LA PROSPERIDAD SEGÚN DIOS
SERIE DE
ESTUDIOS “PRODUCTIVOS: ENCONTRANDO FELICIDAD EN LO QUE HACEMOS”
TEXTO
BÍBLICO: 2 CORINTIOS 9:6-13
INTRODUCCIÓN
La
prosperidad económica y financiera siempre ha sido parte de la búsqueda que el
ser humano ha intentado por conseguir la felicidad absoluta. Siempre ha
entendido que con dinero, posesiones y propiedades se puede vivir bien, sin
trabajos ni preocupaciones. Este afán por acumular en vida riquezas y poder se
ha convertido en la máxima aspiración que la gran mayoría de seres humanos
tiene hoy día. Vivimos tiempos en el que el capitalismo feroz, el consumismo
exacerbado y el materialismo obsesivo son metas que todos quieren alcanzar para
ver cumplidos sus deseos y sueños. De ahí que incluso los juegos de azar, las
apuestas deportivas y las loterías se aprovechen de esa necesidad imperiosa por
lograr una holgura económica que les permita no vivir con el agua al cuello de
las deudas o inmersos en las arenas movedizas de hipotecas y préstamos. Y qué
diríamos de la corrupción política que en estas fechas nos remite a la avaricia
y la codicia más insolidaria de dirigentes y funcionarios públicos que no se
conforman con lo que ya se les paga, que no es poco, precisamente.
Hoy día
el dinero lo mueve absolutamente todo y sin el vil metal prácticamente la
supervivencia es una quimera. Por supuesto, el hecho de adquirir grandes
ganancias y beneficios financieros en la vida no siempre presupone sosiego y
tranquilidad en la vida. Es más, en el anhelo por conseguir más dinero se puede
perder todo lo demás. Se pierde la paz, puesto que siempre se está alerta ante
los amigos de lo ajeno que acechan a los que mueven dinero; se pierde la razón,
dado que el amor al dinero provoca una locura insana en la que se puede llegar
al suicidio; se pierde la confianza en los demás, puesto que ya no sabes si te
aprecian por quién eres de verdad o por tus lujos y dádivas. En definitiva, esa
imagen que todos tenemos de un multimillonario viviendo a todo tren y
disfrutando de las cosas buenas de la vida, si rascamos un poco la superficie,
se revelará como un espejismo que oculta toda una existencia triste, solitaria
y vacía. Muchos de los que han podido probar las mieles del éxito y la
prosperidad material, en sus biografías al final han constatado, de igual modo
que el rey Salomón, que “todo es vanidad
de vanidades.”
Pero el
problema actual que atañe a las iglesias cristianas es que esa mentalidad
materialista y de prosperidad financiera se ha metido hasta la cocina de
nuestras comunidades de fe. Movimientos como el de Palabra de Fe o del
Evangelio de la Prosperidad se han infiltrado entre las filas de creyentes
bíblicos para trastocar y tergiversar una verdadera visión de lo que es ser
próspero según el evangelio de Cristo. Estas zorras rapaces se han introducido
en las iglesias para asegurar a sus miembros, entre otras cosas, que son
herederos de la prosperidad material con que Dios bendijo a Abraham, que el
sacrificio expiatorio de Cristo engloba, además de la salvación espiritual, una
prosperidad material y una sanidad física aquí en la tierra, que existe una ley
de compensación en la que si se da, Dios multiplicará esa ofrenda por diez,
cien o mil, que la fe es una energía que cada cristiano puede cultivar y crear
para conseguir todo lo que se proponga, o que a través de la oración podemos
obligar a Dios a que nos dé exactamente lo que pedimos, sin importar si es un
capricho, una absurdez o un deseo alocado. Mientras tanto, estos falsos
evangelistas se llenan los bolsillos con las ofrendas desesperadas de sus
adeptos y se entregan al dolce far niente en sus yates y aviones particulares. Ante
este panorama que desgraciadamente está más extendido de lo que pensamos y más
cercano de lo que nos imaginamos, es necesario acudir a la Palabra de Dios para
poder discernir en ella la auténtica dimensión de lo que es la genuina
prosperidad según Dios.
Pensar que
solo los verdaderos cristianos prosperan económicamente supone un grave
atentado al sentido común y a los principios rectores del Reino de Dios. Por
supuesto que hallamos a personajes bíblicos que son bendecidos con grandes
fortunas y riquezas, pero esto no indica que sea algo que pueda generalizarse o
extrapolarse sin atender al resto de creyentes que tuvieron que pasar por
terribles estrecheces económicas, por hambre y por carencias de todo tipo. ¿Qué
podríamos decir de Jesús que dijo en una ocasión que no tenía ni siquiera un lugar
propio donde poder pernoctar tras cada intensiva sesión de enseñanza y
prodigios? ¿O qué diríamos de la iglesia en Jerusalén, la cual tuvo que
solicitar socorro urgente al resto de iglesias de Asia Menor y Europa?
