PERLAS DE SABIDURÍA


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 8:1-11 

INTRODUCCIÓN 

       En estos tiempos del coronavirus que hemos tenido que padecer, la información recibida sobre el alcance de esta pandemia, sobre los mecanismos de prevención individual y comunitaria, y sobre las diferentes maneras en las que distintas naciones han optado por gestionar esta crisis sanitaria, ha sido ingente, minuciosa y pública. Informativos monotemáticos que duran horas y horas hablando de la pandemia global, con consultas a politólogos, economistas, especialistas médicos y periodistas, nos bombardean constante e insistentemente con una visión polifacética del asunto en cuestión. Redes sociales que arden con memes, comentarios producto del aburrimiento, el hastío y la frustración, mientras vuelcan contenidos en video sobre las mil formas diferentes de encarar el confinamiento preventivo, sobre remedios de dudosa procedencia y eficacia, y sobre gestos espontáneos y bien trabajados de generosidad y gratitud a los responsables de nuestra salud y bienestar.  

       Grupos de Whatsapp saturados de innumerables perspectivas sobre el fenómeno vírico, colmados con infografías que brotan como setas en el bosque en otoño sobre cómo mantener las medidas de control higiénico de nuestros hogares, y bien nutridos de consejos indefinidos que alguien escuchó de alguien que escuchó a alguien, que no cesan en su agobiante soniquete. Diarios digitales y en papel que nos ponen al día acerca de las diversas estrategias que emplea nuestro gobierno en la lucha contra el Covid-19, aportando su propia carga ideológica sobre el tema en sí. Comparecencias periódicas de los administradores públicos de la sanidad estatal y autonómica, en las que los datos se entremezclan con esperanzas fundadas o infundadas de que la curva se aplane y se alcance el pico máximo de contagios, interrumpiendo las programaciones de las cadenas de televisión en abierto. Pregones locales calle por calle anunciando y transmitiendo instrucciones a seguir durante esta época de cuarentena, nos informan sobre la necesidad de permanecer en nuestras casas. 

      Podríamos decir que, además de advertir determinados cambios en nuestra forma de relacionarnos, de convivir en el hogar, de trabajar y de estudiar, de administrar nuestro tiempo y de valorar aquello de lo cual carecemos y que siempre tuvimos, nos hemos dado cuenta de la importancia de estar informados y de contar con datos fiables e institucionales. Nos hemos percatado de que existen también personajes siniestros y perversos que persiguen confundirnos con noticias falsas, bulos, timos a costa de la solidaridad social, medias verdades y opiniones demasiado ocurrentes. Hace ya mucho tiempo que alguien dijo que la información es poder. Es poder para levantar un país de un aciago tormento en forma de coronavirus, y es poder para hundir en la miseria a personas ignorantes y crédulas. Sin embargo, a pesar de estar de acuerdo en que la información es sumamente valiosa, ésta no siempre es empleada desde la sensatez, la reflexión y el espíritu crítico. Podemos infoxicarnos, esto es, llenar nuestra mente y nuestros oídos de terabytes de datos a lo largo de la vida, y no tener ni idea de usarlos conveniente y oportunamente.  

1. PRESENTANDO A LA SABIDURÍA 

     La sabiduría es precisamente ese don ofrecido por Dios a toda la humanidad para que cualquier información que recibamos sea procesada eficazmente por nuestro cerebro, y podamos tomar decisiones sobre ella o desde ella, a fin de ser beneficiarios de sus resultados y efectos en nuestras vidas. Salomón era consciente de la necesidad clara y fundamental que el ser humano tenía de ser sabios, no en la opinión personal, sino en el campo de la ciencia espiritual. Para ello, escribe una serie de textos en Proverbios en los que encarna la sabiduría divina en una figura femenina, la antropomorfiza presentándose ante el auditorio de toda la tierra. La Sabiduría, con mayúsculas, se antoja en la obra salomónica más valiosa que cualquier posesión o patrimonio material que alguien pudiese ostentar. Podríamos decir que, todo cuanto expresa Salomón en los siguientes versículos, es la antesala de un compendio de perlas de sabiduría que haríamos bien en pretender alcanzar para ser bienaventurados y hallar gracia ante los ojos de Dios. 

