SANA DOCTRINA


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE TITO 

TEXTO BÍBLICO: TITO 2:1-15 

INTRODUCCIÓN 

      La institución familiar siempre ha necesitado de una serie de códigos, normas y líneas directrices que impulsen su correcto desarrollo, su óptima administración y su conexión relacional. El hogar debe regirse por un conjunto de reglas que procuren que éste no se desmorone, decaiga y desaparezca. Cada miembro de la familia tiene su rol definido sobre todo por su edad y por el nivel de madurez que ostente. Por supuesto, la estructura de la familia ha ido evolucionando, para bien o para mal, pero siempre ha tratado de lograr el equilibrio armónico que produzca el bienestar de cada uno de sus componentes, la estabilidad necesaria para el desenvolvimiento personal dentro de una red de interacciones afectivas de distintos grados, y el sometimiento al plan que Dios ha elaborado sabiamente para el clan familiar. En cuanto alguno de los pilares que sostienen a la familia se tambalea, bien a causa de una crisis interna o a causa de una amenaza externa, entonces el colapso del hogar se antoja demasiado próximo, e incluso irremediable. Si no existe un compendio de virtudes prácticas que inoculen a la familia respeto mutuo, servicio, obediencia y sumisión a los progenitores y personas más maduras, entonces todo estalla, convirtiendo una casa en un auténtico infierno en la tierra. 

      Hoy más que nunca en la historia, vivimos tiempos tenebrosos en lo concerniente a la estabilidad familiar. Hogares desestructurados son incluso ensalzados en los medios de comunicación, haciendo deseable que esto llegue a ser real en muchas casas. Está comprobado que los hogares desestructurados y desnortados en los que no existen modelos éticos, morales y espirituales parentales, en los que los progenitores están sumidos en adicciones de todo tipo, en los que la comunicación entre miembros es mala o inexistente, en los que se ejerce un control obsesivo sobre esposos e hijos, en los que se producen abusos físicos y sicológicos, en los que existe una incoherencia clamorosa en la aplicación de las normas de convivencia, en los que se pasa del autoritarismo más dictatorial a la tolerancia más blanda y permisiva, y en las que no se promueve la expresión de los afectos y del cariño entre componentes del hogar, la vida se torna en insufrible, los conflictos se suceden hasta alcanzar cotas de violencia inusitadas y el respeto mutuo ha devenido en un odio y un rencor tóxicos que acaba por dinamitar el núcleo y esencia de la familia. 

      En el texto paulino que hoy estudiamos, hallamos una significativa semejanza con otra serie de escritos literarios muy propios de filósofos o maestros de la moral helenística. Estos textos buscaban describir y delimitar los deberes, compromisos, responsabilidades y relaciones domésticas de su época. Era algo así como una lista que debía ser firmada por todos y cada uno de los elementos que componen un hogar, y que había de ser cumplida con el objetivo de prosperar la unidad familiar. Pablo, tirando de esta semejanza doméstica, quiere ayudar a Tito en su labor pastoral y eclesial. Considerando la iglesia como casa de Dios, y a cada hermano y hermana que en ella se congregaba como familia del Señor, el apóstol de los gentiles ofrece un patrón claro de cómo debía comportarse cada persona que se adhería al pueblo de Cristo por adopción espiritual.  

1. EL SECTOR ANCIANO Y JUVENIL FEMENINO 

      Pablo comienza dirigiéndose a los adultos de entre 50 y 60 años, mujeres y varones: Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte. Que no sean calumniadoras ni esclavas del vino, sino maestras del bien. Que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada.” (vv. 1-5) 

