello: “El que labra su tierra
se saciará de pan; mas el que sigue a los ociosos se llenará de pobreza.” (Proverbios
28:19). Hay personas que prefieren seguir el camino fácil del latrocinio y
de apropiarse de lo que no es suyo ilícitamente, pero tarde o temprano tendrán
su castigo y deshonra. El que no quiere trabajar no ha de tener parte con
aquellos que sí hincan el lomo y luchan por conseguir lo necesario para vivir,
y que ven cómo los perezosos se tumban a la bartola mientras se meten donde no
les llaman: “Si alguno no quiere
trabajar, tampoco coma. Porque oímos que algunos de entre vosotros andan
desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A
los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando
sosegadamente, coman su propio pan.” (2 Tesalonicenses 3:10-12).
Básicamente, para el cristiano devoto cuatro han de ser las motivaciones
para ganar dinero y sustento por medio de sus trabajos: suplir las necesidades
de la familia y el hogar (1 Timoteo
5:8), pagar las deudas si las hubiese (Romanos
13:8), ahorrar para el futuro (Proverbios
21:20) y dar para la extensión del Reino de Dios y el auxilio de los
menesterosos. Este último es un privilegio sumamente valioso que muy pocos
creyentes hoy día consideran a la par que los demás móviles del trabajo, ya que
lo supeditan a lo que quede del jornal o salario tras cumplir con las demás
obligaciones. No se dan cuenta de que Dios promete prosperidad y abundancia en
su provisión cuando la hora de dar u ofrendar llega: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán
en vuestro regazo.” (Lucas 6:38); “En todo os he enseñado que trabajando así,
se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que
dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.” (Hechos 20:35); “El que siembra
escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente,
generosamente también segará.” (2 Corintios 9:6).
¿Cómo,
pues, hemos de considerar que nuestro trabajo contribuye sensiblemente al
sostenimiento de los siervos del Señor, a la transmisión del evangelio de
Cristo y a la provisión humanitaria de los más desfavorecidos de nuestra
comunidad, si no aprendemos que dar de lo que ganamos honradamente es un placer
y un inmenso privilegio? Pablo, hablando a los corintios por segunda vez, desea
que aprendan de la actitud generosa que las iglesias de Macedonia habían
exhibido al enviar a la necesitada iglesia en Jerusalén una ofrenda de amor.
Del mismo modo, el apóstol de los gentiles también quiere que nosotros sepamos
cuál ha de ser la equilibrada y sensata perspectiva acerca de dar como
creyentes.
A. DAR
VIENE MOTIVADO POR LA GRACIA DE DIOS
“Asimismo,
hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de
Macedonia.” (v. 1)
No damos
porque seamos la repera en términos filantrópicos o porque seamos súper-bondadosos.
En nuestra inclinación al pecado es mucho más fácil renunciar al hecho de
ayudar a los demás en favor nuestro. Damos porque somos agradecidos a Dios.
Damos de lo nuestro sabiendo que no es realmente nuestro, sino que ha sido
puesto en nuestras manos para administrarlo prudentemente y para dedicarlo a la
causa de Cristo y al socorro de los débiles y marginados. Damos de gracia
porque por gracia hemos sido salvos, y lo hacemos sabiéndonos canales de
bendición y misericordia divinos. Las iglesias macedonias no dieron sus
ofrendas para demostrar nada a los demás, sino que las dieron en agradecimiento
por la gracia recibida previamente.
B. DAR DEBE
HACERSE GOZOSA Y GENEROSAMENTE
“Que en
grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza
abundaron en riquezas de su generosidad.” (v. 2)
Las
iglesias macedonias no es que estuviesen boyantes en términos económicos y
financieros precisamente. Eran iglesias humildes que se hallaban presionadas
por circunstancias realmente difíciles como impuestos desmedidos, esclavitud,
persecución furiosa y miembros con un estatus socio-económico de perfil bajo.
Sin embargo, al saber de la necesidad de sus hermanos en Jerusalén, no tienen
en cuenta su complicada situación particular, y desean colaborar a pesar de
ella. No entregan sus ofrendas por miedo a que Dios los castigue o por temor a
disgustar al apóstol Pablo al que amaban profundamente o a regañadientes. Lo
hacen con sumo gusto y gozo, con alegría y júbilo, visualizando desde la
distancia todo el bien y la bendición que recaerá sobre sus hermanos en Jerusalén.
Su alegría al dar supera el dolor y la angustia de sus propias circunstancias,
ya que el Espíritu Santo está en medio de ellos.
Son
conscientes de su gran pobreza financiera, pero esto no les impide en absoluto
seguir confiando en la provisión de Dios para todo cuanto pudiesen necesitar en
el futuro. No esperan a reunir lo que les pueda sobrar tras saldar sus deudas o
tras solventar sus necesidades más perentorias y urgentes en sus comunidades de
fe, sino que dan abundantemente de lo poco que tienen como la viuda que ofrendó
aquellas pocas blancas en el Templo. Son ampliamente generosos conociendo la
promesa de su Señor Jesucristo: “El que
es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel.” (Lucas 16:10). No son
de la cuerda de Ananías y Safira, los cuales guardaron por si acaso una
cantidad de lo vendido mintiendo al Espíritu Santo, sino que, sin duplicidad ni
doblez de ánimo dan de corazón: “No
mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los
otros.” (Filipenses 2:4).
