PIES EN POLVOROSA


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 31:17-55 

INTRODUCCIÓN 

       En la vida hay instantes en los que es necesario cortar por lo sano. Cuesta un mundo, lo sé. Es duro tener que decir a alguien con el que has mantenido una relación de años que lo mejor es que sus caminos se separen. Es difícil expresar con palabras que dejas una empresa en la que has estado trabajando décadas y en la que los recuerdos buenos y malos se agolpan en la memoria para iniciar una nueva aventura laboral. Es complicado romper con las ligazones que se han desarrollado con personas de las que has dependido durante una buena época de tu vida con el objetivo de trasladarte a otros contextos y cumplir nuevas metas. Romper con alguien no es agradable, porque siempre queda ese regusto amargo de las despedidas, ese sabor metálico que anuncia que tal vez nunca más volverás a ver o a contactar con personas que han sido parte de tu historia durante una reseñable temporada. Las tiranteces, la tensión, la tristeza y el corazón encogido, por no hablar de un nudo en la garganta, nos ponen ese momento crucial muy cuesta arriba. No es apetecible desapegarte de un grupo de personas con las que conviviste y compartiste un pedazo de tu existencia. No es deseable tener que caminar hacia adelante sin mirar atrás, a lo que dejamos, a las lágrimas que vertimos, a las relaciones que se terminaron. 

      Como decía la canción mítica de Neil Sedaka, breaking up is hard to do.” Sin embargo, con la conciencia más calmada y limpia, con la determinación por lograr algo que siempre has perseguido, y que se pone a tiro, y con la seguridad de que la nueva hoja de ruta que has planificado es la que debes seguir cueste lo que cueste, desvincularse se antoja en algo beneficioso para nosotros. Esto se reconoce mucho mejor si la desconexión obedece a que la relación o relaciones a las que estabas atado, eran relaciones tóxicas, abusivas o perjudiciales. Y aunque las cosas hayan sido atajadas abruptamente, sin una retahíla de explicaciones y argumentaciones, y de forma casi instantánea, lo cierto es que un suspiro de alivio brota de nuestras honduras, y el alivio nos da la razón en el futuro que tenemos por delante. Sabemos que aquellos de los que nos separamos no lo van a entender, nos van a reprochar muchas cosas, nos acusarán de mil cosas, y nos ametrallarán con preguntas y porqués. En ese preciso instante, lo mejor es reunir toda la firmeza del mundo y marcharse sin dar demasiadas razones y motivos. Si no haces eso, posiblemente te veas abducido de nuevo por esa relación y ya no puedas volver a salir de su influencia perniciosa. 

1. PIES EN POLVOROSA 

      Jacob estaba, precisamente, en esta misma tesitura. Durante muchos años había hecho de la casa de Labán su hogar, la base de su existencia y el génesis de su familia. No obstante, como ya hemos ido viendo en el tira y afloja entre Jacob y Labán por ver cuál de ellos era el más espabilado y avispado, las cosas llegan a un tope en el que es preciso tomar una decisión definitiva que influirá crucialmente en el porvenir de su familia. Tras haber consultado con sus esposas, y comprobando que éstas estaban más que hartas de su padre y de sus triquiñuelas, Jacob tiene en su mano todo cuanto necesitaba para tratar de modificar sus destinos. Era la hora de marchar rumbo a la casa de sus padres: “Se levantó, pues, Jacob y montó a sus hijos y a sus mujeres sobre los camellos; y puso en camino todo su ganado y todo cuanto había adquirido (el ganado de la ganancia que había obtenido en Padan-aram), para volverse a Isaac, su padre, en la tierra de Canaán. Como Labán había ido a trasquilar sus ovejas, Raquel hurtó los ídolos de su padre; y Jacob engañó a Labán, el arameo, no diciéndole que se iba. Huyó, pues, con todo lo que tenía; se levantó, pasó el Éufrates y se dirigió a los montes de Galaad.” (vv. 17-21) 

