DIES IRAE



SERIE DE SERMONES SOBRE SOFONÍAS “DIES IRAE” 

TEXTO BÍBLICO: SOFONÍAS 1 

INTRODUCCIÓN 

     A lo largo de la historia, en cuanto un cataclismo o una crisis mundial se desata, aparecen personas y tendencias que, de manera agorera y conspiranoica, vislumbran de algún modo el fin del mundo. Por lo general, aquellos que viven en civilizaciones y sociedades influenciadas por la cultura cristiana, suelen adscribir una pandemia global, una serie de catástrofes naturales, o una conflagración bélica de dimensiones internacionales, a la acción de Dios. La ira de Dios parece desatarse sobre la humanidad y todo lo creado a causa de algo que el ser humano ha hecho mal, y todas las calamidades que le sobrevienen son el producto de un castigo divino. La verdad es que, atribuir a Dios determinadas circunstancias mundiales, resulta de lo más fácil, puesto que, de una manera incoherente e irracional, la humanidad puede dejar de responsabilizarse de su parte de culpa en el asunto. Dios, al final, es descrito como un dios del Olimpo que lanza sus flamígeros rayos a la tierra de forma caprichosa, penalizando a culpables e inocentes aleatoriamente. Desde que el pecado entró en la realidad humana, siempre ha habido plagas, epidemias, guerras y terremotos. La armonía con la que la creación estaba diseñada dejó paso a un mundo terriblemente amenazador y feroz, contaminada y contagiada por la maldad de los mortales. De ahí que ésta siga gimiendo con grandes alaridos, rogando su restauración y renovación en el fin de los días. 

     Aparte de esta clase de paranoia sobre el fin del mundo, también nuestro mundo se ve colmado de manifestaciones trascendentales idolátricas y paganas, a cual más delirante y ridícula. No hay más que ver la televisión en su amplitud catódica, para comprobar cómo las personas atribuyen cualquier situación que les afecta al azar universal, a las energías místicas del firmamento, o al destino. Las personas cada vez con más frecuencia dejan de pensar en Dios, para construirse sus propios dioses, para ser ellos mismos las deidades o para caer en un panteísmo de baratillo que se compatibilice con su relatividad moral y espiritual. Es magnífico y desconcertante a la vez, poder comprobar cómo personas a las que conocemos, se entregan a actividades supersticiosas mientras dicen comulgar con la fe católica. Es increíble observar cómo algunos creyentes de nuestras iglesias valoran que determinadas prácticas procedentes de religiones orientales como el yoga o el reiki, son compatibles con las doctrinas bíblicas. Y así hasta el infinito, y más allá... 

1. PRESENTANDO A SOFONÍAS 

      El mundo en el que Sofonías aparece para publicar el oráculo de Dios no es tan distinto del nuestro, tal y como veremos en los próximos sermones. Este profeta, uno de los menos conocidos de entre los profetas menores, recibe de Dios un mensaje duro, áspero y dramático para Judá y Jerusalén. Las cosas no estaban precisamente para tirar cohetes en cuanto a la relación entre la sociedad y Dios. No dejo de pensar, cuando leo las palabras proféticas de Sofonías en el mundo en el que vivimos, y por ello, también es mi deseo que podáis reflexionar sobre ellas y compararlas, con la distancia debida y sin estridencias, con la situación actual de nuestro contexto. Sofonías nos ofrece, antes de entrar en materia, su procedencia y linaje, además de la época en la que recoge esta profecía del Señor:Palabra que Jehová dirigió a Sofonías hijo de Cusi hijo de Gedalías, hijo de Amarías, hijo de Ezequías, en días de Josías hijo de Amón, rey de Judá.” (v. 1) 

