¡SORPRESA!


 

SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS SOBRE LA VIDA DE JOSÉ “JOSÉ EL SOÑADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 45 

INTRODUCCIÓN 

       Todavía tengo grabada en mi mente la época en la que las familias solían sentarse juntas en el salón para ver programas y espectáculos televisivos. Y recuerdo que, entre varios concursos y shows que comenzaron a introducir las cadenas privadas generalistas, uno de ellos me enganchó desde el principio: ¡Sorpresa, sorpresa! Con esa cancioncilla pegadiza con la que daba inicio este espacio de entretenimiento nocturno, este programa que estuvo en pantalla desde 1996 a 1999, la presentadora, Isabel Gemio, acompañada de Rody Aragón, atendía las peticiones de familiares y allegados de personas anónimas para recibir una sorpresa en directo desde el plató. Las alegrías podían ir desde conocer en persona a un personaje famoso hasta reencontrarse con seres queridos con los que no se coincidía desde hacía años. Imaginaos el torrente de emociones y sentimientos que se agolpaban en los corazones de millones de televidentes que comprobaban cómo, aunque fuera durante un instante, personas a las que no conocíamos recibían la inesperada sorpresa de un deseo que durante mucho tiempo había ocupado las profundidades de sus corazones. No hubo programa en el que no derramara alguna que otra lagrimilla, alegrándome desde la distancia catódica de la alegría de terceros.  

     Este programa televisivo aplicaba la técnica de marear la perdiz al invitado, el cual, sentado como el resto del público, no tenía ni idea de por qué era llamado desde el escenario central. De improviso, con las pulsaciones a mil por hora, con sudores fríos recorriendo su espalda, parcialmente inmovilizado por lo asombroso del momento, el invitado bajaba trastabillando por una larga escalera que lo llevaba junto a la presentadora. El acompañante de este invitado a salir al frente era el gancho necesario para propiciar el espectacular resultado de la benévola trampa. Y así, la presentadora, con su habitual gracejo y simpatía, comenzaba a realizar sugestivas declaraciones, preguntas personales, y a rogar al invitado que contase su historia y cuál sería el anhelo más hondo que le gustaría ver cumplido. Al final, distrayendo su atención a imágenes o a videos de la persona a la que le gustaría ver en persona, un familiar en latitudes lejanas, un famoso adorado o un amigo de la infancia que había perdido de vista con el paso de los años, aparecía por detrás para darle una de las sorpresas más morrocotudas de su existencia. A continuación, abrazos, besos, ternura, emoción a raudales y la conmoción de toda la televidencia nacional. Siempre pensé en qué clase de sentimiento embargaría a la persona que recibía tamaño regalo inesperado. Debía ser, como se dice vulgarmente, como tocar el cielo. 

     Sabemos que ni existía la televisión, ni los shows lacrimógenos ni las experiencias de patetismo público en tiempos del antiguo Egipto. Pero sí tenemos a unos hermanos hebreos que han pasado de la mayor y más fastuosa de las celebraciones codo con codo con el virrey de Egipto, a la más desdichada situación que podrían considerar sus mayores pensamientos pesimistas. Por supuesto, todo esto es una pamema, un truco dramático que emplea José para darles la sorpresa del siglo, no solo a sus hermanos, sino a su padre anciano que sigue pensando que ha muerto años ha bajo las garras de una fiera salvaje. Con la connivencia de su mayordomo, José ha ido urdiendo un plan magistral a través del cual ha podido sondear el verdadero contenido de los corazones de sus hermanos, su versión de los hechos en relación a su venta como esclavo, y el estado de salud física y mental de su amado padre, así como de su querido hermano menor Benjamín. De forma impecable, José ha interpretado su papel de gobernante egipcio, manteniendo las distancias con sus huéspedes, mostrando su lado más histriónico, y provocando respuestas válidas con las que poder trabajar en un futuro para restaurar a su maltrecha familia. 

