LEVADURA DE LOS FARISEOS


 

SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 16-17 “HIJO DE DIOS” 

TEXTO BÍBLICO: MATEO 16:5-12 

INTRODUCCIÓN 

       Todos nos hemos ofuscado en alguna ocasión. Hemos metido la pata en alguna cuestión y presas de nuestro berrinche interior por el error cometido, se nos ha nublado la mente hasta el punto de escuchar solo lo que en ese instante podría entenderse como un ataque personal. Nos ponemos a la defensiva, echando humo como en los tebeos de antaño, sabiendo que no hemos hecho las cosas debidamente, pero no estamos dispuestos a que los que han observado nuestro yerro se dediquen a culparnos. Humanamente no estamos preparados para aceptar la crítica, el consejo, la amonestación, y solo hacemos selección de aquellas manifestaciones ajenas que nos ofenden en lo más profundo de nuestro ser. Estamos avergonzados por perpetrar un descomunal entuerto, y nada queremos saber de personas que, con buena o mala intención, nos espetan un “ya te lo dije,” un “ya decía yo,” o un “a ver si estás en lo que estás.” La definición de ofuscarse es “perder de forma pasajera el entendimiento y la capacidad de razonar o de darse cuenta con claridad de las cosas.” Eso es justo lo que nos pasa cuando no nos queda más remedio que reconocer para nuestros adentros que la hemos liado parda. Pero esto no quiere decir que nos encante que los demás comiencen a reconvenirnos y sermonearnos, por lo que nos cerramos en banda, enfurruñados, y solemos realizar declaraciones que no se corresponden con la equivocación cometida. 

       Cuando alguien intenta hacernos ver que somos unos zotes de cuidado por no haber estado pendientes de lo que debíamos hacer, enseguida nos lanzamos sin miramientos a la yugular. Cuando alguien se acerca para recriminarnos nuestro estropicio, nuestra mente inicia su proceso de justificación empleando las armas del “y tú más.” Cuando alguien que solo pasaba por ahí, sin hacer comentario alguno, pero se nos queda mirando, nos encendemos para vomitar nuestra hiel, nuestra frustración y nuestra amargura sobrevenida. Y así pasa, que a veces alzamos la voz con tanta furia que confundimos lo que se nos dijo con una acusación maliciosa, y provocamos otro incendio más grande que el primero. Nos ofuscamos demasiado a menudo, y pensamos que cualquier valoración de cualquier persona después de que hayamos errado, viene con segundas, con tintes irónicos o con un soniquete que, a nuestra percepción obnubilada, se nos antoja quiere humillarnos. Nos volvemos muy susceptibles en estos instantes y luego nos toca, ya con la mente fría y tranquila, arreglar el desaguisado que provocamos por partida doble. 

1. PAN DE PLEITOS 

       Los discípulos de Jesús también llegaron a ofuscarse en una ocasión con el mismísimo Jesús. No alcanzaron a comprender el sentido de una afirmación suya y la interpretaron como un ataque personal a causa de un descuido que implicaba la alimentación de todo el grupo íntimo que seguía al Maestro de Nazaret: “Los discípulos llegaron al otro lado, pero olvidaron llevar pan. Jesús les dijo: —Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos. Ellos discutían entre sí, diciendo: —Esto dice porque no trajimos pan.” (vv. 5-7) 