     Básicamente, todo aquello que Tito ha aprendido de Pablo, debe ser comunicado sin adiciones ni quitas. La sana doctrina es para todos los miembros de la congregación, y debe canalizarse en cadena por medio de la enseñanza a personas fieles y consagradas, maduras en la fe. Los ancianos (gr. presbiteroi) ya no son solamente los ancianos de los que hablamos en el estudio anterior, aunque puede que coincidieran tanto en funciones como edad con ellos. Estos adultos maduros debían exhibir en su comportamiento tres virtudes sociales (sobriedad, seriedad y prudencia), y tres virtudes espirituales (fe, amor y paciencia). La sobriedad sugiere la idea de ser personas no entregadas al vicio de consumir abusivamente cantidades ingentes de alcohol. Por tanto, los ancianos no debían emborracharse si no querían afectar negativamente al resto de creyentes. Todos sabemos lo que es capaz de lograr un padre alcoholizado en el ambiente familiar, y todos hemos contemplado como el acceso desaforado a sustancias adictivas ha llevado a la ruina a millones de hogares. Llevando esta desafortunada situación a la iglesia, lo cierto es que su testimonio se vería menoscabado y su búsqueda de la armonía sería trastocada dramáticamente. 

     La seriedad o respetabilidad es un bien increíblemente beneficioso para la reputación de una persona. El anciano debía construir día a día un testimonio fuera de todo reproche y reconvención social. El escándalo no es propio de una persona madura en la fe. La discreción y la templanza nunca deben faltar en el ánimo del creyente. Todos sabemos lo negativa que puede ser una mala reputación ganada a pulso en el entorno familiar. Si la familia se ve envuelta en los despropósitos de cualquiera de sus miembros, da igual que solo haya sido una sola persona la que haya incurrido en un escándalo mayúsculo, que todo el barrio echará el sambenito sobre toda la unidad doméstica. Añadida a esta seriedad está la prudencia de la que deben hacer gala los ancianos. Esta prudencia obedece a la capacidad personal y al sentido práctico de saber qué hacer y qué no hacer, de discernir entre el bien y el mal a la hora de tomar decisiones. Filón de Alejandría llamaba a esta virtud “la salud del alma.” Si uno de los que conforman la iglesia de Cristo es imprudente e insensato, y toma decisiones nefastas que afectan a toda la comunidad de fe, la crisis está servida. Del mismo modo, así sucede en el hogar. Cuando el cabeza de familia determina seguir el curso de sus insensateces y locuras, toda la familia es arrastrada a la miseria y a la bancarrota. 

     En cuanto a las otras tres virtudes dentro del ámbito espiritual, los ancianos deben procurar ser maduros en la fe, en el amor y en la paciencia. El cristiano maduro, aquel que escala jornada tras jornada en su deseo de conocer más a Dios y de profundizar en su relación con Él, confía plenamente en la voluntad de su Señor. Depende sin temor de las ordenanzas de su Padre Celestial y se sabe seguro en sus sabias manos. Se compromete a seguir los pasos de Cristo y obedece sin fisuras las indicaciones que la Palabra de Dios ofrece para continuar ahondando en su llamamiento santo. Su amor es intenso, desinteresado y desprendido de motivaciones ocultas. Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a su prójimo como Cristo lo amó a él. Y su paciencia o perseverancia es a prueba de cualquier presión o amenaza. Su firmeza y su convicción espirituales están ancladas en la esperanza viva y venidera, y es capaz de sufrir y padecer por la causa de Cristo hasta la muerte. 

     El papel que cumplen las ancianas de la iglesia no es menos importante para la supervivencia de la familia en la fe. Las presbíteras (gr. presbitidas) han de cumplir una serie de requisitos que redundarán en imprimir en las nuevas generaciones el deseo ferviente de servir a Dios en todo. Por un lado, deben ser reverentes en su conducta, llenas de dignidad y nobleza, dejando atrás cualquier atisbo de maledicencia, de calumnia o difamación. Deben evitar condenar a nadie, cuchicheando por las esquinas contra la fama de otra persona que no está presente para defender su honra. Al igual que los ancianos, las ancianas no deben ser víctimas esclavizadas de la bebida. Es ampliamente conocida la abundancia de beodos y alcoholizados en los tiempos de Pablo, y las ancianas debían distinguirse del resto de borrachos por su templanza y su disciplina.  

