MENSAJE A FILADELFIA


 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE APOCALIPSIS “CARTAS DEL FIN DEL MUNDO” 

TEXTO BÍBLICO: APOCALIPSIS 3:7-13 

INTRODUCCIÓN 

        No hace mucho un par de series de televisión de corte religioso llamaron mi atención. Estas dos creaciones televisivas se centraban en la vida y peripecias de dos familias que dirigían los destinos de dos imperios eclesiales de corte evangélico. En la serie “Greenleaf” (2016), sigue el mundo sin escrúpulos de la familia Greenleaf con secretos y mentiras escandalosos, y su mega iglesia de Memphis con miembros predominantemente afroamericanos. En la serie “Los Gemstone” (2019), la mundialmente famosa familia televangelista Gemstone tiene una larga tradición de desviación, avaricia y trabajo caritativo, todo en nombre del Señor Jesucristo. En ambas tramas televisivas, se describe, algunas veces de forma dramática y otras de forma ácida, los tejemanejes de personajes, los cuales se quedan cortos según muchos críticos de estas series, que aprovechan todos los medios a su alcance para seguir amasando grandes fortunas a costa de la fe de sus feligreses. Lo que las hace semejantes es el hecho de que ambas mega iglesias nacieron humildemente, y poco a poco, fueron ampliándose hasta convertirse en estructuras mastodónticas en las que paulatinamente se diluyó su esencia inicial o su razón de ser. Os sugiero que podáis verlas, porque de algún modo, describen la realidad del llamado evangelicalismo norteamericano, tan alejado de nuestra idiosincrasia evangélica española y europea. 

       Básicamente estas mega iglesias han copado la atención de muchos pastores de este lado del Atlántico a base de la amplia promoción y publicidad que estas desarrollan por medio de libros en los que se desvelan los secretos del iglecrecimiento, palabro infumable, a través de videos fantásticamente editados que muestran lo fantástico que sería tener una iglesia tan numerosa con tantos recursos tecnológicos y artísticos a su alcance, y a través de pastores que viajan a Europa para tratar de vender su franquicia con sustanciosas promesas de éxito y prosperidad. A muchos se les ha hecho los ojos chiribitas al ser tentado por las ideas mercadotécnicas y positivistas de estas elefantiásicas congregaciones. Sin embargo, con el paso del tiempo hemos podido constatar que no todo el monte es orégano, y que la cantidad no es siempre sinónimo de calidad. A la deshumanización de las relaciones interpersonales, se une una nutrición espiritual y bíblica bastante pobre y deficiente, una función pastoral limitada prácticamente a la de un gestor financiero, el despliegue de cultos espectaculares y sensacionalistas que solo buscan entretener y no edificar, la proliferación de mensajes desde el púlpito superficiales, motivacionales, manipuladores y descafeinados, así como la tentación omnipresente del liderazgo por controlar fondos y recursos de gran envergadura.  

1. CRISTO ES LA SANTA PUERTA VERDADERA 

      La iglesia cristiana en Filadelfia se parece más a una iglesia evangélica de nuestro contexto español que a una mega iglesia con gran influencia en la política y en lo civil. Sin embargo, como podemos constatar a través de las palabras del mismo Jesucristo, tener poco peso específico en las instituciones terrenales no define la calidad de la iglesia. Cristo comienza su mensaje a los creyentes filadelfianos identificándose de forma majestuosa y gloriosa: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre.”” (v. 7) 

       La ciudad de Filadelfia se hallaba en la ruta postal entre Pérgamo y Sardis y era considerada por muchos como la Puerta de Oriente, dado que su ubicación estratégica en relación a las rutas comerciales la hacía imprescindible para el fluido trasiego de mercancías de Occidente a Oriente y viceversa. Su principal actividad económica era la vitivinicultura, y de ahí cabe deducir quién era el patrón de esta ciudad: Dionisos, el dios del vino, conocido entre los romanos como Baco. En sus festividades, los que en ellas participaban se entregaban a lo que se conoce como bacanales, orgías sexuales donde corría el fruto de la vid sin limitaciones de ninguna clase. Además, Filadelfia era un centro cultural muy señalado del helenismo, esto es, del resurgimiento de la filosofía y literatura de la Antigua Grecia. Aunque no existe mucha documentación extrabíblica al respecto, parece ser que existía una buena representación del pueblo judío en este emplazamiento. 

