ANDAR SOBRE BRASAS


SERIE DE SERMONES SOBRE PROVERBIOS “SAPIENTIA II” 

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 6:20-35 

INTRODUCCIÓN 

      El concepto de crimen pasional surgió en la historia como eximente en casos en los que un esposo o esposa pillaban con las manos en la masa a su cónyuge teniendo relaciones sexuales y consumando el adulterio. Según muchas leyes de hace tres siglos, si un celoso esposo asesinaba al adúltero o a su amante, recibía una pena menor aduciendo que el ataque homicida se había realizado sin premeditación y bajo un estado mental alterado y sobreexcitado. De ahí que muchas veces el o los sujetos de asesinato pasional pasasen a ser considerados más como culpables de que el hecho sucediese que como víctimas. Más allá de las consideraciones legales y criminales, las cuales han ido cambiando y transformándose con el avance de las sociedades, lo cierto es que el adulterio sigue siendo un auténtico problema se mire por donde se mire.  

     Es un problema para el cónyuge agraviado, el cual contempla horrorizado la infidelidad de su pareja como un atentado flagrante contra el voto y la promesa matrimonial, contra la fidelidad debida, y contra la honra y dignidad de su persona y fama. Es un problema para la persona infiel, pues es atrapada in fraganti en sus propias mentiras, en sus deseos inmorales y en la traición a un compromiso de por vida. Es un problema para el amante, que se ha ofrecido a despreciar la lealtad conyugal habida entre dos personas, y que puede correr peligro de recibir el peso de la venganza del cónyuge herido en su amor propio. 

      Aunque el adulterio se haya convertido en parte prácticamente inseparable de cualquier trama cinematográfica y televisiva, y éste haya sido maquillado oportunamente para querer dar a entender que el adulterio, en determinadas circunstancias, es hasta necesario y apetecible, la verdad es que es una práctica absolutamente condenada por Dios y por su Palabra. El adulterio supone que una persona casada quebrante la palabra dada en el día de su boda delante de Dios, y a escondidas tenga una relación extramatrimonial con alguien que, puede estar casado también o estar soltero.  

      Antiguamente, el adulterio era castigado por la sociedad, e incluso se imponían distintos grados de penalización con el objetivo de disuadir a la gente de cometer esta clase de infidelidad. Hoy ya no es así, y las implicaciones legales del adulterio ya no tienen el mismo peso que en tiempos pretéritos. Ya casi nadie se escandaliza al conocer la infidelidad de tal o cual vecino, porque ha devenido en un acto más de la vida susceptible de ser justificado de mil maneras distintas e irrebatibles. De hecho, el adulterio ha pasado a ser un nicho de negocio más con las nuevas tecnologías. Aplicaciones como Tigertext o Vaulty Stock juegan con el tema del adulterio a fin de ocultar las huellas que dejan los esposos infieles a la hora de relacionarse con personas ajenas al vínculo conyugal. 

1. ESCUCHA EL CONSEJO DE TUS PADRES 

     Salomón, en el texto bíblico de hoy, sienta ante dos padres preocupados, a un muchacho con la vida por delante. El adolescente se está haciendo mayor, y las pulsiones sexuales comienzan a hacerse más patentes en sus pensamientos y deseos. Las hormonas revueltas y alocadas pugnan por consumar activamente sus impulsos en la realidad. El problema de este muchacho no es que sienta esta clase de sensaciones que alteran su visión de las relaciones con el sexo opuesto. El problema es que se ha obsesionado peligrosamente con una mujer que le dobla en años y cuya experiencia en temas amatorios supera con creces la bisoñez del mozalbete. En previsión de que este joven se lance sin considerar sus decisiones sentimentales y sexuales, el padre y la madre se reúnen en torno al calor de una buena fogata con el objetivo de que ceje en su insistencia en provocar un cataclismo adúltero que puede acabar rematadamente mal, y que está en franca oposición a lo que las Escrituras enseñan sobre el matrimonio, la fidelidad conyugal y la exclusividad sexual. 

