SU TIEMPO, NO EL MÍO
SERIE DE
SERMONES SOBRE MAYORDOMÍA INTEGRAL “SUYO, NO MÍO”
TEXTO
BÍBLICO: EFESIOS 5:15-17
INTRODUCCIÓN
La tan
manida frase que resume con simplicidad la realidad del valor del tiempo
siempre suele aparecer cuando las horas nos faltan y los minutos se escurren
entre nuestros dedos: “El tiempo es
oro”. Otra expresión que generalmente se atribuye al tiempo es aquella que
ya se acuñó en la antigüedad: “Tempus
fugit” o “el tiempo corre veloz.”
¿En cuántas ocasiones no hemos empleado estas y otras frases para hablar de lo
fugaz de la vida o de una correcta administración de la jornada? El tiempo es
un bien cada vez más escaso; no tanto por la falta o ausencia de éste, sino por
la calidad de este tiempo. El tiempo dedicado a las diferentes tareas y asuntos
que siempre tenemos entre manos suele parecernos con cada año que cumplimos
menos duradero. Es como si cada minuto se lanzase a la carrera dejando a su
paso intranquilidad, desazón y sensación de oportunidades perdidas. El tiempo
dictamina su ritmo incansable sobre nuestros quehaceres y a menudo suspiramos
deseando días de 36 o 48 horas para llevar a término nuestras ocupaciones y
proyectos.
No cabe
duda de que el tiempo es un don de Dios. Es un regalo que demuestra nuestra
finitud y límites, pero que también nos trae alegres e inolvidables momentos
que poder recordar echando la vista atrás. La relatividad del tiempo que
disponemos parece alargarse cuando el dolor hace su nido en nuestros cuerpos y
almas, y parece acortarse cuando disfrutamos de una buena compañía, de un
inmejorable libro o de un amor recién descubierto. El tiempo muestra su lado
amargo cuando siega la vida y enseña su lado dulce cuando las cosas suceden
cuando deben suceder. En definitiva, todos estamos hechos de tiempo y la
realidad se rige por los principios naturales que Dios determinó para con su
creación. Si se sabe vivir el tiempo, éste será bondadoso con nosotros, pero si
despilfarramos y dilapidamos el tiempo del que disponemos en esta vida, éste
nos pasará la cuenta de nuestra alocada manera de caminar por este mundo. El
salmista dejó constancia de la dimensión temporal en la que nos movemos y
somos: “Hazme saber, Señor, mi fin, y
cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis
días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es
completa vanidad todo hombre que vive. Ciertamente como una sombra es el
hombre; ciertamente en vano se afana; amontona riquezas, y no sabe quién las
recogerá.” (Salmo 39:4-6).
Pablo no
olvida en este pasaje de Efesios la importancia tan grande que el tiempo tiene
en la vida del creyente en particular, y de la humanidad en general. Como parte
de una conducta transformada como es la del creyente en Cristo, y como
luminares en este mundo que deben, no solo ser santos, sino también parecerlo,
el apóstol advierte a todos los cristianos de la incorrecta e insensata gestión
del tiempo. Por eso, Pablo comienza advirtiéndonos acerca de cómo hemos de
administrar nuestro tiempo dado los tiempos tan duros, crueles y difíciles por
los que todos estamos pasando en esta tierra: “Mirad” (v. 15). “Estad alerta, no os descuidéis ni despistéis, no
dejéis de pensar en esto”, es el consejo que Pablo nos ofrece desde el eco de
casi veinte siglos de historia. Si Pablo pone el acento en lo que va a decir a
continuación, como mayordomos de lo que Dios ha colocado en nuestras manos, no
cometamos el error de pasar de largo por estas palabras de sabiduría que
proceden del Señor mismo.
