RECHAZO
SERIE DE
SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS, RESTAURADOS”
TEXTO
BÍBLICO: ZACARÍAS 11:4-17
INTRODUCCIÓN
En términos
médicos, la palabra “rechazo” tiene
que ver con una “reacción de
intolerancia que un organismo presenta cuando no admite un órgano trasplantado
de otro individuo y crea anticuerpos que lo atacan para expulsarlo.” Un
cuerpo extraño es insertado en un organismo que no olvida el órgano original, y
por lo tanto, se defiende a capa y espada con tal de que éste no ocupe el lugar
del que se ha extirpado por razón de su deterioro o malformación. En términos
sociales, este rechazo también es muy similar al rechazo social, en el que un
grupo de personas excluye agresiva o sibilinamente a otra u otras, porque no
cumplen con una serie de expectativas o requisitos que se supone forman parte
de la identidad grupal. Se margina, se acosa o se ataca sin miramientos a aquel
individuo que no se adecúa al sentir general. Y aunque esta persona en proceso
de arrinconamiento quiera hacerse valer por su potencial para beneficiar al
grupo, no lo logrará a menos que se adapte y modifique su esencia, lo cual
siempre será una traición a quién es uno en realidad. Jesús es precisamente un ejemplo
de lo que sucedió cuando vino a los suyos, y los suyos no le recibieron.
Por supuesto,
esta clase de rechazo viene disfrazada con letreros que rezan “se reserva el derecho de admisión,” y
con mensajes sutiles y no tan sutiles sobre la aversión que un conjunto de
personas sienten hacia aquello que no recoge las características particulares
de cada uno de sus miembros. El rechazo social suele ampararse en
justificaciones muy peregrinas y en argumentos realmente odiosos para excluir y
rechazar a alguien.
Pero, ¿y si
hablamos de personas que desean incorporarse a nuestro círculo social y que
solamente buscan la destrucción de este círculo? ¿Y si resulta que determinadas
personas deciden involucrarse en una institución o grupo social para hacerlo
estallar en mil pedazos con sus maliciosas artimañas y urdimbres? ¿Les
dejaríamos entrar en nuestra comunidad, apelando a la diversidad de ideas y la
tolerancia, aun a sabiendas que esto puede acabar como el rosario de la aurora?
¿Es legítimo rechazar a alguien que posee intenciones dañinas y ponzoñosas? ¿O
es mejor optar por arriesgarse a que todo salte por los aires? Dios quiere
darnos hoy la posibilidad de rechazar a aquellas personas que no cumplen su rol
como siervos y obreros suyos, para dejar que sea Jesús el que ocupe el lugar
que le corresponde como pastor del rebaño de Dios.
1.
PASTORES
RECHAZABLES
El pueblo de
Israel había pasado por este tipo de situaciones. Dirigentes políticos y
líderes religiosos habían alcanzado posiciones de autoridad y responsabilidad
muy relevantes, tal vez a través de favores, de postulaciones hereditarias, de
influencias o de índole dineraria. O simplemente, al principio eran personas
justas y honradas que con el paso del tiempo y en vista del ejemplo que cundía
a su alrededor de corruptelas y prevaricaciones, se habían sumado al resto de
sinvergüenzas que dirigían los destinos de toda una nación. El caso es que,
aquellos que debían comprometerse en la tarea de regir y gobernar, de enseñar e
instruir, se habían convertido en algo increíblemente aborrecible ante los ojos
de Dios.
Por ello, el
Señor no duda en hablar alto y claro contra estos depravados especímenes
humanos, y emplea la figura del pastor y las ovejas para ilustrar espléndida y
crudamente una realidad terrible concerniente a los próceres de Israel: “Así ha dicho Jehová, mi Dios: «Apacienta
las ovejas destinadas a la matanza, a las cuales matan sus compradores sin
sentirse culpables; y el que las vende dice: “Bendito sea Jehová, porque me he
enriquecido.” Ni aún sus pastores tienen piedad de ellas. Por tanto, no tendré
ya más piedad de los habitantes de la tierra, dice Jehová. Entregaré a los
hombres, a cada uno en manos de su compañero y en manos de su rey. Ellos
asolarán la tierra y yo no los libraré de sus manos.»” (vv. 4-6)
¿Quiénes son
estas ovejas destinadas a la matanza? No cabe duda de que, teniendo en cuenta
el contexto, son todos aquellos habitantes de Israel que no se habían entregado
a la maldad, y que sufrían la opresión y la injusticia de sus gobernantes y
líderes religiosos. Este remanente, en manos de pastores execrables, no podía
sino acabar siendo el alimento de los feroces mandamases. Eran personas a las
que se expoliaba de todas sus propiedades, de su dignidad, de sus medios de
vida. Eran el objeto de la miserable avaricia y codicia de aquellos que
presuntamente debían procurar su bienestar y la defensa de sus derechos.