       Después del encontronazo de Jesús con los fariseos y los saduceos, todos deciden cruzar el lago para arribar a la otra orilla y seguir desarrollando su ministerio de enseñanza y sanidades en otros pagos. Los discípulos habían sido testigos de un enfrentamiento feroz de Jesús con los que se suponía era la élite religiosa judía, y sabían que la cosa estaba bastante candente, por lo que cambiar de aires no era mala idea. Sin embargo, en cuanto llegan a la ribera del lago, se dan cuenta de que, con las prisas, o por cualquier otra razón que no conocemos, no tienen pan que comer. Se miran unos a otros intentando encontrar un culpable de esta situación, aunque todos saben que esta responsabilidad no le compete a uno solo de ellos. Los canastos de pan y pescado recogidos no hace mucho tiempo en el reparto milagroso de los panes y los peces a la multitud en dos ocasiones, no podían llevarlos una sola persona, por lo que todos los seguidores íntimos de Jesús eran responsables de la manutención de toda la partida. Seguramente discutirían entre ellos sobre si era cosa de Pedro, o de Juan, o de Bartolomé, o del tesorero del grupo, Judas Iscariote, y toda esta algarabía a espaldas de Jesús llega a sus oídos. 

      Aprovechando el debate establecido entre sus discípulos, y alguna de las palabras que con mayor énfasis se pronunciaba en la discusión, Jesús desea aportar la paz necesaria desde una enseñanza conectada con el encuentro anterior con los fariseos y los saduceos. Jesús les advierte que tengan muchísimo cuidado con la levadura de estos presuntos ideales religiosos. “¿Levadura? ¿Jesús ha dicho levadura? Ya está. Ya nos está culpando de habernos dejado el pan en la otra orilla. Ya está despotricando acerca de nosotros por haber sido poco previsores. No se le pasa una, ¿eh? Ya es suficiente frustración la que tenemos entre nosotros por no haber sido conscientes de este detalle fundamental, como para que ahora Jesús se dedique a meter el dedo en la llaga,” podrían ser algunos de los comentarios que surgen entre ellos al escuchar la palabra “levadura.” Selectivamente, los discípulos solamente habían prestado atención a lo que les ofuscaba, y no a la verdadera intención de Jesús. Y vuelven a su trifulca dialéctica de nuevo, más enfadados y avergonzados que antes. 

      Espiritualmente hablando, esto es justo lo que nos ocurre como creyentes en Cristo en ocasiones en las que estamos tan ofuscados por problemas que nos acosan, que dejamos de escuchar la voz de Dios para seguir remugando y maldiciendo nuestra suerte. El Señor quiere compartir con nosotros una enseñanza espiritual a través de su Palabra, pero estamos tan enfadados con nosotros mismos y con el mundo, que ya solo prestamos atención a aquello que pueda herir nuestro amor propio. Y, en lugar de acoger de buen grado los consejos de Dios y la guía del Espíritu Santo, nos refocilamos increíblemente en nuestra miseria, interpretando cualquier directiva divina como una burla a nuestra situación de culpabilidad. Surge una advertencia de parte de Dios para nosotros, y la tomamos como un aldabonazo innecesario para nuestro estado de frustración particular. Y así, incluso llegamos a decirle al Señor que ya está bien, que ya es consciente de que el problema se lo ha buscado, y que no necesita que le remachen una y otra vez una verdad que ahora no le conviene tener en cuenta. 

2. PROVISIÓN DIVINA EN ENTREDICHO 

      Jesús, tras haber dado un consejo realmente importante a sus discípulos, los mira con perplejidad, otra vez enzarzados en un toletole de campeonato. ¿No han escuchado lo que les ha dicho? ¿Por qué están de nuevo lanzándose puyas, invectivas y acusaciones varias entre ellos? En cuanto lee entre líneas las atropelladas afirmaciones de unos y de otros, Jesús da con el motivo de tanta algazara: “Dándose cuenta Jesús, les dijo: —¿Por qué discutís entre vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan? ¿No entendéis aún, ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas recogisteis? ¿Cómo no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardéis de la levadura de los fariseos y de los saduceos?” (vv. 8-11) 