       Cristo desea confirmar a sus discípulos en Filadelfia aportando varios de sus títulos, algunos de los cuales son también propios de Dios mismo, como son los de la santidad y la verdad. Cristo es el Santo en el sentido de que aborrece el pecado, como ya vimos con otras cartas enviadas a otras comunidades cristianas en otras ciudades aledañas, y de que, bajo ningún concepto aceptará que la iniquidad y la grosería inmoral se adueñe de su iglesia. Cristo se identifica con el Padre como el completamente Otro, como Aquel que es distinto de toda criatura, como aquel que merece obediencia y que marca el estándar de lo que es ética y moralmente correcto. Por otro lado, Cristo es el Verdadero, tanto desde una perspectiva de que él es fiel, cumpliendo sus promesas dadas a sus apóstoles y a su iglesia durante su ministerio terrenal, como desde una perspectiva de que él es el Mesías que habría de venir para salvar al mundo e inaugurar el Reino de los cielos. Jesús es el Cristo verdadero, no un falsario que se hace pasar por el ungido del Señor, lo cual nos lleva a que los cristianos filadelfianos podían confiar en que el contenido de esta misiva estaba garantizado por la veracidad de la esencia misma de Dios en Cristo. 

      También Cristo se postula como el que tiene la llave de David. De algún modo, Cristo está diciendo que, no solo es el heredero legítimo de la línea sucesoria davídica, y, por tanto, es el Mesías esperado por Israel, sino que, por añadidura, está afirmando que solo a través de él es posible entrar a formar parte del auténtico Israel. Sabemos que el Israel al que se refiere Cristo es aquel que comprende su iglesia universal de todos los tiempos, y que, para poder aspirar a ser miembro de pleno derecho de este nuevo Israel, es preciso creer en él y someterse a su señorío y a su obra redentora. Cristo tiene las llaves del Reino de los cielos, y solo tendrán acceso a este de acuerdo a su soberana voluntad y a la respuesta voluntaria de aquel que se entrega integralmente bajo su cobertura y reinado. Empleando la imagen de Filadelfia como puerta de Oriente, Cristo asegura a los hermanos y hermanas filadelfianos que, teniendo esta llave davídica en su poder, nadie entrará en el Reino de los cielos en virtud de sus obras y merecimientos, de su herencia genética o de formar parte de una tradición, sino que será el mismo Cristo el que determine quién puede traspasar el pórtico de la Nueva Jerusalén celestial. Cristo, cuando toma la determinación de salvar a una persona, mantiene esta decisión para siempre, lo cual brinda a los cristianos una seguridad espiritual en cuanto a nuestra justificación y glorificación futuras. 

2. CALIDAD Y CANTIDAD 

       Tras haber dejado claro que no es un advenedizo y de que, aunque por las puertas de la iglesia pasa mucha gente, no todos serán incluidos en el Israel verdadero, Cristo analiza las fortalezas de su grey en Filadelfia: “Yo conozco tus obras. Por eso, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar, pues, aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre. De la sinagoga de Satanás, de los que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten, te daré algunos. Yo haré que vengan y se postren a tus pies reconociendo que yo te he amado. Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero para probar a los que habitan sobre la tierra. Vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.” (vv. 8-11) 

       Cristo conoce a la perfección a su iglesia. Nadie mejor que él sabe de qué pie calzan cada uno de los que la componen, qué puntos fuertes tienen y qué debilidades deben ser corregidas para lograr la excelencia espiritual y fraternal. La iglesia en Filadelfia es una congregación modélica en todos los aspectos que tienen que ver con su dinámica interna. Cristo les ofrece la oportunidad de abrir una puerta al Reino de los cielos que va a permitir que su testimonio y misión redunden en un alto grado de prosperidad. No sabemos si es que Filadelfia se iba a convertir en la cuna de grandes misioneros que pudieran evangelizar amplias zonas de Oriente y Occidente, o si iba a ser una iglesia desde la cual sería posible hallar una atmósfera ideal para que muchas personas pudieran ver la luz de la verdad del evangelio de Cristo de una forma maravillosa.  

       El caso es que Cristo valora esta puerta como una recompensa a la consistencia moral y práctica de los creyentes filadelfianos. Cristo reconoce que el alcance y poder de la influencia civil de esta iglesia son bajos, que puede que no tengan la ascendencia terrenal que pudieran tener otras congregaciones, pero no considera que esto sea una debilidad. Todo lo contrario. A través de su relativa distancia con la secularización que otras iglesias hermanas habían sufrido, los miembros de esta comunidad de fe habían podido mantenerse firmes en la vocación a la que habían sido llamados por Cristo, obedeciendo los mandamientos de Dios y perseverando en la adoración y fidelidad a su persona sin sucumbir a las amenazas de sus detractores. 

