ENCUENTRO INCIERTO


SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS “JACOB EL SUPLANTADOR” 

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 32:1-21 

INTRODUCCIÓN 

       Encontronazos personales siempre hemos tenido. Como seres humanos con idiosincrasias particulares y propias, es inevitable chocar frontalmente con las de otras personas que pueden formar parte de nuestro círculo íntimo de relaciones. Si sabemos gestionar nuestra vehemencia y nuestra firmeza en las ideas, si el respeto cubre cualquier diferencia de opiniones, no hay problema. Con un apretón de manos, nos seguimos amando aun sabiendo que nuestras posturas son antagónicas. Pero si a la hora de expresar nuestra perspectiva sobre cualquier tema de interés, nuestra fogosidad e intensidad se superponen a la diplomacia y las buenas formas, es muy fácil crear un abismo entre nosotros y la persona con la que estamos debatiendo un asunto. Entonces la brecha se amplía y las cosas pueden desmadrarse hasta que la enemistad y la aversión sustituyen la concordia y la simpatía. La relación de amistad o afinidad se trunca, y pasan los años sin que ninguna de las partes se dirija la palabra o haga movimientos en la dirección de arreglar el conflicto. El tiempo crea una costra cardíaca que se endurece progresivamente y, si no se hace nada al respecto, puede petrificarse para siempre. 

      Sin embargo, y tal como dice el refrán, “arrieros somos, y en el camino nos encontraremos.” Surge un problema o una crisis para una de las partes enemistadas, y tras intentar recurrir a diferentes canales, no queda más remedio que acordarse de la amistad rota por una trifulca dialéctica que, en la distancia que da el tiempo, se percibe como algo trivial que provocó la ruptura afectiva con aquella persona de la que necesitas echar mano para que te auxilie. Ahí viene un cúmulo de sensaciones nada agradables. Primero, el orgullo te dice que no claudiques y que no te acerques a tu adversario, puesto que significaría humillarse. Luego, viene el miedo a la reacción del antiguo amigo. Y, por último, ante la necesidad, el reconocimiento de que no hizo lo oportuno para evitar que esos lazos fraternales desaparecieran. Pero cuando la necesidad aprieta, no valen ya ni el temor ni la vergüenza. Es preciso actuar y siempre tener presente que el “no” ya se tiene antes de ir. Intentas congraciarte con tu actual enemigo presentando algo que endulce en la medida de lo posible el encuentro, y esperas que se apiade de tu condición y estado. 

1. MAHANAIM 

      Esta es precisamente la tesitura que debe afrontar Jacob, una vez se ha desvinculado por completo de la casa de Labán, su suegro. Después de dejar los montes de Galaad para dirigirse a territorio de sus ancestros, existe un tema que debe resolver si quiere entrar en paz en la tierra de sus padres: ha de congraciarse con su hermano Esaú. Veinte años contemplan a ambos desde que Jacob optara, con la ayuda de su madre, huir de su hogar para recalar en Harán. En esos veinte años se había labrado su propia fortuna y había construido una familia numerosa. Lo mismo parece haber sucedido con Esaú, su hermano. Incluso Esaú ya tenía una región asignada para establecer su campamento familiar por lo que comprobamos en el texto bíblico.  

      Pero antes de que este inevitable encuentro se lleve a cabo, Jacob tiene un encuentro muy especial y sumamente simbólico que deberá condicionar su planteamiento sobre la cita con su hermano: Jacob siguió su camino, y le salieron al encuentro unos ángeles de Dios. Dijo Jacob cuando los vio: «Campamento de Dios es éste», y llamó a aquel lugar Mahanaim." (vv. 1-2) Estos seres angélicos son mensajeros de parte de Dios a Jacob, cuyo mensaje es el de demostrar el respaldo del Señor en su viaje a la casa de sus padres, y, por otro lado, el de cumplir con la promesa dada a Jacob sobre su protección y seguridad. El lugar concreto en el que se ubica Mahanaim, cuyo nombre significa “dos campamentos,” está al este del Jordán, y distinguía el campamento de Jacob, y el campamento de los ángeles de Dios.  