       “¡Cuánto costarán de criar estos discípulos míos!” parece decir Jesús mientras menea su cabeza de un lado al otro. “¡Cuánto tienen que aprender aún de quién soy y del sentido de mis palabras!” dice para sí mientras se acerca a ellos con determinación. Jesús les recrimina el hecho de que personas adultas se estén comportando como auténticos energúmenos, de que hermanos en el camino del evangelio se estén tirando los trastos a la cabeza, de que no hayan entendido que están más pendientes de las cuestiones materiales que de las espirituales. Discutir por el pan que se olvidó no va a resolver el problema. Sobre todo, cuando tienen justo a su vera al dador del pan, a la fuente de toda provisión, al multiplicador de lo poco para que haya abundancia. En su enconado altercado todos se han olvidado de que Jesús es el Hijo de Dios, y que, por tanto, es capaz de hacer que todos se alimenten con el pan del cielo. Han perdido de vista por completo lo que Jesús podía llegar a hacer si la fe se depositaba en su poder y gracia. ¿Era un problema tan grande no tener pan cuando Jesús estaba entre ellos? Por supuesto que no. 

      Jesús quiere que recuerden de nuevo los acontecimientos del pasado reciente que cuentan de forma milagrosa el alcance del poder del Hijo de Dios. Las más de nueve mil personas que recibieron la provisión divina por medio de la bendición de Jesús de los panes y de los peces, hasta el punto que hubo sobreabundancia de comida. Los mismos discípulos fueron testigos de tamaño prodigio, sobre todo cuando se les ordenó recoger en cestos el sobrante de tan opípara alimentación colectiva. Si Jesús pudo ofrecer a las masas los nutrientes necesarios y sencillos para que pudieran seguir en pie, ¿qué no estaría dispuesto a hacer por sus amados y más estrechos discípulos? ¿A qué venía tanta preocupación y tanta controversia? Jesús solo quería que pusieran su mira en las cosas de arriba, en aquellas cuestiones que les iban a afectar espiritualmente en el desarrollo y despliegue de sus respectivos ministerios cuando Jesús dejase de estar entre ellos. Guardarse de la levadura de los líderes religiosos iba a constituir una verdadera lucha en los años venideros de la iglesia primitiva, y en este tipo de aprendizaje debían centrarse, y no en asuntos accesorios, tal vez necesarios, pero que el poder y la previsión de Jesús podían cubrir con excelencia y puntualidad. 

      Nosotros también nos dedicamos tantas veces a pelearnos entre nosotros por temas relacionados con lo material y terrenal, que perdemos de vista a aquel que es dueño del oro y de la plata, que es proveedor de su pueblo y que es soberano. Nos enfocamos en demasiadas ocasiones en qué habremos de comer, en cómo nos vestiremos y en dónde nos guareceremos de las inclemencias del tiempo, y dejamos de confiar en las promesas de Dios que nos recuerdan que Dios no deja a un justo desamparado. Nos involucramos en debates infértiles sobre lo que necesitamos materialmente, y perdemos de vista hacer nuestros tesoros en los lugares celestiales. De algún modo, dejamos de depositar nuestra confianza en el amor y cuidado de Dios, y nos dedicamos a buscar en otros lugares y en otras personas lo que tenemos asegurado con el Señor. Jesús mismo ya nos dijo que afanarse por lo material no es recomendable, pero que buscar primeramente el Reino de los cielos disiparía nuestras preocupaciones y añadiría todo cuanto podamos necesitar y mucho más. 

3. LEVADURAS VENENOSAS 

      Con los discípulos sonrojados por su falta de fe, por su magnificación de un asunto fácilmente resoluble, y por su talante ofuscado, agachan la cabeza para confesar que se habían pasado mil pueblos en relación a este tema tan peregrino y trivial desde un enfoque cristocéntrico. Es el momento de prestar atención a la afirmación completa de su maestro y tomar nota de una advertencia sumamente relevante para su futuro como apóstoles de Cristo: “Entonces entendieron que no les había dicho que se guardaran de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos.” (v. 12) 