      Dentro de estos enemigos que habían intentado quebrar la armonía de esta congregación durante largo tiempo, se hallaban los judíos de aquella ciudad. Al parecer, esta comunidad judía había expulsado a muchos de los integrantes de procedencia también judía que todavía visitaban la sinagoga. De ahí que el propio Jesús considere que esta sinagoga es un tropezadero que Satanás mismo ha colocado en el camino del evangelio en esta ciudad. Con el empecinamiento de gran parte de estos judíos en que eran pueblo de Dios, aun cuando quizá su comportamiento adolecía de coherencia con la fe de sus antepasados, habían topado muchos otros judíos que habían visto en Cristo al Mesías prometido y que se estaban reuniendo con gentiles en las iglesias que se establecían en diferentes hogares de la ciudad. Recordemos que Pablo señaló que la ciudadanía israelita no tenía que ver con la composición genética, sino con algo mucho más profundo y espiritual: “No es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu y no según la letra. La alabanza del tal no viene de los hombres, sino de Dios.” (Romanos 2:28-29) 

      Algunos de aquellos que en un momento dado habían participado del ataque y excomunión de miembros de la iglesia cristiana en Filadelfia, tarde o temprano serían convencidos espiritualmente por Cristo y su Espíritu Santo, y pasarían a engrosar las filas de aquellos a los que vituperaban y acusaban de herejes. Humillados y arrepentidos llegarían a la conclusión de que Cristo era el Hijo de Dios, la esperanza de Israel. Esto es una muestra más del poder persuasivo de Cristo sobre personas obstinadas y fanáticas, que, como el apóstol Pablo, tienen un encuentro con Dios y recapacitan de sus pasados hechos contra su iglesia. Estas palabras de Jesús son ciertamente similares a las que el profeta Isaías deja para la posteridad: “Y vendrán a ti humillados los hijos de los que te afligieron, y a las plantas de tus pies se encorvarán todos los que te despreciaban, y te llamarán “Ciudad de Jehová”, “Sion del Santo de Israel”.” (Isaías 60:14) 

       Perseverando pacientemente y no dejando de proclamar la Palabra de Dios, la iglesia filadelfiana demuestra a Cristo que su adhesión y fe son genuinas, que la firmeza en guardar los principios y valores del Reino de los cielos es real, y que son fieles a la misión encomendada por Dios hasta las últimas consecuencias. Dado este hermoso panorama que toda iglesia contemporánea debería imitar, Cristo les promete que a todos y cada uno de sus seguidores filadelfianos se les evitará pasar por la dureza y la crueldad de tiempos realmente difíciles y adversos. Esta gran prueba que tendrán que arrostrar muchas de las comunidades de fe cristianas en los tiempos del apóstol Juan tal vez esté ligada a la incesante persecución de cristianos, a la difamación de esta nueva fe, al constante asedio que iban a padecer a manos de sus propios vecinos y familiares. La fe de muchos que asistían a las reuniones cristianas sería puesta a prueba por medio de las catástrofes del mundo, de una gran tribulación, tal como el mismo Jesús profetizó en su momento: “Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá terremotos en muchos lugares, y habrá hambres y alborotos; principios de dolores son estos.” (Marcos 13:8) 

     A continuación, Cristo anuncia su advenimiento futuro, emplazándolo a un momento cercano en el tiempo. En esa tensión del Reino de los cielos, en la que ya está aquí desplegándose en silencio, pero sin descanso, pero que también alcanzará su consumación en la parusía de Cristo, la iglesia de Cristo, bien sea esta de Filadelfia, o cualquier otra a lo largo de lo que dure la historia dentro del eterno decreto de Dios, habrá de padecer y sufrir innumerables ataques, tribulaciones y dolores de parto, siendo probada la fe de cada uno d los que la componen. El día y la hora de la segunda venida de Cristo nos es desconocida y velada, y, por lo tanto, tal y como dice el propio Cristo, hemos de vigilar que nuestras lámparas se queden sin aceite mientras aguardamos el acontecimiento histórico más importante habido y por haber.  

