OÍDO AL PARCHE


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA III” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 15:16-33 

INTRODUCCIÓN 

      Parece ser, a tenor de lo que podemos observar en los medios de comunicación, que todo el mundo quiere hablar, compartir su versión de los hechos, afirmar sus ideales e imponer su criterio sobre el resto. Bueno, esto no está mal, siempre y cuando estemos dispuestos a escuchar a la otra parte. El problema es que no solemos estar por la labor. Preferimos derramar como un torrente inagotable todos nuestros argumentos sobre cualquier tema, y colocar un dique de contención en nuestros pabellones auditivos en cuanto la otra persona toma la palabra. Y, lo que, es más, filtramos a través de nuestros cedazos prejuiciosos la información que se nos traslada, prestos a vociferar, desmentir a gritos y descalificar con gran escandalera cualquier cosa que nos chirría o que no se ajusta a nuestros intereses y filias personales. Se superponen las voces, las venas del cuello se tensan, la saliva sale disparada de la boca abierta, y los ojos se desorbitan tratando de acallar y silenciar la posición ajena. No necesitamos escuchar más, ni queremos hacerlo. Solo nosotros tenemos el patrimonio de la opinión y de la verdad, y, por tanto, que nadie nos dirija la palabra, porque no habremos de hacerle caso. 

     Al no ejercitar el arte de la escucha nos estamos perdiendo incalculables riquezas y numerosas bendiciones. Cuando cerramos a cal y canto nuestras orejas, preferimos enrocarnos en lo que creemos que es cierto, por encima de otras visiones que pueden ofrecernos distintas perspectivas y ángulos sobre un asunto concreto. El individualismo ha convertido el diálogo en una conversación de sordos en la que cada uno de los interlocutores lanza acusaciones, insinuaciones e ideas sin recabar la reacción del otro, sin verificar puntos en común, sin dar tregua a las pasiones encendidas. Muchos debates políticos se transforman en un ring en el que ambos púgiles se lanzan guantazos impacientes y destinados a destruir la credibilidad del contrincante. No cabe el equilibrio, la elegancia, la mesura o el respeto, porque, en definitiva, y apelando a la tan malinterpretada libertad de expresión, lo que vale hoy día no es escuchar qué tiene que decir el prójimo, sino que lo que se espera de nosotros es que salgamos vencedores del debate a costa de aniquilar la visión de otros. Se discute y no se comprende, se entra en descalificaciones barriobajeras y no se da espacio al discurso diferente, se impone y nunca se convence. 

1. MEJOR POCO Y HUMILDE 

     Nuestra manera de relacionarnos con los demás dice mucho sobre quiénes somos, sobre qué creemos y sobre qué principios rectores cimentamos nuestra identidad y esencia personal. A menudo es preciso dar paso al silencio a fin de poder oír qué tiene que decirnos el otro, bien sea de buenas o de malas maneras, y así conocer con quién tratamos y si vale la pena seguir entablando lazos comunicativos con nuestro prójimo. Salomón sabía por experiencia qué era lo mejor en determinados casos en los que la boca, sazonada por nuestras pasiones más desbocadas, podía desembocar en problemas realmente terribles: Mejor es lo poco con el temor de Jehová, que un gran tesoro donde hay turbación. Mejor es comida de legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio. El hombre iracundo promueve contiendas; el que tarda en airarse apacigua la rencilla. El camino del perezoso es como un seto de espinos; la vereda de los rectos, como una calzada.” (vv. 16-19) 