Considerar que la fe se mide en términos económicos solo puede llevar a la
marginación, a la injusticia y a la frustración. Por eso, en las palabras de
Pablo que dirige a sus correligionarios en Corinto, quiere dejar muy claras sus
instrucciones y lecciones sobre el premio que Dios da a la generosidad, no a la
recompensa por ser ambiciosos y amadores de las riquezas terrenales.
A. LA LEY
AGRÍCOLA DE CAUSALIDAD
“Pero esto
digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra
generosamente, generosamente también segará.” (v. 6)
A través
de una imagen perfectamente reconocible y asumible por cualquier agricultor de
la época, el apóstol Pablo desea afirmar una ley que puede reconocerse en la
propia naturaleza. La escasez y la generosidad se encuentran aquí como antagonistas.
En términos espirituales podríamos entender que la insolidaridad, la avaricia y
la mezquindad se pagan con menores beneficios, mientras que la liberalidad y
generosidad del alma se ven como una inversión de futuro que dará réditos
extraordinarios, y que éstos volverán a dedicarse a la reinversión en los más
necesitados, y así sucesivamente hasta estar en la presencia del Señor. No se
trata del importe de lo que damos, sino de la actitud del corazón. No se trata
de “da 100 euros que el Señor te lo multiplicará
por 10” como si de un plan de inversiones bancario se tratase. Esto es una
barbaridad teológica en toda regla. Pretender que Dios es un consultor
financiero más que se dedica a negociar sobre tu dinero, es convertir a Dios en
un empleado a nuestro servicio. A menudo, aquellas bendiciones de las que somos
objeto por ser generosos con los más desfavorecidos, son más espirituales que
materiales. Pero como lo espiritual en este mundo está completamente devaluado,
siempre es más fácil predicar que Dios te devolverá con creces el dinero que
ofrendas sin importar la razón o el motivo de porqué lo haces.
B. LA
VERDADERA PROSPERIDAD ES SENTIRNOS AMADOS POR DIOS
“Cada uno
dé como propuso en su corazón; no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios
ama al dador alegre.” (v. 7)
A la
hora de ofrendar o de dar es preciso preguntarnos a nosotros mismos cuál es la
motivación principal que nos impulsa a hacerlo. Pablo nos transmite en este
versículo dos puntos de reflexión al respecto. Primero: ¿Qué hay en nuestro
corazón que nos lleve a dar? El corazón, como asiento de la voluntad, las
intenciones y los pensamientos, debe darnos cumplida respuesta a esta pregunta.
¿Voy a ofrendar porque es lo que se supone que debo hacer? ¿Doy para acallar mi
conciencia y para redimir mis culpas? ¿Doy como consecuencia de una tradición o
de una obligación personal? ¿Ofrendo para que vean los demás lo santo y
entregado que estoy a la causa de Cristo? ¿O lo hago para auto-convencerme de
mi bondad particular? Segundo: ¿Qué clase de sentimiento acompaña a mi decisión
de ofrendar? ¿Lo hago a regañadientes para que nadie pueda juzgarme o tacharme
de insolidario? ¿Lo hago con amargura porque podría emplear ese dinero para
comprarme algún capricho? ¿Lo hago con alegría porque sé que será de bendición
para alguien que lo necesita más que yo? ¿Ofrendo gozosamente porque me deleito
en cumplir la voluntad de Dios?
La
verdadera prosperidad no se encuentra en ver multiplicado nuestro dinero
entregado voluntariamente. El auténtico placer y privilegio al dar es sentir
que Dios nos ama cuando reconoce en nuestra motivación e intención una actitud
de alegría a la vista del bien que podemos hacer a favor de los demás y de la
extensión del evangelio. Dios no puede manifestar su amor a un creyente que
hace las cosas renuentemente o con desgana, puesto que esto solo evidencia una
falta de amor por el prójimo ciertamente preocupante y que desdice a su vez el
grado de adhesión que este triste creyente tiene a la obra de Dios. Dios
derrama su amor sobre aquellos que muestran un talante alegre a la hora de dar,
y esta es la única prosperidad que vale la pena buscar y atesorar, su agrado y
reconocimiento.
