A LA BARTOLA


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 6:1-19 

INTRODUCCIÓN 

      Existen supuestos en la vida en los que la ética práctica debe primar por encima de lo que a uno le sale de dentro. Hay casos en los que nos vemos involucrados en los que se presenta la encrucijada de echar un cable a un amigo o a un hermano, o no complicarse la vida previendo funestos acontecimientos del futuro. En ocasiones, nos vence la pereza y nos tumbamos a la bartola, pensando que las cosas se hacen solas y que el dinero para sostenernos crece en los árboles. A menudo, nuestro mal carácter nos traiciona e irrumpe con toda su furia, desdiciendo así quienes decimos que somos. Las conductas, las reacciones, las implicaciones y los arrebatos que conducen a la ruina y a la miseria son parte de nuestra identidad humana, aunque quisiéramos que nunca saliesen al exterior de nuestro estilo de vida, que jamás empañasen la imagen que la gente tiene de nosotros, que bajo ningún concepto nos desenmascaren ante la opinión popular. Intentar alzar un andamio que mantenga la estructura cosmética de nuestra existencia se antoja un ejercicio vano y tremendamente complicado. El ímpetu se lleva por delante nuestro nombre, la molicie nos sume en la mediocridad, y los malos deseos arrebatan todo cuanto pudimos edificar en beneficio de nuestra fama personal. 

      El pecado, y, por ende, la conducta pecaminosa, nos afecta a todos los seres humanos. Ninguno de nosotros puede alzar la voz para auto condecorarse y autonombrarse ejemplo integral de vida. Todos hemos pecado alguna vez, seguimos cometiendo errores garrafales, y no hay ninguna esperanza en que no volvamos a meter la pata hasta el corvejón. ¿Quién podría afirmar que es perfecto, intachable e irreprensible? Nadie. Podemos converger en que hay determinadas personas que han encarnado una serie de valores admirables y deseables, pero nunca podremos asegurar que estas personalidades han sido íntegras en todos sus caminos. Todos hablamos de figuras que han marcado el devenir de la historia, conquistando derechos, liberando vidas de la esclavitud, igualando el acceso a la justicia y al bienestar social de todos los seres humanos, pero no es posible aseverar que tal o cual personaje público posee un estilo de vida completamente impoluto. Podemos aprender de ellos desde dos vertientes: desde la vertiente de sus éxitos y virtudes, y desde la vertiente tal vez mas oculta, de sus equivocaciones y pecados. 

      Precisamente es esto lo que nos quiere enseñar el Predicador de Proverbios a través de una serie de advertencias que la sabiduría ofrece a aquellos que desean perseverar en el temor de Dios. Nada de lo que hoy podamos entender como una pésima praxis vital escapa al escrutinio y a la experiencia de Salomón. Puede que llamemos con otro nombre determinadas conductas y hábitos del presente, pero al final, no es ni más ni menos que el reflejo refinado y actualizado de cuestiones que siempre han ocurrido en la mente y en el corazón del ser humano. En el texto que hoy nos ocupa, el escritor de Proverbios nos va a hablar de tres prácticas o actitudes humanas que están completamente en contra de la voluntad de Dios para sus criaturas, y como colofón, emitirá una enumeración de delitos cometidos por cualquier mortal que el Señor aborrece sobremanera. Pongamos, pues, oído a lo que nos quiere decir Dios a través de la mirada perspicaz y experimentada de Proverbios. 

