MENSAJE A PÉRGAMO


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “CARTAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 2:12-17 

INTRODUCCIÓN 

       Todos hemos ido descubriendo la manera en la que el Covid-19 ha ido propagándose a lo largo y ancho del mundo. Poco a poco nos hemos llegado a convertir en auténticos conocedores de las diferentes formas en las que el coronavirus puede llegar a contagiarse, de los métodos empleados para prevenir estos contagios y de las medidas que debemos tomar una vez sabemos o intuimos que la enfermedad se está incubando o desarrollando en nuestros propios cuerpos. La capacidad de transmisión que tiene este virus, sobre todo con las nuevas cepas que han ido apareciendo con las mutaciones, es tan alta que en un breve periodo de tiempo muchas personas han sido infectadas irremediablemente. Las autoridades civiles y médicas han hecho hincapié en la necesidad de ser cautos, de evitar las aglomeraciones y la proximidad social, de ponernos las mascarillas y de lavarnos las manos con frecuencia, a fin de que, esta propagación pudiera menguar y la enfermedad pudiera ser manejada con mejores garantías, tal vez no de erradicación, pero sí al menos de control de las consecuencias nefastas que para unos ciertos colectivos pueden llegar a ser letales. Hemos tenido que restringir movimientos, interacciones sociales, reuniones, masificaciones, todo para lograr doblar curvas de contagio y de mortandad. 

     Así trabajan los virus y las enfermedades. De forma prácticamente invisible, diminutas partículas que parecen inofensivas fuera de nuestro organismo, tienen la capacidad increíble de reproducirse vertiginosamente dentro de nuestro cuerpo hasta llegar a colapsar todas nuestras funciones vitales. Unas enfermedades son más lentas y otras más rápidas en su diseminación y reproducción, pero al final, toda nuestra anatomía se resiente por completo. A veces, somos nosotros mismos los que permitimos la entrada de estos intrusos biológicos, otras veces no somos lo suficientemente precavidos en nuestra protección, y otras, somos víctimas de estos ataques víricos por la negligencia de otras personas. De ahí que los rastreadores de Covid-19 sean tan importantes a la hora de acotar el marco de acción de esta enfermedad pandémica. Lo cierto es que hemos podido comprobar que muchas personas han hecho caso omiso de las advertencias y leyes, que muchos individuos incluso se han expuesto voluntariamente a esta enfermedad y que otros tantos, negando la realidad científica y médica, se hayan contagiado por pura insensatez. 

      Como todos sabemos, la iglesia también es un organismo vivo. Es un cuerpo espiritual cuya cabeza es Cristo. Todos y cada uno de los que componemos este cuerpo somos miembros los unos de los otros, y, por tanto, si un virus en forma de falsa enseñanza o de viento doctrinal malévolo infecta a uno de nuestros componentes, esto puede desembocar en una enfermedad intraeclesial que afectará a la comunión fraternal, a la autoridad pastoral, a la enseñanza bíblica y a la concordia que se presume de una comunidad de fe que sigue al Señor. Todos, o la mayoría, hemos tenido que contemplar con pena en algún momento de nuestra vida cristiana, cómo determinadas personas han infiltrado ciertas ideas que chocan frontalmente con una interpretación bíblica equilibrada y sensata.  

       Hemos sido testigos de lo que es capaz de provocar una tendencia que no se sostiene cuando se contrasta con las Escrituras, y cuando esta tendencia se ha convertido en una condición sine qua non para ser miembro espiritual de la iglesia. Hemos observado, tristemente, la proliferación dentro del seno de la congregación de conceptos que han pasado por súper espirituales, pero que no tienen base alguna en la Palabra de Dios. Y si los que lideran y velan por la armonía de la iglesia y por la pureza de la doctrina, dejan que estas corrientes perniciosas se extiendan sin control en el torrente sanguíneo de la comunidad de fe, el colapso, la división o la desaparición de esta congregación es solo una cuestión de tiempo. 

