LIBERACIÓN
SERIE DE SERMONES SOBRE ZACARÍAS “REDIMIDOS, REFINADOS,
RESTAURADOS”
TEXTO BÍBLICO: ZACARÍAS 12:1-9; 14:1-7, 12-15
INTRODUCCIÓN
Miremos hacia donde miremos, el mal campa a sus anchas en este mundo. A
veces, uno tiene la percepción de que la maldad prevalece sobre el bien, que el
odio supera con creces al amor, y que la injusticia impera en todos los ámbitos
de la existencia humana. No hay más que encender la televisión, hojear un
periódico de tirada internacional o entrar en una página web de noticias
globales para estremecerse ante el cúmulo de delitos, prácticas inmorales,
actitudes represivas, tejemanejes corruptos y crímenes sin sentido con que nos
“alegran” el día. En ocasiones, hay instantes en los que me adscribiría a una
afirmación muy propia de mi madre, que esto es peor que Sodoma y Gomorra. No
tenemos la certidumbre de cuál es el colmo de la paciencia de Dios en relación
a la acumulación opresiva de depravación. Pero sí tenemos razones para creer
que esta paciencia no es ilimitada, y que todo cuanto atenta al buen nombre de
Dios, a sus mandamientos sagrados y a lo que nos ha revelado en su Palabra, un
día será juzgado, en aquel día en el que Cristo ha de regresar.
Es realmente lamentable poder constatar de cuántas y cuán imaginativas
maneras se está llenando nuestra sociedad de podredumbre y perversión. Sin
recurrir a los manidos argumentos de guerras, tráfico de seres humanos o de
pobreza, y contemplando objetivamente nuestro contexto local, ya nos damos
cuenta de que estamos participando de una batalla espiritual, no solo a título
personal, la cual ya es dura y constante de por sí, sino a título comunitario.
Es mucho más fácil transgredir las normas, romper con aquello que es bueno y
correcto, deslizarse hacia la malicia y la trampa, o involucrarse en conductas
ilegales e inmorales, que vivir en paz con Dios y con los demás. Es mucho más
sencillo engrosar las filas de lo políticamente correcto, del lema “hakuna
matata, vive y deja vivir,” o de lo que todo el mundo hace incluso si esto
está rematadamente mal, que perseguir ser santos como Dios es santo. Y cada vez
que alguien quita importancia a un pecado cometido, a un daño infligido al
prójimo, o a un insulto procaz al Dios del universo, las tropas que un día se
enfrentarán cara a cara con Cristo y sus huestes celestiales van acrecentando
su número y aumentan su poder en este sistema mundial en el que nos movemos e
intentamos sobrevivir como cristianos.
La Palabra de Dios, de forma profética y
reveladora, a lo largo de su extensión ha ido comunicando y augurando la idea
de aquel día, ese día en el que Cristo venga para consumar e instaurar
definitivamente el Reino de los cielos. Ese día vendrá a ser glorioso para los
hijos de Dios, y terrible para las hordas borreguiles de aquellos que han
optado en esta vida por vivir esclavizados por el pecado y por Satanás. En esta
grandiosa jornada, desconocida en su fecha concreta, una descomunal contienda tendrá
lugar entre los siervos de Dios y aquellos que prefirieron encontrar acomodo en
vivir vidas vanas y vacías. Se trata del choque militar más brutal y formidable
que jamás pueda haberse visto nunca, una conflagración en la que todos seremos
testigos del alcance del poder redentor de Cristo y del establecimiento de una
justicia universal para todo ser humano que haya respirado alguna vez el aire
en nuestro planeta Tierra. Por un lado, habrá liberación para aquellos
cristianos que estén padeciendo en sus carnes las torturas, las burlas, las
crueldades y la persecución a causa de su amor por Cristo. Al fin, en el
regreso victorioso de Cristo podrán constatar que su fe y su esperanza no han
sido defraudadas. Por otro lado, las huestes satánicas, formadas por demonios y
por seres humanos que se entregaron voluntariamente a ser corrompidos por el
pecado y las falsas promesas de Satanás, serán desmenuzadas, derrotadas y
sometidas por toda la eternidad. Allí será el crujir de dientes y el lloro
continuo, porque muchos se darán cuenta de lo insensato de su alistamiento en
el ejército siniestro del adversario.