      La advertencia de Cristo a los hermanos filadelfianos de retener y guardar la fe que tiene en él, de perseverar en las buenas obras y en la enseñanza apostólica, de impulsar la misión evangelizadora, para que no vengan otros a arrebatarles el galardón excelente que surge de un compromiso sin fisuras a la causa de Cristo, es un aviso para navegantes en la actualidad eclesiológica nuestra. No debemos descuidar nuestra santidad, ni negligir moralmente, ni permitir que corrientes extrañas a la sana doctrina se infiltren peligrosamente en el seno de la iglesia de Cristo, so pena de devenir en irrelevantes, en mediocres y en tibios ejemplos de lo que el Señor abomina. Como si de atletas se tratase, los creyentes en Filadelfia debían disciplinar sus vidas a fin de que otro corredor pudiese arrebatarles la corona de laurel que se coloca sobre la cabeza de los vencedores olímpicos. 

3. UN TRIPLE PRIVILEGIO CELESTIAL 

      Cristo termina su mensaje a la iglesia cristiana en Filadelfia desafiándola de nuevo con la promesa de un galardón extraordinario que premie su entrega, constancia y fe: “Al vencedor yo lo haré columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá de allí. Escribiré sobre él el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, con mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.” (vv. 12-13) 

       Como en el resto de cartas a otras iglesias hermanas del momento, Cristo invita a la congregación filadelfiana a que persista hasta la victoria final, para que, de este modo, puedan convertirse en especiales columnas en el templo celestial que muestren con orgullo bien entendido su firmeza, pasión y compromiso inquebrantables. La imagen de las columnas del templo nos retrotrae a los pasajes veterotestamentarios en los que Salomón emplaza un par de columnas con su propio nombre en el primer templo en Jerusalén: “Erigió estas columnas en el pórtico del Templo. Cuando alzó la columna del lado derecho le puso por nombre Jaquín, y cuando alzó la columna del lado izquierdo la llamó Boaz." (1 Reyes 7:21; 2 Crónicas 3:15-17). Jaquín, que significa “Dios establece,” y Boaz, cuyo significado es “en Dios está la fortaleza,” son el símbolo de lo que Dios desea de su iglesia, un cuerpo cuya cabeza es Cristo y que ha sido establecida y fortalecida por su gracia y poder. El hecho de habitar por toda la eternidad en la presencia de Dios y de hacerlo como señal privilegiada de que su fidelidad y lealtad han sido un ejemplo para todos los creyentes de todas las épocas, es algo inenarrable y que trae gozo imperecedero sobre aquel que sea considerado de este modo tan especial ante los ojos del Señor. 

       Otra de las promesas que aguardan a aquel que persevera en el Señor hasta el fin, es la de que será adoptado por el mismísimo Dios al serle escrito su nombre sobre él, de que será certificado como ciudadano de la Nueva Jerusalén en los cielos, y de que será sellado con la sangre de Cristo por siempre. Estas tres acreditaciones son las que garantizan la salvación de aquellos que han servido y obedecido por fe a Cristo en este plano terrenal. ¡Qué gran honor poder afirmar por toda la eternidad que somos hijos de Dios, que somos ciudadanos de la gloriosa ciudad que desciende de las alturas junto con Cristo para dar inicio a cielos nuevos y tierra nueva, y que somos redimidos por obra y gracia del sacrificio propiciatorio de nuestro Señor Jesucristo! No habrá mejores nombres inscritos en nuestro ser, ni mejores firmas que las de la Trinidad sobre nuestra alma y sobre nuestro cuerpo glorificado. La iglesia de Cristo haría bien en predicar y anunciar estas recompensas a los suyos, en orden a motivarlos para una mayor y más excelente comunión con Dios. Oigamos y apliquemos todas estas promesas a nuestra vida eclesial e individual, y adoremos al que vive por los siglos de los siglos. 

CONCLUSIÓN 

      La gloria terrenal no es nada comparado con la gloria que nos espera en la presencia grandiosa de nuestro Señor y Salvador. Cristo no valora la cantidad de feligreses que se pueden contar en una comunidad de fe, sino su entrega, su valor y su tenacidad a la hora de permanecer anclados en sus enseñanzas, en su modelo y en su misión. Las mega iglesias están bien para quienes deseen eludir el compromiso y la responsabilidad con grandes dosis de entretenimiento y asombro en el escenario. Las iglesias pequeñas son aquellas en las que todos son necesarios, en las que todos nos conocemos y en las que todos podemos y debemos ocupar ministerios que edifiquen y nutran equilibradamente al cuerpo de Cristo. 

      Los inconvenientes de formar parte de iglesias gigantescas no compensan cualquier otra ventaja que puedan aportar. Pero si desde la humildad y la sencillez una iglesia es capaz de mantenerse fiel a la visión de Dios de lo que debe ser la iglesia, no cabe duda de que es posible triunfar, tal vez no desde la óptica mundanal, pero sí desde la perspectiva de Cristo.

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