A. UNA
BUENA MAYORDOMÍA DEL TIEMPO IMPLICA DILIGENCIA EN LA CONDUCTA
“Mirad,
pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios.” (v. 15)
¿Qué
significa ser diligentes? La definición del diccionario es la siguiente: “Persona que pone mucho interés, esmero,
rapidez y eficacia en la realización de un trabajo o en el cumplimiento de una
obligación o encargo.” La palabra original griega habla de ser cuidadoso y
exacto a la hora de mirar, examinar o investigar algo poniendo todos los
sentidos en modo alerta. Nuestra trayectoria vital debe ser diligente,
observando dónde ponemos nuestro próximo paso, siendo sensatos antes que
necios. El cristiano que vive para ser diligente en su caminar diario, no se
deja llevar por las pasiones desaforadas ni por los impulsos engañosos del
corazón, sino que emplea la razón para verificar y cuidar con esmero sus
decisiones y elecciones. Escoge con la seguridad de que Dios le va a dar la
sabiduría necesaria para afrontar los peligros y amenazas, para gestionar
correctamente las oportunidades y para administrar sin margen de error su día a
día.
Ser necio
implica derrochar el tiempo en memeces, en trivialidades, en disfrutes efímeros
y vanos, en tonterías que te atrapan la concentración de tal modo que dejas de
lado tus responsabilidades y deberes. Ser un insensato en relación al tiempo es
dejarse llevar por superficialidades o encantadoras atracciones que prometen
disfrute y placer, mientras abandonamos el verdadero tiempo de calidad que
Dios, la familia y la comunidad de fe ofrecen. Nosotros un día fuimos así: “Porque nosotros también éramos en otro
tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y
deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros.” (Tito 3:3). En Cristo ya estamos dejando de
vivir en la banalidad para invertir nuestro tiempo sabiamente: “Para que los que creen en Dios procuren
ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres.” (Tito
3:8). Nuestro tiempo ahora tiene otras prioridades que alimentar, unas
prioridades que no son una pérdida lamentable de tiempo porque forman parte del
verdadero propósito que Dios tiene para el tiempo que nos ha regalado.
B. UNA
BUENA MAYORDOMÍA DEL TIEMPO IMPLICA SABER EN QUÉ TIEMPOS VIVIMOS
“Aprovechando
bien el tiempo, porque los días son malos.” (v. 16)
La
realidad de nuestros tiempos no es más halagüeña que la de los tiempos de
Pablo. Vivimos una época en la que las tinieblas de la perversión y del pecado
se están espesando a marchas forzadas. Nuestra sociedad poco a poco va
arrebatándonos el tiempo del que disponemos por medio de una cultura que se
basa fundamentalmente en el lema “carpe
diem”, o “vive el presente”. El
futuro es tan negro que la juventud ha decidido dejar de pensar en el porvenir
para concentrarse únicamente en el presente. Esto supone disfrutar a tope de
todo lo que tengan a mano: relaciones sexuales imprudentes, drogas de diseño y
sustancias que les provoquen placer inmediato sin importar las secuelas,
conductas delictivas y autodestructivas ante un futuro sin salidas ni
oportunidades… Este es el formato de aprovechar el tiempo que también siguen los
adultos, involucrándose en una carrera feroz por lograr vivir lo mejor posible
sin importar los medios que les aúpen a
ello. Aprovechar el tiempo según la idea contemporánea que se tiene de esto,
está muy alejada de una sabia y diligente mayordomía del tiempo.
Otro
enemigo de la oportuna mayordomía del tiempo es la pereza. Es preciso
despertarnos del letargo de la pereza que a veces nos vence para aprovechar
bien el tiempo. En Proverbios aprendemos a valorar la experiencia del insensato
para no caer en sus errores: “Pasé junto
al campo del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de
entendimiento; y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, ortigas
habían ya cubierto su faz, y su cerca de piedra estaba ya destruida. Miré, y lo
puse en mi corazón; lo vi, y tomé consejo. Un poco de sueño, cabeceando otro
poco, poniendo mano sobre mano otro poco para dormir; así vendrá como caminante
tu necesidad, y tu pobreza como hombre armado.” (Proverbios 24:30-34). Del
mismo modo, la ociosidad, de la cual el rey David podría darnos testimonio de
sus nefastos efectos, suele también afectarnos a nosotros provocando más males
que bienes, malgastando el tiempo en necedades. Pablo tuvo que acotar este tipo
de prácticas ociosas en la persona de las viudas jóvenes: “Y también aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no
solamente ociosas, sino también chismosas y entremetidas, hablando lo que no
debieran.” (1 Timoteo 5:13).