      Poniendo pies en polvorosa, Jacob hace las maletas, apareja sus camellos, prepara sus rebaños con la ayuda de sus hijos y siervos, y mueve la gran cantidad de bienes y riquezas adquiridas durante el tiempo en el que había estado trabajando para Labán, ya no para amortizar el valor de sus esposas, sino para crear su propio patrimonio personal. El movimiento de esta caravana debió ser arduo, pero al fin, con la mirada al frente, Jacob y su familia, entre atemorizados, alertas y entusiasmados, ponen tierra de por medio con Labán. Jacob se convierte en el engañador del engañador. Si Labán era el modelo a seguir de todos los trileros, defraudadores y timadores del mundo, Jacob tampoco se quedó corto. Y aunque tenía que romper relaciones con su suegro y tío, sin embargo, esto no quita que, lo natural y lo tradicional, hubiese sido anunciar su partida para que Labán les hubiese dado su bendición y se hubiese podido despedir de sus hijas y nietos. Pero Jacob sabía que, o era ahora, o nunca tendría los redaños y la ocasión de huir de esta dinámica familiar que lo estaba asfixiando. 

      Es interesante comprobar que Raquel, aprovechando la ausencia de su padre, el cual estaba ocupadísimo en el trasquile de las ovejas en otro lugar más alejado de las tiendas, sustrae unos idolillos conocidos como terafines. Estos diosecillos eran muy similares a los lares romanos, o dioses del hogar. Solían ser las imágenes en miniatura de sus ancestros ya fallecidos, y que se colocaban en lugares específicos de las casas o tiendas para ser honrados y consultados sobre decisiones importantes de la dinámica hogareña. No sabemos exactamente a tenor de qué Raquel los hurta y se los lleva. Algunos hablan de una posible propiedad relacionada con la fertilidad, sobre todo porque es Raquel la que los roba, y no su hermana Lea. La cuestión es que se está llevando sin permiso un símbolo importantísimo de la esencia espiritual de la casa de Labán. Con la lentitud que demanda una comitiva de este tamaño, al fin cruzan el río Éufrates y logra acampar en los montes de Galaad, al este del Jordán, entre Galilea y el Mar Muerto. 

2. PERSECUCIÓN A GALOPE TENDIDO 

     Tres días tarda Labán en saber que Jacob y toda su familia se ha marchado sin avisar ni observar las preceptivas normas de etiqueta propias de las despedidas: “Al tercer día le dijeron a Labán que Jacob había huido. Entonces Labán tomó consigo a sus parientes, y fue tras Jacob. Siete días después lo alcanzó en los montes de Galaad. Pero aquella noche vino Dios en sueños a Labán, el arameo, y le dijo: «Cuídate de no hablarle a Jacob descomedidamente.» Alcanzó, pues, Labán a Jacob, que había fijado su tienda en el monte; y acampó Labán con sus parientes en los montes de Galaad.” (vv. 22-25)  

      Labán no se toma muy bien esta espantada de Jacob. Ha sido un desaire tremendamente ofensivo, sobre todo porque, de alguna manera, Jacob lo ha engañado, ha abusado de su particular confianza y le ha arrebatado lo que es suyo, esto es, sus hijas y sus nietos. No puede consentir que Jacob se haya burlado de él y de su autoridad. Debe solucionar esto, y no precisamente empleando las leyes de la diplomacia. Labán reúne a sus hijos y siervos, y dejando atrás el momento de la esquila, persigue a galope a Jacob. Aunque la diferencia de días es considerable, tres días, Labán va a hacer todo lo posible por castigar tamaña afrenta cometida contra su dignidad y su nombre. 

      Con los ojos inyectados en sangre, con las manos crispadas sosteniendo las riendas de su montura, y haciendo planes mentales sobre lo que iba a hacerle al fugitivo Jacob, Labán es presa de la indignación, la venganza y la ira. Si era necesario que la sangre corriese, así sería. Su fama estaba en entredicho, y en justicia tenía las normas legales de su parte para recuperar lo que era suyo, y penalizar drásticamente la deshonra a la que había sido sometido por Jacob. Después de una semana, con las monturas exhaustas y exprimidas por el esfuerzo, Labán y su pequeño ejército vislumbran en las lomas de los montes de Galaad las tiendas de su yerno y sobrino. Ya los tenían a tiro de piedra. Pero, aunque Labán ya podía saborear las mieles de su cacería humana, deciden pernoctar a los pies de las estribaciones del monte, y así descansar para lo que pudiese deparar el día de mañana.  