      Como todo buen relato que se precie de ser escrito, la Sabiduría introduce su presencia llamando la atención del lector u oyente: ¿Acaso no clama la Sabiduría y alza su voz la inteligencia? Apostada en las alturas junto al camino, en las encrucijadas de las veredas, junto a las puertas, a la entrada de la ciudad, a la entrada de las puertas da voces. ¡A vosotros, hombres, llamo; mi voz dirijo a los hijos de los hombres!” (vv. 1-4) En los tiempos de Salomón el heraldo era el responsable de dar cumplida noticia de todo aquello que concerniese a la sociedad civil. Se colocaba a modo de pregonero en las lomas de las principales arterias de comunicación y paso de transeúntes, en los cruces de camino donde siempre se celebraban ferias de comercio, en la entrada de la metrópolis, lugar destinado a dirimir pleitos por medio de juicios de los más ancianos, y a comprar y vender en mercados. Su misión era hacer lo más claro posible su mensaje. Debía emplear los medios a su alcance para hacerse oír por encima del rumor de las conversaciones entre ciudadanos, y para ello, trataba de colocarse en un escenario elevado desde el cual poder proyectar convenientemente su voz y transmitir su discurso sin interferencias ni ruido de fondo. 

      La Sabiduría actúa en nuestro contexto social del mismo modo. No deja de proclamar su mensaje de prudencia, de aprendizaje y de consejo. Se desgañita publicando a diestro y siniestro el contenido de su esencia, la necesidad de prestar oídos a su voz, la cual no ceja en su empeño de provocar al oyente una respuesta positiva hacia ella. La inteligencia intenta a grito pelado hacer entrar en razón a aquellos que disponen de información, pero que no saben qué hacer con ella. Con la garganta enronquecida por el esfuerzo y la constancia, el entendimiento pretende hacerse hueco en las mentes de aquellos que acumulan datos, pero que no son capaces de gestionarlos dentro de un orden y de una dirección que los lleve a cultivar el temor de Dios. Por todas partes se emite su interés por que la cerrazón mental, los prejuicios de todo pelaje y la ignorancia imprudente desaparezcan del mapa vital de la humanidad. Y esto es lo más increíble de la acción sapiencial: está hablando a todos los seres humanos que existen sobre la faz de la tierra. Sus buenas nuevas atañen a todos, y todos pueden escuchar su voz, si realmente desean ser felices y disfrutar de la presencia de Dios por largos días. 

2. OÍDO AL PARCHE 

     ¿Quiénes son los destinatarios de las palabras y manifestaciones de la Sabiduría?  “Ingenuos, aprended discreción; y vosotros, necios, entrad en cordura. Escuchad, porque voy a decir cosas excelentes, voy a abrir mis labios para cosas rectas. Porque mi boca dice la verdad, y mis labios abominan la impiedad. Justas son todas las razones de mi boca: nada hay en ellas perverso ni torcido; todas son claras para el que entiende y rectas para los que han hallado sabiduría.” (vv. 5-9) Dos clases de auditorio tienen la oportunidad y el privilegio de ser interpelados por la Sabiduría: los ingenuos y necios, y los entendidos y sabios. 

     Por un lado, la Sabiduría, en su extensión e influencia universal, desea interactuar con aquellas personas que poseen poca o nula educación, y con aquellos individuos que se muestran rebeldes y groseros ante el temor de Dios. Los ingenuos lo son en virtud de su inoperancia a la hora de recibir el consejo del Señor, de su poco interés en desarrollar la habilidad mental de recibir los mandamientos divinos, o de la falta de inculcación del interés por mejorar su capacidad cognitiva por parte de su trasfondo familiar. A estos es necesario educarlos desde el aprendizaje de la discreción. Deben iniciar el camino de ser prudentes y sensatos a la hora de formarse un juicio, y adquirir paulatinamente el tacto suficiente como para hablar u obrar sabiamente. La palabra “discreción” proviene del latín “discretio”, la cual significa “acto de discernimiento y razonamiento.” Es menester que los ingenuos dejen de soltar por sus bocas lo primero que se le viene a la cabeza, y pensar con frialdad y calma aquello que ha de brotar de sus labios. ¡Cuántas víctimas no se ha cobrado aquella persona que ha vomitado sus declaraciones verbales sin considerar el peso de sus manifestaciones ni las repercusiones de sus palabras! 

