LUCHAR CON UN ÁNGEL


SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 32:22-32 

INTRODUCCIÓN 

       Existen momentos puntuales y críticos en nuestras vidas en los que es necesario pelear con Dios. No estamos hablando de enemistarnos con Él, ni de comprobar si somos o no más fuertes que Él. Estamos hablando de situaciones turbulentas de nuestras existencias que demandan de nosotros un mayor acercamiento a Dios, de exponer delante de Él nuestra desesperación y dolor, de manifestar abiertamente ante el trono de gracia que nos hallamos en un atolladero de dimensiones terribles. Pelear con Dios se convierte en un recurso muy humano a través del cual desplegamos la auténtica esencia de lo que nos ocurre, sin tapujos ni paños calientes, considerando desde la reverencia y el respeto debidos al Señor, que solamente si perseveramos en nuestro clamor y somos sinceros en nuestra plegaria agonizante, recibiremos la bendición que nuestra alma realmente necesita. Seguro que tú has pasado por trances de este tipo. Circunstancias tremebundas en las que solo resta llorar a lágrima viva, esperando desde el ruego constante a que el Señor valore nuestro lamentable estado y resuelva nuestro desasosiego espiritual. Coyunturas en las que reconocemos nuestra impotencia y nuestro desconocimiento del futuro, trayendo delante de Cristo nuestra zozobra interior y nuestro demudado rostro, a fin de que él realice el milagro que tanta falta nos hace. 

      Esta lucha con Dios no debe partir de una actitud desafiante, retadora. No debe surgir de un espíritu egoísta que simplemente quiere que sus deseos sean concedidos a como dé lugar. No brota de un talante imperativo que imponga o reclame a Dios que debe cumplir con sus distorsionadas expectativas. No es batirse en duelo con el Señor a la espera de conseguir algo a base de cabezonería y obstinación. Desde el grito desconsolado y sufriente, estallamos en oración y adoración, nos postramos sin dejar de suplicar al Señor y de recordar sus promesas, no con ánimo de reprochar, y dejamos que sea Dios el que tenga la última palabra sobre lo que necesitamos y sobre lo que Él sabe que es más conveniente para nuestra alma. No es sencillo luchar con Dios y aceptar, en muchos de los casos, nuestra debilidad, nuestra derrota y nuestra fragilidad. Sin embargo, sea cual sea el sentido en el que Dios se mueva en relación a nuestro exhausto y agotado ser, siempre será un triunfo para nosotros. 

1. UNA LUCHA ENCARNIZADA 

      Jacob se estaba enfrentando a una tesitura bastante grave. Como vimos en el estudio anterior, Jacob había recibido la noticia de que su hermano Esaú se había puesto en camino junto a cuatrocientos hombres para encontrarse con él. Tras planificar todos los escenarios en los que podía hallarse, dividiendo los campamentos y enviando una serie de regalos estratégicamente seleccionados, solo queda esperar acontecimientos. La noche se le hizo muy larga a Jacob. Al amanecer, Jacob toma otra decisión en relación a su familia, dado que necesita espacio y soledad para preparar su cita con el destino, el cual todavía se mostraba esquivo y difuso:Se levantó aquella noche, tomó a sus dos mujeres, a sus dos siervas y a sus once hijos, y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, y les hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía.” (vv. 22-23) 

      Antes de que raye el alba, Jacob reúne a su familia y los hace pasar por uno de los vados del río Jaboc, un lugar por el que la profundidad de la corriente no era muy grande. El río Jaboc, actualmente Nahr Ez-Zerka, es un afluente del Jordán y que se sitúa a medio camino entre el Mar Muerto y el Mar de Galilea. Era el límite natural entre Canaán y el reino de Amón. Su nombre significa “fluyendo,” aunque algunos ven en la raíz de este nombre, abbaq, el sentido de “luchar.” Una vez todos sus seres queridos se encuentran a buen recaudo, Jacob escoge permanecer al otro lado del río para, a modo de caballero medieval, velar las armas y dedicar lo que resta de la noche a orar a Dios.  

     Con lo que no contaba Jacob, es que, al cruzar el vado, se iba a encontrar con un formidable guerrero descendido de los mismísimos lugares celestiales: “Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba. Cuando el hombre vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: —Déjame, porque raya el alba. Jacob le respondió: —No te dejaré, si no me bendices.” (vv. 24-26)  

       En la soledad nocturna, la refulgente silueta de un hombre lo aguardaba espada en mano. No era su hermano Esaú, llevando a cabo una emboscada traicionera. Era un varón armado, el cual, en cuanto lo vio, se echó encima de Jacob para librar una buena pelea. Jacob, al parecer ducho en las lides de la esgrima, desenvaina su espada y los aceros chocan, despidiendo chispas. La pelea se encona, los contendientes se mueven de un lado a otro demostrando su destreza lanzando fintas y estoques. Enconados, ambos luchadores dan lo mejor de sí mismos, hasta que el amanecer comienza a acariciar la cima de las montañas de Galaad.  