1. LA ESPADA DE CRISTO 

      La iglesia en Pérgamo se estaba enfrentando precisamente a esta situación. Cristo debe comunicarse con este grupo de creyentes por medio de Juan para que entren en razón y pongan más énfasis en abortar en lo posible cualquier amenaza doctrinal que pudiera estar teniendo lugar en la iglesia. Por eso comienza esta carta dejando claro quién es él: Escribe al ángel de la iglesia en Pérgamo: El que tiene la espada aguda de dos filos dice esto.” (v. 12) 

      La imagen de Cristo que Juan ya había descrito en la visión inicial de Apocalipsis vuelve a aparecer con un propósito definido e inspirador. El simbolismo de esta espada de dos filos que aparece entre los labios del Redentor es una evidencia prístina de la autoridad y de la verdad que solo Cristo posee. Desde su autoridad, significada por esta espada tracia que se empleaba fundamentalmente en las cargas de caballería de la época en la que Juan escribe estas cartas, Cristo es el que marca el estándar de lo que es revelación de Dios, de la interpretación que de esta debe hacerse en el contexto estricto de su entrega y escritura, y de lo que debe enseñarse en el ámbito pedagógico de la iglesia.  

      Desde su verdad, traducida aquí por esos dos filos que cortan sin impedimentos cualquier obstáculo que se le presente, Cristo es el que da discernimiento a los pastores y ancianos de sus iglesias para impedir la entrada de falsos maestros y profetas, el que otorga la capacidad de dirimir cualquier conflicto derivado de disparidad de criterios interpretativos de la Palabra de Dios a los maestros de la congregación, y el que desnuda a los que se consideran apóstoles suyos, pero que no lo son, y a los que dicen ser creyentes, pero están muy lejos de serlo a tenor de sus comportamientos éticos y de sus expresiones anticristianas. 

     Tengamos en cuenta que Pérgamo era una ciudad de suma importancia para la religión imperial dentro del Imperio Romano. Residencia del gobernador romano de la provincia de Asia, se había convertido en el centro religioso de aquella amplia zona, dando cabida a templos erigidos en honor a Zeus, a Atenea, a Dionisos y a Asclepio. Pero lo que más caracterizaba la vida espiritual de esta gran capital era el culto al emperador romano. En el año 29 a. C., se construye por primera vez un templo al primer emperador de Roma, Augusto César, dando pie a subsiguientes adoraciones a sus sucesores en el trono imperial con la edificación de tres templos más para otros tantos emperadores. Podríamos decir que Pérgamo era el centro neurálgico de una religión imperial que no toleraba la exaltación de otros dioses por encima de la honra que debía darse al supremo dirigente de Roma. No sería fácil formar parte de esta iglesia cristiana, prácticamente en la clandestinidad, y a caballo entre el mundo y Cristo. La autoridad terrenal podía tenerla el emperador de turno, pero en realidad, quien detentaba la auténtica soberanía universal era Cristo, siempre por encima de cualquier mortal que se arrogara la prerrogativa de ser considerado una divinidad. 

2. EN EL CENTRO DEL MAL 

      Cristo elogia a esta iglesia, dadas las circunstancias tan duras y complejas por las que pasaría en el día a día en relación a las diferentes obligaciones que los ciudadanos de Pérgamo debían cubrir en cuanto a la glorificación del César: “Yo conozco tus obras y dónde habitas: donde está el trono de Satanás. Pero retienes mi nombre y no has negado mi fe ni aun en los días en que Antipas, mi testigo fiel, fue muerto entre vosotros, donde habita Satanás.” (v. 13) 

      La iglesia en Pérgamo estaba cumpliendo con el llamamiento de Cristo sin fisuras. Todo ello, teniendo en cuenta que el mismo Señor reconoce que fundar una comunidad de fe cristiana en un lugar como era Pérgamo, era sinónimo de amenazas constantes, de persecuciones cotidianas y de delaciones permanentes. Si alguien conocía a alguno de los miembros de esta iglesia, y sabía que no estaba obedeciendo cualquier estipulación referente a la adoración imperial, este estaba en disposición de denunciarlo. La pena, tal y como comprobamos en la persona de Antipas, era la misma muerte. El martirio en esta ciudad sería terrible y numeroso. El trono de Satanás, esto es, el mismo núcleo del mal personificado en la autoridad imperial, estaba arraigado en la sociedad pergamena de una forma total. Por eso no es de extrañar que, hermanos en Cristo con una fe inquebrantable en su Señor y Salvador, se resistiesen a doblar sus rodillas ante las estatuas del César, confesando de viva voz y públicamente, su sometimiento absoluto. No conocemos mucho acerca de este mártir de la causa de Cristo, pero sí sabemos que no renunció a su obediencia a su Redentor, aunque la muerte fuese inminente y segura.  