        El padre, con calma y cariño, quiere que el chico entienda que el adulterio no es una aventurilla pasajera carente de consecuencias: Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Átalos siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello. Te guiarán cuando camines, te guardarán cuando duermas y hablarán contigo cuando despiertes. Porque el mandamiento es lámpara, la enseñanza es luz, y camino de vida son las reprensiones que te instruyen para guardarte de la mala mujer, de la suave lengua de la mujer extraña.” (vv. 20-24)  

      Los padres sienten una gran preocupación por el cariz que está tomando la insistente y obcecada actitud de su hijo. Su interés, como el interés de unos padres dignos de ser llamados así, es el de apartar de la mente de su hijo cualquier ansiedad relacionada con entrometerse en el matrimonio de dos personas. No importa si uno de los cónyuges está dispuesto a traspasar la línea que separa la lealtad de la infidelidad. Su hijo debe escucharlos con atención, y meditar sobre los argumentos que van a presentar sus progenitores. 

      Es importante resaltar la combinación perfecta de unos padres que cuidan al detalle la educación de su hijo. Por un lado, el padre es el que ordena y establece una serie de reglas de comportamiento que han de ser asumidas por el hijo. Por el otro lado, la madre es la que inculca los valores y los principios morales y espirituales que inducirán al hijo a valorar los mandamientos paternos como beneficiosos y ventajosos para su vida. La firmeza de la obediencia y la ternura de la instrucción se unen para construir en el joven un carácter asequible y sensible a las indicaciones de sus mayores, los cuales, además, conocen por experiencia a qué puede atenerse su hijo si decide meter la pata hasta el corvejón a la hora de escoger con quien tener relaciones afectivas más profundas con personas de otro sexo, ya comprometidas previamente con otra persona. La idea que los padres quieren que penetre en sus mientes es que memorice siempre ese momento en el que ambos le avisan sobre la inconveniencia y la insensatez de involucrarse sexualmente con una persona casada. Las lecciones que está a punto de aprender deben ser como un amuleto que le evite tener que pasar por tragos amargos en el futuro. 

      Sé que cuando somos jóvenes o adolescentes creemos saberlo todo, y en el instante en el que nuestros padres quieren aleccionarnos sobre determinados temas que pueden afectarnos negativamente en el porvenir, solemos cerrar nuestros oídos y clausurar nuestra mente. Pensamos que debemos tomar decisiones por nosotros mismos y que tenemos controlado el tema. Nos sentimos invencibles y dotados con todas las herramientas necesarias para no caer en las trampas que nos tiende la vida. Sin embargo, los padres, que ya han pasado por esa etapa tan compleja por la que pasan los jóvenes, lo que más anhelan es que sus retoños no se autodestruyan a causa de su altivez y soberbia. El remedio a esta clase de conductas juveniles e inexpertas es considerar y valorar los mandamientos de sus padres. Verlos, no como una amenaza a su incipiente autonomía, sino como una guía que los guarda de caer en la tentación de tomar atajos traicioneros, de precipitarse por los acantilados que la tentación esconde tras espejismos de placer y goce, y de perderse en el laberinto de una relación tóxica y adúltera con alguien inmoral, y cuyos reclamos son solo una pantalla que oculta toda una vida de tristeza afectiva, miseria espiritual y ruina moral. 

2. QUIEN AVISA NO ES TRAIDOR 

      Para remachar la necesidad de escuchar atentamente los consejos de sus padres, es menester exponer a qué riesgos y peligros se puede enfrentar el hijo en el preciso momento en el que quiera inmiscuirse obsesivamente en la dinámica de un matrimonio: “No codicies su hermosura en tu corazón, ni te prenda ella con sus ojos, porque la ramera pretende del hombre sólo un bocado de pan, pero la adúltera busca la vida del hombre. ¿Pondrá el hombre fuego en su seno sin que ardan sus vestidos? ¿Andará el hombre sobre brasas sin que se quemen sus pies?” (vv. 25-28)  

     El primer peligro con el que puede verse la cara es el de sucumbir ante la belleza y las insinuaciones de la mujer inmoral. Por experiencia, sabemos que lo primero que entra por los ojos de las personas es la apariencia, la fachada, lo estético. Muchas personas han caído en las redes de otros personajes de moral distraída mostrando las bondades y virtudes de su aspecto externo. Realzados los rostros con afeites y cosméticos, con vestidos que resaltan los contornos de la persona que ansía consumar el adulterio, y magnificando con las miradas lo que se adivina en el disfrute sexual, muchos han renunciado a toda una vida de fidelidad conyugal para entregarse a unos minutos de hedonismo vacío e insustancial. ¡Cuántos imperios, famas y prestigios se han destruido a causa del adulterio! Si es la belleza la que trastorna los sentidos de ciertas personas y la que ciega el sentido común, el joven debe saber que todo esto es pasajero, y que hasta las tumbas más encaladas y adornadas cubren la mayor de las podredumbres morales y espirituales. 