       Y es justo en esa noche en la que Labán tiene una epifanía onírica con Dios. En sueños, el Señor le recomienda a Labán, que no se exalte en demasía, que temple su carácter y que no se deje llevar por el odio y el rencor. Le conmina a que, cuando entable conversación con Jacob, no se extralimite y diga cosas que pueden perjudicarle más a él que a Jacob. Era una manera de hacerle entender que Dios estaba protegiendo a Jacob, y que cualquier medida agresiva o violenta por su parte podía ser su tumba. Labán debía hacer autoexamen personal y no condenar a la ligera a su yerno, sabiendo que él era un buen pájaro de cuenta. 

3. BRONCA SOBRE BRONCA 

      Llegó la hora de la verdad. El momento más tenso del relato y de la trama alcanza su clímax: “Entonces dijo Labán a Jacob: —¿Qué has hecho? ¿Por qué me has engañado y te has llevado a mis hijas como prisioneras de guerra? ¿Por qué te escondiste para huir, y me engañaste, y no me lo hiciste saber para que yo te despidiera con alegría y con cantares, con tamborín y arpa? Pues ni aun me dejaste besar a mis hijos y a mis hijas. Esta vez has obrado locamente. Poder hay en mi mano para haceros daño; pero el Dios de tu padre me habló anoche diciendo: “Cuídate de no hablarle a Jacob descomedidamente.” Y ya que te ibas, pues añorabas la casa de tu padre, ¿por qué hurtaste mis dioses?” (vv. 26-30) 

       Jacob contempla impotente cómo Labán y su séquito arriban a su campamento. Cuando lo ve acercarse a él, percibe que su suegro está sumamente contrariado con él. Labán se coloca frente a frente con Jacob y lo primero que le espeta es por qué ha cometido la soberana imprudencia de deslucir y manchar su nombre con un acto incomprensible y deleznable. Labán tenía toda la razón de su parte para decirle esto a Jacob. Las normas orientales respaldaban totalmente su postura en este caso. Labán llama a Jacob engañador, ya que, con alevosía y premeditación, había huido de su área de influencia familiar. Además, de forma exagerada, considera que Jacob ha raptado a sus queridas hijas. Si Labán hubiera tenido oportunidad de haber escuchado la opinión que les merecía a sus hijas... Tras la acusación fuerte de Labán, éste, estratégicamente, parece suavizar su discurso y convertirse, como por arte de birlibirloque, en la víctima de todo este asunto. Con los ojos brillantes y acuosos, y con unas lagrimillas pugnando por derramarse de sus lacrimales, Labán le dice a Jacob que no era necesario marcharse de su casa como ladrones, criminales y fugitivos; que, si le hubiese comunicado que quería emanciparse de él, le hubiera facilitado todo el trámite; que él los hubiese despedido en paz y con una buena fiesta.  

      Labán parecía visiblemente emocionado. Jacob lo observaba impertérrito, pues ya conocía de las estratagemas de su suegro. Era una de esas personas que primero te condenan y que luego, para dárselas de buenas personas y de víctimas, te envuelven con su hipócrita discurso hasta conseguir convencerte de que tomaste una decisión errónea, y que ellos siempre tuvieron la razón. Así estaba actuando Labán. Con un lagrimón asomando por el balcón de sus párpados, Labán incluso usa a sus nietos para rematar su jugada melancólica y pseudosentimental. Labán enfatiza que el comportamiento de su yerno ha estado fuera de lugar y que es, como poco, delirante e insensata. Alguien con tanta prudencia y coherencia como era Jacob, era tachado de loco y de trastornado. Jacob aguanta el chaparrón, y con una humildad y una actitud de respeto, acaba de escuchar cuanto quisiera recriminarle Labán. 

      Pero, como esta artimaña no funciona con Jacob, Labán opta por emplear la baza de la amenaza. Él está en disposición de dañarle y herirle, de arrebatarle todo lo que tiene en ese mismo momento. Está a merced de sus fieros hijos y sirvientes. Su posición es más elevada que la de Jacob y éste debería dar gracias a Dios que haya intercedido por él la noche anterior. Esta es la táctica del perdonavidas, de aquel que primero sirve el plato de la amenaza y de la promesa de agresión, y que después pone en la mesa su pretendida misericordia y compasión. Como añadidura, Labán presenta una acusación que no llega a entender Jacob: la de haber robado sus terafines, sus dioses del hogar. Si tanta prisa tenía Jacob por volver a su casa, en la cual ya había un Dios, que es el que le bendecía y prosperaba, ¿a ver para qué necesitaba sus idolillos? Aquí podemos constatar que Labán era un adorador politeísta, y que para él el Dios de Jacob solo era uno más del panteón de dioses regionales y territoriales que existía en aquella época de la historia y en aquellos pagos.  