     Según hacemos recuento de los antepasados de Sofonías, nos damos cuenta de que un nombre sobresale entre el resto. Ezequías fue rey de Judá en su momento, uno que sirvió a Dios y que pudo ver cómo éste le añadía 15 años más de vida tras una enfermedad muy grave y prácticamente letal. Tras su muerte, Manasés se hizo con el poder y dejó para la posteridad su fama de malvado y transgresor de las leyes de Dios. A este le sucedió Amón, el cual reinó dos años, del 642 al 640 a. C., a causa de su asesinato. Este Amón recogió el testigo de maldad de su padre y lo pagó bastante caro. A continuación, fue Josías el elegido para reinar sobre Judá, y fue precisamente durante el reinado de éste, que Sofonías desarrolló su ministerio profético. Josías era de otra pasta, y buscó en todo momento rescatar la ley de Dios y destruir todo cuanto atentase contra el nombre del Señor. Hizo mucho por desarraigar el paganismo y la idolatría, pero el pueblo siguió haciendo lo que le venía en gana, mezclando sus fidelidades entre Dios y las deidades de sus pueblos vecinos. Posiblemente, Sofonías fue un gran aliado del rey Josías a la hora de volver a poner en valor la adoración monoteísta a Dios. 

     El nombre de Sofonías significa “el Señor esconde,” tal vez haciendo referencia a que Dios oculta a los suyos para protegerlos de los ataques furibundos de los seguidores de otros dioses vanos. Posiblemente, el profeta tenía cierto renombre e influencia política por causa de su linaje real, y su labor fue contemporánea a la de profetas como Jeremías y Nahúm. El discurso profético que va a desplegar ante la sociedad de Judá, y particularmente de Jerusalén, es uno de los más demoledores que uno puede leer en las Escrituras. Todo obedecía a un solo fin: el arrepentimiento del pueblo delante de Dios, la reconsideración de sus prácticas religiosas, y la confesión de los pecados cometidos contra Dios y contra el prójimo. Aquí no hay diplomacia, ni paños calientes, ni medias tintas. Sofonías vuelca con toda intención el sentir de Dios hacia los que se suponía debían tributarle reverencia, obediencia y adoración. La realidad, sin embargo, dista mucho de la expectativa divina, y no queda más remedio que lanzar un mensaje terrible y amenazador. 

2. DESTRUCCIÓN TOTAL 

      Sofonías comienza su oráculo con una expresión muy cruda y dura de lo que sucederá si la ira de Dios se derrama sobre la humanidad: Destruiré por completo todas las cosas de sobre la faz de la tierra, dice Jehová. Destruiré hombres y bestias, destruiré las aves del cielo y los peces del mar, haré perecer a los malvados, y extirparé a los hombres de sobre la faz de la tierra, dice Jehová." (vv. 2-3)  

      ¿A qué nos suenan estos versículos? No cabe duda de que cualquiera que escuchase estas estremecedoras palabras, recordaría los tiempos de Noé, tiempos en los que el nombre de Dios era arrastrado por el fango, en los que la indiferencia y la insensibilidad espiritual era la nota común, y en los que la depravación alcanzaba sus cotas más álgidas. A causa del pecado del ser humano, Dios advierte a todo el mundo que, o cambian las cosas y todos se muestran arrepentidos de sus acciones, retornando a Él, o la destrucción se abatirá sobre toda criatura. La palabra “destrucción” en este texto se convierte en la prerrogativa de Dios, puesto que, si Él creó todo, solo Él puede destruir aquellas de sus criaturas que se rebelaron contra su voluntad. Dios habla de la humanidad como si de un tumor cancerígeno se tratase, de una masa tumefacta que debe ser extirpada para dejar de contaminar y diseminar al resto de la creación con sus perversiones y crímenes. 

     Con esta perspectiva de destrucción grabada a fuego en las mentes de sus oyentes, Sofonías ataca directamente a una parte concreta de la humanidad pecadora: Extenderé mi mano contra Judá y contra todos los habitantes de Jerusalén. Exterminaré de este lugar los restos de Baal y el nombre de los ministros idólatras junto con sus sacerdotes. Exterminaré a los que sobre los terrados se postran ante el ejército del cielo, a los que se postran jurando por Jehová y jurando por Milcom, a los que se apartan de Jehová, a los que no buscaron a Jehová ni lo consultaron." (vv. 4-6) 

     De forma más personalizada, Dios quiere que las palabras del profeta Sofonías resuenen entre los habitantes de Judá y Jerusalén, su ciudad santa. El Señor alzará su mano de forma amenazadora, del mismo modo que lo hace un guerrero cuando se lanza a la batalla, sobre todos aquellos que le deben toda alabanza y fidelidad. Pero, ¿qué se encuentra Dios cuando observa la vida cotidiana de aquellos que forman parte de su pueblo escogido? Personas adorando a Baal, al dios de las cosechas y de la fertilidad, al dios de los pueblos cananeos que no fueron aniquilados por Israel, al dios falso que demandaba las prácticas de la prostitución ritual y de las orgías sexuales desenfrenadas. Individuos consagrados como ministros, sacerdotes y profetas de divinidades vacías, ocupando los lugares santos para desarrollar sus ceremoniales abyectos y depravados. Estatuas e imágenes usurpando el lugar del Dios invisible, a cuyos pies se perpetraban los actos lujuriosos más reprochables y repugnantes. 

