LÁGRIMAS DE RICO


 

SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA III” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 14:16-35 

INTRODUCCIÓN 

       Si eres de la generación de los años 70 y 80 del siglo pasado, seguramente habrás escuchado acerca de una telenovela llamada “Los ricos también lloran.” Aunque fue televisada en México en 1979, no sería hasta 1985 cuando llegó a las pantallas de toda España. Era la primera telenovela o “culebrón” mexicano e hispanoamericano que aterrizaba en nuestro país para dar inicio a lo que ya es una tradición de series televisivas prácticamente eternas en casi todos los canales. Esta telenovela narra las aventuras y desventuras de su protagonista, Mariana, protagonizada por Verónica Castro, en una suerte de interminable trama intrincada y laberíntica de intereses encontrados, de escenas lacrimógenas, de episodios románticos, y de adictivas cadenas narrativas que provocaban en los primeros telespectadores españoles una identificación con algunos personajes de lo más preocupante. Básicamente, el título de este culebrón nos da a entender que, a pesar de tenerlo todo en el plano material, siempre hay desgracias, luchas de poder, desamores y mentiras que enturbian cualquier alegría que puedan ofrecer las riquezas. No todo es jolgorio en la mansión del rico, sobre todo cuando el amor al dinero es la raíz de todos los males habidos y por haber. 

     Yo apenas era un mozalbete de 10 años cuando mi madre comenzó a ver esta telenovela, y no cabe duda de que podía llegar a engancharte como si de una sustancia estupefaciente se tratara. Entendí, a pesar de mi edad temprana, y con la ayuda de la comprensión única que los hogares humildes solo saben dar a sus hijos, que el dinero no daba toda aquella felicidad que realmente necesitaba el ser humano. Nuestra familia no ha sido en sus orígenes una familia de potentados o de adinerados ejemplares. Desde el suelo, mis padres lograron levantar una casa poco a poco, e irradiando esa paz y ese contentamiento que Dios derramaba en sus corazones y vidas. Y todos en nuestro hogar llegamos tarde o temprano a la conclusión de que tener cantidades ingentes de dinero a nuestra disposición no nos haría mejores de cómo éramos en tiempos de carestía, de apretarse el cinturón y de trabajar de sol a sol. Lo importante era ser conscientes de que el Dador de todas las bendiciones y de todo aquello que era necesario y oportuno en cada instante, estaba de nuestro lado, y que no nos desampararía ni nos dejaría abandonados en tiempos de crisis. 

     Salomón, posiblemente uno de los seres humanos más ricos de toda la antigüedad a tenor de lo que se reseña en las Escrituras sobre su patrimonio y tesoro, sabía perfectamente que una cosa era ser multimillonario y tirar de billetera para satisfacer cada deseo que pasa por la mente, y otra era ser sabio y humilde, a la par que dependiente de la provisión de Dios. Uno puede adquirir riquezas empleando el contenido de nuestra cavidad craneal, sometiendo su capital al consejo de Dios y recordando de dónde procede éste, o puede arrebatárselo a los más débiles con violencia para construir un imperio financiero. Uno puede ser generoso en tiempos de bonanza, compartiendo con el pobre, o puede seguir amasando una fortuna retrayendo su mano a la hora de ayudar a los más necesitados. Uno puede confiar en sus dineros para sentirse seguro y feliz, y otro hace todo lo posible por confiar en el Dios del oro y de la plata para que satisfaga de forma plena cualquier necesidad que pueda aparecer. Uno puede ser rico y estúpido, rico y sabio, pobre por haber sido insensato, y pobre con dignidad al que Dios visita para ser ensalzado. Salomón pudo haber disfrutado enormemente de sus descomunales fondos, pero, al final de sus días, también tuvo que reflexionar sobre lo que es verdaderamente importante para nosotros y para Dios: temerle y obedecerle en todas sus sabias y acertadas consideraciones. 