       Su ejemplo las haría ideales para enseñar el bien a sus pupilas femeninas, aportando de su experiencia y vivencias toda clase de lecciones que indujeran a sus alumnas a esquivar cualquier vicio que pudiera contaminar su virtud. Las ancianas son las que mejor pueden instruir a las chicas más jóvenes (gr. neas), doncellas solteras y casadas de unos veintitantos años de edad. La instrucción pedagógica de las ancianas se dirigía a eludir la ocasión de entrar en escandaleras y habladurías vanas, a que las pupilas aprendieran a amar, respetar y mostrar lealtad a sus esposos, a que cuidasen con esmero a sus criaturas, a ser prudentes en sus decisiones, a ser castas y puras en términos sexuales dentro del vínculo matrimonial, a administrar el hogar con eficacia y dedicación, a ser generosas y desprendidas en su actividad social, y a reconocer y apoyar la autoridad del esposo. Todas estas enseñanzas, ofrecidas desde el amor hacia las nuevas generaciones de mujeres, y teniendo en cuenta que aquellas sociedades no se parecían con mucho a la nuestra en términos de género, debían obedecer a un fin glorioso y noble: que la Palabra de Dios predicada y vivida no fuese desacreditada por actos, palabras y actitudes completamente opuestos a lo que ésta establece como norma de vida. 

2. EL SECTOR JOVEN MASCULINO 

      Los jóvenes de la congregación, por su parte, debían atender al modelo que Tito representaba desde su ministerio pastoral: “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes. Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza, mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence y no tenga nada malo que decir de vosotros.” (vv. 6-8) Del mismo modo que Pablo pide prudencia a ancianos, ancianas y chicas jóvenes, así mismo urge a que Tito aleccione al sector masculino de la juventud de la iglesia a ser de la misma cuerda. La sensatez debe estar por encima de los apetitos y desenfrenos juveniles, por encima de los instintos desbocados, y por encima del frenesí hormonal. Deben ser capaces de manifestar con gran templanza que sus vidas están dedicadas a Cristo y que el centro de sus existencias se halla en la voluntad perfecta y sabia de Dios. Tito debía, como pastor y comisionado de Pablo, demostrar con su testimonio el camino a seguir por parte de los más jóvenes. Éstos recibirían en Tito y sus buenas acciones, una ilustración real de lo que Cristo puede hacer en sus vidas, una motivación extra que les impulsaría a abandonar sus pasiones juveniles para abrazar completamente la senda de la madurez en Cristo.  

     A la hora de enseñar toda la sana doctrina, depósito de Cristo entregado a Pablo, y a su vez tesoro transmitido a Tito, el destinatario de esta carta habría de cumplir fielmente con su labor pedagógica. Podríamos decir que Pablo está enumerando las condiciones que describen a un maestro excelente en lo que se refiere a la Palabra de Dios. La integridad y la seriedad son señas de identidad de un maestro de verdad. El alumno debe recoger las lecciones ofrecidas por Tito desde el respeto y el temor reverente. ¿Qué clase de maestro es aquel que deja que sus pupilos se burlen de cuanto dice, y que se muestra pusilánime a la hora de disciplinar a sus oyentes?  

      La enseñanza de Tito iba a ser precisa, recta y útil, y todo cuanto expusiese delante de su auditorio iba a estar respaldado por una trayectoria irreprochable y sin censura. Si el maestro se atiene a estas indicaciones, dadas en un principio a Tito, una de las más grandes victorias resultará de su labor didáctica: el diablo será avergonzado con la verdad del evangelio de Cristo y nada podrá decir en su contra. Satanás no puede acusar a un maestro bueno, consagrado y firme en la coherencia entre estilo de vida y la teología que comunica a su alumnado. ¡Qué sublime gozo debe recorrer el alma de aquellos maestros de nuestras iglesias, al comprobar cómo el error con que quisiera emponzoñar Satanás la mente de los más jóvenes, es derrotado y avergonzado! 