      Las riquezas y lujos no garantizan la paz de un hogar. Es más, yo diría que aumentan las crisis familiares y que se acentúan los intereses egoístas de cada uno de los componentes de esa casa. Todos conocemos de casos en los que se ha asesinado al patriarca del clan para hacerse con la herencia, en los que se ha engañado al hermano o la hermana para conseguir una mejor posición a la hora de recibir una mayor porción de la fortuna familiar, en los que las tramas intestinas, favorecidas por los favoritismos y por la dictadura del que ostenta el poder en el hogar, han terminado en escenas trágicas, desafortunadas y miserables. Por supuesto, todos queremos rodearnos de todo aquello que pasa por nuestros ojos, que satisface nuestras apetencias carnales, pero esto nunca es aval de una convivencia feliz dentro del marco de la familia. Cuántas desdichas y desgracias no tienen que sufrir y vivir muchas de las dinastías más adineradas e influyentes de nuestro mundo, y todo por causa del dinero... Aunque se sirvieran mil menús de delicatessen, aunque la mesa estuviese a rebosar de platos gourmet, a pesar de que todos los días se dispusiese un buffet libre, pero el rencor, el odio y la ira fuesen siempre la actitud principal de los comensales, de nada sirve tanta abundancia si ninguno de los parientes puede mirarse a la cara. 

       Sin embargo, cuando confiamos en el Señor y nos conducimos para con los nuestros de acuerdo a las estipulaciones de la ley divina, aprendemos a cultivar una de las virtudes más hermosas y útiles que existen: el contentamiento. Se puede tener poco, sobrevivir y ser una familia feliz. Podemos comer legumbres, una comida modesta, y demostrarnos el amor que sostiene un hogar y que es derramado desde los cielos. Desde la humildad de nuestro estado, sin que nos falte nada gracias a la provisión de Dios, podemos relacionarnos sin motivaciones egoístas o materialistas, y descubrimos dónde se halla la perfecta dicha, en Dios y en una familia unida y sujeta a la sabiduría que proviene de las alturas celestiales. Todos aquellos que nos hemos criado en hogares sencillos y humildes, y que han colocado a Dios en el centro de su dinámica cotidiana, sabemos lo importante que es estar cohesionados por el cariño, el afecto y el amor que Dios canaliza a través de cada hijo, padre, abuelo o nieto. 

     Si no tenemos el oído educado por el respeto que nos demanda la Palabra de Dios, lo más fácil es enojarse y airarse cuando escuchamos discursos que nos parecen ofensivos, que atentan contra nuestra dignidad o que se ríen de nuestra posición ideológica. Lo que vemos normalmente es personas saltando a la yugular del contertulio para devorar la fiabilidad de lo expresado. Lo más común es observar a personas que no tienen ni idea dar rienda suelta a su verborrea cacofónica, esperando a que sus opiniones vertidas tengan el mismo peso que las de los especialistas y técnicos sobre el tema en cuestión. Lo que no nos pasa desapercibido es que la mala baba, las ganas de montar un escándalo y la controversia innecesaria, son lo que más se sigue, lo que más vende, lo que más exacerba el morbo del consumidor de esta clase de debates sonrojantes 

      Cuando alguien no se somete al control de su mente y de su lengua, y, por añadidura, se coloca tapones de silicona en los orificios auriculares, la trifulca y la contienda son cosa hecha. A ver quién vocea más, a ver quién insulta más, a ver quién salpica de veneno a la honra del tercero. ¡Cuánta falta nos hace tener en cualquier clase de ejercicio dialéctico a personas pacificadoras, que no buscan la gresca, que escuchan sin interrumpir cada dos minutos, que esperan pacientemente hasta que el otro ha terminado de manifestar sus ideas! ¡Cuánta necesidad hay de personas que, con la ayuda de Dios, han aprendido a dominar y controlar sus pasiones sin dar lugar al resentimiento o a la mala educación! 

      Para redondear la idea de saber escuchar en cada instante, hemos de considerar a los holgazanes de este mundo. Los perezosos que campan por todas las localidades de nuestro ancho planeta son los primeros que se cansan de escucharte, sobre todo si les hablas sobre su responsabilidad social, sobre su compromiso con el desarrollo humano, sobre trabajar para ganarse su sustento en lugar de estar por ahí hambreando y aprovechándose del esfuerzo ajeno. Si les hablas de cama, mesa y descanso, bien; si les transmites sencillamente el concepto de industriosidad, aportación o solidaridad, te mandan a paseo. Pero lo que más caracteriza a estos individuos gandules es su tendencia a querer lograr sus metas quejándose en todo tiempo y circunstancia sobre lo difícil y complicado que es el camino que los ha de llevar a su consecución.  