1. TEMPERAMENTOS ENFRENTADOS 

      A veces nuestro temperamento echa a perder muchas de las oportunidades que tenemos de ver mejoradas nuestras vidas, muchas ocasiones de progresar y muchas opciones de prosperar en todos los sentidos: El sabio teme y se aparta del mal; el insensato es insolente y confiado. El que fácilmente se enoja comete locuras; y el hombre perverso es aborrecido. Los ingenuos heredarán necedad, mas los prudentes se coronarán de sabiduría.” (vv. 16-18) Como viene siendo la tónica habitual y recurrente, Salomón contrasta la clase de ética y moral que practican y viven todos los hombres. En el caso de estos versículos, tenemos a la persona sabia, esto es, aquella que se pliega completamente bajo los consejos sabios de Dios, y aquella que pone por obra el fruto que resulta de obedecer a Dios por encima de cualquier otra cosa. El sabio, por tanto, valora el siguiente paso que va a dar en la senda de su existencia, lo mide con la regla bíblica, lo analiza desde todos los ángulos desde el prisma de la revelación divina, y saca la conclusión de que, si la acción o el resultado de ésta vulnera, daña o contamina su relación de comunión con su Señor, debe frenar en su empeño inicial y adaptarse a la voluntad de Dios. La corona, como símbolo de poder, autoridad y honor, es la señal que reluce en lo más alto de la trayectoria vital del recto de corazón. El justo no está tan interesado en conseguir bienes materiales, como en lograr ser reconocido y galardonado por Dios en virtud de su humildad, sometimiento y amor.  

    Por el contrario, el insensato tiende a confiar demasiado en sí mismo. Es aquel humanista que sigue pensando, a pesar de la terca realidad y de la más que visible apariencia de la naturaleza humana caída, que él puede tomar las riendas de su vida sin contar con Dios, que puede invertir sus esfuerzos y desvelos en logros personales y materialistas, y que se cree con la capacidad de progresar adecuadamente sin ayuda alguna. Su insolencia se convierte en irreverencia y en falta de respeto hacia su Creador. Sus éxitos efímeros y momentáneos son la excusa ideal para pavonearse ante los sabios de Dios y para burlarse de la debida sujeción al Señor. Estos personajes que creen que sus riquezas proceden de sí mismos, y que se autoengañan diciendo que nada de lo que poseen pertenece a Dios, tienden a comportarse en sus relaciones con los demás de dos formas distintas: o se encienden a la mínima, despotricando como posesos contra su prójimo y contra Dios, o son calculadores y fríos a la hora de programar cómo conseguir sus fines.  

      Aquellos que se enojan fácilmente, que actúan impetuosamente, que cuando braman no tienen sentido de la proporción y del decoro, que sobre reaccionan ante cualquier cuestión que no les interesa, que dejan que su ira ciegue su juicio moral y ético, solo saben perpetrar agresivas y violentas atrocidades que al final los han de conducir al patíbulo o a la celda de una prisión. Y aquellos que pasan gran parte de su tiempo urdiendo planes para aprovecharse de los marginados por la sociedad, de los débiles y de los menesterosos, que dedican su vida a planificar nuevas maneras de seguir explotando, exprimiendo y expoliando a los demás, y que taimada y astutamente se infiltran por los resquicios y recovecos de lagunas legales y subterfugios normativos, tarde o temprano serán pillados con las manos en la masa, sus proyectos malevolentes serán descubiertos y la sociedad los despreciará del mismo modo en el que ellos despreciaron a sus semejantes para lograr más y más dinero. Todos aquellos que cometen fechorías contra su comunidad solo tendrán un legado que confiar a sus descendientes, una herencia que, en lugar de enriquecerlos y honrarlos más, no hará más que empobrecerlos y destruirlos hasta no dejar memoria de sus pecados. La ignominia y la vergüenza será su sambenito de por vida, y sus descendientes tendrán que borrar con sus propias conductas éticas y morales todo el daño que hicieron sus padres. 