     Como si de una Cenicienta moderna se tratase, el anónimo varón intenta desembarazarse del titánico arrojo de Jacob antes de que el sol haga acto de aparición. Cuando trata de desprenderse del pegajoso marcaje de Jacob, éste se lo impide con ferocidad. Y en vista de que la férrea defensa y el cerrado ataque de Jacob no mengua a pesar del tiempo transcurrido, el varón da un tajo estratégicamente pensado, no para abatir a su contrincante, sino para incapacitarlo lo suficiente como para terminar el combate. La herida, situada en la cadera de Jacob, lo hace desistir dolorosamente de continuar la lid. Su muslo se descoyunta, pero, aun así, su empeño por lograr algo de su oponente se mantiene en pie. Asiéndose a él como una lapa, abrazándose a su tronco, Jacob no ceja en su deseo de vencer a toda costa, aunque un lacerante dolor le recorra toda su pierna. El visitante, sorprendido ante tal coraje y valor, conmina a Jacob a que se separe de él, porque su tiempo en la tierra ha llegado a su término. Jacob, con un último arrebato de osadía, pone condiciones a esta separación. Si no es bendecido por el extraño, no soltará su presa ni aminorará su agónico esfuerzo. 

2. REBRANDING DIVINO 

      Ante la resistencia de Jacob a dejarle marchar, el guerrero determina terminar con esta lucha bendiciéndole: “—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó el hombre. —Jacob —respondió él. Entonces el hombre dijo: —Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido. —Declárame ahora tu nombre —le preguntó Jacob. —¿Por qué me preguntas por mi nombre? —respondió el hombre. Y lo bendijo allí mismo.” (vv. 27-29)  

      El varón, aplaudiendo la perseverancia de su contrincante, pregunta a Jacob por su nombre. Sabemos que el nombre en la cultura predominante de los tiempos de Jacob, era el símbolo de la esencia de la persona. Aunque en otras naciones, conocer el nombre de la persona implicaba adquirir cierto poder mágico sobre ésta, en términos bíblicos, el nombre suponía la expresión del carácter que iba a desarrollar el individuo. Por eso, que Jacob diese su nombre a este extraño, implica que Jacob sabía a quién lo daba. Tenía la certeza de que este hombre salido de la nada, no era ni más ni menos, que el ángel del Señor, una manera de nombrar a Dios mismo actuando y existiendo visiblemente en la tierra. 

      Jacob le dice su nombre. Dios ya lo conoce, por supuesto. Es una manera en la que el Señor quiere modificar sensiblemente el destino de Jacob propuesto por su propio nombre. Del mismo modo que el Señor cambió el nombre de su abuelo de Abram a Abraham con el objetivo de dar un nuevo sentido a la historia que escribiría este patriarca, así sucede con Jacob. A partir de este momento se llamará Israel, o “el que lucha con Dios.” Jacob había cambiado por completo su historia, dejando atrás el significado de su antiguo nombre, el cual, como recordaremos, significaba “suplantador.” Dejaba así de ser un trilero, una persona entregada y afectada por el engaño y la mentira, para dar paso a un nuevo hombre con un futuro espléndido.  

      Jacob había derrotado a los hombres, dado que había logrado convencer a su suegro de no intentar nada contra él, y ahora acababa de pelear con el mismísimo Dios, una imagen de que, en medio de la intranquilidad por su encuentro con Esaú, Jacob, ya Israel, lo había dado todo, había puesto toda la carne en el asador, para recibir de Dios su bendición y la seguridad de que todo iría bien en el día que estaba a punto de dar luz y color a la creación terrenal. Dios reconoce que Jacob ha vencido. Esto no quiere decir que Jacob fuese más poderoso que Dios, que Dios fuese más débil que Jacob o que el Señor pudiese ser, de alguna forma, derrotado. Esto simplemente significa que Dios había probado el alma y la voluntad de Jacob, que había testado su fe y confianza en las promesas que éste le había dado, y que Jacob había perseverado hasta el final, recibiendo su recompensa en forma de confirmación y bendición divinas. 