       ¿No habéis oído a personas que, con la excusa de que todo está mal, de que hay mucha crisis y de que las circunstancias son las más duras, se tumban a la bartola para chupar del bote, convirtiéndose en parásitos sociales? Su camino, como dice Salomón, está obstruido por espinos, por esa perspectiva vital cómoda que predica que todo es complicado, que todo es doloroso o que todo es peligroso a la hora de encontrar un empleo, de formar una familia, de iniciar un ciclo académico, etc. Los temerosos de Dios, no obstante, aun sabiendo que la situación no es la mejor y que existen multitud de barreras en la vida para conseguir progresar, abogan por rogar a Dios que limpie sus sendas de barreras, que allane sus caminos y que disponga a lo largo de su trayectoria vital oportunidades providenciales para convertirse en un miembro productivo de nuestra sociedad. 

2. ESCUCHA A TUS MAESTROS 

      Para lograr una buena educación es nuclear escuchar a los que más saben, a los maestros, a los que durante mucho tiempo han dedicado sus vidas al servicio de la sabiduría y del conocimiento: “El hijo sabio alegra al padre; el hombre necio menosprecia a su madre. La necedad es alegría al falto de inteligencia; el hombre inteligente endereza sus pasos. Los pensamientos se frustran donde falta el consejo, pero se afirman con los muchos consejeros. El hombre se alegra con la respuesta de su boca; la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (vv. 20-23) 

      Unos de los maestros a los que debemos prestar atención es a nuestros padres. De hecho, son nuestros primeros mentores, aquellos que, desde nuestro nacimiento nos han de inculcar nuestros valores iniciales. Mientras están en manos de los padres, pudiendo, en la medida de lo posible, moldear sus tiernas vidas a través de la sabiduría, no suelen aparecer problemas graves en nuestros hijos. Lo complejo sucede cuando son adolescentes y van construyendo su personalidad y carácter. Ponen en tela de juicio nuestras enseñanzas y valores inculcados, y son influenciados por otros maestros, tanto buenos como malos. Una vez son adultos, no existe mayor satisfacción para un padre y una madre, no hay mayor orgullo, que poder contemplar a tu hijo caminando por la senda del temor de Dios, senda que le ayudaste a comenzar en su niñez. Sus pasos en la vida son firmes y sus decisiones son puestas en manos de Dios, de modo que disfrutan de la cobertura necesaria para convertirse a su vez en maestros eficaces y sabios de sus hijos. Se saben rodear de personas que les enriquecen espiritualmente, que les aportan afectiva y sentimentalmente, que les advierten de posibles peligros y amenazas, que les amonestan en los instantes en los que se equivocan. Su discurso es motivo de alegría y deleite para la vida de su comunidad y han aprendido a decir las cosas a su debido tiempo, de la manera más adecuada y beneficiosa. 

      Sin embargo, no todos los hijos desean seguir la misma ruta que sus padres viven, y, por desgracia, algunos descendientes deciden involucrarse en perversas maneras de considerar sus existencias, en conductas altamente nocivas para ellos y para los que los rodean, en hábitos que avergüenzan a los padres porque traspasan la frontera entre la honra y la deshonra social, y que ponen en entredicho la clase de educación que les fue dada por los pobres padres, los cuales lo hicieron lo mejor posible. Sus planes mejor esbozados se vienen abajo como un castillo de naipes y sus sueños se malogran porque, en lugar de escuchar lo que tienen que decir los que mejor conocen el camino de la felicidad, prefieren ir a la suya, sin meditar las consecuencias de sus elecciones, sin recibir la ayuda de otros que, por su experiencia podrían auxiliarlos. En su necedad supina solo profiere maldiciones contra sus congéneres, y sus palabras a destiempo destruyen, fulminan y provocan el caos y la discordia por allá por donde pasan. Su cerrazón y su obstinación les conducirá a la miseria y a la bancarrota social. 