      Ni siquiera este asesinato cruel en nombre de la adoración imperial tuvo el efecto de que los compañeros en la fe de Antipas se arredrasen y abjurasen de su Señor. A pesar de que la muerte podía estar echándoles el aliento en la nuca día sí, y día también, todos perseveraban en su adhesión a Cristo y nadie se riló ni se acobardó. Se mantuvieron fieles y firmes en las horas más oscuras en virtud de la fortaleza que solo Dios sabe dar a aquellos que confiesan su nombre. Han retenido el nombre de Cristo, no se han avergonzado de él, no han recurrido a tirar la toalla valorando más sus vidas terrenales que la gloria imperecedera que Cristo promete a los que se muestran inquebrantables discípulos suyos. Las presiones debían ser increíbles, pero todos los hermanos y hermanas de Pérgamo se mantuvieron leales a su Señor hasta la muerte, si fuera necesario. Imaginémonos a nosotros mismos en una tesitura parecida. ¿Seríamos tan fieles al Señor como para arrostrar la misma muerte? ¿Nos mantendríamos firmes en nuestra fe, sabiendo que nuestra negativa a seguir los dictados humanos e idólatras puede arrebatarnos nuestra existencia terrenal? ¡He aquí una iglesia que confía completamente en Dios y que ha entregado su ser a Cristo sin fisuras! 

3. DOS PROBLEMAS INTERNOS 

      Sin embargo, teniendo en consideración esta ferviente y fiel respuesta de la iglesia ante las asechanzas de Satanás y de sus acólitos humanos, la iglesia pergamena había incurrido en dos graves errores que debía subsanar lo antes posible, so pena de ser juzgada y disciplinada contundentemente por el Señor: “Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que tienes ahí a los que retienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos y a cometer fornicación. Y también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco.” (vv. 14-15) 

      Dos problemas estaban minando el buen testimonio y la armonía fraternal de esta leal iglesia. El primero de ellos tenía que ver con la permisividad. No todos los que entraban en contacto con esta congregación era trigo limpio. Todo lo contrario. Algunas personas creían que podrían combinar su vida privada, absolutamente disoluta, con su vida religiosa, aparentemente piadosa. Eran individuos que pensaban que en las reuniones de la iglesia uno podía desprenderse por un instante de su pérfida ética para vestirse de espiritualidad. Cristo se refiere a ellos como aquellos que retienen, esto es, se aferran y practican, el ejemplo bíblico de Balaam. Balaam era un profeta profesional que hallamos en el libro de Números, el cual fue contratado por Balac, rey de Moab, para maldecir a los israelitas, los cuales estaban de paso por sus dominios para llegar a la Tierra Prometida. Por el precio adecuado, Balaam estaba en disposición de echar un buen mal de ojo a este pueblo itinerante, y así, lograr que sus éxitos bélicos se malograsen bajo el beneplácito de Dios. Sin embargo, Balaam pronto comprende que, por mucho que lo intente, Dios no va a maldecir a su propio pueblo escogido.  

      Según nos cuenta Números, Balac es aconsejado por Balaam para que intente entorpecer de algún modo la victoriosa dinámica de Israel. La estrategia: hacer que los israelitas que por allí estaban de paso tuviesen conocimiento carnal con las mujeres moabitas, algo totalmente prohibido por la ley dada por Dios a Moisés: “Israel estaba en Sitim cuando el pueblo empezó a prostituirse con las hijas de Moab, las cuales invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses; el pueblo comió y se inclinó a sus dioses. Así acudió el pueblo a Baal-peor, y el furor de Jehová se encendió contra Israel.” (Números 25:1-3); “Ellas, por consejo de Balaam, fueron causa de que los hijos de Israel pecaran contra Jehová en lo tocante a Baal-peor, y por eso hubo mortandad en la congregación de Jehová.” (Números 31:16).  

       De algún modo, al emplear esta historia del Antiguo Testamento, Cristo está señalando algunas de las conductas perversas que algunos miembros de la iglesia están practicando de forma pública, como comer a sabiendas alimentos sacrificados previamente a las divinidades paganas adoradas en los templos de la ciudad, o como verse envueltos en orgías y relaciones sexuales con prostitutas sagradas en ceremoniales dionisíacos o báquicos, conocidos como bacanales. La carnalidad de algunos de los asistentes a las reuniones cristianas era tan patente y creaba una imagen de la comunidad de fe en general, que el testimonio se veía afectado negativamente, y cualquier esfuerzo evangelizador se resentía considerablemente. 