     El segundo peligro supone marchar obnubilado tras las caricias y sugerentes ofrecimientos del adúltero, sin examinar previamente qué es lo que realmente quiere éste de nosotros. Los padres del muchacho de nuestra historia dejan meridianamente claro qué pretende el cónyuge adúltero de éste. A diferencia de la prostituta, que se dedica a este oficio abominable, simplemente porque necesita sobrevivir, y no tiene más instrumento para conseguir su sustento que su cuerpo, y cumple con su inmoral trabajo sin ninguna clase de compromiso sentimental con el que se llega a ella, la persona adúltera lo hace para esquilmar progresivamente todo cuanto el joven pueda tener de valor. El adúltero persigue complementar su vida marital con el que es su legítimo cónyuge, pero a la vez, desea tener un affaire clandestino en el que las mentiras comenzarán a fraguarse y a ramificarse con el paso del tiempo. La búsqueda de la vida del adúltero es aprovecharse de aquel que consiente en perpetrar el pecado de adulterio. 

     El tercer riesgo tiene que ver con la idea que surge en la mente del que va a entrar en contubernio con la persona inmoral y adúltera. El que está completamente encandilado por el que propone la infidelidad conyugal, no piensa que le vaya a pasar nada, que nada se devengará de su desliz, que nadie lo va a pillar, que nadie se va a enterar de los escarceos con otra persona casada. De ahí, que los padres lancen al muchacho dos preguntas retóricas que se contestan por sí solas. ¿Quién en su sano juicio podrá creer que, si se echa tizones encendidos en su regazo, no saldrá churruscado? ¿Quién, con dos dedos de frente, piensa que, si camina por encima de brasas al rojo vivo, va a salir indemne de tamaña experiencia?  

      El empleo del fuego es intencional en estas dos cuestiones. Es el fuego del deseo que consume el cuerpo y el ánimo del adúltero y de aquel que ha sido hechizado con sus encantos. El deseo sexual se enciende y crece de tal manera, que el riego sanguíneo es restringido en el área cerebral, y se concentra en los instintos más bajos y primitivos, aquellos que no miran pelo ni respetan órdenes morales y éticos establecidos. La advertencia de los padres a su hijo es que no deje que el fuego abrasador de sus apetitos desenfrenados le cieguen ante la realidad de que habrá consecuencias nefastas para su vida, aunque su mente enfebrecida diga lo contrario. 

3. LAS CONSECUENCIAS FUNESTAS DEL ADULTERIO 

      La amenaza de repercusiones debería hacer recapacitar al joven en su empeño por involucrarse con una persona desposada. Para ello, los padres exponen ante su descendiente un muestrario de todo lo que puede ocurrirle si sigue encabezonado en sus propósitos adúlteros: “Así le sucede al que se llega a la mujer de su prójimo, pues no quedará impune ninguno que la toque. ¿No se desprecia al ladrón, aunque sólo robe por comer cuando tiene hambre? Y si es sorprendido, pagará siete veces: tendrá que entregar cuanto tiene en su casa. También al que comete adulterio le falta sensatez; el que tal hace corrompe su alma. Heridas y vergüenza hallará, y su afrenta nunca será borrada. Porque el hombre enfurecido por los celos no perdonará en el día de la venganza; no aceptará compensación alguna, ni querrá perdonar, aunque le aumentes el pago.” (vv. 29-35) 

      Si el hijo se aferra inconscientemente a su deseo, las ramificaciones funestas sobre su persona serán desoladoras. ¿Cómo puede insistir en su desenfreno y en su imprudencia sabiendo que nada bueno saldrá de este adulterio en el horizonte? Poniendo el caso de un ladrón que hurta por razón de su subsistencia, y que, aunque se pueda apelar al erróneo y relativo principio de ética situacional, debe cumplir las normas establecidas por convención social, los padres quieren dar a entender a su hijo que su compulsión sexual no es una cuestión de vida o muerte, sino que es parte de un capricho sin el cual el ser humano puede pasar si éste es practicado fuera de los límites de lo instituido por Dios. Si el caco es atrapado en su delito, éste debe entregar por septuplicado lo sustraído, algo que sumirá al detractor en la ruina más deplorable y misérrima. Y todo por lo que aspiraba a conseguir ilegalmente el sustento, desaparecerá como penalización ejemplificadora. 