1. TODO LO QUE EMPIEZA, TIENE UN
FINAL
Zacarías también recoge en la
recopilación de las profecías que Dios le encomienda transmitir a su pueblo
recién llegado del exilio, este evento cósmico que brindará renovadas fuerzas
al componente del remanente del Señor, y que atemorizará a cuantos enemigos
deseen ensañarse con este pueblo que ha sido redimido, refinado y restaurado.
Pero antes de que el profeta hable en nombre de Dios sobre esta batalla temible
de Armagedón, es preciso entender que aquello que comenzó en la mente de Dios
llegará al umbral de un nuevo inicio de proporciones eternas: “Profecía de
la palabra de Jehová acerca de Israel. Jehová, que extiende los cielos y funda
la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él, ha dicho.” (v. 1) Con
esta declaración de Zacarías, Dios es considerado el artífice de la historia de
la creación y de la humanidad. En Él empieza todo. Dios despliega con el poder
de su palabra el infinito universo y afirma con sabiduría y ciencia las
condiciones en las que va a aparecer la vida en todas sus formas. Así mismo,
comparte su vida con seres de todo tipo, los cuales habitarán en el marco
incomparable de la tierra. Dios decidió un día crear de la nada todo cuanto
podemos ver, y un día que Él ya ha establecido, cielos y tierra serán renovados
según el dictado de su genial soberanía. Fijémonos que Zacarías no habla de
todo esto en tiempo pretérito, sino que lo hace desde el presente continuo,
desde el concepto maravilloso de que Dios sigue creando más firmamento,
continúa sosteniendo nuestro mundo a pesar de nuestra negligencia ecológica, y
persiste en seguir dando vida a nuevas criaturas en toda la variedad que existe
de ellas.
Dado que Dios es el Creador, sublime y
admirable en toda factura que sale de sus manos de amor, y dado que el pecado
ha ido haciendo de las suyas generación tras generación, siglo tras siglo, y
que muchos seres humanos prefirieron acabar con su influencia, obviar su plan
de salvación y acosar a sus fieles hijos, llegará aquel día, el día de la
venida de Cristo, en el que seremos liberados y nuestros adversarios serán
avergonzados y vencidos para siempre. Es importante que leamos en clave actual
este texto, ya que cuando hablemos de Israel, también hablamos de la iglesia de
Cristo; cuando nos referimos a Jerusalén, también nos referimos a nuestra
patria celestial y al lugar en el que nos encontramos como iglesia de forma
periódica; y cuando citamos a Judá, lo hacemos para recordar que en Cristo, el
león de Judá, todos somos hermanos y familia de Dios. Dios ordenó a Zacarías
que escribiese estas profecías, no solamente para los israelitas retornados,
sino para los creyentes de todas las épocas, en esperanza de que el segundo
encuentro con Cristo pueda darse en cualquier momento de la historia.
2. LIBERADOS DE LAS AMENAZAS DEL
MALIGNO
Zacarías inicia esta profecía insuflando ánimo y aliento a aquellos que
se mantienen firmes en la causa de Dios: “He
aquí yo pongo a Jerusalén por copa que hará temblar a todos los pueblos de
alrededor contra Judá, en el sitio contra Jerusalén. Y en aquel día yo pondré a
Jerusalén por piedra pesada a todos los pueblos; todos los que se la cargaren
serán despedazados, bien que todas las naciones de la tierra se juntarán contra
ella. En aquel día, dice Jehová, heriré con pánico a todo caballo, y con locura
al jinete; mas sobre la casa de Judá abriré mis ojos, y a todo caballo de los
pueblos heriré con ceguera. Y los capitanes de Judá dirán en su corazón: Tienen
fuerza los habitantes de Jerusalén en Jehová de los ejércitos, su Dios. En
aquel día pondré a los capitanes de Judá como brasero de fuego entre leña, y
como antorcha ardiendo entre gavillas; y consumirán a diestra y a siniestra a
todos los pueblos alrededor; y Jerusalén será otra vez habitada en su lugar, en
Jerusalén. Y librará Jehová las tiendas de Judá primero, para que la gloria de
la casa de David y del habitante de Jerusalén no se engrandezca sobre Judá. En
aquel día Jehová defenderá al morador de Jerusalén; el que entre ellos fuere
débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como Dios, como el
ángel de Jehová delante de ellos. Y en aquel día yo procuraré destruir a todas
las naciones que vinieren contra Jerusalén.” (vv. 2-9)
Enfrentarse con el pueblo de Dios,
congregado bajo su protección y guía, será algo poco recomendable para aquellos
que desean destruir la memoria del Señor. Como una copa repleta de la ira de
Dios y como una piedra de dimensiones gigantescas, Jerusalén es retratada como
intocable. Podrán atacar los enemigos de nuestra fe, pero todas sus bravatas y
chocarrerías serán transformadas en pavor y miedo. Podrán intentar juntar sus
fuerzas para manipular a la iglesia de Cristo, pero todos a una serán
aplastados por el poder de Dios y la firmeza de la fe de su pueblo. Nunca hemos
estado indefensos ante los ataques de nuestros más temibles contendientes,
porque aunque puedan matar nuestra carne y puedan derramar nuestra sangre,
nunca podrán arrancar de nosotros el amor de Cristo. Dios cegará el
entendimiento de todos cuantos aspiren a reducir y violentar a sus escogidos.
