SACAR LA LENGUA A PASEAR


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 10:16-32 

INTRODUCCIÓN 

      Escuché en una ocasión que uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. Según este proverbio árabe, todos haríamos bien en hablar menos de cosas triviales y que no importan, pero que pueden atarte de por vida al peso que éstas tienen, y en permanecer en silencio si nada edificante tenemos que decir. La ristra de personajes que hablando por hablar se han visto involucrados en líos monumentales, en reproches por lo afirmado en otros tiempos, o en oportunidades perdidas a causa de una postura manifestada verbalmente o por escrito en redes sociales, que anteayer sostenías, y hoy, como has cambiado de criterio, ya no respaldas, es interminable. Conocemos a personajes de toda laya haciendo comentarios más o menos sarcásticos, o de mejor o peor gusto, en Twitter, los cuales, cuando llega el momento de ser alguien conocido o aupado a un cargo político de mayor enjundia, son exhibidos ante la opinión pública y se arma la marimorena. Entonces vienen las disculpas, las excusas y las justificaciones para tapar algo que quedó impreso en la memoria inacabable de internet.  

      Sé que a veces no podemos resistirnos a la idea de comentar determinadas imágenes o discursos que nos indignan o que nos parecen contrarios a nuestra manera de pensar. Antes, cuando no había tecnología o medios de comunicación masivos como los que disponemos en la actualidad, uno se guardaba su opinión sobre un tema polémico y si quería dar escape a su deseo de transmitir sus reflexiones, iba a la plaza del pueblo a discutir con los más ancianos. Hoy todos, el que más o el que menos, disponemos de un móvil inteligente que nos abre la puerta a toda clase de foros y muros donde exponer el criterio personal y particular, incluso aunque a nadie le importe, o, aunque nadie nos lo pida. Surge una noticia que es trending topic, y allá que van todos a aportar su granito de arena de supuesta sabiduría y conocimiento de causa. Y así se llenan miles y miles de cadenas de opinión en espacios virtuales con comentarios de lo más variopinto y absurdo, mientras entrechocan sus lenguas como si de sables se tratara, intentando humillar al que no piensa igual.  

1. SACAR LA LENGUA A PASEAR 

      Salomón nos propone, desde nuestra realidad comunicativa actual, un conjunto de consejos que, no por ser considerados en épocas ancestrales, no significa que no sigan teniendo vigencia en nuestro contexto. Estos proverbios repletos de sabiduría celestial nos deben ayudar a la hora de prorrumpir sin miramientos en ideas peregrinas y sin sustancia, y nos han de guiar en aquellos momentos en los que las palabras dan paso a las acciones, con las repercusiones que éstas conllevan para el que no sabe administrar ni las unas ni las otras. No hay nada nuevo bajo el sol. La verborrea suelta hacía daño en aquellos tiempos y en estos. Tal vez el alcance de nuestras manifestaciones sea mayor a causa de la globalización, pero la toxicidad de una serie de oraciones y sintagmas sigue siendo la misma para aquellos a los que se dirige la ponzoñosa declaración de intenciones. 

     Los proverbios sobre los que hemos de reflexionar en estos momentos pueden dividirse en dos: aquellos que hablan sobre los peligros que entraña verse envueltos en conversaciones indignas y tóxicas, y aquellos que advierten de las consecuencias de vivir buscando hacer el mal al prójimo. El primer bloque nos adentra en el mundo de aquellos que sacan su lengua a pasear, aunque no tengan necesidad de hacerlo: El de labios mentirosos encubre el odio; el que propaga la calumnia es un necio. En las muchas palabras no falta pecado; el que refrena sus labios es prudente. Plata pura es la lengua del justo, mas es nada el corazón de los malvados. Los labios del justo sustentan a muchos, pero los necios mueren por falta de entendimiento... De la boca del justo brota la sabiduría, mas la lengua perversa será cortada. Los labios del justo saben decir lo que agrada, mas la boca de los malvados habla perversidades.” (vv. 18-21, 31-32) 