2. LLORAN LOS POBRES 

      Ser rico no supone necesariamente ser la persona que más dinero tenga. En términos económicos y financieros ser ricos es una cuestión puramente matemática, pero en el sentido espiritual, ser rico supone dejar que sea Dios el que te ayude a gestionar lo que se te ha entregado: “Los malos se inclinarán delante de los buenos, y los malvados, ante las puertas del justo. El pobre resulta odioso aun a su amigo, pero muchos son los que aman al rico. Peca el que menosprecia a su prójimo, pero el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. ¿No yerran los que traman el mal? Pero misericordia y verdad alcanzarán a los que planean el bien. Toda labor da su fruto; mas las vanas palabras empobrecen. Las riquezas de los sabios son su corona; la insensatez de los necios es locura.” (vv. 19-24) 

      Las personas que han escogido maltratar al prójimo, tirar de egoísmo para fraguar sus proyectos de enriquecimiento personal o faltar a la verdad cuando conviene, serán, con el tiempo, a su debido momento, ubicadas en posturas humillantes con respecto a los individuos que han optado por seguir los mandamientos divinos y cumplir con los propósitos que Dios les ha mostrado en su Palabra. Sabemos que no siempre sucede así, al menos en esta dimensión terrenal, donde los malvados tiranos y los corruptos acaudalados llegan al término de sus vidas intoxicando al resto de la sociedad. Sin embargo, si no es en este espacio temporal, sí tendrán que caer de rodillas ante los justos que han sido redimidos por el Señor de la eternidad. Incluso muchos de aquellos que practican sin escrúpulos la perversión de afectar negativamente a su prójimo, no tendrán más remedio que, en su desdicha y miseria, fruto de sus malas artes, tener que acudir a los pies de aquellos que confiaron en la justicia de Dios a pesar de los ataques inmisericordes de los perversos.  

      El clasismo que viene determinado por las rentas habidas sigue siendo una lacra para nuestra sociedad democrática y del bienestar. Todavía hay quien sigue mirando por encima del hombro al humilde, que continúa despreciando la sencillez del honrado trabajador, que persiste en la idea de que Dios bendice a los ricos y castiga a los pobres. Todavía existen personas, y algún que otro cristiano, que no ceja de creer en su concepto de que el que vive en la abundancia es porque Dios lo premia por su bonhomía, y que el que va por ahí abriendo contenedores para poder echarse algo al estómago, ese es un paria al que Dios ha abandonado a su suerte. La relación directa que existe, dada la naturaleza odiosa del ser humano, entre amistades y pasta, y entre soledad y carestía, es el mayor engaño que existe para el que piensa de este modo.  

      Preguntemos al joven pródigo que dilapidó toda su fortuna en fiestas, rodeado de amigos y amigas a porrillo que se acercaban a él por el interés, como las polillas a la llama de una vela, donde estaban sus amigos el preciso día en el que se dio cuenta de que su cartilla bancaria estaba en números rojos y de que, si no tenía más cash, sus presuntos amigos no volverían a dispensarle su atención y trato. ¿Y qué hay más triste para una persona sin posibles que comprobar cómo aquellos a los que consideraba sus mejores amigos se marchan de su lado con cara de asco y de desprecio? Nada nuevo bajo el sol, ¿verdad? 

     La actitud que mostramos para con los demás no debería variar en absoluto en dependencia directa con lo abultado de su fajo de billetes o con las telarañas que hay en los bolsillos. Si despreciamos y ninguneamos al pobre para ensalzar al rico, ¿no estaremos de este modo reprobando al Señor como un ser injusto y caprichoso? ¿No estaremos diciendo a Dios que la pobreza viene de él? ¿No será mejor tener misericordia del menesteroso y así ser también nosotros objetos de la gracia de Dios? ¿No será mucho más hermoso canalizar las bendiciones materiales e inmateriales con que el Señor nos colma día tras día, para beneficiar a aquellas personas que lo están pasando realmente mal? ¿No será mejor proyectar programas de auxilio social que tramar nuevas formas de absorber inmisericordemente el tuétano a los menesterosos? ¿No haríamos del mundo un lugar más habitable y sostenible si, en lugar de buscar la manera de aprovecharnos de lo que los demás tienen, procurásemos el modo de lograr la justicia social y el bienestar e igualdad de todos los seres humanos que conviven junto a nosotros?  