La ignorancia y la increencia les hará cometer errores de bulto que se volverán
contra ellos. La tiniebla se instalará en sus razonamientos, y el miedo y la
locura hallarán morada en sus pensamientos. Sin embargo, Dios pondrá luz en
nuestro caminar a pesar de la oscuridad reinante, guiará nuestras decisiones a
través del laberinto situacional en el que nos encontramos, hará resplandecer
su gloria sobre nosotros de tal modo que nos mantengamos firmes ante las
asechanzas del maligno.
Todos cuantos luchemos en esta batalla espiritual seremos respaldados
por Dios. Seremos como esos braseros en los que se transportaban las ascuas y
los tizones para encender un nuevo fuego en otro lugar. Seremos profetas en
nuestro mundo, comunicadores del fuego inextinguible del evangelio de Cristo,
transmisores de un mensaje que calienta el alma, que consume todo aquello que
obstaculiza nuestra comunión con Dios, que brilla en medio de la nada.
Candentes y centelleantes, crepitando en medio de la leña seca de este mundo,
podremos someter, con la ayuda del Espíritu Santo, a aquellas hordas satánicas
que quieran apagar el fuego que Cristo encendió en nuestro corazón. Seremos
como una antorcha que brilla entre las gavillas, como una tea que prende en la
sequedad de las almas, como una chispa fulgurante que comienza a incendiar las
mentes de aquellos que se resisten a entregar sus vidas a Cristo. Nuestro
testimonio, nuestra predicación y nuestro estilo de vida serán la yesca sobre
la que el Señor comenzará su obra de salvación y redención.
La liberación al fin será un hecho para todos nosotros, aquellos que
confiamos nuestras vidas a Cristo. Después de tantos trabajos, padecimientos,
sacrificios y martirios, seremos liberados al fin de seguir sufriendo, de
seguir pecando, de seguir decepcionando a Dios. Aquel día será el mejor día de
nuestra existencia, un día de gozo y alegría inenarrables, ya que nuestras
tiendas y tabernáculos dejarán de estar amarradas con estacas a esta tierra
donde todo es perecedero y pasajero, para ser glorificadas y renovadas en una
nueva realidad eterna y gloriosa. Aquel que pensaba que era débil en la fe,
será fortalecido y encumbrado a las más altas cotas de valentía. Cristo estará
en medio nuestro y nunca jamás seremos conmovidos u hostigados por los ataques
furibundos de Satanás. Cualquier esfuerzo por su parte contra nosotros, será
rechazado desde el coraje y el arrojo que solamente el Espíritu Santo sabe dar
a sus hijos. Cualquier atisbo de acoso y derribo será atajado por la portentosa
y omnipotente mano de Dios, por lo que nuestra tranquilidad y nuestra
integridad espiritual estarán a buen recaudo en la reunión de los santos
delante de Cristo.