      Salomón comienza haciendo alusión a dos clases de personas que trastocan la óptima gestión de la capacidad comunicativa: los mentirosos y los calumniadores. Creo que todos sabemos cómo actúan los mentirosos del mundo. Son aquellos que, usando persuasivamente sus habilidades transmisoras, intentan colar una mentira como verdad. Son aquellos que te prometen una cosa mientras cruzan los dedos índice y corazón detrás de su espalda. Son aquellos individuos que juegan con las palabras y los eufemismos para lograr embaucarte. Son esos hipócritas que disfrazan su animadversión con formas solícitas y cariñosas. Todos hemos sido víctimas en alguna ocasión de sus falsedades, maquillajes y astucia.  

       Y luego están los calumniadores, personas que aprovechan que no estás presente para ensuciar tu nombre y tu dignidad con todo tipo de acusaciones infundadas, comentarios ambiguos y descripciones subjetivas y maliciosas. Cuando están en tu presencia son tus mejores amigos, y en cuanto te das la vuelta, te conviertes en la comidilla del vecindario a causa de sus interpretaciones perversas de quién eres. Da igual si el sambenito que te han colocado es cierto o no. Ya estás marcado de por vida. Es difícil no caer en las garras de esta clase de personajes siniestros. 

     Como es habitual en los proverbios salomónicos, el autor contrasta el buen uso de la sinhueso con el abusivo empleo de la misma. Por ello, en estos versículos se compara el hecho de parlotear sin control con saber medir las palabras que uno dice. Si uno se dedica a llenar los silencios de comentarios sin ton ni son, si se abarrota el espacio aéreo de opiniones no requeridas, y si se vomita todo lo que pasa por la mente de un necio, el pecado es cosa hecha. Seguro que se escapa algún secreto que no debía desvelarse, alguna promesa que no se va a cumplir de ninguna de las maneras, o algún análisis de la calidad de una persona que solamente promueva prejuicios contra esta.  

       Por el contrario, si uno adquiere el arte de permanecer en silencio en el instante oportuno, de no decir más de lo que debe decir, y de escuchar más que hablar, se ahorrará el meterse en camisas de once varas más de una vez. Si no tenemos nada que pueda aportar positivamente a una conversación, o si sabemos que lo que podemos expresar verbalmente puede herir la sensibilidad de una persona noble, lo más sensato es morderse la lengua y poner punto en boca. 

     Cuando el sabio que conjuga teoría y práctica de vida abre sus labios, ten por cierto que solamente brotará de ellos toda la riqueza del conocimiento. El sabio no desperdicia su saliva charlando sobre cuestiones superficiales o sobre la catadura del prójimo. Aquel que se somete al temor de Dios simplemente dará salida oral a resolver problemas, a ofrecer consejo y a enseñar a ser cabales. Sus palabras son plata pura, porque son lecciones que atesorar en el corazón de por vida, y generan riqueza intelectual y espiritual en aquellos que las escuchan con atención.  

      Sus enseñanzas dan vida y nutren el espíritu y la mente de aquellos que las absorben con deleite y fruición. No es así con los malvados y necios, los cuales no pueden adiestrar a sus acólitos más que en seguir sembrando el terror y el mal en medio de la sociedad. Son multiplicadores por cero que persiguen anular por completo el juicio de aquellos que recogen miserablemente sus semillas de maledicencia. Estos aprendices de la insensatez morirán de inanición espiritual, ya que sus caminos únicamente llevan a la perdición, a la ignorancia supina y a la decrepitud del alma.  