2. UNA RESPUESTA AMBIGUA 

      Jacob, previendo un próximo encuentro con su hermano, decide que lo mejor es sondear el estado de ánimo de éste, y para ello envía unos emisarios con un mensaje extremadamente cortés desde el punto de vista oriental: Envió Jacob mensajeros por delante al encuentro de su hermano Esaú, a la tierra de Seir, campo de Edom. Y los mandó diciendo: «Diréis a mi señor Esaú: “Así dice tu siervo Jacob: ‘Con Labán he vivido, y con él he estado hasta ahora; tengo vacas, asnos, ovejas, siervos y siervas; y envío este mensaje a mi señor, para hallar gracia en tus ojos.’”» Los mensajeros regresaron a Jacob, y le dijeron: —Fuimos a ver a tu hermano Esaú; él también viene a recibirte, y cuatrocientos hombres vienen con él.” (vv. 3-6)  

      Seir se extendía desde cerca del extremo sur del Mar Muerto hasta las proximidades del Golfo de Aqaba, y ocupaba el oriente de la depresión conocida como Wâdi Arabá. En tiempos de Abraham, era la tierra de los horeos, aunque Esaú los expulsó para arrebatarles esta región: “También en Seir habitaron antes los horeos, los cuales fueron expulsados por los hijos de Esaú, que los arrojaron de su presencia y se establecieron en su lugar, como hizo Israel en la tierra que Jehová les dio en posesión.” (Deuteronomio 2:12) 

      El mensaje que Jacob desea enviar a Esaú es un mensaje de paz. Como dijimos antes, con las expresiones “tu siervo Jacob,” “señor Esaú”, y “mi señor,” Jacob sobrepasa los límites de la cortesía oriental habitual, y se considera a sí mismo como un siervo que se pone a disposición de todo aquello que Esaú quiera hacer con él. Se rebaja hasta lo sumo para tener la fiesta en paz, para que cualquier poso de rechazo se desvanezca, y para que cualquier rencor que pudiese albergar su hermano hacia él por las perrerías del pasado, se diluyese lo máximo posible. Jacob cuenta de forma escueta las peripecias de su vida, su tiempo de convivencia con su suegro, y su prosperidad adquirida durante los años de su ausencia. Es una manera de decir a su hermano que nada venía a pedirle, que sus intenciones no tenían nada que ver con hacerle sombra o requerirle cualquier derecho de primogenitura. Solo quería estar a bien con él, reconciliarse y que cada cual viviese sin acritud ni enemistad su vida en familia. Su vida ahora era posesión suya, y únicamente esperaba que la fraternidad se impusiera sobre las mentiras del pasado. 

      El tiempo pasa, y al fin llegan los mensajeros comisionados por Jacob. Seguro que Jacob estaba nervioso y ansioso por conocer las intenciones de su hermano. Y cuando pregunta, ávido de información, recibe de sus emisarios una respuesta bastante vaga y ambigua. No traen las palabras de Esaú, sino que le comunican a Jacob que Esaú está dispuesto a citarse con él y que va acompañado de cuatrocientos hombres. La zozobra comienza a apoderarse de Jacob. ¿Qué querrá decir esto? ¿Vendrán en son de paz? ¿O vienen como ejército para destruir a mi familia y despojarme de todo cuanto Dios me ha entregado? La intriga se convierte en el corazón de Jacob en una mezcolanza de duda, miedo y desesperación. Cuatrocientos hombres es una cantidad respetable que denota más bien una amenaza que una buena señal, y Jacob no quiere que el temor lo atenace e inmovilice. 