      Tal era la ambición de Jacob, y tal era el deseo de conocer con exactitud y seguridad la identidad del varón armado, que intenta averiguar el nombre de su oponente. Si este varón se lo revela, perfecto. Si no es así, que no quedase por intentarlo. El varón, al ser preguntado con tanta vehemencia, responde con otra pregunta. “¿Para qué quieres saber mi nombre, si ya sabes quién soy? ¿No está suficientemente confirmada mi identidad después de lo que has visto en estos últimos años, y de manera especial, lo ocurrido en estas horas?” Dios no desea, todavía, desvelar su nombre, el nombre por el que será conocido por la humanidad. Quedan aún varios siglos para que esto suceda. Recibida la reconversión nominal de Jacob en Israel, un rebranding de tiempos ancestrales, el varón lo bendice y se retira en un visto y no visto de la presencia del malherido y fatigado Jacob.  

3. PENIEL LIBERADOR 

       Ha sido una pelea memorable que marcará un antes y un después en la vida del patriarca. Ahora solo queda enfrentarse a la realidad que le ha de sobrevenir en breve. Para recordar el envite entre el cielo y la tierra, entre lo humano y lo divino, Jacob da nombre al lugar en el que se ha entablado un combate físico y espiritual ciertamente revelador: “Jacob llamó Peniel a aquel lugar, porque dijo: «Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma.»” (v. 30) Peniel significa “cara de Dios.” Como dijimos anteriormente, Jacob sabía a quién se estaba enfrentando. Conocía el alcance y la importancia de esta contienda. Tenía conciencia de que, si resistía hasta el final, con el cuchillo entre los dientes, con su determinación llevada al límite de lo impensable, y con la confianza de que de esta lid recibiría el espaldarazo definitivo de Dios a la hora de confrontar a su hermano Esaú, lograría su ansiada recompensa en forma de bendición y de liberación de su alma. No cabe duda de que, al ser objeto de la bendición divina, Jacob se quitaría un gran peso de encima, su ansiedad se rebajaría y sus preocupaciones serían sustituidas por la esperanza de un encuentro pacífico con su hermano. 

      Como curiosidad que añade el escritor de Génesis, aparece una tradición que solamente aparece en este pasaje bíblico a causa de la herida infligida por el varón celestial a Jacob: “Ya había pasado de Peniel cuando salió el sol; y cojeaba a causa de su cadera. Por esto, hasta el día de hoy no comen los hijos de Israel del tendón que se contrajo, el cual está en el encaje del muslo, porque Jacob fue tocado en este sitio de su muslo, en el tendón que se contrajo.” (vv. 31-32) Esta es una costumbre que también aparece en el judaísmo rabínico. A la hora de comer cualquier animal no considerado inmundo, los judíos ortodoxos quitan el nervio ciático, el tendón y las arterias que se hallan en la extremidad con la que se identifica el percance de Jacob. Se trata de una práctica que busca honrar el denuedo y la constancia de Jacob en una noche en la que recibió del Señor la bendición de ser renombrado como parte fundamental del entendimiento de la nación que estaba en ciernes de convertirse en el pueblo escogido por Dios. 

CONCLUSIÓN 

      A la vista de este acontecimiento crucial en la vida de Jacob, nosotros, como creyentes del nuevo pacto en la sangre de Cristo, hemos de procurar alcanzar esta clase de cota espiritual sin precedentes a través del vehículo de la oración, del ejercicio de la fe y de la perseverancia en el ruego y la súplica sinceros y abiertos ante Dios. Cuando el agua nos llegue al cuello, cuando la desdicha nos atrape entre sus oscuros brazos, y cuando la crisis nos asfixie, tenemos la oportunidad de luchar con Dios en los términos que al comienzo de este estudio hemos previsto. Es la única manera en la que el Señor prueba nuestra confianza en sus promesas, en la que considera hasta qué punto dependemos de Él, y en la que ejecuta su amor y su misericordia sobre nuestras angustiadas vidas. Es el único canal a través del que encontraremos liberación para nuestras almas. 

     A veces, como Jacob, sufriremos la señal de nuestro triunfo, y, aunque hayamos recibido su bendición, también quedarán secuelas simbólicas en el alma y en el cuerpo, que nos indicarán indeleblemente que Dios existe y de que nuestro sacrificio no ha sido en vano. Pero esos hitos que quedan en el camino siempre nos recordarán que, al final, la bendición y la transformación del Señor nos harán mejores y nos llevarán a un nuevo y más alto nivel de comunión con Él. 

     Lucha cuerpo a cuerpo con Dios. No lo dejes marchar hasta que te bendiga. Y déjate cambiar por su Espíritu Santo y, de este modo, marcar la diferencia en relación a las decisiones futuras que puedas tomar en tu vida.

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