3. LA LLEGADA LIBERADORA DE
CRISTO
La batalla feroz y salvaje de Armagedón
todavía no ha terminado a pesar de las garantías que Dios nos ofrece desde la
profecía de Zacarías. Satanás no es alguien que deja de intentar salvar su
pellejo porque ve como sus tropas sucumben ante el poderío desatado de Dios:
“He aquí, el día de Jehová viene, y en medio de ti serán repartidos tus
despojos. Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén;
y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y
la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será
cortado de la ciudad. Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones,
como peleó en el día de la batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre
el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte
de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente,
haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte,
y la otra mitad hacia el sur. Y huiréis al valle de los montes, porque el valle
de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa
del terremoto en los días de Uzías rey de Judá; y vendrá Jehová mi Dios, y con
él todos los santos. Y acontecerá que en ese día no habrá luz clara, ni oscura.
Será un día, el cual es conocido de Jehová, que no será ni día ni noche; pero
sucederá que al caer la tarde habrá luz.” (vv. 1-7)
Satanás, aunque es un ser taimado y
astuto, nunca entenderá que todo lo que sucede en el transcurso de la historia
está bajo el control de Dios. Incluso él mismo, en algunas ocasiones pensó que
había truncado la estrategia de Dios para su creación y para la humanidad. En
el Edén creyó haberse llevado el gato al agua provocando la caída de Adán y
Eva. En el desierto tentó a Cristo para que acelerase su proceso ministerial,
para que lo adorase y para poner en entredicho su filiación divina. Y en la
cruz sonrió al ver cómo Jesús moría asesinado como un vulgar delincuente. No
obstante, todos sabemos que Satanás, aún a despecho de su actividad febril en
contra de los designios de Dios, colaboró involuntariamente del plan de
redención en Cristo. Ahora, en el momento de la verdad, en el Armagedón,
contempla asustado y preocupado cómo Dios toma botín y despojo de su derrota.
Satanás no reúne a todas las naciones contra la iglesia de Cristo, sino que es
Dios el que permite que esto suceda, de tal modo que sus deseos y propósitos sean
cumplidos para beneficio de su pueblo.
Es difícil imaginar la escena de un
ejército tomando calle por calle una ciudad tras un buen tiempo de asedio. Si
habéis visto alguna película como Troya o como alguna relacionada con las
cruzadas medievales, sabréis que cuando los invasores conquistan una ciudad, lo
hacen con voracidad, crueldad y dando rienda suelta a los instintos más
primitivos que existen. Así es como muchos atacan e intentan conquistar
nuestras iglesias: desde la táctica del sambenito, esto es, empleando falsas
informaciones para que la opinión pública nos acuse o maldiga, hasta la estratagema de la violencia, la falta de
respeto al derecho de libertad de expresión, o las pintadas aberrantes en la
fachada del templo, todas son recursos que el enemigo va a emplear en nuestros
tiempos actuales, con tal de lograr que todo lo que suene a cristiano o a
evangélico sea tachado de indeseable y sectario. Nos acosan con declaraciones
irracionales y sin fundamento, urden una propaganda nefasta contra determinados
temas que el mundo acepta, pero que no se ajustan al consejo de Dios, y tratan
de violar lo más sagrado y esencial que tenemos, nuestra fe y nuestros valores
del Reino de los cielos. Muchos creyentes sufrirán a causa de esta vergonzante injerencia,
pero otros muchos quedarán para seguir dando guerra, para perseverar en nuestro
empeño de que Cristo sea conocido desde la verdad y no desde las tendenciosas
declaraciones de la soldadesca de Satanás.
Justo en este panorama tan tremebundo y desolador, justo cuando las
fuerzas decaen y las acusaciones vanas del mundo empiezan a hacer mella en el
ánimo de los justos de Dios, el Señor hará acto de aparición para acabar de una
vez por todas con el dolor y el maltrato de sus hijos. El advenimiento de
Cristo será tan espectacular como estremecedor. Un gran terremoto partirá en
dos el huerto de Getsemaní, dejando una planicie extensisima en la que la
batalla del Armagedón tendrá lugar. Los hijos del Señor no participarán
activamente de esta gran confrontación entre los seguidores del maligno y los
ejércitos celestiales de Cristo, sino que huirán hacia el reposo y la seguridad
de un lugar indeterminado llamado Azal, un emplazamiento desde el cual podrán
ser testigos de la pelea definitiva entre Cristo y Satanás. En una especie de
crepúsculo sobrenatural se entablará la batalla más importante de la historia
de la creación, hasta que cuando llegue la tarde, la luz de Dios haya sometido
a la totalidad de las naciones que pelean del lado del adversario demoníaco.