      Nuestros actos hablan más fuerte que cualquier promesa que podamos hacer en este sentido. Nuestro trabajo y afán por conseguir revertir la miseria de personas de nuestro entorno predican con mayor alcance el mensaje del evangelio de Cristo, que palabras huecas llenas de retórica, de politiqueo hipócrita, y de eufemismos demagógicos, las cuales siguen sumiendo en la pobreza a miles y miles de personas que están hartas de tanta charlatanería cuando el gruñido del hambre se superpone al ruido de las mentiras apaciguadoras del político de turno. 

3. TEMOR DE DIOS VS. ENVIDIA E IMPACIENCIA 

      La prosperidad o fortuna de otros puede provocar en nosotros la tentación de obrar mal contra ellos, dado que quisiéramos lo que éstos tienen, pero no podemos, por la razón que sea, alcanzar su tren de vida. De ahí que nos entreguemos en brazos de la envidia, de la ira o de la explotación de nuestros subordinados laborales: “El testigo veraz salva las vidas; el falso dice mentiras. En el temor de Jehová está la firme confianza, la esperanza para sus hijos. El temor de Jehová es manantial de vida que aparta de los lazos de la muerte. En el pueblo numeroso está la gloria del rey; en la falta de pueblo, la debilidad del príncipe. El que tarda en airarse es grande de entendimiento; el impaciente de espíritu pone de manifiesto su necedad. El corazón apacible es vida para la carne; la envidia es carcoma de los huesos. El que oprime al pobre, afrenta a su Hacedor, pero lo honra el que tiene misericordia del pobre. Por su maldad es derribado el malvado, pero el justo halla refugio en su propia muerte.” (vv. 25-32) 

      Cuando la verdad va por delante, bien sea ante un tribunal o en cualquier otro ámbito de la vida, es posible salvarle el pellejo a aquellos que han sido indecente e injustamente acusados por los falsos testigos y perjuros, todos ellos comprados y sobornados para decir justo aquello que los poderosos e influyentes magnates quieren que se sepa sobre sus asuntos tenebrosos. Hoy en día, la verdad se ha convertido en esa desconocida, en un elemento entorpecedor de la maquinaria vil que tritura el prestigio, la honorabilidad y la dignidad de las personas. Solo se dice la verdad cuando conviene, cuando tenemos algo que ganar, pero nunca se emplea con pasión cuando existe algo que perder. Es más fácil casarse con la falsedad, con las medias verdades o con las subjetivas visiones que procura la posverdad, que renunciar a contar la auténtica extensión de una sola y absoluta verdad. El mentiroso es sabedor de que su trola será la antesala de una condena parcial, de una muerte inmerecida, o de una pena de cárcel que lastrará de por vida al acusado malignamente.  

      Cuando el temor de Dios va por delante, ni la muerte podrá con aquella persona que ha depositado su fe y esperanza en Él. Poner toda convicción y fundamento ideológico y espiritual en las manos del Señor no es cosa fácil, sobre todo comprobando de qué maneras torticeras las altas esferas tratan de arrebatarnos hasta el más mínimo atisbo de credibilidad y fiabilidad. No obstante, a pesar de los ataques y de los obstáculos que otros interponen en nuestro camino de seguimiento, servicio y obediencia a Dios, seguimos manteniendo como un estandarte nuestros principios arraigados en las Escrituras, de tal manera que nuestros descendientes puedan recoger ese testigo para sí mismos, y volver a traspasarlo a sus hijos y nietos. Temer a Dios supone evitarse más de un problema producto de la sinrazón, de la insensatez y de la imprudencia. La sabiduría que destila nuestra veneración a Dios nos permite eludir cualquier trampa que se disponga a nuestros pies en la senda que cada uno de nosotros ha de transitar mientras vivamos en este mundo terrenal. Como el agua de manantial, el temor de Dios nos vivificará, reanimará y restaurará espiritual y cognitivamente, a fin de no cometer los errores que otros cometen al ser ellos mismos quienes dirigen el timón de sus existencias sin querer saber nada de su Creador. 