4. LOS ÍDOLOS DE LA DISCORDIA 

     Los cargos son tremendos, y Jacob así lo entiende. Su reacción es también de indignación contra su suegro. Se ha tragado todas sus invectivas, su actuación teatral y su talante agresivo, pero no tolerará que se cuestione su honradez y su ética personal tildándole de ladrón: “Respondió Jacob a Labán: —Porque tuve miedo, pues pensé que quizá me quitarías por fuerza tus hijas. Aquel en cuyo poder halles tus dioses, ¡que no viva! Reconoce delante de nuestros hermanos lo que yo tenga tuyo, y llévatelo. Ciertamente Jacob no sabía que Raquel los había hurtado. Entró Labán en la tienda de Jacob, en la tienda de Lea y en la tienda de las dos siervas, y no los halló. Salió de la tienda de Lea y entró en la tienda de Raquel. Pero Raquel tomó los ídolos y los puso en la montura de un camello, y se sentó sobre ellos. Labán rebuscó por toda la tienda y no los encontró. Entonces ella dijo a su padre: —No se enoje mi señor, si no me puedo levantar delante de ti, pues estoy con el período de las mujeres. Como Labán siguió rebuscando sin hallar los ídolos...” (vv. 31-35)  

      Jacob comienza su réplica a Labán poniendo los puntos sobre las íes. Jacob viene a decirle a su suegro que ya se conocen lo suficiente como para jugar al gato y al ratón. Jacob sabe perfectamente que, si hubiese seguido las reglas del juego de las leyes y tradiciones consuetudinarias, lo más seguro es que nunca se hubiese podido desvincular de su relación con él, y que sus esposas e hijos se hubiesen convertido en rehenes suyos, imposibilitando su independencia familiar. Jacob había visto suficiente durante sus veinte años trabajando para su suegro, como para pensar que por las buenas iba a poder marcharse a la tierra de su parentela junto con todo su patrimonio y su familia. Tratar y debatir con el diablo es algo inútil, y conferenciar y conversar con alguien que siempre intentaba sacar tajada de su empeño y dedicación, era una tarea ímproba. Una vez sentada la justificación de su huida precipitada y necesaria, Jacob invita a Labán que verifique que él no le ha hurtado ni sustraído nada suyo, que todo lo que hay en su campamento se lo ha ganado a pulso. Si algún miembro de su familia o servidumbre ha robado algo, será puesto a disposición de la sentencia que desee llevar a cabo Labán. 

      Lo que no sabía Jacob es que su esposa amada, Raquel, tenía en su poder los terafines. Raquel, que era más viva que los ratones colorados, y que no tenía nada que envidiar a la tradición familiar de embaucar y timar, de tal palo, tal astilla, los había ocultado en las alforjas de su camello. Labán, sin miramientos de ninguna clase, y, por tanto, desconfiando de Jacob, de sus hijas y de sus nietos, remueve cielo y tierra para registrar todos los rincones de las tiendas. Por más que busca, no halla nada que le pertenezca, y mucho menos sus ídolos. Raquel se sienta sobre las alforjas de su camello, y urde una excusa realmente creíble sobre por qué no puede moverse de encima de su montura. La justificación es que tiene la menstruación, lo que la hace impura a ella, y a aquel que la toque. Labán es capaz de respetar esta regla sobre la inmundicia, aun a pesar de desear con toda su alma poder recuperar sus terafines. Desesperado, parece querer volver a poner patas arriba todo el campamento hasta que Jacob cree que ya basta. No existe mayor humillación que ser objeto de una nueva tanda de registros y cacheos, dado que nada se había encontrado que perteneciera a su suegro. 