      Los perversos individuos que eran acusados por la justicia en tiempos de Salomón, solían ser reos de penas corporales a causa del abuso que hacían de sus palabras. Una de estas penalizaciones tenía que ver con el deslenguamiento de aquellos fantoches que hubiesen hablado demasiado, que hubiesen blasfemado contra Dios, que hubiesen revelado secretos de estado, o que hubiesen prestado falso testimonio. Antes no se andaban con chiquitas. Salomón avisa a aquellos que son demasiado lenguaraces que como sigan por ese camino, les espera perder para siempre la aptitud para comunicarse verbalmente.  

      Los sabios, en cambio, no han de temer a las autoridades o al juez, puesto que sus discursos se ajustan perfectamente a la necesidad que todo el mundo tiene de aprender justicia y rectitud. Tienen la delicadeza y la sensibilidad de hablar con cautela y sencillez a cualquiera que desee prestarles atención. No se sobrepasan ni utilizan palabras malsonantes, barriobajeras u ofensivas para querer decir lo que quieren decir. No estiman necesarias expresiones soeces, embrutecidas y agresivas para sostener sus afirmaciones y declaraciones. No hacen como aquellos que, movidos por la perversión, se dedican a despotricar sin ton ni son, a agraviar a todos cuantos se dirige con sus comentarios. 

2. MALANDRINES Y DELINCUENTES 

     El segundo bloque temático resalta, tal y como dijimos anteriormente, el contraste habido entre personas prudentes y sabias, e individuos malvados y tóxicos: “La obra del justo es para vida; el fruto del malvado es para pecado. Guardar la instrucción es camino que lleva a la vida; el que rechaza la reprensión, yerra... La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella. Cometer maldad es una diversión para el insensato, mas la sabiduría recrea al hombre inteligente. Lo que el malvado teme, eso le sobrevendrá, pero los justos recibirán lo que desean. Como pasa el torbellino, así el malo no permanece, mas el justo permanece para siempre. Como el vinagre para los dientes y el humo para los ojos, así es el perezoso para quienes lo envían. El temor de Jehová aumenta los días, mas los años de los malvados serán acortados. La esperanza de los justos es alegría, mas la esperanza de los malvados perecerá. El camino de Jehová es fortaleza para el perfecto, pero destrucción para los que cometen maldad. El justo jamás será removido, pero los malvados no habitarán la tierra.” (vv. 16-17, 22-30) 

       Dos clases de personas habitan esta tierra: los que se supeditan al consejo de Dios y a su Palabra, y los que desprecian y aborrecen a Dios y al prójimo por igual. Los primeros, aquellos que han creído en el Señor, que se aferran a la sabiduría que proviene de lo alto, y que procuran crear un mundo mejor con la ayuda de Dios, tienen como objetivo claro ser canales de vida a sus congéneres. Sus metas tienen que ver con expandir la gracia de Dios a todo el mundo, con provocar a la humanidad a un encuentro real con el Señor, y con bendecir a sus conciudadanos del mismo modo en el que éste ha sido bendecido. Obedecen a Dios en todo, y por ello sus vidas están más satisfechas cada día que pasa. La vida eterna corre a raudales por todo su ser, y sus acciones persiguen el bien y la misericordia para con sus prójimos.  

      El sabio disfruta con cada lección que recibe de la Palabra de Dios, y de ésta extrae inteligencia y buen juicio a la hora de tomar decisiones en la vida. Dios provee en abundancia para sus necesidades y se prodiga en favores y mercedes para con sus amados hijos. Su nombre nunca será olvidado y su recompensa final será imperecedera e inmarcesible, sus días serán alargados y su esperanza nunca será contaminada. Su gozo será depositado en un futuro en la presencia del Altísimo, y sus planes serán prosperados. Sus fuerzas serán renovadas por el Señor en ese progreso santificador que el Espíritu Santo realiza en sus existencias, y su morada estará asegurada y garantizada por los siglos de los siglos en presencia de su Señor y Salvador. 