      El otro asunto problemático que afectaba a esta iglesia, era el sincretismo. Como ya vimos en la iglesia hermana de Éfeso, los nicolaítas habían introducido sus tentáculos ideológicos en el interior de la comunidad de fe cristiana. Ya no se trataba únicamente de escándalos de índole moral y ética, sino que también esto se trasladaba a la clase de enseñanza que se impartía en la misma iglesia. Incorporar conceptos, ideologías y filosofías gnósticas al evangelio de Cristo, llevaba a que muchos presuntos creyentes, o neófitos en la fe, sacaran conclusiones erróneas sobre la posibilidad de jugar a dos bandas, de servir a dos señores y de cumplir con las directivas imperiales, mientras a su vez, pertenecían a la iglesia cristiana.  

       Personas de doblez de ánimo y con la habilidad para casar enseñanzas humanas con divinas, logrando el aplauso social y el eclesial, trataban de minar la autoridad bíblica y apostólica de formas sibilinas y astutas. Cristo vuelve a manifestar su absoluta repulsa contra los introductores de esta clase de pensamiento y doctrina, y expresa su aborrecimiento y odio para con los que hacen tropezar a los más jóvenes en la fe. Permitir que estos granujas camparan a sus anchas en la vida eclesial, era un error tremendo que estaba pasando factura al testimonio global de la iglesia en Pérgamo. 

4. SOLUCIONES DISCIPLINARIAS 

      La única manera de solucionar estas terribles contaminaciones del testimonio cristiano de la iglesia pergamena era hacer examen amplio de los errores cometidos: “Por tanto, arrepiéntete, pues si no, vendré pronto hasta ti y pelearé contra ellos con la espada de mi boca.” (v. 16) 

      Nunca es tarde para recapacitar, reconocer las equivocaciones cometidas, y poner coto a las diferentes amenazas internas que estaban carcomiendo el testimonio y honra de la iglesia en Pérgamo. Lo primero que debe hacerse es arrepentirse de la dejadez del liderazgo y de la falta de filtros en lo que se refiere a la membresía de la iglesia. Confesar que se ha hecho manga ancha con aquellos que interfieren sensiblemente con la conducta piadosa que todo cristiano debe adornar su cotidianidad, es ser responsables y coherentes con una situación que puede acabar con la existencia misma del cuerpo de Cristo. Es hora de tomar cartas disciplinarias en el asunto.  

       Es preciso expulsar, tras una cuidadosa y precisa investigación por parte de los ancianos y pastores de la iglesia, a aquellas personas que sigan insistiendo en sus falsas enseñanzas y en sus hábitos perversos, a pesar de haber sido amonestados y se les haya rogado que depongan de sus aviesas y tóxicas intenciones. Es necesario restaurar a aquellos que acepten la reprensión y que se sometan a la autoridad de Cristo y de sus siervos de ahora en adelante. Será duro y triste tener que provocar alguna clase de descontento entre algunos miembros de la iglesia, y será menester explicar desde la Palabra de Dios lo que significa ser discípulo de Cristo en términos teóricos y prácticos.  

      Dejar que las cosas fluyan hasta que desaparezcan no es una opción saludable para la iglesia de Cristo. Hay que coger el toro por los cuernos y tomar decisiones rotundas y ajustadas al discernimiento espiritual dado por Dios a sus fieles obreros. Si no se produce esta reacción en pro de extirpar el tumor maligno de la comunidad de fe, Cristo mismo advierte que no le dolerá prendas tener que juzgar a toda la iglesia, sobre todo a sus dirigentes, y a aquellos que trastornan la vida y testimonio de la congregación de los santos en Pérgamo. Con esa espada que surge filosa y cortante de la boca de Cristo, tasajeará y cortará hasta sanar toda su iglesia, aun al coste de que el dolor, la tristeza y la pena sean el precio.   