      La imagen de un rey siendo vitoreado por una gran multitud compuesta por sus súbditos, y la pintura de un príncipe que pasa sin pena ni gloria por la memoria colectiva de un pueblo, son símbolos inequívocos de lo que logra una gestión sensata y prudente del poder, de la economía y de la justicia. Si el dirigente se somete a los dictados de Dios, es mucho más probable que sus medidas sirvan al objetivo de mejorar la vida cotidiana de las gentes que están a su cargo. Pero si el dignatario prefiere establecer estrategias basadas únicamente en aquello que percibe que es mejor para sí mismo y para sus partidarios, descuidando a la gran mayoría de los ciudadanos de su país, posiblemente deberá también idear una forma mediante la cual guardarse de aquellos que se sienten agraviados, empobrecidos e injustamente sentenciados. Administrar el erario público según las retorcidas intenciones y según los egocéntricos intereses del corazón humano, nunca será una buena solución que incorporar a una sociedad lastrada por las desigualdades y las corruptelas.  

     Impacientes y envidiosos siempre habrá en nuestro entorno. Personajes siniestros que no tienen la paciencia suficiente como para no dejar atrás a los que más sufren, e individuos que hacen rechinar sus dientes cuando contemplan como sus vecinos prosperan sin que ellos progresen de acuerdo a su concepción de lo que merecen, son los que minan la convivencia en nuestros contextos sociales. La impaciencia suele llevar a tomar medidas nefastas y contraproducentes. La impetuosidad apareja la poca o nula planificación de soluciones a problemas y crisis de grandes dimensiones, y esto lleva a una serie de estrategias que, en lugar de solventar entuertos, solo hace el efecto contrario de aumentarlos y multiplicarlos. La envidia tiñosa envenena el corazón del individuo y de una cierta clase de ciudadanos, hasta el punto de confundir la fortuna ajena con una amenaza a su estatus quo. Esta carcoma ósea va royendo de forma paulatina el interior de quienes somos, hasta el punto de convertirnos en jueces de otros, y de emponzoñar nuestra visión del contentamiento cristiano.  

     Sin embargo, los que muestran equilibrio en sus decisiones, que mantienen la calma a pesar del caos, que contagian su paz a los demás en instantes convulsos, son los menos en nuestros tiempos y circunstancias históricas. Personas que no se dejan llevar por corazonadas, que no permiten que el desaliento se instale en sus decisiones, que valoran primero pros y contras con sosiego para tomar medidas oportunas, equilibradas y proporcionadas, son aquellas que dejan que el Espíritu Santo se apodere de sus mentes y emociones, para lidiar con problemáticas de toda índole y salir victoriosos y airosos de ellas. 

      Como si el pobre no tuviese bastante con serlo, algunas personas tóxicas y dañinas se empeñan constantemente en aprovecharse de ellos, colocando su bota de poder en el cuello y procurando la vía de sacar el máximo jugo a sus circunstancias adversas y misérrimas. Dios observa esta clase de manejos y se siente insultado y ultrajado. Dios no creó al ser humano para ser un objeto más del que sacar provecho, ni lo configuró para ser maltratado y abusado por sus congéneres, ni lo imaginó y trajo a la existencia para que fuese pisoteado sin compasión por otros de sus semejantes. El pecado es el que trajo todos estos descalabros y desvaríos a la realidad de la historia. La desobediencia humana fue la que dio entrada y cabida a los desmanes que se desatan en contra de los intocables y de los anónimos millones de personas que son presa fácil de sus explotadores. El rico y el poderoso llorarán por siempre en el abismo infernal a causa de sus maquinaciones perversas contra los necesitados del mundo. No pasará así con aquellos que sabiéndose también ellos pobres en espíritu y en recursos, confirman con sus acciones y palabras su total dependencia de Dios y comunican la gracia recibida de Dios, sin merecerla, a aquellos que sufren impotentes los embates salvajes de un capitalismo desbocado en sus propias carnes. Dios ama a los misericordiosos y a los empáticos, y rechaza de plano cualquier conducta que reduzca a la nada a cualquiera de sus criaturas humanas.  