      Ahora sí que entran a estar en sintonía con Jesús y con su admonición. Ahora ya que han dejado a un lado la polémica del pan, pueden valorar con mayor disposición de ánimo y perspicacia espiritual la breve, pero profunda lección de su maestro. Ahora ya entienden a qué se refería Jesús con la levadura de los fariseos y de los saduceos. Llegan al entendimiento de que la levadura es otra manera de señalar simbólicamente la doctrina de los fariseos y los saduceos, la cual desde fuera hace que todo parezca grande, hermoso y sustancioso, pero que en realidad esconde una miga esponjosa llena de aire. La levadura de los fariseos consistía en la auto justicia, esto es, en que a través de las obras y el postureo su salvación estaba asegurada. El problema con esta levadura es que falseaba la realidad de unos corazones legalistas, extremistas, manipuladores e hipócritas. Los fariseos, observantes estrictos de la Ley y de la tradición rabínica, hacían todo lo posible por sojuzgar al pueblo, manteniendo una pose orgullosa de supuesta santidad y pureza. 

       Por otro lado, la levadura de los saduceos consistía en la autocomplacencia o la autoindulgencia. Su hedonismo, su alto tren de vida, su deseo por ser aprobados social y políticamente y su carpe diem destilado de su falta de creencia en la resurrección, podía hacerles atractivos al resto de personas humildes, pero en su interior solo había depravación, ambición y codicia. Eran capaces de ajustar y acondicionar las normas religiosas y éticas a sus preferencias, a sus intereses egoístas y a sus prioridades terrenales. Entrar en su juego implicaba vivir el presente sin tener miedo del juicio de Dios sobre sus vidas. 

      Los discípulos llegan a comprender que el camino que lleva al Padre es el Hijo, y que esta senda está exenta de cualquier levadura que enmascare la verdad del evangelio de salvación. Seguir a Jesús suponía erradicar el legalismo hipócrita y el hedonismo displicente, para abrazar la autonegación de uno mismo, dejando que Cristo asumiera el control soberano del ser humano en todas sus facetas. Ser cristiano implica vivir íntegramente mientras se obedece a Dios sincera y confiadamente. Significa vivir para él, por él y en él. Muchas iglesias que iban a surgir durante el primer siglo iban a recibir el ataque, a veces furibundo y abierto, y otras veces subrepticio y silencioso, de los judaizantes, herederos de una tradición judía que añadía a la salvación de Cristo una serie de requisitos formales y de obras que ya no tenían razón de ser en virtud de su sacrificio en la cruz. En esta lucha continua contra estos exponentes del fariseísmo, el aviso de Jesús iba a lograr su mayor efectividad y consideración entre los apóstoles del primer siglo. 

CONCLUSIÓN 

      Ofuscarse no lleva a ningún lugar, y hacerlo por cuestiones que no son realmente importantes, menos aún. Como hijos de Dios debemos confiar más en sus promesas y debemos descansar con mayor fe en su provisión constante. Dios no hace las cosas a medias ni nos va a abandonar en los instantes en los que nos sintamos frustrados o decepcionados con nosotros mismos. Todo lo contrario. Cristo quiere estar ahí en esos momentos de ceguera espiritual para hacer que recobremos la vista y contemplemos las maneras tan formidables y hermosas en las que nos cuida y nos enseña. 

     Por otro lado, hemos de vigilar el hecho de no incurrir en el tóxico legalismo extremo ni en la otra cara de la moneda, en una negligencia espiritual que solo procura el placer terrenal. Encontrar el equilibrio entre estas dos vertientes de la religión es un auténtico arte que solamente podemos aprender de la meditación en las Escrituras, siempre bajo la guía del Espíritu Santo. Guardémonos de la levadura de aquellos que se creen salvos por obras y de aquellos que siguen creyendo que el juicio de Dios no les alcanzará aun cuando sigan dando rienda suelta a sus pasiones descontroladas, y busquemos la justicia perfecta de Dios por encima de todas las cosas.

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