     No acababa ahí todo. También el Señor había sido testigo de personas que, subiendo a lo más alto de sus hogares, en sus terrazas y tejados, se dedicaban a adorar a las criaturas en lugar de al Creador. Su adoración no iba dirigida al Dios del universo, sino a los elementos que cuajaban el firmamento, tales como el sol, la luna y la miríada de estrellas. Se convertían en astrólogos que leían el destino de otros por medio de la observación de los astros y los planetas, y recibían consejo a través del lenguaje de las luminarias celestes. Otros individuos, en previsión de que, tanto Dios como cualquier otro dios ajeno a este, pudieran existir de verdad, optaban por adorar a todos a una, mezclando sus afectos espirituales en un totum revolutum que pudiera infundirles confianza y bienestar material. Ponían una vela a Dios y otra al diablo, y así pensaban guardar sus espaldas ante lo que pudiera ocurrir en su porvenir. Juraban por Dios y también por Milcom, o Moloc, dios amonita que pedía de sus acólitos el sacrificio infantil de sus primogénitos.  

       Conciliar a Dios con esta clase de prácticas inhumanas y salvajes era la tarea de esta clase de individuos. Antes de acercarse a Dios, de buscarle en cualquier momento o circunstancia de sus vidas, o de consultar a Dios sobre qué decisiones tomar en cada instante, preferían vincularse con dioses inexistentes, vanos y mudos. ¿Cómo no iba a estar airado el Señor a la vista del estado espiritual y religioso de su nación elegida? 

3. CASTIGO A LOS IDÓLATRAS 

      Por si fuera poco, además de cargar contra los idólatras y adúlteros espirituales, Dios advierte a los gobernantes y líderes de la sociedad de Judá y Jerusalén, que no se irán de rositas si continúan siendo negligentes en su obligación de guiar al pueblo desde sus directrices y mandamientos: Calla en la presencia de Jehová, el Señor, porque el día de Jehová está cercano, porque Jehová ha preparado un sacrificio y ha consagrado a sus convidados. En el día del sacrificio de Jehová castigaré a los príncipes, a los hijos del rey y a todos los que visten como extranjeros. Asimismo, castigaré en aquel día a todos los que saltan la puerta y a los que llenan las casas de sus señores de robo y de engaño.” (vv. 7-9) 

      Si la conducta de los ciudadanos de a pie es digna de ser reprobada, ¿qué pues diremos de aquellos que dirigen sus destinos, de aquellos que deben ser ejemplo y modelo de probidad e integridad espiritual ante sus conciudadanos y súbditos? La rotundidad con la que Sofonías pone punto en boca de cualquiera que procure excusarse o justificar sus actos idolátricos, debe hacer pensar a sus oyentes. Cuando Dios habla, cuando el Soberano de la creación expresa su descontento y su indignación por todo cuanto ve y escucha, la humanidad debe mantenerse en silencio. Poner en tela de juicio la palabra de Dios es desafiar peligrosamente al Señor, la verdad por excelencia. Dios no habla por hablar.  

      El día de la ira de Dios está más cerca de lo que creen aquellos que no le dan cabida en sus existencias. El momento en el que todos seremos juzgados en su alto tribunal será el momento más silencioso que jamás se halla vivido. Cuando el Señor habla, la reverencia más completa debe hacernos meditar sobre el lugar que ocupamos con respecto a Dios en el orden de la realidad. No estamos en disposición de igualarnos a Él, de mentirle a bocajarro, de discutir sus decisiones, o de dudar de su veracidad y justicia. 