      Como un tesoro digno de ser guardado en lo más profundo de nuestro corazón es tener la certeza de que, aquellos que depositan su fe y vida en las manos de Dios, no temen a la muerte, sino que más bien la tienen como un refugio, un lugar en el que se hallan al fin a salvo de las asechanzas de Satanás, de las malas personas y de las influencias perniciosas del perverso sistema mundial que todo lo poluciona. No ocurre así con los derroteros de aquellos que pervierten el derecho, que se afanan en cometer delitos de lesa humanidad y que se ceban en los más desfavorecidos de la sociedad. Estos serán derribados, en esta vida o en la venidera, bien a causa de sus yerros y pecados, o bien como resultado del inevitable juicio de Dios, en el cual todas sus codicias y ambiciones desmedidas serán expuestas ante toda la humanidad pasada, presente y futura, para vergüenza suya por los siglos de los siglos. 

4. TRES ALIADOS DEL JUSTO 

     Por último, Salomón desafía a todos aquellos que leen esta porción de su colección proverbial a que seamos ciudadanos que practican la justicia, la prudencia y la sensatez teniendo en cuenta el todo al que pertenecemos civilmente: “En el corazón del prudente reposa la sabiduría, pero no es conocida en medio de los necios. La justicia engrandece a la nación; el pecado es afrenta de las naciones. El favor del rey es para con el servidor prudente; su enojo, para el que lo avergüenza.” (vv. 33-35)  

      Aquel que se levanta cada día con la búsqueda del bienestar de sus conciudadanos en la mente y en el alma tiene tres cosas a su favor: la sabiduría que procede de lo alto, la cual procura bendecir al mayor número posible de personas de nuestro entorno corporativo; la justicia de Dios, la cual ofrece vida y tranquilidad a las personas de bien ante las tretas y crímenes de los desalmados; y el favor de la autoridad civil, el cual sabe reconocer la utilidad pública de nuestros proyectos sociales y de nuestras acciones solidarias.  

      Sin embargo, sabiendo lo anterior, también hemos de ser conscientes de que también moran entre nosotros personajes de baja estofa y con pésimas intenciones antisociales. Estos van a menospreciar la sabiduría de Dios para centrarse en su propio conocimiento, el cual está afectado hasta la médula por la influencia del pecado. Estos van a transgredir las normas de convivencia que todos nos hemos dado para vivir en paz, retorciendo hasta lo indecible cualquier regla que no se ajuste a sus dañinos intereses. Estos van a acarrearse el aborrecimiento de las autoridades gubernamentales, dado que son los que nos avergüenzan con sus hábitos y comportamientos insolidarios, depravados y asquerosos. Dos clases de personas en un mismo mundo; una lucha continua para traer luz y felicidad para todos; y un combate fratricida en el que hemos de militar como hijos de Dios para lograr el establecimiento total y absoluto del Reino de Dios cuando Cristo regrese de nuevo. 

CONCLUSIÓN 

     Muchos ricos también lloran. Pero lo hacen porque no son capaces de mostrar misericordia para con los menesterosos, porque explotan a sus semejantes sin ningún tipo de consideración, porque muestran su desagrado y desdén clasista siempre que tienen oportunidad, porque se aferran codiciosamente a lo que tienen y envidian lo que tienen los demás, porque pervierten el derecho y se arrogan la prerrogativa de dominar impíamente sobre la masa de humildes seres humanos.  

      Lloran muchos ricos, porque tarde o temprano, cuando el Señor así lo estime oportuno, deberán dar cuenta de cómo administraron sus bienes, de en calidad de qué los obtuvieron, y de cómo gestionaron sus fondos para socorrer a los más desfavorecidos de su entorno. 

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