5. YA ESTÁ BIEN LA COSA 

      Jacob para los pies a Labán y a sus hijos, y desea poner al día a su suegro sobre todo lo que ha tenido que deglutir todos estos años que ha estado bajo su techo: “Jacob se enojó y riñó con Labán, diciéndole: —¿Qué falta cometí? ¿Cuál es mi pecado, para que con tanto ardor hayas venido en mi persecución? Al registrar todas mis cosas, ¿qué has hallado de todos los enseres de tu casa? Ponlo aquí delante de mis hermanos y de los tuyos, y juzguen entre nosotros. Estos veinte años he estado contigo; tus ovejas y tus cabras nunca abortaron, ni yo comí carnero de tus ovejas. Nunca te traje lo arrebatado por las fieras: yo pagaba el daño; lo hurtado, así de día como de noche, a mí me lo cobrabas. De día me consumía el calor y de noche la helada, y el sueño huía de mis ojos. Así he estado veinte años en tu casa: catorce años te serví por tus dos hijas y seis años por tu ganado, y has cambiado mi salario diez veces. Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y Terror de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías; pero Dios ha visto mi aflicción y el trabajo de mis manos, y anoche te reprendió.” (vv. 36-42) 

       Jacob estaba hasta el gorro de tanta desconfianza de su suegro. Aquí surge el carácter de Jacob en todo su esplendor. Jacob recrimina a Labán que ya está bien. ¿Había hecho algo imperdonable, poco ético, inmoral o inconveniente mientras estuvo bajo sus órdenes? ¿A qué venía tanta inquina y enojo contra él, si él lo había tratado con respeto y honra? ¿Había logrado encontrar algo que fuese suyo entre sus enseres y pertenencias personales? Si no había hallado nada, debía desistir de su persecución obsesiva. Si había encontrado algo suyo, que lo demostrase delante de testigos, y le daría la razón sin género de dudas. Durante dos décadas se había mostrado diligente, industrioso y sujeto a las directivas de Labán. Nunca se benefició de las ovejas y cabras de su suegro, su ganado nunca sufrió enfermedades o abortos. A pesar de que, por ley, no era responsable de aquellas ovejas que fueron presa de las fieras salvajes, siempre pagó de bona fide lo perdido. Labán nunca perdió nada, porque siempre pidió cuentas a Jacob por cualquier cabeza de ganado robada, algo que nos habla de su moral especulativa. Éxodo 22:13 respalda a Jacob en estos aspectos: “Y si le fue arrebatado por una fiera, le traerá testimonio y no pagará lo arrebatado.”  

      La dedicación y el compromiso por la prosperidad de su suegro fue proverbial. Su sacrificio personal le hizo pasar penurias y circunstancias adversas, ya que, en el pastoreo siempre tuvo que sufrir la solana de los días de verano, con temperaturas extremas, y el frío intenso de las noches de invierno, arrebujado junto a las ovejas para recibir todo el calor posible de sus cuerpos amontonados. Noches enteras sin dormir para evitar el pillaje y los ataques de leones, osos y lobos habían trastocado su ritmo biológico. El cambio continuo y caprichosos de Labán en las condiciones del trato de salario, que sacarían de quicio a cualquiera, había sido aceptado una y otra vez por el bien de su familia y por la paz entre suegro y yerno. ¿Qué mayor demostración de modélico comportamiento podía ofrecer a Labán? ¿No había cumplido con creces con lo que se requería de él? Y por encima de tantos desvelos y renuncias, de tantos obstáculos y mentiras, Dios había bendecido y provisto para su familia. El Dios de su abuelo y de su padre, el Terror de Isaac, esto es, aquel que puede destruir con un chasquido de dedos cualquier amenaza o peligro que sufren sus hijos, había velado por su bienestar y por la construcción de una familia que debía seguir su camino por su cuenta. Dios había hablado a Labán para que éste se diese cuenta de que sería un craso error querer que Jacob volviese con todo su patrimonio a Padan-Aram. 