1. CUIDA TU PALABRA DADA 

       Salomón expone al lector de Proverbios el caso de alguien que se ha convertido en avalista de otra persona, algo que no nos es desconocido en nuestros tiempos actuales: Hijo mío, si has salido fiador por tu amigo o le has empeñado tu palabra a un extraño, te has enredado con las palabras de tu boca y has quedado atrapado en los dichos de tus labios. Haz esto ahora, hijo mío, para librarte, ya que has caído en manos de tu prójimo: Ve, humíllate, importuna a tu amigo, no des sueño a tus ojos ni dejes que tus párpados se cierren; escápate como una gacela de manos del cazador, como un ave, de manos del que tiende trampas." (vv. 1-5)  

       A veces, nuestra buena voluntad y nuestra incapacidad de negar un favor a un amigo o ser querido que tiene una necesidad, nos juega malas pasadas. El hecho de avalar a alguien, o de emplear el patrimonio personal para garantizar un préstamo o una cantidad adeudada, no es propia únicamente de nuestro mundo contemporáneo. En tiempos bíblicos, si alguien iba a ser esclavizado o se le iba a desahuciar de su hogar, podía recurrir a la ayuda de alguien cuyo patrimonio pudiese cubrir la deuda adquirida. Normalmente era una práctica que solamente debía ser realizada entre compatriotas, y nunca con extranjeros. La solidaridad entre hermanos era el motivo puro de esta práctica, aunque ya sabemos que no siempre salen las cosas como uno desearía. 

     Sin embargo, seguro que conocemos a personas que, viendo la triste y lamentable condición de un amigo o familiar, escuchando sus ruegos y lloros, y contemplando la situación dramática en la que se halla, decide ayudarlo y empeña de algún modo su nombre y su capital personal. A la hora de firmar como avalistas, queremos pensar que la persona en aprietos corresponderá de buena fe nuestra confianza, pero no siempre es así. Tal vez en un principio nos hayamos dejado llevar por los sentimientos y los afectos, y no hemos reflexionado convenientemente sobre el paso que vamos a dar. Hemos querido quedar bien con nuestros amigos y demostrar que estamos para lo que sea, y sin comerlo ni beberlo, nos hemos visto envueltos en una madeja de la que es complicado salir airosos. Solo queremos auxiliar al necesitado y esperamos que esa persona se recupere y salde sus deudas lo antes posible. No obstante, Salomón, que las ha visto de todos los colores, nos aconseja que tratemos de arreglar el embrollo en el que nos hemos metido con celeridad y urgencia.  

      Cuando alguien empeña su palabra a alguien se convierte automáticamente en siervo del que la acepta en compensación de algo que debe ser pagado tarde o temprano. Los que hemos firmado incontables documentos para recibir una hipoteca, un préstamo o una línea de crédito, sabemos a lo que nos exponemos con nuestra firma si no somos capaces de cumplir con las draconianas condiciones contractuales que nos propone la entidad bancaria. Salomón habla a toro pasado, sabiendo que lo hecho, hecho está. Nuestra situación ha sido comprometida, aunque, como ya dijimos antes, partiese de una buena intención o de una idea legítima. Ahora hay que arreglarlo a como dé lugar.  

     La manera de solventar el compromiso adquirido es la de humillarse, la de arrodillarse si es necesario y llorar como una Magdalena, hasta que el avalado o al que dimos en prenda nuestra palabra, se apiade de nosotros y nos libere de esta carga tan pesada. También es útil importunar, insistir, ser unos pelmazos del quince, más cansinos que pedalear sin cadena. Si persistimos y nos hacemos latosos hasta más no poder, estorbando siempre que podamos al avalado, se dará cuenta de que, para deshacerse de nosotros, debe renunciar definitivamente a nuestro socorro. Recordemos a aquella viuda que no dejaba de incordiar al juez injusto. Pues eso mismo, pero en términos de aval o pignoración de la palabra.  

      Salomón no dice al que se ha metido en esta clase de fregados que no lo haga hoy, sino mañana. En relación a este tipo de situaciones, la procrastinación, tan española ella, no es el camino. El consejo del escritor de Proverbios es que no te duermas en los laureles, que muevas cielo y tierra con prontitud para resolver el problema, y que no cejes en tu empeño hasta que el tema se haya solucionado por completo. Cuanto antes te quites ese peso de encima, podrás sentir lo mismo que siente una veloz gacela corriendo por su vida mientras el cazador cansado se da por vencido y deja de perseguirla. Serás como esa ave, que, en el último aleteo desesperado, se zafa del lazo que el trampero ha puesto para atraparla. La libertad, queridos hermanos, es uno de los bienes más preciados del mundo, y ser liberado de los grilletes de las promesas a la ligera, de los votos hechos de cualquier manera y de los avales sin ton ni son, provocará en tu vida una de las sensaciones más aliviadoras habidas. 