C. LA VERDADERA
PROSPERIDAD ES SER AGENTE DE LA GENEROSIDAD DE DIOS
“Y poderoso
es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo
siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra;
como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para
siempre. Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y
multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia,
para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por
medio de nosotros acción de gracias a Dios.” (vv. 8-11)
Desde el
derramamiento del amor de Dios para con el dador alegre puede comprenderse lo
que a continuación Pablo enseña. Si damos generosamente y de corazón, hará que
en nosotros exista abundancia de toda clase de dones espirituales y que
nuestras vidas tengan siempre todo lo necesario para practicar el
contentamiento material. Aquí podemos comprobar como no todas las gracias o
bendiciones que Dios nos da son siempre materiales. De hecho, Pablo señala muy
acertadamente que lo espiritual se halla en un nivel superior a las meras
riquezas terrenales cuando afirma que la provisión de Dios se ciñe en sus
mínimos a la suficiencia de recursos de primera necesidad como ropa, abrigo y
comida. El apóstol sabía perfectamente de qué estaba hablando, dada toda una
trayectoria vital en la que primaba siempre el contentamiento y no el deseo de
acaparar y atesorar bienes materiales.
El Señor
nos da y entrega todas estas increíbles bendiciones y su promesa de velar
siempre por nuestras necesidades con una finalidad. Esta finalidad se resume en
seguir manteniendo la alegría en posteriores ofrendas y en continuar
perseverando en la generosidad para con los menesterosos del mundo, y en
especial de las iglesias en situación crítica. El que recibe amplias
bendiciones materiales y espirituales de Dios no dejará de seguir ayudando y
auxiliando a los más desprotegidos de su entorno. Aunque es posible dar sin
amar, lo que no es coherente es amar sin dar y darnos a los demás. Dios, como
dueño y señor de todas las cosas que existen, siempre proveerá aquello, que en
su sabiduría y soberanía, sabe que podrá ser empleado para el sustento propio y
para que la liberalidad sea parte de la justicia que motiva cada uno de
nuestros actos. Podríamos decir que somos receptores, agentes y canales de la
generosidad divina, y que en la correcta administración y gestión de los
recursos que el Señor nos ofrece, muchos podrán dar gracias a Dios por haber
sido atendidos en sus horas más bajas y oscuras. A través de las ofrendas de
las iglesias macedonias y de la corintia, la iglesia en Jerusalén podría alabar
y agradecer a Dios su cuidado espiritual y su sostén material. Esta es la
verdadera prosperidad, sentirnos parte integrante de la generosidad divina para
con los más desfavorecidos de entre nosotros.
D. LA
VERDADERA PROSPERIDAD ES GLORIFICAR A DIOS
“Porque la
ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta,
sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la
experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que
profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución
para ellos y para todos.” (vv. 12-13)
La meta
que debía conseguirse con esta ofrenda dirigida a los hermanos de Jerusalén era
la de proveer fondos para comprar comida, ropa y otros menesteres de primera
necesidad. Pablo para animar y celebrar la generosidad de los corintios tras
varios encontronazos con los falsos maestros que querían poner en duda los
motivos de Pablo al solicitar esta ofrenda, les presenta la imagen de hermanos
y hermanas que en la lejanía se mostrarían sumamente agradecidos, tanto a ellos
como congregación dadivosa, como a Dios. En ese deseo de agradar a Dios
cumpliendo con los mandamientos de provisión al hermano en tiempos de crisis,
los corintios podrían demostrar que su misión y obediencia estaban
profundamente ancladas en Cristo y en su evangelio de justicia social, amor
fraternal y respaldo de la extensión del Reino. En esa declaración de
intenciones y de principios, Dios ciertamente sería glorificado como la fuente
y origen de la generosidad corintia y como sustentador amoroso de sus iglesias.
La
contribución corintia, al igual que la nuestra, al dar y darnos, siempre va a
manifestar la gloria de Dios a través de la gratitud y la alabanza. La
verdadera prosperidad siempre se mostrará como un instrumento más de adoración
y exaltación de Dios, y nunca como un elemento que nos aúpe a nosotros a cotas
de poder desmedido o a derrochar y dilapidar escandalosamente lo que Dios ha
puesto en nuestras manos con el fin de gestionarlo en una mayordomía sensata y
cabal. Desgraciadamente, aquellos falsos predicadores y apóstoles del evangelio
de la prosperidad demuestran con demasiada frecuencia y de manera extravagante
y escandalosa que las ofrendas de sus acólitos solo sirven para seguir
engrosando sus cuentas corrientes y para continuar adquiriendo espaciosas
mansiones y carísimos placeres carnales.
CONCLUSIÓN
La
prosperidad que vale la pena considerar y anhelar es aquella que procede
directamente de la soberana mano de Dios. Sentirnos amados por Él, ser parte
activa del alivio y solución de las necesidades de otros hermanos y hermanas, y
poder agradecer a Dios que nos siga dando lo suficiente como para seguir siendo
generosos con los demás, es una visión muy distinta de ese falso evangelio que
retuerce el brazo a Dios y reclama sus promesas de prosperidad sin tener en
mente más que el bienestar propio y vivir del cuento a costa de la fe de los
demás. Que no te engañen: tu prosperidad es Dios, y nada podrás encontrar en
esta vida que te dé más felicidad o satisfacción que servirle a Él y a los que
pasan por necesidad.
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