3. DESTINOS DE NUESTRA FORMA DE ESCUCHAR 

      Nuestra manera de escuchar, de analizar lo que hemos oído y de emplear nuestra respuesta, condiciona enormemente nuestro destino en esta dimensión terrenal e influye significativamente en nuestro destino eterno más allá de este mundo: “El camino de la vida es hacia arriba para el prudente; así se aparta del seol abajo. Jehová derriba la casa de los soberbios, pero afirma la heredad de la viuda. Abominables son para Jehová los pensamientos del malo, pero las expresiones de los puros son limpias. Alborota su casa el codicioso, pero el que aborrece el soborno vivirá. El corazón del justo piensa antes de responder; la boca de los malvados derrama maldad. Jehová está lejos de los malvados, pero escucha la oración de los justos.” (vv. 24-29) 

       Saber estar oído al parche, siempre dispuesto a recibir de buen grado la sabiduría de lo alto, así como el consejo de aquellos que Dios ha puesto en nuestro camino, redunda necesariamente en un progreso personal fuera de toda duda. El crecimiento espiritual, la madurez afectiva y mental y el desarrollo creciente en términos sociales es el destino natural de los que se adscriben a los beneficios de la sensatez y la prudencia. Es la única manera de pasar por esta vida sin truncarla de manera abrupta y desgraciada. Los menesterosos, como la viuda de la que habla el rey sabio, invariablemente sujetos a la voluntad de Dios, mantendrán sus propiedades familiares como parte de la bendita provisión de Dios. Es inevitable traer a la memoria a la viuda de Sarepta y cómo el Señor cuidó cada detalle para que su sustento no faltase. Si aspiramos a una vida plena, nuestras respuestas tras haber escuchado a los demás, deben ser limpias, sinceras, no condicionadas por la corrección política o por la coyuntura que se atraviese. Solo de este modo podremos gozar de una proyección pública honorable, firme y coherente con nuestra fe en Dios.  

        En cuanto nuestros oídos tengan que escuchar las sugerentes ofertas de aquellos que intentan subvertir nuestra fidelidad a la verdad y a la justicia, hemos de mostrar nuestro más rotundo rechazo, afeando y denunciando cualquier componenda de la que nos quieran hacer parte. En el preciso momento en el que recojamos la opinión o el mensaje de otras personas con atención, en lugar de dejarnos llevar por el impulso instintivo y salvaje de contestar con cajas destempladas, haremos bien en pensar y meditar sobre lo recibido, con el objetivo de dar una respuesta acorde a nuestra conciencia cristiana que temple ánimos y plante la semilla del evangelio de Cristo en los corazones y mentes de nuestros receptores. Y, en cuanto a las oraciones con que suplicamos al Dios de los cielos, el Señor escucha a los que escuchan, atiende a los que no hacen oídos sordos a lo que otros tienen que decirnos, y responde a aquellos que contestan de acuerdo a la justicia y a la verdad que proceden directamente de nuestro Creador. 

     El destino para aquellos que solo escuchan sus propias conclusiones pecaminosas no puede ser menos que terrible, infamante y destructivo. El país de los muertos es el puerto al que arriban los restos de su naufragio espiritual, la debacle de su casa es el resultado de encallar en los escollos donde ellos mismos han escogido embarrancar a causa de su orgullo y altivez, la perdición será el enclave sempiterno en el que darán con sus huesos cuando atraviesen el umbral de la muerte tras haber dado cauce a sus perversos planes para afligir a sus semejantes, la pobreza y la desesperación serán sus compañeros después de haber sucumbido a los cantos de sirena de la codicia y la avaricia, y, por si esto fuera poco, nada de lo que puedan decir en la hora de su juicio final podrá utilizarse como coartada o justificación de haber hecho caso omiso de los marginados y menesterosos, o de haber insultado o difamado a inocentes, quebrantando y contaminando así su prestigio y fama social por el puro deleite de sus negros corazones. Ninguna plegaria alcanzará el trono de gracia del Señor si persisten en sus depravados caminos y en sus abyectos pensamientos. Dios manifiesta su desagrado para con los malvados, aquellos que se alejan de sus directrices y de sus propósitos, de su amor y de su sabiduría, y terminan pereciendo en las mazmorras perpetuas que esperan a cuantos desechan su consejo y su gracia. 

