ANCIANOS Y OBISPOS

 

SERIE DE ESTUDIOS SOBRE TITO  

TEXTO BÍBLICO: TITO 1:5-16 

INTRODUCCIÓN 

       Si echamos la vista atrás, analizando la marcha de la iglesia cristiana desde sus principios, la verdad es que el saldo de personajes siniestros y dañinos para el cristianismo es tremendamente estremecedor. Si ya desde los comienzos de las primeras comunidades de fe había una caterva de individuos que hacían su agosto a costa de los creyentes recién convertidos con su maraña de falsas enseñanzas, ¿qué podemos decir hoy? ¿Las iglesias locales contemporáneas han aprendido la lección de vigilar púlpitos y foros de didáctica cristiana? ¿O más bien muchas de ellas se dejan llevar por emocionalismos baratos y trending topics del mindfulness más absurdo y dañino? Pocas son las congregaciones que piensan acerca de cómo enfocar la sana doctrina dentro de unos estándares equilibrados y revelados por Dios en su Palabra. Demasiadas iglesias se someten al dictado de populares y populistas motivadores, de charlatanes que enarbolan la bandera de la experiencia contradiciendo las Sagradas Escrituras, de promotores de una espiritualidad vacía, egocéntrica, buenista y positivista, y de gurús que aplican frases de autorrealización y de filosofías repudiables para saciar aquellos oídos que tienen comezón de oír la voluntad de Dios expresada en la Biblia. 

     Es sintomático de nuestra actualidad comprobar cómo autoproclamados pastores aprovechan su posición y autoridad espiritual para abusar sexual, mental y físicamente de los neófitos, cómo autodenominados profetas sueltan por esa boquita de piñón toda clase de reclamaciones a Dios y de promesas vanidosas de milagros futuros, cómo eruditos de alta gama deciden interpretar las Escrituras desde la soberbia intelectual y la posverdad, y cómo presuntos misioneros se lucran a costa de la desesperación de comunidades tercermundistas. Podría decir que esto me escandaliza. Eso era antes, cuando era un imberbe jovenzuelo que empezaba a gatear en la fe. Veía cosas a mi alrededor, e incluso dentro de mi propia iglesia, que no casaban con la idea que transmite la Palabra de Dios de cómo debe conducirse una iglesia, de cómo un líder debe tratar a sus consiervos y de cómo la emoción y la experiencia suplantan el papel central y nuclear de una doctrina anclada a los parámetros bíblicos. Hoy, leo, escucho y veo a personajes que se aprovechan de la ingenuidad o la ignorancia de los creyentes de a pie, y simplemente queda orar para que el Señor ponga los puntos sobre las íes y libere a cientos de personas de las zarpas de lobos rapaces vestidos con piel de oveja. 

1. LA MISIÓN DE TITO 

      Tito tendría que vérselas con personas muy parecidas a las anteriores durante su incipiente labor pastoral y organizativa de las iglesias en Creta. Pablo certifica con sus propias palabras que a Tito se le ha encomendado una tarea titánica y compleja en virtud de su capacidad y eficacia probadas:Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieras lo deficiente y establecieras ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé.” (v. 5) Tras sus primeras prisiones, Pablo decide que no existe mejor delegado de su autoridad apostólica que Tito. De hecho, tal y como leemos en este versículo, Pablo, antes de enviar a su consiervo a Creta, ya le había dado instrucciones minuciosas sobre cómo lidiar con una situación tan caótica como la que se iba a encontrar en las iglesias fundadas por Pablo en esta particular isla.  

     El objetivo de Tito es doble. Por un lado, debe corregir lo deficiente, es decir, debe terminar con cosas que han quedado inacabadas, dado el periodo tan breve que dedicó Pablo a las iglesias que estableció en Creta. Tito debía poner orden en el desorden que había sobrevenido a estas congregaciones a causa de la ausencia de un liderazgo sólido y de la presencia de individuos rastreros y rapaces que se estaban erigiendo en maestros espirituales. Tito tenía la ardua labor de expulsar el virus del seno de las iglesias cretenses, y eso iba a requerir de grandes dosis de moral, de fortaleza y sabiduría de lo alto, y de una autoridad pastoral a prueba de bombas. 

    Por otro lado, Tito tenía también la misión de seleccionar y colocar personas fiables y leales al evangelio de Cristo en posiciones de liderazgo dentro de las comunidades de creyentes cretenses. No iba a ser fácil encontrar a hermanos y hermanas que diesen la talla a la hora de enseñar a otros cristianos, que tuviesen el don del Espíritu Santo que les empoderase para edificar pedagógicamente al resto de miembros de la iglesia, y que reuniese una serie de cualificaciones que les permitiera estar al frente de la predicación, supervisión y administración de los creyentes.  