Ninguna
autoridad civil o religiosa se sentía culpable de estafar a sus conciudadanos.
Ningún dirigente se lamentaba de ver cómo sus vecinos eran esclavizados por
otras personas sin escrúpulos, y que incluso se jactaban y ufanaban del
beneficio y rédito que les suponía la trata de personas, llegando, en su maldad
y blasfemia, a agradecer a Dios el hecho de poder disponer de otras personas
como él para amasar sus fortunas. La compasión brilla por su ausencia. Los
pobres dejan de ser personas para convertirse en moneda de cambio, en animales
sin voz ni voto, en seres anulados e invisibles que solamente servían para
formar parte de la fría e insensible maquinaria económica de la época.
Ante tal dantesco
panorama, ante tanta injusticia social y ante tanto caradura, el Señor ve
sobrepasado el colmo de su paciencia, y condena a toda una sociedad en la que,
por un lado, hay unos pocos que se aprovechan de los menos favorecidos, y en la
que, por otro, se deja hacer a estos ladrones de lo ajeno, permaneciendo
pasivos y permitiendo que los líderes o pastores hagan a su antojo lo que
quieren. Tan culpables son unos como otros. Dado que la compasión ha dejado de
existir en este contexto social, Dios determina que su misericordia y gracia
deje ya de brillar en medio de Israel. Las oraciones solicitando su favor
caerán en saco roto, los lamentos no serán escuchados, y cada cual tendrá que
asumir su propia responsabilidad, sin que Dios haga algo por intervenir. Que
cada uno se saque las castañas del fuego, que cada cual siga su camino hasta
estrellarse, que la voluntad de cada cual les lleve a enfrentarse entre sí, a
devorarse mutuamente. Este es el juicio de Dios, que todos comprueben que la
vida sin su intervención y presencia se convertirá en un soberano caos, y que
sin su guía la anarquía pronto hallará un hogar en medio de Israel.
2.
RECHAZO CON
RECHAZO SE PAGA
Fijémonos en el
tamaño de la ira de Dios hacia quienes han hecho dejación de responsabilidades
como líderes del pueblo de Israel. Dios ha querido tomar las riendas de la
situación, velando por los pobres y menesterosos, por los marginados y
necesitados, y sin embargo, no ha hallado a pastores dignos de ser llamados
así, y por otro lado, incluso sus ovejas se hacen el sueco llenas de
ingratitud: “Apacenté, pues, las ovejas
destinadas a la matanza, esto es, a los pobres del rebaño. Tomé para mí dos
cayados: a uno le puse por nombre Gracia, y al otro, Ataduras. Apacenté las
ovejas, y en un mes despedí a tres pastores, pues mi alma se impacientó contra
ellos, y su alma también se hastió de mí. Entonces dije: « ¡No os apacentaré
más! ¡La que prefiera morir, que muera; si alguna se pierde, que se pierda!
¡Las que queden, que se coman unas a otras!»” (vv. 7-9)
El Señor, con
toda la buena voluntad del mundo y con un amor tan glorioso como el que tiene
por su pueblo, decide cuidar de aquellas personas de las que se aprovechan los
dirigentes. Con sus dos cayados intentó mostrar misericordia para con los
pobres, proveyendo para sus necesidades más imperiosas, y potenciar la
fraternidad entre las dos mitades en las que se había dividido Israel: los
reinos del norte y del sur. Buscó a pastores o líderes que pudiesen ser sus
voceros y representantes en la tierra, personas que mostrasen reverencia ante
su persona y que fuesen doctos y justos, profetas, sacerdotes y reyes. Sin
embargo, incluso estas personas especialmente comisionadas por el Señor, pronto
se vieron absorbidas por las oportunidades de soborno, corrupción e influencia
política y religiosa. Tres clases de pastores habían ya frustrado el plan de
Dios de ofrecer gracia y amor fraternal a su rebaño, y los tres habían sido
desechados por Dios a causa de su mala praxis y de su desviación ética y
espiritual. No había más remedio que cortar por lo sano y rechazar a estos
pastores, puesto que, fastidiados y cansados de servir a Dios decidieron
servirse a sí mismos utilizando a las ovejas para su diversión y beneficio.