     El día del Señor será un evento cósmico y ritual en el que se ofrecerán sacrificios y holocaustos. Pero no serán unos sacrificios cualesquiera. Será el sacrificio de la maldad y de la inoperancia política y gubernamental. Los mismos convidados podrán contemplar cómo son juzgados sumariamente por el Señor, y cómo serán castigados por su negligencia. Serán penalizados por la ira divina a causa de adoptar estilos de vida paganos y extranjeros, vistiendo ropajes propios de otros pueblos en los que se practica la idolatría, y cuyos aderezos simbolizan su apego a las divinidades forasteras. La identidad de Judá está siendo pervertida por la asunción de tendencias extrañas y se introducen comportamientos y usos que se contraponen directamente a lo establecido por las Escrituras.  

     Se han prostituido en pos de religiones crueles, perversas e inmorales, y Dios aborrece esta clase de casamientos con ideologías, filosofías y tendencias espiritualistas que diluyen los principios básicos del temor a su nombre. Han optado por el materialismo, el hedonismo y la buena vida, llenando los templos paganos de tesoros arrebatados a un populacho crédulo y supersticioso. Llegan hasta el punto de adoptar la misma superstición filistea de saltar la puerta antes de salir de sus hogares o de las capillas idolátricas, práctica que hallamos en 1 Samuel 5:5, cuando al robar el Arca del Pacto a Israel, la imagen de Dagón fue despedazada en varias ocasiones. Hasta este punto había llegado el adulterio espiritual de los poderosos y líderes políticos de Judá. 

5. CASTIGO DE LA INDIFERENCIA HACIA DIOS 

     En relación a las prioridades que los habitantes de Judá y Jerusalén tenían en la vida, Sofonías nos da una pista bastante clara. La gente solamente vivía para enriquecerse, empobreciendo a otros, y para comerciar y mercar. Dios tiene algo qué decir al respecto, y su discurso no es precisamente halagüeño: Así dice Jehová: Habrá en aquel día voz de clamor desde la puerta del Pescado, aullido desde la segunda puerta y gran quebrantamiento desde los collados. Aullad, habitantes de Mactes, porque todo el pueblo mercader ha sido destruido; extirpados han sido todos los que trafican con dinero. Acontecerá en aquel tiempo que yo escudriñaré a Jerusalén con linterna y castigaré a los hombres que reposan tranquilos como el vino asentado, los cuales dicen en su corazón: 
“Jehová ni hará bien ni hará mal”. Por tanto, serán saqueados sus bienes y sus casas asoladas; edificarán casas, mas no las habitarán, plantarán viñas, mas no beberán de su vino.” (vv. 10-13) 

     Cuando el día terrible del Señor derrame sobre Judá y Jerusalén las copas de su incandescente ira, el hambre cundirá sin paliativos en cada una de las casas de su pueblo. La carestía se hará sentir desde la puerta del Pescado, lugar donde se comerciaba con el fruto del mar, cerca de la esquina noroeste del monte del Templo, hasta la puerta segunda, ubicada en la colina más alta dentro de la ciudad. El clamor y los aullidos sepultarán las voces que pregonan sus productos a los clientes. La hambruna sembrará la ciudad de mortandad y aflicción. Una crisis económica sin parangón se cebará con la población y nadie escapará a esta calamidad financiera. Desde las alturas solo se escuchará el alarido desgarrador de los desnutridos y los menesterosos. Los habitantes de Mactes, el distrito del mercado en Jerusalén, verán destruidas sus existencias, menguados sus negocios y desaparecidas sus opciones de lograr beneficios. Todos los cambistas de moneda, todos aquellos que trabajan en la usura y todos aquellos que se aprovechan de la miseria de otros, serán raídos de la faz de la tierra; serán extirpados como un bulto sospechoso que atenta contra la salud social y económica. 

     Es curioso notar la clase de actitud que muchos tenían con respecto a Dios en aquellos tiempos, y diría que también en los nuestros. Cuando el día de la ira del Señor dé comienzo, el escrutinio de Dios, temible y certero, dejará al descubierto las mentiras, la culpa y las intenciones del alma humana. Jerusalén será examinada por completo y todos aquellos que se postran delante de las imágenes de talla, todos los ladrones y facinerosos, todos los infieles y perversos, todos los insensibles y malvados, serán expuestos ante la justicia divina. Nadie escapará a su scanner y localizará sin temor a errores a los que están repanchingados en la comodidad de su inmoralidad, pensando que, a Dios, en realidad, no se preocupa mucho de sus vidas, y que pueden hacer lo que les venga en gana sin recibir represalias por su parte.  