3. EL SECTOR DE LOS ESCLAVOS 

      En las primeras iglesias cristianas también existía un grupo de hermanos y hermanas que se hallaban en un estado particular propiciado por la sociedad esclavista. Los esclavos eran el motor de la economía del Imperio Romano. Se calcula que, si la esclavitud se hubiese abolido en aquella época, todo el sistema romano hubiera colapsado por completo. Tal era la influencia y el peso que los esclavos tenían en medio de su sumisión al patrón o señor. Pablo también dirige unas palabras a los esclavos cristianos por medio de Tito: “Exhorta a los esclavos a que se sujeten a sus amos, que agraden en todo, que no sean respondones. Que no roben, sino que se muestren fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios, nuestro Salvador.” (vv. 9-10) 

     Muchos siguen preguntándose por qué Pablo no arremete contra la lacra de la esclavitud, o por qué parece que el apóstol parece respaldar con sus palabras esta práctica que menoscaba y cosifica al ser humano. No entienden que Pablo no podía, por mucho que quisiera, elaborar un plan revolucionario al estilo Espartaco para erradicar este sistema deleznable e inhumano. Este no es el papel que Dios quiere que cumpla el apóstol de los gentiles. Sería desviarse de su senda para convertirse en un proscrito que perdería vida y tiempo intentando convencer a los señores de dejar en libertad a sus siervos y siervas. Pablo intenta, dado el estado de cosas, suavizar cualquier conflicto entre dueños y esclavos. Y lo hace desde Cristo, desde la necesidad de que, a pesar de que los esclavos estaban varios peldaños abajo de la pirámide social, éstos deben comportarse de acuerdo a los valores del Reino de Dios.  

       Por eso, y en vista de que algunos grupos de esclavos habían recibido la enseñanza de que ante Dios todos los seres humanos son iguales, y que en Cristo no existen las murallas del clasismo, del racismo y del machismo, sino que hay una nueva humanidad, Pablo espera que los siervos no se dejen llevar por viscerales soflamas de liberación, sino que sean obedientes para con sus señores, que busquen ser agradables a los ojos de sus amos, manteniendo una actitud sensible ante su voluntad en cualquier situación, y que no se muestren irrespetuosos con ellos. 

      El esclavo o la esclava a veces era mucho más sabio e inteligente que el propio amo al que servían, e incluso trabajaban como maestros, como ayos de los hijos del señor y como mayordomos domésticos. En el ejercicio de estas labores podían incurrir en robos y sustracciones de las que los señores no tenían noticia, y mostrarse desleales hacia ellos cuando la conveniencia o el rencor les provocaba a burlarse o mofarse a sus espaldas. La palabra que Pablo emplea para robar, es la misma que se usa en la narración de la muerte de Ananías y Safira, por lo que el hurto de lo que no les pudiera pertenecer, podría llevarlos incluso a ser ajusticiados con pena de muerte o la amputación de un miembro.  

      El esclavo cristiano debía ser alguien en el que su señor confiase al ciento por ciento, algo que le granjearía la simpatía de su amo y que sería coherente con el modelo de Cristo. Si mantienen esta conducta delante de sus señores, los esclavos estarían en disposición de poder hablarles del evangelio de salvación, y así adornarían o realzarían la belleza de la enseñanza sobre Dios aprendida en el seno de la iglesia. Notemos también, como detalle, que Pablo habla de Dios como Salvador, algo que, sin duda, conecta e identifica a Cristo con su Padre celestial, y que confirma su unión misteriosa en la Trinidad. 

4. UN HIMNO SOTERIOLÓGICO 

     Después de dirigirse a todos estos estratos particulares que cohabitan en la vida de la iglesia de Cristo, Pablo parece aportar un himno o credo que recoge la fe de los primeros creyentes: “La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a toda la humanidad, y nos enseña que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” (vv. 11-14) 

       La gracia de Dios, esto es, el don celestial gratuito y que no merecíamos a causa de nuestra indignidad pecaminosa, se ha encarnado en Cristo para que todo aquel que en él crea no se pierda, sino que alcance la vida eterna. Esta breve frase encierra el germen del evangelio completo de Cristo. Dios ha visitado a la humanidad con el objetivo de rescatarla de su maldad y de su rebeldía. Cristo vino al mundo para reconciliarnos con Dios y se hizo carne para que fuera sumo sacerdote único y definitivo a la hora de que cualquier mortal pueda ser redimido. Para poder acceder a este magnífico regalo, nuestra vida y nuestra actitud hacia Dios y hacia nosotros mismos, debe cambiar radicalmente.  