     Esto iba a requerir tiempo y paciencia, pero el fruto de su búsqueda y firmeza en su elección revertirían en un beneficio y en un saneamiento espiritual sumamente necesarios para una comunidad de fe que inicia su andadura. Como podemos comprobar, todo forma parte de una cadena de responsabilidades y compromiso con la pastoral de la grey de Dios: Cristo, Pablo, Tito, y ahora un conjunto de ancianos y obispos que, a su vez, deberían delegar otra serie de funciones fundamentales en otras personas dotadas por el Señor para discipular y enseñar. 

2. ANCIANOS Y OBISPOS ÓPTIMOS 

     En relación a realizar una selección de recursos humanos que ordenasen armónicamente la esencia de la iglesia local en Creta, Pablo establece los requisitos que deben reunir todos aquellos que desean el obispado: “El anciano debe ser irreprochable, marido de una sola mujer, y que tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Es necesario que el obispo sea irreprochable, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no amigo de contiendas, no codicioso de ganancias deshonestas. Debe ser hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.” (vv. 6-9) 

     En el texto bíblico que nos ocupa, cuando Pablo emplea los vocablos “anciano” (presbítero) y “obispo” (episcopos), está hablando de lo mismo. El anciano es la profesión y el obispo es la función que realiza el anciano. La palabra griega presbíteros, no se refiere únicamente a personas de una edad provecta, sino que se centra, en el caso de la iglesia cristiana, en la idea de personas conocidas y respetadas por la comunidad de fe que tienen un rol de liderazgo significativo basado en el modelaje personal. Son hermanos y hermanas con una reputación intachable, con un carácter marcadamente sólido y equilibrado y con una fidelidad probada. La palabra griega episcopos, por otro lado, significa sobreveedor o supervisor, esto es, personas que desde su presbiterio tienen la habilidad especial dada por el Espíritu Santo de guiar y administrar la casa de Dios. 

     El anciano u obispo, pues, deben cumplir con todas y cada una de las especificaciones paulinas que a continuación se reseñan. Pablo comienza hablando sobre el entorno familiar y testimonial del siervo de Dios. En primer término, no deben ser objeto de reproche. Deben mostrar un expediente vital impoluto y una serie de certificados espirituales que apoyen, no su perfección o impecabilidad, cosa imposible para un mortal por muy piadoso que sea, sino su rectitud y su coherencia con los valores del Reino de Dios. En segundo lugar, no deben ser maridos infieles. En un mundo tan promiscuo como era el mundo romano del primer siglo, era bastante complicado encontrar a esposos que se sujetasen desde el principio a su esposa, y se mantuviesen alejados de adulterios y relaciones sexuales extramatrimoniales. La lealtad a su esposa suponía la base de una familia centrada en Cristo, y que todos podrían considerar estable sobre los pilares y estándares de la voluntad divina. Y, en tercer lugar, los hijos nacidos de este matrimonio debían manifestar vidas dedicadas a obedecer a sus padres y a Dios. Los hijos debían ser conscientes de su responsabilidad familiar y de su fidelidad a Cristo en cada acción y palabra, dado que su conducta repercutiría en la clase de autoridad espiritual que podía ejercer su progenitor sobre la membresía de la iglesia. Debían evitar ser tachados de dilapidadores y manirrotos, y de desobedientes, conflictivos y enemigos de la armonía familiar. 

     A continuación, Pablo se dirige a los obispos y ancianos para indicar qué condiciones debían cumplir para ser óptimos supervisores de la iglesia. De nuevo, Pablo se reafirma en su idea de que deben ser irreprochables. Han de gestionar el cuerpo de Cristo, no como si fuese su iglesia, sino sabiendo que es un mayordomo que administra la posesión de Dios. La iglesia no es el coto privado del personalismo, sino que es heredad de Cristo, y, por lo tanto, el obispo debía dar cuentas de su administración sobre la iglesia ante sus hermanos y ante el Señor. Es una gran responsabilidad de la que Dios toma nota. También debía ser una persona humilde, no alguien terco, obstinado y contencioso. La soberbia y el orgullo empecinado de algunos líderes religiosos es la señal de que no son escogidos por Dios para supervisar a su pueblo. Tampoco tiene cabida en el carácter pastoral ser presa de estallidos recurrentes de ira, enfadándose rápidamente ante cualquier contratiempo o ante cualquier crítica fraternal. El obispo aprobado por Dios no debe ser de mecha corta, sino que ha de demostrar un espíritu apacible, paciente y sosegado a la hora de enfrentar las crisis y los comentarios constructivos del resto de la congregación. 