1. SORPRESAS TE DA LA VIDA 

     Recordaremos que José tuvo un instante de debilidad, de emoción incontenible, cuando pudo ver con sus propios ojos a su hermano menor. Tuvo que guarecerse en sus dependencias privadas para dar rienda suelta a todos los encontrados sentimientos que pugnaban por salir al exterior. Pudo rehacerse, reaccionando rápidamente a lo que suponía años sin poder sentir lo que significaba volver a ver a su padre, y seguir con la pantomima. Sin embargo, llega un momento en el que los diques de contención que había colocado en su corazón no pueden contener la riada de emociones que llenan de lágrimas sus ojos: “No podía ya José contenerse delante de todos los que estaban a su lado, y clamó: «¡Haced salir de mi presencia a todos!» Así no quedó nadie con él cuando José se dio a conocer a sus hermanos. Entonces se echó a llorar a gritos; lo oyeron los egipcios, y lo oyó también la casa del faraón.” (vv. 1-2) 

     Después de haber escuchado con gran atención el discurso intercesor de Judá, y constatar el cambio de mentalidad obrado en cada uno de sus hermanos, José no aguanta más la presión de seguir levantando un muro de indiferencia entre ellos y él. Antes de que sus sirvientes pudiesen ser testigos de una manifestación que pudiera interpretarse como pusilánime o como un síntoma de fragilidad impropio de su cargo y responsabilidad, José da orden que solamente queden en su presencia los hebreos. A su voz, y de manera inmediata, todos sus criados obedecen sin rechistar a su mandato, quedando en la intimidad los instantes que a continuación podrían sobresaltar a personas criadas en una cultura en la que las lágrimas podían ser señal de debilidad en un alto dignatario. Una vez las puertas de la estancia se cierran, José estalla al fin en una catarata de lágrimas, acompañadas con alaridos propios de alguien que abre la espita de su alma, dejando surgir de ella una acumulación descomunal de sentimientos.  

     Tal era el volumen de sus voces, que hasta aquellos que aguardaban tras las puertas cualquier orden de su señor, no pudieron dejar de notar y comentar que algo serio y terrible estaba pasando con el virrey de Egipto. Tal era el gran alivio que halló José al prorrumpir en llanto, que el sonido de su desatado espíritu fue percibido por la casa real egipcia. ¡No era para menos! Décadas y décadas sin saber de su familia, sin conocer en qué condiciones se hallaba la conciencia de sus hermanos con respecto a su delito del pasado, sin poder gozar del abrazo de sus parientes de sangre; era natural el vasto caudal de expresiones fruto del patetismo del momento. Era la hora señalada para darse a conocer, de demostrar a todos sus espantados hermanos, que lo contemplaban con la boca abierta como un buzón, que, a pesar de sus afeites y ropajes, de sus maneras y de su tono autoritario, seguía siendo ese José que habían dado por muerto durante tantos años. 

2. JOSÉ AL DESCUBIERTO 

     Imaginemos el panorama de estupefacción que presenta Judá y el resto de hermanos al ver derrumbándose y deshaciéndose en lágrimas a un auténtico gobernador de Egipto. No salen de su asombro al escuchar los alaridos de este mandamás extranjero. ¿Qué habrá dicho Judá para que el hombre más influyente y poderoso del mundo tras el faraón, haya reaccionado de esta forma tan desconcertante? “Y dijo José a sus hermanos: —Yo soy José. ¿Vive aún mi padre? Sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados delante de él. Pero José les dijo: —Acercaos ahora a mí. Ellos se acercaron, y él les dijo: —Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Ahora, pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para salvar vidas me envió Dios delante de vosotros. Pues ya ha habido dos años de hambre en medio de la tierra, y aún quedan cinco años en los cuales no habrá arada ni siega. Dios me envió delante de vosotros para que podáis sobrevivir sobre la tierra, para daros vida por medio de una gran liberación. Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto por padre del faraón, por señor de toda su casa y por gobernador en toda la tierra de Egipto. Daos prisa, id a mi padre y decidle: “Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas. Habitarás en la tierra de Gosén, y estarás cerca de mí, tú, tus hijos y los hijos de tus hijos, tus ganados y tus vacas, y todo lo que tienes. Allí te alimentaré, pues aún quedan cinco años de hambre, para que no perezcas de pobreza tú, tu casa y todo lo que tienes.” Vuestros ojos ven, y también los ojos de mi hermano Benjamín, que mi boca os habla. Haréis, pues, saber a mi padre toda mi gloria en Egipto, y todo lo que habéis visto. ¡Daos prisa, y traed a mi padre acá!” (vv. 3-13) 