2. HOLGAZANES DEL MUNDO 

       A continuación, Salomón quiere compartir con nosotros la visión de una clase de personas que siempre viven a la bartola, sin pegar un palo al agua, y medrando a costa de la sociedad: Mira la hormiga, perezoso, observa sus caminos y sé sabio: Ella, sin tener capitán, gobernador ni señor, prepara en el verano su comida, recoge en el tiempo de la siega su sustento. Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás del sueño? Un poco de sueño, dormitar otro poco, y otro poco descansar mano sobre mano: así te llegará la miseria como un vagabundo, la pobreza como un hombre armado.” (vv. 6-11)  

     Recuerdo que en mi pueblo vivía un hombre que se pasaba las horas mirando cómo un hormiguero se aprovisionaba para épocas más frías y desapacibles. Al preguntarle por qué hacía eso, invariablemente se remitía a Proverbios y a este texto en concreto. El problema era que, haciendo esto, descuidaba cualquier tarea o trabajo que debía hacer, y precisamente caía en el error que señala Salomón, el error de desaprovechar el tiempo realizando actividades edificantes y provechosas. El escritor de Proverbios parece dirigirse a un grupo de personas que se pasaba el día pensando en las musarañas, viviendo del cuento e indicando, desde su hamaca, cómo debían hacer las cosas los demás. Como en el cuento de la hormiga y de la cigarra, se tumbaban a la sombra de un árbol para cantar y dejar pasar las horas sin pegar ni chapa, y su capacidad de previsión era nublada por el “bon vivre” y por las ensoñaciones de mediodía. Se levanta a las mil y se acuesta para echar una siesta de pijama y orinal. Nada le importa, y lo fía todo al “ya veremos” y al “carpe diem.” Luis Coloma, escritor y periodista español, nos avisa de que “por la calle del "después" se llega a la plaza de "nunca.”” 

     Salomón pide al vago que observe el vaivén de las hormigas, que aprenda alguna lección de animales tan simples y vulgares como estos insectos. El perezoso debe comprender que, si esta pequeña criatura es capaz de buscarse la vida, sin pausa, y siempre previendo las necesidades que pueden aparecer en tiempos más inclementes, éste debe ponerse las pilas, dejar de tumbarse a la bartola, y velar por su sustento y el sustento de su casa. Es muy bonito dejar que sean otros las hormigas, mientras uno se convierte en cigarra. Sin embargo, el Predicador advierte al que es más vago que la chaqueta de un guarda que, si sigue en esa dinámica de abstenerse de trabajar, tendrá un final trágico y miserable cuando menos lo espere. La industriosidad y la previsión deben formar parte del ser humano sensato si no quiere verse en aprietos realmente críticos. Si no guardamos para mañana, para cuando inconvenientes surjan de la nada para amenazar nuestra estabilidad y el bienestar de nuestra familia, buscamos vivir ociosamente, y preferimos gastar como manirrotos, la miseria nos esperará con los brazos bien abiertos. Recordemos también que en tiempos de la iglesia primitiva también había vagos de tomo y lomo, y que, o trabajaban, o ya no comían. Como decía Benjamin Franklin, estadista y científico estadounidense: “La pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla.” 