     El consumo abusivo de alcohol ha destruido más de un ministerio pastoral, y más de una iglesia. No se nos dice aquí que el obispo debía ser abstemio o recabita, sino que debía tener el suficiente autocontrol para no propasarse con las bebidas espirituosas. Imaginemos por un instante a un pastor borracho encaramado en el púlpito, vociferando incoherencias y lanzando estropajosas palabras al resto de la congregación. ¡Un auténtico desastre! Una persona esclavizada a cualquier sustancia que modifica sensiblemente su criterio, conducta y principios no puede aspirar a ser supervisor de la iglesia.  

     Del mismo modo, tampoco el obispo debe ser aficionado a liarla parda, a emplear la fuerza y la violencia para lograr resolver los problemas que le sobrevengan. La iglesia es un lugar de reposo, no un ring donde boxear y saldar cuentas a golpe de guantazos. Un líder que se muestra agresivo verbal o físicamente debe ser removido de su posición lo antes posible so pena de generar intranquilidad, disputas y mal testimonio para con los de afuera. Y, por último, el obispo no habría de anhelar ser sobreveedor de la comunidad de fe únicamente para llenarse los bolsillos con las ofrendas y óbolos de los asistentes de forma deshonrosa y vergonzosa.  

       Los obispos tenían la obligación moral y el placer espiritual de albergar en sus hogares a cuantos misioneros o apóstoles necesitaran pernoctar en su tránsito a otros emplazamientos geográficos. La palabra “hospitalario” se traduce del vocablo griego “filoxenon,” que significa “amigo de los extraños,” y habla a la perfección de uno de los valores culturales orientales más sagrados y que más oprobio traería sobre el que negase cobijo y acomodo a peregrinos de paso. El supervisor ideal para Pablo también es aquel que es amante de lo bueno (filagazón). El concepto no es el de que al pastor le gustan las cosas buenas, en el sentido cualitativo de goces y disfrutes, sino en el sentido de que todo aquello que manifiesta la bondad de Dios es aprobado y practicado por el obispo. Esta palabra griega es la única vez que la encontramos en las Escrituras.  

      Por añadidura, el obispo ha de demostrar ser sensible, mostrarse siempre bajo control, con un temperamento sometido al Espíritu Santo, y con un talante moderado y equilibrado. Debía comportarse de forma moral y éticamente aceptable, así como ser imparcial y justo en los tratos con el prójimo. Su devoción debía ser observada de continuo en su vida práctica. El pastor no debe dejarse dominar por los deseos materialistas o por caprichos hedonistas, y mucho menos participar en el conteo de los diezmos y ofrendas. El obispo que necesita toda iglesia ha de ser paciente, con un alto grado de autocontrol, digno de su salario y ha de perseverar en mantener lejos la tentación de meter la mano en el alfolí. 

     Su trabajo iba a radicar en guardar todas y cada una de las enseñanzas paulinas dadas a Tito, reteniéndolas y aferrándose a ellas sin cambiar una tilde o un punto de su contenido. La palabra fiel, digna de ser creída y respaldada por fórmulas litúrgicas y cúlticas, que se iban construyendo a través de la vida eclesial continuada y de las enseñanzas apostólicas, debía permanecer incólume, sin aditivos, conservantes o acidulantes. Desde estos fundamentos de fe en el evangelio de Cristo, Tito tendría la posibilidad de entrenar a obispos y ancianos en el arte de instruir al resto de la congregación con persuasión autoritativa y animar a los hermanos con las promesas fieles de las Escrituras.  

     Además, también con esta misma base del conocimiento completo y escrupuloso de la Palabra de Dios, tendrían las herramientas y el soporte necesarios como para refutar y corregir a aquellos que se interpondrían en el trabajo de ordenación, organización y administración de la iglesia de Cristo. Si los pastores no buscan conocer en profundidad todos los recovecos y detalles de las Escrituras, no tendrán la capacidad de convencer a aquellos que van a buscar sus cosquillas a la primera de cambio sobre mil y un temas peliagudos y controvertidos. 