Como ya dijimos
anteriormente, la santa ira de Dios se enciende contra pastores y ovejas, y
Dios deja que sean todos ellos los que se busquen la vida. La decisión es
estremecedora y definitiva, al menos para esta generación de ingratos y
negligentes individuos. Nunca más serán apacentados por Dios, ya no podrán
acudir a Él por muy mal que vayan las cosas, ya no tendrán ocasión de
arrepentirse, ya no podrán invocar su nombre pase lo que pase. Si las gentes
prefieren dejarse mangonear por los líderes y pastores que les hacen pasar
hambre y sed de justicia, que asuman que van a morir de inanición. Si las
gentes optan por hacer lo que les dé la gana sin dar cuentas a nadie,
perdiéndose en el laberinto de los vanos deseos y de la concupiscencia, que se
pierdan en un mundo oscuro y perverso para siempre. Si las gentes quieren
conformarse con lo que hay, incluso sabiendo que Dios puede redimir, refinar y
restaurar a su pueblo si así lo desean, pues que se maten mutuamente por
conseguir alimento tanto físico como espiritual.
Esta imagen
concuerda sorprendentemente con el mensaje que Pablo transmitiría a los romanos
muchos siglos después, y que nos da a entender que las cosas nunca cambiarán si
el ser humano se empecina en vivir sin Dios: “Pues habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias. Al contrario, se envanecieron en sus razonamientos y su necio
corazón fue entenebrecido. Pretendiendo ser sabios, se hicieron necios, y
cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres
corruptibles, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual, también los
entregó Dios a la inmundicia, en los apetitos de sus corazones, de modo que
deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios
por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el
cual es bendito por los siglos. Amén. Por eso Dios los entregó a pasiones
vergonzosas, pues aun sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por las
que van contra la naturaleza. Del mismo modo también los hombres, dejando la
relación natural con la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros,
cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la
retribución debida a su extravío. Como ellos no quisieron tener en cuenta a
Dios, Dios los entregó a una mente depravada, para hacer cosas que no deben.
Están atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad;
llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y perversidades. Son
murmuradores, calumniadores, enemigos de Dios, injuriosos, soberbios,
vanidosos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales,
sin afecto natural, implacables, sin misericordia. Esos, aunque conocen el
juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo
las hacen, sino que también se complacen con los que las practican.” (Romanos
1: 21-32)
3.
RECHAZO Y
MENOSPRECIO
Por si esto fuera
poco, en su rechazo hacia aquellos cuerpos extraños que corrompían y podrían el
Shalom de Dios, el Señor rompe los dos últimos lazos que lo unían con su
pueblo, y que garantizaban, aunque frágilmente, su favor: “Tomé luego mi cayado Gracia y lo quebré, para romper el pacto que
había concertado con todos los pueblos. El pacto quedó deshecho ese día, y así
conocieron los pobres del rebaño que me observaban que aquélla era palabra de
Jehová. Yo les dije: «Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo.»
Entonces pesaron mi salario: treinta piezas de plata. Jehová me dijo: «Échalo
al tesoro. ¡Hermoso precio con que me han apreciado!» Tomé entonces las treinta
piezas de plata y las eché en el tesoro de la casa de Jehová. Quebré luego el
otro cayado, Ataduras, para romper la hermandad entre Judá e Israel. Jehová me
dijo: «Toma ahora los aperos de un pastor insensato; porque yo levanto en la
tierra a un pastor que no visitará las perdidas, ni buscará la pequeña, ni
curará la perniquebrada, ni llevará la cansada a cuestas, sino que comerá la
carne de la gorda y romperá sus pezuñas.»” (vv. 10-16)
No podemos por
menos que pensar en Cristo cada vez que leemos este texto bíblico. Cristo es el
pastor rechazado de Dios por la humanidad. El cayado que garantizaba la
misericordia y la compasión de Dios por los habitantes de Israel es quebrado
ante la impavidez de su pueblo. El pacto que procuraba a Israel la presencia de
Dios, con todo lo que esto conllevaba, se ha roto, no porque Dios se haya
enfadado como un niño cuando no recibe lo que quiere, sino que Dios, habiendo
aguantado hasta el colmo de la paciencia, hace oficial la ruptura de esta
alianza por parte de Israel. Hace ya tiempo que las disposiciones y acuerdos se
han dejado de obedecer y cumplir. Y viendo que nada va a cambiar por las
buenas, ni siquiera teniendo a su Hijo en medio de ellos, debe también el Señor
romper este acuerdo sagrado, y dejar que las consecuencias de esta ruptura se
ceben en un pueblo desorientado y tendente a la autodestrucción. Cuando los
pobres observaron que el abuso arreciaba sobre ellos, y que el amparo de Dios
ya no era posible de ningún modo, al fin reconocieron que Dios, cuando promete
algo, lo cumple a rajatabla, para juicio o para bendición.