3. NO TE DEJES PARALIZAR POR EL MIEDO: ORA 

      Lo primero que se instala en su mente, al escuchar el informe de los enviados, es el pavor: “Jacob tuvo entonces gran temor y se angustió; distribuyó en dos campamentos el pueblo que tenía consigo, y las ovejas, las vacas y los camellos, porque pensó: «Si viene Esaú contra un campamento y lo ataca, el otro campamento escapará.»” (vv. 7-8) Ante la poca claridad de las intenciones de su hermano, Jacob se sobrecoge ante la perspectiva de ver destruido todo cuanto tiene y todos a cuantos ama. La angustia llama a su puerta y la ansiedad se limpia los pies en el felpudo. ¿No nos ha pasado a todos que, esperando una respuesta rotunda a una de nuestras preguntas, lo único que hemos recibido es una contestación difusa y poco nítida? ¿Cuál era nuestro estado mental? Seguro que el de una persistente impaciencia hasta recibir al fin la explicación exhaustiva que necesitábamos. Sin embargo, el miedo no paraliza el mecanismo de engranajes del cerebro de Jacob. Se pone manos a la obra y escoge dividir el campamento en dos, con el objetivo preventivo de que, si Esaú viniese a él con malas pulgas, pudiese al menos salvar uno de los campamentos y así recomenzar de nuevo en otros parajes más receptivos a su presencia. 

      Otra buena reacción de su parte al reflexionar sobre las medidas a tomar desde las previsiones más pesimistas, es la de ejercer su fe en Dios en forma de oración: “Luego dijo Jacob: «Dios de mi padre Abraham y Dios de mi padre Isaac, Jehová, que me dijiste: “Vuélvete a tu tierra y a tu parentela, y yo te haré bien”, ¡no merezco todas las misericordias y toda la verdad con que has tratado a tu siervo!; pues con mi cayado pasé este Jordán, y ahora he de atender a dos campamentos. Líbrame ahora de manos de mi hermano, de manos de Esaú, porque le temo; no venga acaso y me hiera a la madre junto con los hijos. Y tú has dicho: “Yo te haré bien, y tu descendencia será como la arena del mar, que por ser tanta no se puede contar.”»” (vv. 9-12) 

     Esta plegaria nos descubre las interioridades del alma de Jacob en unas circunstancias de desazón e incertidumbre. La oración se convierte en la válvula de escape de toda la tensión acumulada a causa de lo desconocido, de un futuro incierto. Solo Dios puede socorrerle en esta presionante espera. En primer lugar, Jacob se dirige al Dios de sus antepasados, aquel Dios que prometió y cumplió al detalle con su palabra dada. Con esta base de confianza en que Dios iba a completar fehacientemente las promesas que le fueron dadas en Bet-el y Harán, Jacob confiesa que su vida no estaría completa de no haber sido por su intervención y gracia. Todo lo que tiene y ama es producto de la benevolente mano de Dios.  

      Jacob reconoce que es indigno de tanta compasión y prosperidad, y se humilla sinceramente delante del Señor a fin de seguir recabando de éste mayores cuotas de misericordia y protección en estas horas tan tenebrosas que está viviendo. A continuación, Jacob ruega fervorosamente que la cobertura protectora de Dios recubra a toda su familia, y que refrene cualquier acto violento que provenga de su hermano Esaú. Jacob no duda en exponer su miedo ante Dios y su dependencia absoluta de aquel que prometió bendiciones y una prole innumerable que en el porvenir constituiría una gran nación. 