      Hemos de renunciar a oponernos de forma recalcitrante contra Dios, y hemos de rechazar seguir siendo dominados por cualquier deseo que proviene del mundo perverso en el que vivimos. Cuando hayamos reconocido nuestros pecados y nuestra necesidad de ser perdonados en virtud del sacrificio vicario de Cristo, entonces habremos de demostrar al mundo que el poder de su sangre derramada en el Calvario ha desencadenado en nuestras almas un proceso de transformación supervisada por el Espíritu Santo. Nuestras vidas deben estar presididas por la prudencia, la cual, como habéis podido comprobar resuena una y otra vez en la enseñanza paulina a Tito, por la justicia y por un testimonio activo y práctico irreprensible. 

      Esta actividad propia de aquellos que se someten a Cristo de por vida, ha de desarrollarse en esta dimensión terrenal, de tal modo que impacte en otras personas de forma bendita y reactiva. Mientras desplegamos la misión de Dios a través de nuestro discurso verbal y modélico, la esperanza de un futuro mejor nos insufla de fortaleza y firmeza, a fin de perseverar hasta el último momento en nuestra fe cristiana. La felicidad de contemplar con nuestros ojos renovados el objeto de nuestra adoración y obediencia, esto es, Cristo, Dios encarnado y glorificado, Salvador y Redentor, será algo insuperable.  

      Nada en este mundo puede compararse a vivir eternamente bajo la sombra del Omnipotente. De nuevo, y tal como dijimos anteriormente, aquí encontramos una nueva evidencia de la Trinidad de Dios, ya que a Jesucristo se le adscriben dos términos inequívocos en su razón de ser: Dios y Salvador. Este Cristo entregó su vida, una existencia impecable e inocente, por amor a nosotros, a ti y a mí, para rescatarnos del señorío del pecado y para añadirnos a la familia de Dios, un pueblo nuevo sin fronteras, que peregrina hacia su patria celestial cumpliendo con sus actos y palabras la soberana voluntad de Dios. 

CONCLUSIÓN 

     Somos una familia en la fe. Los lazos que nos unen son inquebrantables e irrompibles. El sacrificio de Cristo ha establecido una ligazón entre cada uno de aquellos que han decidido seguir a Cristo hasta el final del camino vital. Todos cumplimos un papel importante en nuestra comunidad de fe, y por encima de todo, debe primar la prudencia y la sensatez por encima de los intereses individuales y personales. Pablo termina sus instrucciones a Tito en este pasaje, resumiendo el arduo trabajo que tiene por delante: “Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie.” (v. 15)  

     Tito debía comunicar, animar, urgir y amonestar a aquellos hermanos que necesitaran ver saneada su fe y ver acrecentada su madurez espiritual. Ya dijimos en estudios anteriores que Tito se las iba a ver con individuos difíciles, corruptos y tenaces en perseverar en sus errores. Muchos lo menospreciarían porque provenía de la estirpe espiritual de Pablo, un apóstol denostado y desacreditado por los judaizantes, pero Pablo le exhorta a que no se deje arredrar o amilanar por estos falsos maestros. Tito, a buen seguro tendría estas palabras como libro de cabecera, y por ello, sin miedo ni temor a la presión, seguiría lidiando con un ambiente enrarecido por la falsedad, la lujuria y la avaricia.  

     Pablo tiene más instrucciones y recomendaciones que ofrecer a su consiervo Tito. ¿Qué clase de actitud mostrar con respecto a las autoridades civiles? ¿Cómo confrontar la mentira en casos de cismas intestinos de la iglesia? ¿De qué manera gestionar el conflicto dentro de la comunidad de fe cristiana? Todo esto, y mucho más, en el próximo estudio sobre Tito.

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