Como cualquier
pastor que se despide de su trabajo, el Señor demanda de su ex rebaño una
compensación o finiquito por los años de esfuerzo y desvelo, y por la
dedicación habida. Si el pueblo tiene a bien dárselo, perfecto; si no es así,
tampoco se va a airar más de lo que ya lo está. La cantidad que se entrega a
Dios como pago por su sacrificio y su amor perfecto es justo la cantidad que se
daba al dueño de un esclavo cuando éste era corneado por un buey dejándolo
incapacitado para trabajar (Éxodo
21:32). En otras palabras, lo que el pueblo decía a Dios, con bastante mala
baba, era que su obra en medio de ellos solo valía lo que cuesta un esclavo
malherido, prácticamente nada. Es justamente lo que pagaron los líderes
religiosos a Judas Iscariote para traicionar a Jesús: treinta monedas de plata,
un precio irrisorio en comparación con la gracia y la salvación que Dios había
derramado sobre el mundo entero. Hasta el último momento es vergonzosamente
escarnecedor comprobar la ingratitud de la raza humana en general, y de Israel
en particular.
La respuesta de
Dios es tan irónica y sarcástica como el salario que recibe de los
desagradecidos componentes de su rebaño. “¡Muy
bonito! ¿Con que estas tenemos? Pues nada, con esta miseria seguiré engrosando
mi infinito e incontable tesoro celestial.” A Dios no le hacía falta esta
humillación final, y no obstante, vemos en este triste episodio, cómo el Señor
siempre espera recibir en el último instante una respuesta justa y digna del
ser humano. Como contestación a este imperdonable rechazo y desprecio, el Señor
quebranta su otro cayado, llamado Ataduras, creando un cisma irreconciliable
entre Judá e Israel. Ahora sabrán lo que significa erradicar a Dios de la
fórmula de convivencia entre hermanos.
Y para más inri,
el Señor profetiza acerca de un nuevo pastor que no tendrá consideración, ni
compasión, ni misericordia con ninguno de ellos. Nada tendrá que ver con
Cristo, el príncipe de los pastores. A diferencia del buen pastor, que da la
vida por sus ovejas, este nuevo pastor dejará que las ovejas perdidas y los corderillos
sean devorados por las fieras del campo, abandonará a aquellas ovejas heridas
para que mueran al borde de la cañada, no aminorará la celeridad de su paso por
muy exhaustas que estén las ovejas, quedando descolgadas del resto del rebaño
para ser presa fácil de los lobos, y se alimentará de aquellas ovejas de
aspecto lozano y hermoso, quebrando sus patas para que no escapen de su voraz
apetito. Si no quisieron ser guiadas y apacentadas por un pastor que las amaba,
ahora tendrían que afrontar toda una vida de muerte, dejadez, injusticia y
opresión sin cuento. Tienen justamente lo que habían permitido durante años y
años, y ya no hay vuelta atrás. Rechazaron a Dios y ahora les tocará ser propiedad
de un dueño sin escrúpulos ni miramientos.
CONCLUSIÓN
El capítulo
termina con una advertencia en forma de proverbio y maldición, la cual no
solamente queda para los líderes de la época en la que se pone por escrito,
sino que sigue estando vigente para aquellos dirigentes políticos y religiosos
de nuestra actualidad: “»¡Ay del pastor
inútil que abandona el ganado! ¡Que la espada hiera su brazo y su ojo derecho!
¡Que se le seque del todo el brazo y su ojo derecho quede enteramente
oscurecido!»” (v. 17)
La palabra para “inútil” habla de alguien moralmente
deficiente y corrupto. Por desgracia, en muchas iglesias cristianas, más de las
que quisiéramos, existen pastores de esta calaña: personajes siniestros que se
aprovechan cuanto pueden del rebaño de Dios, y que en cuanto le ven las orejas
al lobo, huyen despavoridos mientras las ovejas son devoradas por cuantos lobos
con piel de cordero se presentan. Son la antítesis del buen pastor que es
Cristo, aquel pastor que ama a sus ovejas y nunca las abandona.
Dios les tiene
preparada una recompensa horrible y repleta de sufrimiento cuando tengan que
comparecer ante Él en el alto tribunal del cielo. Para el pastor asalariado,
perder el brazo y el ojo derecho era algo terrible, porque ya no podría
trabajar como pastor, y su vida sería una en la que tendría que depender de
otros, convirtiéndose en una oveja más, débil y sujeta a que un pastor de
dudosa catadura moral pudiera hacerle lo mismo que él hizo por las que debía
cuidar y apacentar. Este es un mensaje para navegantes muy claro, y una
profecía que cada pastor de la grey de Dios tendría que tener meridianamente
nítido. Aquel que rechaza cumplir con su llamamiento divino, será rechazado
también cuando el Juez Justo, Jesucristo, dicte su sentencia condenatoria.
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