      Dentro del grupo de aquellos a los que les hace falta asesar y dejarse abrazar por la Sabiduría, también están los necios o rebeldes. El necio lo es porque en realidad desea serlo. Es una opción de vida que ha sido escogida voluntariamente. Nadie ha forzado a esta clase de personas a ser un grosero en relación con las leyes de Dios. Simplemente prefiere vivir sin Dios, sin ataduras legales, sin compromisos religiosos y sin hacer caso a nadie. Son independientes como Andorra y tienen la impresión personal de que por ellos mismos serán capaces de tomar buenas decisiones sin contar con los consejos del Señor. La Sabiduría tiene el anhelo porque este tipo de personas se den cuenta de que por sí solos no van a lograr nunca la auténtica sabiduría. Puede que tengan conocimientos sobre temas académicos e intelectuales, que sean unos auténticos genios en multitud de campos del conocimiento, pero su problema radica en que se precipitan directamente hacia la locura. La cordura, objetivo final de la Sabiduría para los necios, supone estar en sus cabales, ser juicioso y poseer buen seso. El necio sabe a lo que se expone cuando comete una melonada, y, aun así, la comete, y por ello, la Sabiduría de lo alto busca que el imprudente deje de rebelarse contra Dios, y entre en razón para ser dichoso durante toda su existencia. 

     A diferencia de muchas personas en la actualidad, que demuestran una verborrea suelta de calibre descomunal, y que desembuchan sin miramientos a la vista del escrutinio público todo aquello que les hace gracia, aunque no la tenga, la Sabiduría propone al ser humano ser testigo de aquellas excelencias expresadas en su discurso. No es chabacana, ni mediocre, ni trivial en sus manifestaciones. Todo aquello que quiere comunicar al mortal es de una calidad extremadamente alta. No hay una sola de sus palabras que no marque una diferencia bendita en el corazón humano, y no hay una sola de sus enseñanzas que no promueva la transformación espiritual más espléndida y gratificante. La Sabiduría no da lugar a una ambigüedad moral o a una relatividad ética que confunda a sus oyentes y discípulos. La rectitud y la justicia son los valores básicos de su actividad en la idiosincrasia de aquellos que la reciben de buen grado. La verdad, en contraposición con la mentira que vierten aquellos que únicamente desean marear la perdiz y trabucar el cacumen del ser humano, se une a la santidad de vida, en contraposición abierta con la impiedad, la intemperancia y la burla de aquello que es sagrado. Todas estas virtudes sobresalen por encima de otras muchas, promoviendo la meta de que el ser humano conozca la fuente de todas ellas en Dios mismo. 

     El otro grupo de personas a las que también se dirige la Sabiduría es el conjunto de personas que quieren descubrir las infinitas posibilidades del temor de Dios. Salomón se refiere a los entendidos y a los sabios, a aquellos que ya han probado las mieles del conocimiento y de la inteligencia que solamente Dios sabe ofrecer a aquellos que la buscan sincera y humildemente. Para aquel que ha hallado en el Señor la razón de su existencia y el propósito por el cual vive, piensa y cree, todo aquello que ha sido registrado en las Escrituras está claro como el agua del manantial. Para aquel que confía al cien por cien en las advertencias, consejos y directivas consignadas en la revelación escrita de Dios, cualquier expresión de la voluntad de Dios en sus líneas rectoras, es capaz de reconocer la justicia que se desprende de ellas. El sabio, hijo de la Sabiduría, toma decisiones siempre teniendo en cuenta aquello que agrada y glorifica a Dios, antes que dejarse llevar por sus propias impresiones y conclusiones. Se ajusta a la iluminación que Dios le regala desde la rectitud de un discernimiento espiritual guiado por su Espíritu Santo. 