3. MALO MALÍSIMO 

     En otro orden de cosas, Salomón también consigna en Proverbios el carácter de personas malvadas que simplemente ansían liarla pardo en cualquier situación y circunstancia, de individuos antisociales que solo provocan el caos y la discordia allá por donde van: “El hombre malo, el hombre depravado, es el que anda en perversidad de boca; que guiña los ojos, que habla con los pies, que hace señas con los dedos. Perversidades hay en su corazón; anda pensando el mal en todo tiempo; siembra las discordias. Por tanto, su calamidad vendrá de repente; súbitamente será quebrantado, y no habrá remedio.” (vv. 12-15) ¿Creéis que hay malas personas en el mundo? ¿Personas cuyas costumbres son el vicio y el cultivo de actividades degeneradas y oscuras? ¿Individuos que aparentan ser auténticos “gentlemen,” pero que, si rascas un poco la superficie, son unos crápulas de campeonato? ¿Hombres y mujeres que fingen respetabilidad, pero cuyas prácticas íntimas rayan en lo obsceno y lo abyecto? ¿Hay más o menos de esta clase de personas hoy que ayer? Dejo que respondáis para vuestros adentros estas preguntas. 

      Efectivamente, existen personas que no saben más que decir patrañas, mentiras y falsedades. Su lengua viperina disemina el veneno de la duda mientras propaga rumores sobre este y sobre aquel. Timador profesional, ladrón de virtudes, falsificador de la verdad, artesano de las “fake news,” vendedor de bulos y falacias. De sus labios no sale más que perversión y calumnia, difamación y maledicencia, y todo para desprestigiar a sus enemigos, sobre todo a aquellos que buscan ser veraces y honestos en su trato con el prójimo. Además, se dedica a guiñar los ojos, a interpretar pasos con sus pies y a realizar visajes con sus dedos, a fin de maldecir, de echar mal de ojo o de provocar la desgracia mediante la brujería y la magia más diabólica, sobre aquellos que se erigen en obstáculos de sus deseos y concupiscencias.  

       Su corazón, el centro de su esencia y el cuartel general de sus valores y de su voluntad, se halla completamente contaminado con la maldad y la perversión. Sus pensamientos son un recurrente y continuo caudal de fechorías, delitos y crímenes. Nada bueno procede de sus sesos, y todo el dolor que pueda infligir al prójimo se convierte en una droga de la que es muy difícil desengancharse. Si tiene la oportunidad, pondrá enemistad entre hermanos, entre padres e hijos, y entre amigos, sencillamente por el placer de comprobar cómo se rompen las relaciones y de recrearse en el mal ajeno. De igual modo que el perezoso, el malvado recibirá su ajuste de cuentas cuando, de forma inesperada y letal, el infortunio se cebe en él y lo haga naufragar en la vida, sin que haya nadie que quiera echarle una mano para salir de unos escollos contra los que él mismo ha chocado sin remedio.  

4. SIETE PECADOS ODIOSOS 

     Para sellar este pasaje bíblico repleto de instrucción, consejos y avisos a navegantes, Salomón presenta una lista con siete pecados que se transforman en hábitos perniciosos y tóxicos cuando se insiste en ellos de forma periódica y concienzuda: “Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete le son abominables: los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies que corren presurosos al mal, el testigo falso, que dice mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos.” (vv. 16-19)  

       ¡Menuda lista de desmanes y provocativas conductas humanas! Con un estilo muy reconocible en la estructura de algunos dichos y proverbios salomónicos, la sabiduría nos ayuda a reconocer ciertas actividades arraigadas en el alma y el cuerpo de las personas que repugnan enormemente a Dios. El aborrecimiento es aversión y odio hacia algo en concreto, y la abominación es el rechazo y la condena de unos estándares conductuales especialmente escandalosos, despreciables y execrables. 