       José observa lo descolocados que están sus hermanos, y comprende que lo que mejor resolverá esta tensa y extraña situación, es una buena explicación. Desprendiéndose de su anterior pose regia, José se identifica como ese hermano que fue vendido a los mercaderes ismaelitas, y lo primero que pregunta, tal vez para asegurarse de poder alcanzar su sueño más preciado, es por la salud de su padre. Los hermanos, mudos de asombro, atenazados por esta mayúscula sorpresa, sin saber qué hacer o qué decir, permanecen expectantes ante esta revelación demoledora. No solamente estaban atemorizados o impresionados, sino que, de repente, toda esa vergüenza acumulada tras tantos años, aflora de golpe como respuesta de su conciencia ante un hecho que cambió radical y trágicamente la convivencia familiar. Es José el que tiene que despertarlos del ensueño en el que se hallan instalados. Les conmina a que se acerquen sin temor, a que vengan para abrazarlos, para sentir de nuevo la fraternidad perdida. Con pasos lentos y torpes, sus hermanos se aproximan a su presencia para seguir escuchando el relato de las aventuras y desventuras de su hermano reencontrado. ¿Serán objeto del reproche de José? ¿Les incriminará en lo que sabían que había sido un crimen terrible contra él y contra su padre? ¿Les echará en cara el tiempo transcurrido sin que ellos moviesen un músculo para arreglar su descabellado delito? 

     De nuevo, otra sorpresa más espera a estos amilanados y ojipláticos hermanos. José no solamente no les recrimina sus acciones perversas contra su vida, sino que los convierte en instrumentos de un plan divino que salvaría a la humanidad en la hora más aciaga de su historia. Despoja de sus espaldas y conciencias la carga punitiva que cada uno de ellos merecían en justicia por vender a su propia sangre. Los tranquiliza e intenta sosegar sus corazones apelando a la actuación providencial de la gracia divina. Deshace cualquier pensamiento de sus hermanos en relación a resquemores y rencores, a reproches y culpas. José es capaz de contemplar el tapiz al completo de la mano de Dios en su vida y en la vida de su familia. Todo obedecía a una estrategia celestial para rescatar la vida de miles y miles de personas afectadas por una hambruna de dimensiones brutales. Dios lo ha sacado de una serie de coyunturas aparentemente insalvables desde el punto de vista humano, y, en virtud de la misericordia del Señor, su humildad y fe en Él ha sido recompensada con el puesto de responsabilidad y poder que ahora ostenta para bendición de las naciones. Dios ha sido el supremo artífice de toda la historia de su vida, y solo Dios ha sabido mover las piezas de una partida de ajedrez histórica para brindar un nuevo amanecer de salvación, provisión y reconciliación. 

     José tiene también en mente, dado que, como virrey de Egipto no puede moverse de la capital para visitar y abrazar bien fuerte a su padre en tierras cananeas, ofrecer a toda su familia un horizonte de estabilidad, prosperidad y gracia. Por eso, urge a sus hermanos para que lo antes posible ensillen sus monturas y regresen a su hogar para traer a su padre, a todo el resto del clan, y todas las pertenencias a la tierra de Egipto, concretamente a la ubérrima región de Gosén. Gosén era un asentamiento caracterizado principalmente por su riqueza en pastos, por lo que, siendo la familia de Jacob una estirpe de ganaderos, sería un territorio especialmente beneficioso para sus reses y ovejas. Gosén era una zona del Delta del Nilo que se hallaba al sur de la capital de aquellos tiempos, Avaris, lugar en el que José tenía su palacio. Más tarde, allí se construiría una gran ciudad conocida como Pi-Rameses. José estaba deseando como un niño que abre su regalo la mañana de Navidad, poder estrechar entre sus brazos al sufrido Jacob, y así darle la mayor de las alegrías en sus últimos días de vida. Sus hermanos debían certificar ante su padre este descubrimiento tan abrumador, aportando tanto lo dicho por José como lo visto con sus propios ojos durante su estancia en tierras egipcias. De nuevo, apremiándoles, José envía a sus hermanos a Canaán para dar las buenas nuevas más increíbles jamás comunicadas a su venerable progenitor. 