3. PERLAS DE SABIDURÍA 

     Y es que el valor de aquello que quiere transmitirnos la Sabiduría es inmenso si queremos verla en su justa y debida dimensión e influencia: “Recibid mi enseñanza antes que la plata, y ciencia antes que el oro puro; porque mejor es la sabiduría que las perlas, y no hay cosa deseable que se le pueda comparar.” (vv. 10-11) Lo que nos ofrece la Sabiduría no es moco de pavo. No es un discurso alternativo y secundario, cuyo valor sea menospreciable. Todo lo contrario. La Sabiduría está en disposición de cotizar más alto que cualquier otra cosa sobre la faz del mundo. Empleando tres recursos materiales de los más apreciados entre aquellos que miden la fortuna en kilates, la Sabiduría nos está diciendo con contundencia que podemos amasar grandes fortunas y nadar en la abundancia, pero que si arrinconamos el papel preponderante que ésta tiene sobre la gestión de estos tesoros, la bancarrota financiera será el menor de nuestros problemas. Ni la plata ni el oro puro pueden compararse con tener un cerebro privilegiado y una guía espiritual que nos permita administrar correctamente todo aquello que poseemos. 

      La Sabiduría es tan grande, tan necesaria, tan fundamental para nuestra vida, que ni las perlas más codiciadas pueden hacerle sombra. ¡Cuántas personas adineradas y acodadas en la confianza que tributan a los bienes materiales, han sucumbido a causa de la necedad, la rebeldía contra Dios y la locura! Lo tenían todo desde los estándares actuales del éxito y la prosperidad, pero de nada les ha servido, dado que espiritualmente son miserables, sus mentes rebosan de depresión e insatisfacción, y sus deseos de tener más y más los convierten en esclavos de Satanás y en personas capaces de perpetrar imprudencias e insensateces realmente delirantes. Todos tenemos sueños que ansiamos cumplir y anhelos caprichosos con los que pretender mejorar nuestro estado y condición, pero si estos no están subordinados a los designios de Dios, a su temor reverente, y a las estipulaciones de la Palabra del Señor, solo son espejismos que pueden llegar a destruir nuestra cordura y a alejarnos del manantial de la verdadera y genuina sabiduría.  

CONCLUSIÓN 

      Algo que debemos aprender de esta carta de presentación de la Sabiduría es que ésta no es un ente abstracto y teórico inasible. La Sabiduría es una presencia dinámica imprescindible para dar sentido y significado a la vida terrenal. De ahí que esta Sabiduría no sea ni más ni menos que una sombra del Antiguo Testamento para simbolizar a Cristo. Cristo es nuestra sabiduría por excelencia. En Jesucristo podemos encontrar precisamente lo que Salomón consigna en referencia a la sabiduría y la inteligencia: verdad, justicia, santidad y sensatez. Su vida y obra ejemplifican extraordinariamente cada faceta de la sabiduría, y los evangelios son el receptáculo en el que reside toda la experiencia, toda la enseñanza ética y moral y todo el modelaje de Dios en Cristo. Jesús es nuestro camino para adquirir prudencia, buen juicio y una equilibrada manera de tomar decisiones sobre nuestro porvenir. Pablo dejó meridianamente nítida esta idea: “¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién lo instruirá? Pues bien, nosotros tenemos la mente de Cristo.” (1 Corintios 2:16) 

      Jesús siempre se ciñó a aquello que era crucial y relevante para la vida de sus discípulos. Nunca se distrajo de su misión prestando atención a informaciones de todo tipo, sino que quiso que cada uno de aquellos que eligen seguirle tuviese su mente, y como afirma Filipenses 4:8, pudiésemos dejarnos transformar mental y espiritualmente por el Espíritu Santo con el propósito de pensar sabiamente: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”

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