      ¿Os suena esta clase de actitud? Dios se ha convertido para ellos en un talismán al que recurrir si es absolutamente necesario, en un ente abstracto que no tiene cabida en sus vidas, en un ser etéreo que no influye decisivamente en sus estilos de vida. Son como el vino asentado, una analogía que sugiere que la nación se había contaminado espiritualmente. Dejar que el vino fermentase durante un largo periodo de tiempo forma una dura costra en el poso y el líquido resultante se convierte en una especie de jarabe amargo e imbebible. El pueblo de Judá, en lugar de remover los restos del poso diario de sus pecados, se había endurecido en su corazón, y la indiferencia era el resultado lógico de esta actitud despectiva hacia el Señor. 

     Al no dar la importancia debida a Dios, y al despreciar su soberanía, provocará que todo en lo que han puesto su confianza como sus propiedades, sus casas y sus cultivos y viñedos, les serán arrebatadas sin que éstos puedan llegar a disfrutar del fruto de sus esfuerzos y desvelos. Todo cuanto invirtieron en este plano terrenal les será quitado sin contemplaciones, y contemplarán con congoja y tristeza la facilidad y rapidez con que todo lo material se desvanece. Entonces mirarán a los cielos y se darán cuenta de que Dios actúa soberana y justamente en la realidad de cada ser humano, aunque prefieran seguir pensando que el Señor no obra de forma continua y providente en el flujo de la historia. 

6. EL DÍA TEMIBLE DEL SEÑOR 

     ¿Cuándo llegará este gran día del Señor? ¿Hemos de esperar mucho hasta que el final de la historia sea consumado? La respuesta de Sofonías al pueblo de Judá y a la ciudad de Jerusalén es de todo, menos tranquilizadora. Con una inusitada fuerza, como un vendaval que arrastra cualquier vestigio de confianza en lo material, Dios proclama con voz tonante el panorama desolador que podrán contemplar todos aquellos que se rebelan contra Él: “¡Cercano está el día grande de Jehová! ¡Cercano, muy próximo! Amargo será el clamor del día de Jehová; hasta el valiente allí gritará. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de alarido sobre las ciudades fortificadas y sobre las altas torres.” (vv. 14-16) 

     Leyendo estas exclamaciones proféticas, a uno se le ponen los pelos como escarpias. No es posible escuchar al vocero profético de Dios sin que uno deje de pensar en cómo se desarrollará el día del juicio de las naciones. El día del Señor está más cerca que nunca, aunque no podamos medir en términos de tiempo y espacio su advenimiento. Para los habitantes de Jerusalén y Judá, el pronunciamiento de Dios marca su intensa inminencia y proximidad. El desastre, a menos que el arrepentimiento y la petición de perdón por parte de cada persona que habita en territorio de Judá sea sincero y pronto, es cosa hecha. Cuando Dios juzgue a su pueblo, ni siquiera aquellos que se erigían en grandes adalides, en formidables guerreros, o en ricos y poderosos individuos que lo fiaban todo a sus fortunas, tendrán nada qué decir y mucho que temer. Decir que hasta el valiente gritará nos da una idea de lo trágico de será para muchos que desdeñaron la guía de Dios para centrarse en sus propios ombligos.  

    Sofonías nos describe a continuación la calidad de este día en el que la ira de Dios dará su merecido a cada cual. Es un día en el que la santidad de Dios se unirá a su justicia para retribuir a cada mortal según sus obras y según su aprecio o desprecio por Dios. Es un día en el que la angustia se adueñará del alma idólatra al comprobar que su adoración adúltera fue un espejismo y que Dios siempre le dio la oportunidad de volverse a Él. Es un día de aprieto, de nudos en la garganta de los impíos, de sudores fríos, de nerviosismo y ansiedad al conocer cuál es su destino eterno en el infierno. Es un día de alboroto, propio de aquellos que, al saber de su justa sentencia, querrán apelar a lo que hicieron por otros, a sus obras de inmundicia. Es un día de asolamiento espiritual, día en el caerán las torres más altas y las soberbias más enconadas. Es un día de tinieblas y oscuridad, el principio de toda una eternidad confinados en las prisiones más terroríficas del averno. Es un día nublado, en el que el sol que los calentaba e iluminaba, la gracia general de Dios, les será arrebatado para siempre, y así cumplir pena perpetua en los tenebrosos abismos que hay a las espaldas de Dios. Será un día en la que las fanfarrias anunciarán la derrota de la muerte, la mentira, la idolatría, la confianza en las fuerzas propias, el dolor infligido al prójimo y la prostitución espiritual. 