3. PERSONAJES TÓXICOS EN LA IGLESIA 

      Como contraposición a estos condicionantes para ser escogido por Tito como obispo o anciano, Pablo enumera los vicios y delitos de aquellos que lo están esperando con temor y talante osado: “Hay aún muchos obstinados, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la circuncisión. A esos es preciso tapar la boca, porque trastornan casas enteras enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene. Uno de ellos, su propio profeta, dijo: «Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos.» Este testimonio es verdadero. Por eso, repréndelos duramente, para que sean sanos en la fe y no atiendan a fábulas judaicas ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad. Todas las cosas son puras para los puros, pero para los corrompidos e incrédulos nada es puro, pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra.” (vv. 10-16) 

      Cuando Tito aterrice en Creta debe estar preparado para tomar decisiones de gran calado y para enfrentarse con un ejército de individuos ampliamente tóxicos para la iglesia. Aunque algunos de los que habían intentado inocular el veneno de la falsedad y de la cabezonería judaizante, ya se habían marchado a otras latitudes, sin embargo, todavía queda un reducto de ponzoñosos maestros y profetas en la comunidad de fe cretense. Son, entre otras cosas, personas tercas y contumaces, que no dan su brazo a torcer, aunque tengan la verdad delante de sus narices y los argumentos en contra de sus posiciones sean aplastantes. Son infladores conversacionales, recolectores de paja en sus argumentaciones, charlatanes que hablan por hablar sin decir nada, sofistas que enredan la madeja y que no saben dónde están en sus planteamientos, aunque sí saben cómo camelar a las masas.  

      Mentira tras mentira, edulcoran sus discursos con demagogias y eufemismos, transformando la verdad del evangelio de Cristo en algo despreciable y poco recomendable. Los judaizantes se llevan la palma en este aspecto. El deseo de estos cristianos judíos es el de añadir a la obra redentora de Cristo y a la salvación por gracia mediante la fe, las obras relacionadas con festividades, dietas religiosas, rituales purificadores y circuncisiones. Por ello, todo gentil, a su modo de ver, debía ser primeramente prosélito judío a fin de poder ser salvos. Esta tendencia fue infiltrándose en las iglesias gentiles, causando un caos tremendo, y Pablo los acusa aquí directamente para que nadie se lleve a engaño. 

     Pablo, con palabras gruesas y tajantes, expone ante Tito la necesidad de cerrar el pico a esta clase de individuos de forma definitiva. La estrategia de estos falsos maestros y judaizantes varios, es la de minar y corromper la incipiente fe de familias enteras que están comenzando su vida discipular en pos de Cristo y que se están reuniendo en las iglesias fundadas por Pablo. Pablo, de igual modo que se doma a un caballo o bestia salvaje, quiere doblegar y exponer a aquellos que se están enriqueciendo inmoralmente a escote de personas de buena fe, pero con cierta ignorancia sobre el auténtico mensaje de Cristo. Los falsos maestros no dedican su tiempo a enseñar a los creyentes por el puro y sublimo gozo de servir a Dios y de depositar en el alma de sus alumnos la luz de la sabiduría de Dios. Hacen lo que hacen para recibir el regalo y la paga, a forma de asalariados holgazanes, sin importarles qué decir, cómo prepararse en el estudio de las Escrituras, o el efecto que causarán en sus oyentes. Sin dinero, no hay pedagogía que valga.  

      Los falsos maestros con los que se va a topar Tito son de aúpa, y más si son de Creta. Pablo, conocedor de la literatura clásica, aporta aquí un granito de arena sobre la clase de personas que eran los cretenses atendiendo a su herencia cultural. Epiménides, poeta del s. VII a. C., retrata con unos simples brochazos a los cretenses, y no los deja precisamente en buen lugar: mentirosos compulsivos, violentos y sujetos a los más bajos instintos, hedonistas a más no poder, y holgazanes como ningún otro ser humano sobre la faz de la tierra. Otro poeta griego del s. III a. C., Calimaco, afirmaba también con rotundidad el extremo de que mentían más que hablaban. Pablo no vacila en declarar y afirmar que lo dicho por estos “profetas” del pasado es cierto al cien por cien. Claro, ante este panorama ético e histórico, Tito tenía que presionar con mayor énfasis a sus ovejas, y estar ojo avizor ante las asechanzas de personas que no tenían escrúpulos a la hora de sacar tajada y ventaja de cualquier sitio en el que se escuchase el tintineo de las monedas, especialmente de la iglesia. Los cretenses, al parecer, tenían una serie de valores tradicionales que no iban a dudar en emplear en el seno de la comunidad de fe cristiana recientemente establecida en su patria.  