      El primer pecado denunciado es el orgullo, la ausencia de autocrítica personal, la arrogancia en todas sus formas. Dios aprueba el corazón humilde y dependiente de su sabiduría, nunca una actitud soberbia y altiva. El segundo pecado es el de la perfidia. Sacar la lengua a pasear para repartir reproches, insultos y menosprecios, por no hablar de violentar la fama ajena, desvelar secretos entregados en la intimidad y ser indiscretos ante terceros de asuntos personales de otras personas. El tercer pecado afecta al derramamiento de la sangre de un inocente, únicamente con la intención de satisfacer sus intereses o deseos. Hay gente que mata porque sí, sin más ni más, por saber qué se siente, por inercia, por disfrutar con delectación el último estertor de su víctima. El cuarto pecado se refiere, de nuevo, al corazón humano. Idear maneras de hacer daño a quien envidias, fraguar formas de torturar a alguien que no te cae bien, urdir tramas maquiavélicas para poner en entredicho el prestigio de alguien al que odias, planificar la desdicha de aquella persona que no quieres ver feliz, mientras te ahogas en tu propia miseria. Todo el día rumiando el método perfecto para robar la paz y la prosperidad de alguien que crees que no se lo merece. 

      El quinto pecado reseñado por Salomón como abominable y odioso ante los ojos de Dios es el de correr presurosos hacia la comisión de actos vandálicos y criminales. Es como si un hormiguillo les recorriera las piernas desde la punta del dedo pulgar hasta la cadera, y no pudieran resistirse a involucrarse en peleas, atracos, violaciones, agresiones de todo tipo, etc. Es más fuerte que ellos, y sin la posibilidad de herir y vejar al prójimo, están vacíos de propósito en la vida. Son propensos a meterse en problemas, en palizas callejeras y en bullas de fin de semana. El sexto pecado registrado en esta enumeración es el de presentarse ante el juez para prestar falso testimonio acerca de alguien con la intención de ser condenado a pesar de ser inocente. También se deja comprar por los auténticos malhechores y echarle el muerto a alguien que solo pasaba por ahí. No tiene escrúpulos a la hora de verter sus mentiras ante un tribunal y ante Dios, tergiversando los hechos para que éstos se adecúen a la versión que más condena eche sobre los hombros del falsamente acusado.  

       Y, por último, y no menos abominable y despreciable para Dios, Salomón habla del pecado de cizañear, malmeter y buscar que dos personas ligadas por lazos de amistad o familiaridad se enfrenten entre sí agresivamente. Este tipo de individuos es el que empieza sus frases con “se conoce que...” o “me han contado por ahí...” Introducen la ponzoña de mentiras y rumores en conversaciones para provocar una trifulca descomunal entre personas que, normalmente, se quieren, se prodigan afecto o son parte de una misma casa.  

CONCLUSIÓN 

      Este es el mundo en el que vivimos. Un mundo en el que hay que pensarse las cosas dos veces antes de hacerlas, porque si no es así, te puedes ver engañado y arruinado. Un mundo en el que hay perezosos y holgazanes que se aprovechan de los que más trabajan y de los que se desloman. Un mundo en el que los malvados se dedican a cometer sus fechorías a diestro siniestro sin que nadie se atreva a afearles su conducta. Un mundo de egocéntricos, de mentirosos, de asesinos, de malpensados, de crueles delincuentes, de perjuros y de buscabullas. ¿Cómo vivir en medio de esta fauna humana? ¿Cómo sobrevivir ante tanta pecaminosidad? 

     En primer lugar, obedeciendo las directivas y recomendaciones de la Palabra de Dios. En segundo lugar, denunciando las maldades de los perversos y desenmascarando a aquellos que solamente procuran el mal en nuestra sociedad. Y, en tercer lugar, no cayendo en el juego de aquellos que quieren convertir lo malo en bueno, y lo bueno en malo. Ya sabemos qué es lo que aborrece el Señor y lo que este mundo da por bueno y aceptable. Mantengámonos firmes en el llamamiento supremo en Cristo, vivamos vidas rectas y sabias, y sigamos la justicia de Dios y el modelo de Jesús. De este modo, saldremos indemnes y victoriosos, aunque el mundo explote en mil pedazos.

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