     ¿Qué decir entonces, de aquella persona que se enreda con otra persona casada? Malo es perderlo todo a mano de las autoridades civiles, pero peor es autodestruirse espiritualmente. En la falta de conocimiento y en la dureza de corazón se halla la perdición. El que prefiere ir en pos de los cantos de sirena que endulzan el pecado, no es más que un botarate y un imbécil, dado que, cuando se dé cuenta del ardid del adúltero que lo ha engatusado, ya será demasiado tarde. Lo que empieza como un encuentro sexual esporádico, se torna en una práctica habitual que cauteriza la conciencia, y al final, la dependencia entre los adúlteros se hace inquebrantable. Y el alma ha ido dejando por el camino los principios aprendidos de sus padres, las enseñanzas de sus maestros, y las indicaciones y consejos de las Escrituras. Con la idea de “una cana al aire”, un “desliz” o una “equivocación no planificada,” se va racionalizando el pecado cometido hasta convertirla en algo legítimo o, y he ahí lo escandaloso de todo esto, algo que Dios mismo aprueba. 

      La vergüenza y la desconfianza social, las heridas emocionales y espirituales y el borrón en el expediente nunca serán olvidadas. El adúltero tiene difícil encaje en nuevas relaciones cuando la que lo exprimió durante años, lo ha abandonado. Siempre existirá la sospecha de que cuando una persona incurre en el pecado de adulterio, ésta volverá a reincidir en esta clase de impiedad. La cicatriz dejada en todas aquellas personas que están alrededor de la pareja que comete adulterio es indeleble y siempre será empleada como reproche o como recordatorio de la falta de tino y seso.  

      Y lo que es peor, el que participa del adulterio tendrá que lidiar con el cónyuge que ha sido burlado y traicionado. ¿Se tomará con filosofía o de buen grado un cónyuge víctima de la infidelidad, el hecho de sorprender a su esposo o esposa en el tálamo nupcial con un extraño? ¿Se mostrará compasivo, comprensivo o diplomático el que recibe la estocada tremebunda de la noticia del adulterio de su compañero o compañera sentimental? No lo creo. De hecho, los padres avisan a su hijo de que, si se precipita en su anhelo inmoral de relacionarse con alguien desposado, tendrá que vérselas con la ira y la furiosa reacción del que ha sido engañado. Los resultados de esa rabia e indignación pueden llegar a ser implacable, e incluso, tal y como sabemos por las crónicas de la historia de la humanidad, mortales. Ahí sí que no podrás hacer como hace el ladrón de un chusco de pan para alimentar su estómago rugiente. Ahí sí que no valdrá dar todo lo que tienes al agraviado para calmar su sed de venganza. Ahí sí que no podrás pedir clemencia, porque tu pecado te ha alcanzado y tus vergüenzas inmorales han sido puestas al descubierto. Ahí sí que no podrás sobornar al que ha sufrido la infidelidad, comprando su indulgencia y misericordia. Y es que hay cosas que no se pueden comprar con dinero, y la honra y la dignidad es una de ellas. 

CONCLUSIÓN 

     El adulterio es una cuestión muy seria que rompe matrimonios, destruye familias, sume en la desesperación a aquellos que son víctimas de sus consecuencias, y mina las mismísimas bases de nuestra sociedad. Quebrantar la promesa dada a una persona con Dios como testigo de esa unión conyugal, es una evidencia más de que esa persona no es de fiar en otros ámbitos de la vida. Si es capaz de engañar al que se supone el amor de su vida, ¿qué cosas no hará en relación a su trabajo, a sus relaciones de amistad y a la vida espiritual?  

     Evitemos, pues, deslizarnos hacia la posibilidad de ser abducidos por lo prohibido, lo lujurioso y lo desconocido. Seamos jóvenes, adultos o ancianos, pidamos al Señor que nos libre de situaciones que puedan invitarnos a saltarnos todas las normas morales y espirituales que nos brinda la Palabra de Dios, invadiendo la intimidad de cualquier matrimonio. Roguemos al Padre que nos asista cuando como hijos estemos cerca del borde de sucumbir ante los encantos de hombres y mujeres ya comprometidos, que solamente desean arrastrarnos a los más tenebrosos rincones de la depravación humana. No andes sobre brasas, porque la quemadura está más que asegurada y el dolor será intenso como el infierno.

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