     Tito debía hacerse fuerte en Dios y arrostrar cualquier ataque que se dispusiera contra su misión pastoral. Pablo le conmina a que no se ande con chiquitas, que no sea remilgado, sino que se remangue bien, y que, si tiene que ser duro en sus exhortaciones y amonestaciones, que lo sea para beneficio del alma de sus correligionarios. No puede mostrarse contemplativo, blando o negligente a la hora de llamar al pan, pan, y al vino, vino. Querer suavizar o diluir la verdad fiel del evangelio para estar a bien con todos es una mala estrategia pastoral. La verdad de Cristo no siempre va a satisfacer la parcela carnal del ser humano, pero a largo plazo es la mejor táctica para afirmar y fortalecer la fe de aquellos que no se muestran ni remisos ni rebeldes ante la autoridad pastoral.  

     En lugar de prestar atención a historias y mitos judíos de la Haggadah, historias judías que pretenden enseñar moralejas, o centrarse en los mandamientos humanos de la Halakhah, el compendio de interpretaciones legales de cómo debe comportarse un devoto judío, deben enfocarse en el evangelio de gracia y perdón de Cristo, aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta alusión a los escritos judíos nos retrotrae a aquel pasaje de Isaías 29:13 que advierte al pueblo de Israel sobre este mismo peligro contra la verdad: “Dice, pues, el Señor: «Porque este pueblo se acerca a mí con su boca y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado.” 

     Para terminar con las indicaciones sobre cómo manejar el problema de los falsos maestros y líderes dentro de la iglesia cretense, Pablo muestra a Tito la incongruencia e inconsistencia de la presunta fe que proclaman ciertos individuos perversos dentro de la órbita eclesial.  De forma sarcástica, el apóstol de los gentiles asegura que los judaizantes, aquellos que determinan aquello que es puro y aquello que no lo es, son precisamente los que menos deben hablar sobre pureza, ya que tras el maquillaje de piedad y devoción se oculta la corrupción y la incredulidad.  

     No solamente no creen en Dios o en el evangelio de Cristo, sino que, además, para empeorar las cosas, se dedican a promover el contagio del error por medio de sus tretas retóricas y retorcidas. Tanto su mente, esto es, la ubicación de los procesos de pensamiento y raciocinio, como su conciencia, o sea, el centro del pensamiento ético y moral, están comidos de gusanos, podridos hasta la médula. No les importa la repercusión de sus actos sobre aquellos que atienden a sus falsas palabras. Van por ahí presumiendo de su espiritualidad y de su proximidad a Dios, pero lo que hacen con las manos, lo deshacen con los pies. Incoherentes entre su lengua y sus acciones, a su tiempo son desnudados ante los ojos de la iglesia, aunque ya sea demasiado tarde.  

     Ante Dios son seres odiosos, repugnantes, detestables y repelentes. Son corruptores de los inocentes, de los que empiezan su camino junto a Cristo, de aquellos que buscan a Dios en medio del paganismo y la inmoralidad imperante. No se someten ni obedecen las directrices pastorales porque atentan directamente contra su negocio de sacar los cuartos, contra su ascendencia sobre la membresía de la iglesia y contra su dolce vita far niente.” Dios rechaza a esta gentuza, y sus obras abominables son la prueba de que su fe es muerta o inexistente. No contemplan en ningún momento aunar fe con obediencia, puesto que sus fines están muy lejos de ser los propios de obispos y ancianos aptos, fieles y leales a las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo. ¡Menudos pájaros de cuenta! 

CONCLUSIÓN 

      Como hemos podido comprobar, la tarea de Tito iba a ser un mar proceloso lleno de riesgos, amenazas y peligros. Pero también habría tiempo para la satisfacción y el gozo de enseñar a otros hermanos y hermanas en la fe a ser nuevos eslabones de una cadena de enseñanza y verdad que perpetuaría la obra de Dios en las iglesias locales de Creta. Uno de los conceptos que subyace bajo estas indicaciones paulinas es el de la relación entre obediencia y fe, y ya Dietrich Bonhoeffer afirmó que su unión es indisoluble: “Solo el que cree es obediente, y solo el obediente cree... La fe solo es real cuando hay obediencia, nunca sin ella, y la fe solo se convierte en el acto de la obediencia.” 

    Tres lecciones podemos aprender aquí: la necesidad de cuidar la estabilidad y calidad de la enseñanza cristiana de nuestras iglesias, la conveniencia de escoger a personas respaldadas por el Espíritu Santo y por una serie de condiciones fiables y constatables, y la estrategia que el liderazgo debe implementar para erradicar de en medio de la iglesia a aquellas personas que solo estorban y contaminan el avance espiritual del resto de miembros de la comunidad de fe. Seamos precavidos y perseveremos en proclamar la sana doctrina de Cristo para que la fe de muchos sea afirmada y establecida hasta el final.

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