3. VOLVED PRONTO Y BIEN AVENIDOS 

       Antes de partir, José quiere agasajar a sus hermanos, conversar de muchos detalles sobre todo lo sucedido en los últimos años, y contarse sus penas y gozos, mientras se llevan a cabo los preparativos de su retorno al hogar: “José se echó sobre el cuello de su hermano Benjamín y lloró; también Benjamín lloró sobre su cuello. Luego besó a todos sus hermanos y lloró sobre ellos. Después de esto, sus hermanos hablaron con él. Se oyó la noticia en la casa del faraón, y se decía: «Los hermanos de José han venido.» Esto agradó a los ojos del faraón y de sus siervos. Y dijo el faraón a José: —Di a tus hermanos: “Haced esto: cargad vuestras bestias y marchaos; volved a la tierra de Canaán, tomad a vuestro padre y a vuestras familias y venid a mí, porque yo os daré lo bueno de la tierra de Egipto y comeréis de la abundancia de la tierra.” Y tú manda: “Haced esto: tomaos de la tierra de Egipto carros para vuestros niños y vuestras mujeres, tomad a vuestro padre y venid. Y no os preocupéis por vuestros enseres, porque la riqueza de la tierra de Egipto será vuestra.” Así lo hicieron los hijos de Israel; y José les dio carros conforme a la orden del faraón y les suministró víveres para el camino. A cada uno de ellos le dio un vestido nuevo, y a Benjamín le dio trescientas piezas de plata y cinco vestidos nuevos. A su padre le envió esto: diez asnos cargados de lo mejor de Egipto y diez asnas cargadas de trigo, pan y comida; esto para el viaje de su padre. Luego despidió a sus hermanos, y cuando se iban, les dijo: —No riñáis por el camino.” (vv. 14-24) 

       Las muestras de cariño y amor fraternal no se hacen esperar. Nadie puede menospreciar el valor y el poder de un abrazo entrañable, ¿verdad? Sobre todo, ahora, en medio de las medidas de distanciamiento social que hemos de seguir. Todos hacen una piña, palmeando sus espaldas, estrechándose con fuerza, llorando unidos de júbilo y paz... Mientras todo esto sucede, todo este episodio conmovedor llega a oídos del faraón. Sus sirvientes le comunican la presencia de los hermanos de José en su palacio. No sabemos si José en confianza contó a Faraón todas sus peripecias y las razones que lo habían llevado a un calabozo egipcio, o si Faraón desconocía estos aspectos tan personales de su virrey, pero lo cierto es que vio con buenos ojos este reencuentro, y respaldó de principio a fin todos los planteamientos que José había compartido con sus hermanos sobre trasladarse a Gosén. Facilita todos y cada uno de los recursos que los hermanos hebreos debían llevarse consigo en orden a traer consigo de vuelta a su padre, todos sus familiares y siervos, todos sus rebaños y todas sus propiedades muebles. De hecho, Faraón les ofrece la posibilidad de que no se preocupen por lo que puedan dejar atrás, porque él está dispuesto a darles en abundancia cualquier cosa a la que tuvieran que renunciar por emprender su viaje a Egipto. 

      Ya con todo listo, con los asnos cargados hasta los topes de alimento para los viajes de ida y vuelta, con carros repletos de regalos y obsequios para Jacob y su prole, con vestidos nuevos de primera calidad para cada hermano, y con Benjamín especialmente revestido de dignidad por su vestimenta quintuplicada y su buen tesoro en forma de monedas de plata, los hermanos de José vuelan al encuentro de su padre, el cual estaría más nervioso que Marco en el día de la madre, esperando que su hijo menor, Benjamín, no fuese objeto de una desdicha que lo desangrase emocionalmente por dentro. No obstante, es preciso advertir la última frase que José dedica a sus hermanos antes de que se pongan en ruta. No sabemos si es que José no las tenía todas consigo en lo que tiene que ver con el carácter de sus hermanos, si es que comparte este consejo con sus hermanos para que, en vista del honor más alto prodigado a su hermano menor, quieran aprovecharse de éste, o si es que José había percibido algo que nos pasa desapercibido en su encuentro fraternal. Lo que sí sabemos es que, por experiencia en carne propia, José se ve en el deber de avisar del mal que puede extenderse cuando las malas ideas y la envidia se unen en un complot maligno. Fuera de esta nota final curiosa, José da su bendición a la comitiva y espera un pronto encuentro con su amado padre. 

4. SORPRESAS QUE DAN VIDA 

      Una vez se ha recorrido el trayecto desde Egipto a Canaán, otra sorpresa aparece en escena, esta vez en relación con la historia que van a contar a Jacob sus hijos sobre todo lo acontecido: “Subieron, pues, de Egipto, y llegaron a la tierra de Canaán, junto a su padre Jacob. Y le dieron las nuevas, diciendo: «¡José aún vive, y es señor en toda la tierra de Egipto!» Pero el corazón de Jacob desfalleció porque no les creía. Entonces ellos le repitieron todas las palabras que José les había hablado; y viendo Jacob los carros que José enviaba para llevarlo, su espíritu revivió. Y dijo Israel: —¡Con esto me basta! ¡José, mi hijo, vive todavía! Iré y lo veré antes de morir.” (vv. 25-28) 