5. UN PACTO DE NO AGRESIÓN 

      Pocas palabras podía decir Labán ante este cúmulo de razones y argumentos de peso. Sin embargo, Labán no iba a asumir su error, sino que trata de suavizar y atenuar su ira en pro de ser él el que tome la iniciativa de dejar que Jacob se marche a la tierra de sus padres. No era listo ni nada: “Respondió Labán y dijo a Jacob: —Las hijas son hijas mías; los hijos, hijos míos son; las ovejas son mis ovejas, y todo lo que tú ves es mío: ¿qué les puedo yo hacer hoy a estas mis hijas, o a los hijos que ellas han dado a luz? Ven ahora, pues, y hagamos pacto tú y yo, y sirva por testimonio entre nosotros dos. Entonces Jacob tomó una piedra y la levantó por señal. Y dijo Jacob a sus hermanos: —Recoged piedras. Tomaron, pues, piedras e hicieron un montón, y comieron allí sobre aquel montón. Labán lo llamó «Jegar Sahaduta»; y Jacob lo llamó «Galaad». Entonces Labán dijo: —Este montón de piedras es testigo hoy entre nosotros dos. Por eso fue llamado su nombre Galaad; y también Mizpa, por cuanto dijo: —Vigile Jehová entre tú y yo cuando nos apartemos el uno del otro. Si maltratas a mis hijas o si tomas otras mujeres además de mis hijas, aunque nadie esté con nosotros, mira, Dios es testigo entre nosotros dos. Dijo más Labán a Jacob: —Mira este montón de piedras y esta señal que he erigido entre tú y yo. Testigo sea este montón de piedras y testigo sea esta señal, que ni yo pasaré de este montón de piedras para ir contra ti ni tú pasarás de este montón ni de esta señal para ir contra mí, para nada malo. Que el Dios del padre de nuestros padres, el Dios de Abraham y el Dios de Nacor, juzgue entre nosotros. Jacob juró por aquel a quien temía Isaac, su padre. Luego Jacob inmoló víctimas en el monte, y llamó a sus hermanos a comer pan. Ellos comieron pan y durmieron aquella noche en el monte. Se levantó Labán de mañana y besó a sus hijos y a sus hijas; los bendijo, partió y se volvió a su lugar.” (vv. 43-55) 

      Labán, sigue erre que erre con su planteamiento victimista, aunque, como ya dijimos, apoyado por la ley de aquellos entonces, parece dar su brazo a torcer, y a pesar de que no reconoce que todos los argumentos aducidos por Jacob anteriormente son veraces y legítimos, promueve una resolución digna y solemne a la disolución de los lazos familiares entre clanes. Para Labán todo era suyo, y como era suyo, no iba a perpetrar un daño evitable a aquello que creía que le pertenecía. Lo mejor era hacer un pacto de no agresión entre familias, y pelillos a la mar. Recogiendo piedras de los alrededores, edifican una especie de mojón, de recordatorio testimonial de esa alianza. Para rubricar la buena fe de ambos, todos participaron de una buena comida fraternal y señalaron un nombre para este enclave. Labán lo bautiza como Jegar Sahaduta, que significa en arameo “majano del testimonio.” Por su parte, Jacob lo llama Galaad, que significa lo mismo que Jegar Sahaduta, pero en hebreo. Además, a este emplazamiento se le añade otro nombre, Mizpa, cuyo significado es “atalaya” o “torre de vigía,” dado que estas rocas representarían simbólicamente un pacto de no agresión entre familias y dentro de la familia de Jacob, y que Dios sería ese centinela que velaría porque ningún abuso o ataque se cometiese en el futuro. 

      Es interesante observar que Labán, en su mentalidad politeísta, recurre al dios de sus antepasados, que también lo son de Jacob, para que administre justicia sobre ellos en el caso de una contravención del pacto recién firmado en Galaad. Con un ofrecimiento de sacrificios al Dios de su padre, y desde Bet-el el suyo, Jacob conviene y consiente en que este instante sea recordado para la posteridad. Ya con mejor humor, con los ánimos aplacados y con otra disposición de carácter, disfrutan de un ágape de comunión fraterna, y todo se ve de otra forma. La paz, mediada por Dios, entre Jacob y Labán, es el punto de no retorno para dos familias que se separan para seguir sus vidas la una al margen de la otra. Todos respiran aliviados, y Labán tras despertarse de buena mañana, se despide después de bendecirlos, y regresa por donde vino junto a sus hijos y siervos. 

CONCLUSIÓN 

      Como hemos podido percibir, a veces hay que desamarrar el barco del puerto en el que está varado. Son instantes duros y traumáticos, tal y como hemos visto en la historia de la huida de Jacob de manos de Labán. Pero son necesarios para dar una nueva oportunidad a un porvenir independiente y autónomo que reporte bendición y prosperidad. Escapar de los abrazos tóxicos de relaciones abusivas y explotadoras, por muy involucrado afectiva y sentimentalmente que uno esté, es la mejor baza que hemos de aprovechar. Y si encima, contamos con el consejo de Dios y su ayuda y guía, toda decisión que tomemos será para que el bien y la misericordia nos acompañen el resto de nuestras vidas.

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