      El juicio de Cristo es mucho más terrible que nuestra justicia, más proclive a dejar pasar algunas cosas que sabemos que no son correctas, pero que pensamos que no tienen mucho margen para dañar la imagen y testimonio de la iglesia. Si los hermanos pergamenos no se arremangan los brazos para poner orden y concierto, Cristo peleará sin compasión contra aquellos que se oponen a la pureza del evangelio y a llevar una trayectoria vital modelada a imagen suya. Y no olvidemos que los responsables de la iglesia también tendrán que ajustar cuentas con él en su tribunal venidero. 

5. VENCEDORES EN LA FIESTA CELESTIAL 

      El desafío que Cristo deja a su pueblo en Pérgamo es el de escuchar y poner por obra todo cuando les ha comunicado por medio del apóstol Juan. Si son fieles en cumplir con su cometido y realizan la operación de limpieza dentro de su membresía, las promesas de Cristo son magníficas y deslumbrantes: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré de comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual nadie conoce sino el que lo recibe.” (v. 17) 

       Todos nosotros deberíamos sentirnos interpelados a la luz de estas palabras que Cristo dedica a nuestros hermanos y hermanas de Pérgamo. Si persistimos en buscar la pureza en nuestro mensaje y enseñanza, si perseveramos en nuestra fidelidad para con Cristo en medio de las persecuciones, adversidades y ataques de nuestros enemigos, si insistimos en dejar claro que no todo el que pide la membresía del cuerpo de Cristo debe adquirirla si no existe un testimonio adecuado al modelo de Jesús, venceremos. Y si vencemos seremos invitados a la mesa del Señor para gozarnos con él por toda la eternidad. La mención del maná escondido es una referencia al alimento celestial que el Señor ofreció a su pueblo durante su destierro en el desierto, y, de forma específica, a la porción que se guardó en el Arca del Pacto como testimonio de la provisión maravillosa y generosa de Dios: “A Aarón dijo Moisés: —Toma una vasija, pon en ella un gomer de maná y colócalo delante de Jehová, a fin de que sea guardado para vuestros descendientes.” (Éxodo 16:33) 

       La piedrecita blanca con un nombre escrito era una manera de entregar las invitaciones a cualquier banquete de postín en la época a la que pertenece Juan. Esta piedrecita garantizaba que el portador pudiese entrar a disfrutar de la fiesta que alguien principal daba, lo cual era un gran honor. Cristo nos ha brindado el privilegio de asistir a la cena de las bodas del Cordero cuando él regrese en gloria y majestad para juzgar a todas las naciones. Ese nuevo nombre que solamente conoce el que recibe la piedrecita blanca es el nuevo nombre que todos aquellos que creemos en él recibiremos en la glorificación de nuestros cuerpos mortales, en la transformación de nuestra mortalidad en inmortalidad en los lugares celestiales. Con esta imagen, podemos entender que nuestra salvación es personal e intransferible. No podemos, por mucho que nos empeñemos o por mucho que queramos, salvar a otras personas con limosnas, oraciones o ritos. Cada uno de los que forman la familia de Dios en Cristo tendrá su propia piedrecita y su propio nombre particular. ¿Cuál será nuestro nuevo nombre cuando habitemos las moradas gloriosas de la Nueva Jerusalén? A su tiempo, en el regreso de Cristo, tendremos respuesta a esta incógnita. Mientras tanto, luchemos para vencer y triunfar como hijos de Dios y como miembros del cuerpo universal de Cristo. 

CONCLUSIÓN 

      La secularización, la carnalidad o la mundanalidad son conceptos que han ido apareciendo en nuestro vocabulario eclesial para señalar las diferentes formas en las que el sistema de valores morales y éticos de un mundo enemistado contra Dios se ha introducido en nuestras comunidades de fe. El testimonio de una congregación debe ser cuidado exhaustivamente por medio de los mecanismos de discernimiento espiritual que nos ha entregado el Espíritu Santo. La Palabra de Dios, y de forma especial, Cristo mismo, son los estándares morales, éticos y teológicos en los que hemos de comparar las trayectorias de cuantos desean formar parte integrante de nuestras iglesias.  

      La disciplina y el más estricto código de santidad deben marcar la línea divisoria entre la tibieza moral y la piedad auténtica, entre la perversión y la sujeción a los valores del Reino de los cielos. De los pastores y de los ancianos o diáconos depende que los filtros de membresía surtan efecto, para que no tengamos más que preocuparnos de los adversarios externos, en lugar de convertir el interior de nuestras iglesias en campos de batalla dialéctica y ética.

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