¿Cómo
podemos combatir contra estos tres adversarios de la sensata mayordomía de
nuestro tiempo? Primeramente, siendo disciplinado en la asignación de tiempo a
nuestras prioridades como creyentes. Hemos de procurar apartar un tiempo y
espacio para nuestra adoración y devoción a Dios, del mismo modo que hacía el
propio Jesús: “Levantándose muy de
mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba.” (Marcos 1:35). Es preciso atender a nuestra familia en todas sus
necesidades, ayudar a los menesterosos y necesitados, trabajar para el sustento
diario y disfrutar del día de reposo que Dios mismo estableció desde tiempos
inmemoriales: “Así que, según tengamos
oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe.”
(Gálatas 6:10). Y en segundo lugar, resulta muy útil planificar cada día
con un horario práctico y flexible que permita que todo lo que deba hacerse en
la jornada sea llevado a cabo con orden, eficacia y eficiencia.
C. UNA
BUENA MAYORDOMÍA DEL TIEMPO ES BUSCAR SIEMPRE LA VOLUNTAD DE DIOS PARA CADA
INSTANTE
“Por tanto,
no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor.” (v.
17)
La mejor
forma de no equivocarse en el ejercicio de la mayordomía del tiempo es
consultar a Dios de qué modo podemos aprovechar mejor cada día. Cuando sus
prioridades son las nuestras el tiempo cundirá como es debido y nosotros lo
notaremos positivamente. La voluntad de Dios nos muestra que una de nuestras
prioridades, sino la mayor, es traer a los pies de Cristo a aquellos que
todavía no han conocido de su evangelio de salvación: “Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento
de la verdad.” (1 Timoteo 2:4). Otra de las prioridades que debemos dar a
nuestro tiempo es la de buscar cada día ser llenos del Espíritu Santo: “Antes bien sed llenos del Espíritu.”
(Efesios 5:18). Buscamos la voluntad de Dios dejándonos moldear por su
Espíritu Santo y su obra santificadora, lo cual redundará en una gestión más
bendecida de nuestro tiempo: “Pues la
voluntad de Dios es vuestra santificación.” (1 Tesalonicenses 4:3).
Jesús
debe ser siempre nuestro modelo a la hora de obedecer la voluntad de Dios: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo,
sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo
hace el Hijo igualmente.” (Juan 5:19). Para él no había otra cosa que
cumpliese a la perfección el tiempo que le había sido dado sobre la faz de la
tierra que consumar sus designios: “Mi
comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra.” (Juan
4:34). Así debe ser también para nosotros: anhelar emplear nuestro tiempo
al servicio de Dios. La Palabra de Dios nos habla con claridad acerca de los
propósitos que Dios ha decretado para nuestro tiempo; solo debemos plegarnos a
su sabio consejo y guía por medio de la voz de sus Escrituras y por medio de la
acción de su Espíritu Santo.
CONCLUSIÓN
Nuestro
tiempo no es nuestro. Creemos que es así, pero no. El tiempo es un obsequio de
Dios para el ser humano que debe ser tratado y empleado de manera diligente y
sabia. Desde estas líneas quisiera pedirte que hagas un breve examen del tiempo
que pasas con Dios, de los instantes que inviertes en tu familia, de los
momentos que dedicas a congregarte con tus hermanos en la fe, de las horas de
trabajo que realizas y del tiempo que se va por el desagüe cuando lo usas
incorrectamente para prestar atención a cuestiones que solo dan problemas y te
roban momentos que podrías haber empleado beneficiosamente en cosas realmente
útiles. Dios te va a pedir cuentas de este tiempo malgastado cuando comparezcas
ante el tribunal de Cristo. ¿Por qué no pones en orden tu tiempo para vivir
acorde a la voluntad perfecta y bienaventurada de Dios?
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