      Jacob seguramente otearía diariamente el horizonte desde su tienda con el propósito de poder adivinar la llegada de todos sus hijos. En el instante en el que una recua de asnos y monturas se perfila en la distancia, Jacob solamente pide a Dios que Benjamín esté con ellos. Cuando, al fin, puede observar con más claridad y detenimiento la composición de la caravana, su corazón da un brinco de regocijo al comprobar que Benjamín es de la partida. ¡Qué alivio tan grande debió sentir Jacob en ese instante! ¡Si hasta Simeón, su hijo encarcelado, estaba también con el resto de sus hijos! Además, pudo contemplar la gran cantidad de alimentos, grano y regalos que éstos traían en más animales que los que se habían llevado. Sus hijos, todavía cansados y exhaustos de la travesía, saltan de sus monturas a toda prisa para ver quién será el primero que transmita a su padre la gran noticia de la supervivencia de José. Agolpados alrededor de su padre, todos comienzan a atropellarse para decir una misma cosa: José está vivo y es el virrey de Egipto. Jacob, se los queda mirando como quien mira a un lunático, intentando comprender por qué sus hijos le estaban haciendo esto. ¿A qué venía tanta tomadura de pelo? ¿Por qué se reían de uno de los temas que más dolor le había causado en su vida? ¡Sus hijos se habían vuelto locos! ¡No había otra explicación! 

      Jacob siente que el alma quiere salir de su cuerpo. Las noticias que le traen sus hijos están minando su ánimo y siente que la herida todavía no cerrada de la pérdida de su hijo José vuelve a reabrirse peligrosamente. Sus hijos no cejan en su empeño de hacerle comprender que no están mintiendo, que no están jugando con sus sentimientos, que nada más lejos de su interés el provocarle mayores tristezas y agonías. Persisten en su idea de que su anciano padre les crea cuando dicen que José está vivito y coleando, y que, para más datos, ahora es uno de los hombres más influyentes del mundo conocido. Señalan todos los carros, presentes y sacos de alimento y grano que han traído, y parece que Jacob empieza a respirar con más lentitud y que su corazón va llenándose con la esperanza de que todo lo que está escuchando sea cierto. Su ánimo es levantado por la posibilidad de volver a ver a su querido hijo, aquel que siempre creyó que nunca volvería a ver hasta descender al seol. Notemos, por otro lado, que los hermanos no parecen contar la narrativa de la vida de José, su implicación en el estado de cosas y su culpa acerca de la vejación a la que sometieron a su hermano. No es algo importante en este instante. Lo que de verdad interesa es el corazón de un padre hundido que ahora es vivificado por la perspectiva de volver a abrazar al hijo de sus entrañas. Ya habrá tiempo para hablar sobre las andanzas y adversidades de José hasta llegar donde ahora está. 

CONCLUSIÓN 

      El círculo de la gracia está cerrándose con un cúmulo de sorprendentes revelaciones, revelaciones que, una vez más, evidencian el protagonismo de Dios en toda la narrativa de José. Dios ha facilitado a través de los acontecimientos más deleznables y de las actitudes más nobles, el que la humanidad reciba de su gracia general, y el que toda una familia lastrada por la amargura, los celos y el odio, obtenga la gracia particular del Señor. No cabe duda de que han existido pocas personas como José que son capaces de reconocer por fe que la intervención divina ha sido providencial a pesar de las catástrofes familiares e individuales.  

      Por lo general, cuando algo trágico nos sucede preferimos quejarnos, demandar de Dios una respuesta inmediata a nuestros cuestionamientos sobre su modus operandi, o incluso, maldecir la manera en la que Dios guía todas las cosas. Solo cuando el tiempo pasa y las piezas de la desgracia encajan a la perfección en el plan redentor de Dios, es cuando nos toca confesar nuestra poca o nula fe, o pedir perdón por haber puesto en duda la forma en la que Dios consuma su soberana voluntad. José debe ser nuestro magno ejemplo en este sentido. 

     Jacob comienza a realizar los preparativos para volver a José. ¿Qué encontrará en tierras egipcias? ¿Será bien recibido por los naturales del país? ¿Cómo será volver a encontrarse con su hijo tras tantos años sin saber el uno del otro? La respuesta a estas preguntas y a otras muchas más, en el próximo estudio sobre la vida de José en Génesis.

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