C. DAR DEBE
HACERSE SACRIFICADA Y VOLUNTARIAMENTE
“Pues doy
testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de
sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio
de participar en este servicio para los santos.” (vv. 3-4)
Pablo,
que tan bien conoce a las iglesias macedonias, da fe del espíritu sacrificado y
auténtico con el que han enviado las ofrendas a Jerusalén. Con sus propios ojos
constató que estas iglesias no estaban pasando por su mejor momento económico y
sociopolítico. Ante las dificultades y adversidades de las que estaban siendo
objeto no optan por arreglar primero sus problemas y situaciones complicadas,
sino que contra todo pronóstico deciden dar más de lo que podrían en primera
instancia entregar dadas las circunstancias. Se sacrifican por amor a sus
hermanos en la lejanía, ya que se sienten deudores agradecidos dado que son, de
algún modo, beneficiarios de la fe que comenzó precisamente en Jerusalén con
Jesús y sus apóstoles. No se sienten coaccionados, ni amenazados ni
presionados. Solo agradecidos y dispuestos voluntaria y libremente a dar de lo
que tienen y hasta de lo que no tienen. Tal es su pasión y anhelo por ayudar a
sus consiervos que ruegan e imploran a Pablo que les deje poder participar de
esta misión de amor y provisión. ¿Qué más podríamos decir de un espíritu así?
¡Ojalá pudiésemos volver a contemplar más historias de amor por las iglesias
más necesitadas! Seguramente Pablo intentaría, conocedor de la realidad macedonia,
convencerlos de mirar por ellos primero, pero no obstante, insisten hasta
persuadir al apóstol que los deje ayudar como parte de un privilegio que Dios
concede a los creyentes.
D. DAR ES
UN ACTO DE ADORACIÓN Y OBEDIENCIA AMOROSO
“Y no como
lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a
nosotros por la voluntad de Dios; de manera que exhortamos a Tito para que tal
como comenzó antes, asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia.
Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda
solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia.
No hablo como quien manda, sino para poner a prueba, por medio de la diligencia
de otros, también la sinceridad del amor vuestro.” (vv. 5-8)
Dar es un
acto de adoración y alabanza a Dios. Cuando ofrecemos parte de nuestras
ganancias a la obra de Cristo, estamos reconociendo nuestra entrega personal y
comunitaria a él. Si primeramente no existe la conciencia de sabernos de Dios,
es imposible que demos a los demás. Al darnos a nosotros mismos en sacrificio
fragante y agradable a Dios, somos capaces de administrar correcta y sabiamente
aquellos fondos y ofrendas que la comunidad de fe recoge del corazón. Nuestro
sacrificio espiritual debe concretarse en una entrega material en virtud del
sacerdocio del que hemos sido investidos por nuestro Señor y Salvador: “Vosotros también, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.” (1 Pedro 2:5). Las
iglesias macedonias, sabiendo además que al someterse bajo la soberanía divina
suponía cumplir los designios de Dios, no dudan en obedecer todas las
instrucciones que Pablo y sus colaboradores, entre los que se encontraba Tito,
les dan sobre la oportuna y eficaz gestión de las ofrendas de gracia
entregadas. Entienden que son siervos de Dios confiables al cien por cien y que
reciben del Señor un mandato de auxilio a Jerusalén del cual tendrán que dar
cuenta en el postrer día: “Obedeced a
vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas,
como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose,
porque esto no os es provechoso.” (Hebreos 13:17).
Pablo
conoce perfectamente qué clase de comunidad de fe es la macedonia. Por ello,
ante la petición de ayuda a la iglesia en Jerusalén, apela a las virtudes y
dones que sobreabundan en los corazones macedonios. Reconoce y alienta la fe
inquebrantable que han depositado en el Señor, aplaude el hecho de ser una
iglesia cuya enseñanza se halla en sintonía con el mensaje apostólico y
evangélico, honra la practicidad de su fe, la cual no se circunscribe a lo
puramente teológico o teórico, sino que se constata claramente en sus santas
conductas, alaba su solicitud, su apasionamiento espiritual y su dedicación
pronta a los necesitados, y por último, admira su amor, un amor que se acerca
al original de Dios, un amor que se sacrifica a sí mismo a favor de los menesterosos.
Tras esta enumeración de facetas positivas de la comunidad de fe macedonia,
Pablo espera con gozo y confianza que se unan a la tarea humanitaria que tienen
por delante. El apóstol sabe que “obras
son amores y no buenas razones”, por lo que en la respuesta de la iglesia
macedonia, podrá calibrar el alcance magnífico y desprendido del amor que éstos
profesan al apóstol, a sus colaboradores y a los famélicos hermanos de
Jerusalén.
CONCLUSIÓN
El
ejemplo y testimonio de las iglesias macedonias nos ayudan a comprender que el
fruto de nuestro trabajo no solo se limita a la esfera de lo privado y
personal. El producto del sudor de nuestra frente también posee su dimensión
comunitaria, humanitaria y evangelizadora. Pensar que nuestro salario o jornal
es algo que nos pertenece únicamente a nosotros y que nosotros lo habremos de
administrar sin considerar la misión de la iglesia, supondrá no haber entendido
lo que significa vivir de acuerdo a la soberanía de Dios y de acuerdo al amor
hacia el prójimo: “Si alguno dice: Yo
amo a Dios, y aborrece al su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su
hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y
nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su
hermano.” (1 Juan 4:20-21).
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