4. EL REGRESO VICTORIOSO DE
CRISTO
El desenlace de esta pelea hace tiempo
que ya lo conocemos. Zacarías nos cuenta que todos aquellos que se opusieron y
que pretendieron enfrentarse osadamente contra Cristo serán destruidos de la
forma más horripilante posible: “Y esta será la
plaga con que herirá Jehová a todos los pueblos que pelearon contra Jerusalén:
la carne de ellos se corromperá estando ellos sobre sus pies, y se consumirán
en las cuencas sus ojos, y la lengua se les deshará en su boca. Y acontecerá en aquel día que habrá entre ellos gran
pánico enviado por Jehová; y trabará cada uno de la mano de su compañero, y
levantará su mano contra la mano de su compañero. Y
Judá también peleará en Jerusalén. Y serán reunidas las riquezas de todas las
naciones de alrededor: oro y plata, y ropas de vestir, en gran abundancia. Así también será la plaga de los caballos, de los
mulos, de los camellos, de los asnos, y de todas las bestias que estuvieren en
aquellos campamentos.” (vv. 12-15)
Nada ni nadie puede resistirse al
brazo todopoderoso de Cristo. Contemplando la magnitud y fuerza del ejército
satánico, Cristo envía una enfermedad que actúa como una especie de radiación
nuclear sobre cada uno de los que se atrevieron a desafiarle. La descripción es
realmente sobrecogedora. Los efectos que este poder radiactivo que Cristo logra
en los cuerpos físicos de sus atacantes es asombrosamente doloroso. Me recuerda
a la serie “Chernobyl,” en la que se puede ver cómo aquellas personas que
estaban más cerca del reactor, poco a poco iban deshaciéndose literalmente ante
las altas cantidades de radiación que recibían. Es natural que al ver cómo un
compañero de filas se va licuando a tu lado, uno sea presa del pánico y de la
desesperación. Y en la confusión, es plausible comprobar como muchos mueren a
manos de sus propios camaradas, algunos forzando que se mantengan firmes, y
otros tratando de huir de la fatalidad. El resultado final, no por conocido es
menos impresionante. Las hordas diabólicas serán vencidas y sus despojos serán
expuestos ante todos a modo de confesión simbólica de que Dios no puede nunca
ser derrotado, y de que Dios sigue siendo soberano y omnipotente. Nadie se
librará del juicio de Cristo en aquella hora.
CONCLUSIÓN
Los tambores de guerra suenan en el
horizonte. No soy un catastrofista, o un adicto a las conspiraciones, o un
místico obsesionado con la escatología. No hace falta ser un fanático del
Apocalipsis o de las profecías de la parusía de Cristo, para darse cuenta de que
hay una realidad palpable y demostrable de que este mundo, tal y como lo
conocemos, verá el final de su existencia, y que éste se dará el día en el que
Jesucristo vuelva para reinar eternamente en el cosmos. Nuestra esperanza se
fundamenta en que Cristo regresará de nuevo para rescatarnos, liberarnos y
llevarnos a un lugar en el que descansaremos de nuestras penalidades, en el que
seremos al fin protegidos y amados para siempre, y en el que moraremos por
largos Dios. Ese lugar es la Nueva Jerusalén, una ciudad que nos acogerá en
virtud de la acción graciosa de Dios en Cristo al ocupar nuestro lugar en la
cruz del Calvario. Hoy podremos ser vituperados, mal vistos, ultrajados y
vejados por aquellos que trabajan en la sección de propaganda de Satanás, pero si
nos mantenemos firmes y perseveramos en la fe, la victoria será nuestra porque
Cristo habrá hecho morder el polvo a nuestro mayor y más acérrimo adversario:
Satanás.
No sé cuando llegará el día en el que la batalla del Armagedón se
dispute. No sé si seré testigo de ella o si ya habré pasado a mejor vida. No sé
si seré atacado, menospreciado o vilipendiado por ser cristiano, o si viviré
tranquilo lo que me reste de vida. Lo que sí sé es que Cristo regresará y que
tiene un lugar precioso y hermoso en el que nunca cesaré de dar gracias a Dios
por su amor y por haber llamado a mi puerta un fantástico día. Cristo vuelve
otra vez. ¿Estarás preparado para la batalla que precederá su llegada? Espero
que así sea, porque el que perseverare hasta el fin, éste será salvo.
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