       Como contraposición a esta vida eterna y sabia, la mayoría de seres humanos escoge conducirse dando las espaldas a Dios, y así pasa. Las labores del malvado nunca sirven para bendecir a nadie más que a sí mismo. Sus crímenes y delitos solamente obedecen a su egoísmo y a su insolidaridad. Solo piensan en dañar y envenenar la mente y el corazón de otros. Si alguien intenta amonestarles, se rebelan violentamente contra esta reprensión de buena fe, cometiendo errores a mansalva, metiendo la pata hasta el corvejón, y arrastrando consigo a todos aquellos que le acompañaron en la aventura de no dejarse aconsejar.  

      Su divertimento favorito es tramar maldades contra el resto del mundo, y el eco de su carcajada se escucha en la noche oscura de aquellos que son agraviados con sus bromas de mal gusto. Se ríe de la autoridad civil y no pasa un día en el que maquine nuevas formas de disfrutar de sus letales planes. Aunque parece mostrarse valiente y corajudo ante el mundo, exhibiendo bravuconamente sus poderes, en su interior solo hay miedo y temor a lo que le pueda sobrevenir a causa de sus malas acciones, horror a morir solo y pánico a pasar eternamente en las calderas de Pedro Botero.  

      El malhechor tiene las horas contadas y su trayecto vital es corto. Ya lo dijo el propio Jesús a Pedro: quien a hierro mata, a hierro muere. La violencia engendra mayor violencia, y de esta no escaparán aquellos que dedican su existencia a perpetrar crímenes abominables contra sus semejantes. A todo cerdo le llega su San Martín, reza el refrán popular, y como un veloz y pasajero torbellino de viento y arena, así pasará la memoria de los que intentan dinamitar la tranquilidad y la paz social. Un apartado especial es dedicado por Salomón para hablar de los holgazanes y vagos del mundo. La comparación que realiza el escritor de un perezoso con vinagre para los dientes y con el humo que se tira a los ojos es magistral. La cualidad corrosiva del vinagre daña el esmalte de los dientes, y el humo ciega la mirada, dejando a alguien ciego y con los ojos resecos. Dado que ambas cosas son altamente nocivas, lo mismo sucede con alguien que es más vago que la chaqueta de un guarda. Si confías cualquier cosa a personajes de esta calaña, lo más seguro es que perderás más que ganarás.  

     La persona perversa verá acortados los días de su existencia, a menudo de forma abrupta y violenta, y cualquier esperanza futura que pueda llegar a albergar sobre su felicidad y bienestar, se desvanecerá por completo. Dado que viven al día, y no prevén el porvenir, su desgracia será inmediata y repentina. La Palabra de Dios, de la que se separaron por completo al elegir su estilo depravado de vida, será para ellos, cada vez que la escuchen, un martillazo doloroso que les recordará su debilidad y su fragilidad, su finitud y su destino final. El infierno les aguarda si se muestran contumaces y obstinados en continuar con su dinámica perniciosa y malvada hasta el término de sus días. Toda una eternidad les estará esperando para pagar por sus injusticias, sus abyectas actuaciones y sus crímenes contra la humanidad. 

CONCLUSIÓN 

      Dos mundos distintos caminan juntos, pero no revueltos, por este orbe terrestre. Dos maneras de ver la vida y de usar la lengua. Dos vías que llevan a dos destinos completamente distintos. Seguro que cada cual tiene su historia, y que vive la vida según las decisiones que haya tomado. Pero solamente existen dos direcciones y una elección que tomar. ¿Prefieres morir miserablemente y ser condenado eternamente en el infierno, donde no hay más oportunidades para cambiar de trayectoria? ¿O deseas vivir según el temor de Dios durante largos días en la tierra y ver cumplida tu esperanza de estar en el seno de Dios cuando fallezcas?  

      La diferencia es abismal entre estas dos opciones, y no es posible cabalgar sobre dos corceles. Tú decides qué hacer con tu lengua y con tus actos. Mi recomendación, desde la experiencia de una vida redimida por Cristo, es que bebas del agua del manantial de vida que él te ofrece, y nunca jamás tendrás sed.

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