4. ESCUCHA HUMILDE 

     Escuchar bien demanda humildad e interés sincero. No es posible aprender, conocer y saber, si primero no hemos constituido nuestra alma como un canal abierto a través del cual el discernimiento divino puede acceder a lo más profundo de nuestro ser, y así ser transformados de dentro a afuera: “La luz de los ojos alegra el corazón; la buena noticia conforta los huesos. El oído que escucha las amonestaciones de la vida, morará entre los sabios. El que desprecia la disciplina se menosprecia a sí mismo; el que escucha la corrección adquiere inteligencia. El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría, y a la honra precede la humildad.” (vv. 30-33) 

     Todo lo que percibimos a través de los sentidos, y especialmente a través de la vista, nos debería llenar de gozo y satisfacción espiritual. Lamentablemente, aunque sí existen cosas en este mundo que nos provocan disfrute y placer sano, también somos conscientes de que el pecado humano ha ennegrecido y enturbiado la realidad percibida. No todo lo que vemos es bueno y capaz de hacernos felices. Hay elementos, cada vez más descontrolados, que nos impulsan a cerrar nuestros ojos: la injusticia, las guerras, los atentados fanáticos, las disputas, la pobreza, la miseria, el crimen... Sin embargo, a pesar de las malas noticias con que riegan los momentos en los que vemos los informativos o leemos la prensa escrita, siempre existen pequeños éxitos que Dios permite en medio de tanta muerte y decadencia moral, y que nos reconfortan, nos ofrecen un atisbo de esperanza, un asomo de justicia y verdad, un trocito de bondad que llevarnos al corazón.  

      Todavía existe la posibilidad de ser sabios en la aceptación sincera y confiada de nuestra disciplina espiritual ejercida por Dios. Aún podemos reunirnos con hombres y mujeres que escapan de la dinámica tenebrosa que sigue intoxicando el espíritu de las multitudes. Todavía optamos a dejar de menospreciarnos a nosotros mismos mientras desdeñamos el consejo de los sabios. Aún es posible acceder a la inteligencia reconociendo humildemente nuestros errores ante Dios y ante el prójimo. Todavía tenemos la ocasión desde el temor y la obediencia a Dios de ser luminares sabios que alumbren al mundo en tensión en el que moramos. Nuestro testimonio individual y comunitario solo puede lograrse desde la humildad, la honestidad y el deseo de servir incondicionalmente a la humanidad.  

CONCLUSIÓN 

      Como diría William George Ward, escritor y teólogo inglés del s. XIX, “saber escuchar es el mejor remedio contra la soledad, la locuacidad y la laringitis.” Hablar todos hablamos y queremos que se nos escuche. Pero, ¿dónde están los que han de recoger nuestras ideas, inquietudes y cuitas? Seguramente, muchos pagarían un buen precio por tener a alguien que los oiga con atención y comprensión. Sentarse tranquila y sosegadamente en una buena butaca con un buen café o infusión, y dejar a un lado móviles y demás distracciones audiovisuales, suele ser la mejor medicina para el corazón. Hallar a alguien que aparte un tiempo de calidad para atenderte sin ruidos ni interferencias es un lujo muy costoso en nuestros tiempos.  

       Busca a alguien que te escuche, y que, a su debido tiempo, tenga palabras dulces, pero sinceras, que bendigan tu vida, que la edifiquen y que te hagan madurar sensiblemente. Y no olvides que el que mejor te atenderá será tu Padre celestial, siempre y cuando tú también pongas oído al parche y dejes que te envuelva con sus sabios y santos consejos.

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