7. CEGUERA ESPIRITUAL 

      Como colofón a este espeluznante día del Señor, Sofonías augura el final más aterrador para aquellos que se empecinan en escoger voluntariamente una ceguera espiritual obstinada: “Llenaré de tribulación a los hombres, y ellos andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová. Su sangre será derramada como polvo y su carne como estiércol. Ni su plata ni su oro podrán librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo, porque él exterminará repentinamente a todos los habitantes de la tierra.” (vv. 17-18) 

      Pecar contra Dios supone cegar los ojos de nuestro entendimiento. Transgredir las leyes del Señor implica mantener los ojos cerrados ante las verdades de su Palabra, ante la necesidad de sus prójimos y ante su necesidad de perdón y salvación. Emperrados en esta actitud, sin atisbos de cambiar su trayectoria e inclinación espiritual, la cual va directamente hacia la deriva de su perdición, verán como la muerte se adueñará de quiénes son y cómo sus vidas dejarán de tener valor. Aquellos instrumentos del juicio de Dios no tendrán miramientos ni consideraciones para con los idólatras e inicuos, y tanto sangre como carne serán menos que nada.  

      Dará igual que quieran comprar con ingentes cantidades de dinero su salvación, que deseen escapar del juicio ofreciendo jugosas riquezas con las que salvar el pellejo, porque para Dios, todos los tesoros del mundo carecen de valor al lado de las riquezas eternas de su gloria. A diferencia del episodio del diluvio universal, en el que Dios anegó la tierra, el Señor derramará fuego consumidor para renovar cielos y tierra, exterminando en este proceso cualquier vestigio de maldad humana. La santidad de Dios hará esto. Cuando menos lo esperen aquellos que obvian las palabras de Sofonías, y que se cierran en banda ante las advertencias del Señor, el día llegará para saldar cuentas pendientes. 

CONCLUSIÓN 

     Nuestra sociedad se parece demasiado a la sociedad judaica que nos describe Sofonías: una idolatría escandalosa y elevada a la enésima potencia que podemos constatar en la adoración de imágenes, santos y demás parafernalia mariana; una hipocresía religiosa que busca la falta de compromiso con la fe cristiana y que adapta toda clase de creencias, la mayoría, por no decir todas ellas, diametralmente opuestas al evangelio de Cristo; la participación de ritos, ceremonias y prácticas supersticiosas e irracionales; una actitud a la defensiva y muy confortable con respecto a la clase de influencia que Dios debe tener en la vida de las personas; un interés obsesivo por amasar fortunas y celebrar el materialismo y el consumismo; y una negligencia en el testimonio de aquellos que deberían darnos ejemplo de honradez e integridad. 

     Si eres un hijo de Dios, todas estas cosas, que dolían profundamente a Dios y que rechazaba de plano por pervertir lo bueno y verdadero, también debes indignarte de forma santa. No puedes menear la cabeza como si nada pudiéramos hacer por remediar esta clase de actuaciones que atentan fundamentalmente contra la santidad, la justicia y la soberanía de Dios. Aprendamos del modelo de Sofonías.  

      A pesar de que vivimos en una sociedad que no soporta las malas noticias, la denuncia de la inmoralidad y la manifestación del castigo divino en el juicio final, hemos de ser coherentes con la verdad que nos transmiten las Escrituras: si no hay arrepentimiento, no hay perdón de pecados, y si no hay perdón de pecados en Cristo, la persona va derechita al infierno. Si, por el contrario, la persona confiesa sus culpas a Dios, Él será fiel en perdonarte y limpiarte de toda maldad. Así de claro.

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