4. ESTRATEGIA PARA EL ABLANDAMIENTO CARDÍACO 

      Una vez derramado el corazón delante de Dios, y contando con su providente ayuda, Jacob tira de ingenio y estrategia, para elaborar un plan de ablandamiento del corazón de su hermano: “Durmió allí aquella noche, y tomó de lo que le vino a la mano un regalo para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte machos cabríos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas paridas con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte asnas y diez borricos. Lo entregó a sus siervos, cada manada por separado, y dijo a sus siervos: —Pasad delante de mí y poned espacio entre manada y manada. Mandó al primero, diciendo: —Si mi hermano Esaú te encuentra y te pregunta: “¿De quién eres? ¿Y adónde vas? ¿Y para quién es esto que llevas delante de ti?”, entonces dirás: “Es un regalo que tu siervo Jacob envía a mi señor Esaú. También él viene detrás de nosotros.” Mandó también al segundo, al tercero y a todos los que iban detrás de aquellas manadas, diciendo: —Esto mismo diréis a Esaú, cuando lo halléis. Y diréis también: “Tu siervo Jacob viene detrás de nosotros.” Pues Jacob pensó: «Apaciguaré su ira con el regalo que va delante de mí, y después veré su rostro. Quizá así me acepte.» Pasó, pues, el regalo delante de él, y él durmió aquella noche en el campamento.” (vv. 13-21) 

       Con la conciencia de que Dios iba a estar de su lado, se fue a dormir más tranquilo y sosegado, pero no sin poner de su parte para tratar de solventar el problema que se le venía encima. Dios iba a actuar según su soberana voluntad, pero también había dado el don de la inteligencia a Jacob para que la usara convenientemente en este caso. Consultando con la almohada, Jacob urde una nueva manera de lograr un espíritu más calmado y proclive a la pacificación de su hermano. Escoge 550 animales divididos según su especie, con sus crías y elegidos de entre lo mejor de sus rebaños, y los envía junto con algunos de sus siervos, de forma ordenada y escalonada. Cada manada iba a encontrarse con Esaú, y éste haría preguntas sobre la propiedad de éstas y su destino, cuestiones que anticipa Jacob con sabiduría y precaución. La contestación debía ser, una y otra vez, con cada manada, la de que todo era un obsequio de paz y honra hacia la persona de Esaú. Al ver estos animales soberbios y al recibirlos gratuitamente con los respetos humildes de su hermano, tal vez podría mudar su rencor en bondad. 

      Jacob tenía muy pensada la idea que tenía en mente. Era una forma propia de la cortesía oriental de aquellos tiempos, multiplicada por cinco, que procuraba ganarse el favor de una persona enfadada o agraviada previamente por el que hacía este regalo. Jacob había ideado la manera de ablandar el corazón de su hermano, de hacerle ver que lo único que deseaba era recuperar la fraternidad perdida, y de comunicarle que no era ninguna amenaza a su estatus quo como hermano mayor. El plan podía salir bien, pero también Jacob era consciente de las heridas y del daño que había causado a Esaú cuando ambos convivían con sus padres, y la cuestión podría no culminar en un acercamiento positivo. La cuestión es que envió a las diferentes manadas al encuentro con su hermano, y para hacer tiempo, y presentarse tras todas estas recuas y rebaños, durmió en su campamento a la espera de acontecimientos. No fue una noche plácida ni para él, ni para su familia. 

CONCLUSIÓN 

      Como ya dijimos al comienzo, reencontrarse con una persona a la que herimos profundamente en hecho o palabra, e intentar arreglar las cosas entre ambos, se antoja bastante difícil. Las cicatrices todavía están frescas en la memoria del agraviado, aunque el tiempo haya pasado y se haya difuminado el motivo de la gresca. No obstante, cuando esto sucede, lo mejor es acudir a Dios en oración para que, cuando al fin ambas partes puedan reunirse de nuevo, Él imparta gracia, paz y bondad en cada uno de los corazones antaño confrontados. 

      Jacob, más maduro y hecho como persona y como hijo de Dios, se da cuenta de que los errores del pasado al final alcanzan a uno, y que la situación que se crea entonces es tensa y agria en su asunción. Los pecados del ayer pueden ser obviados u olvidados durante una buena temporada, pero siempre vuelven a remover con desapacibles pensamientos las conciencias cuando hay que hacer frente a situaciones en las que es preciso restañar heridas y recuperar el amor y el afecto perdidos. Roguemos al Señor para que cualquier malentendido o injuria que pudimos lanzar a otras personas a las que estimábamos, sea borrado de nuestras mentes y relanzar una relación rota que solo Dios puede restablecer y restaurar.

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