AGAR E ISMAEL
SERIE DE ESTUDIOS SOBRE GÉNESIS
“ABRAHAM: EL PADRE DE LA FE”
TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 16
INTRODUCCIÓN
Tomar atajos en determinados momentos de nuestra vida puede llegar a
desencadenar un auténtico infierno en el futuro. Querer ser más listos que
ninguno infringiendo las leyes y las normas que regulan una competencia sana y
justa, tarde o temprano se cobrará su precio. Pensar maliciosamente que con la
picaresca lograremos nuestros objetivos con mayor comodidad y antelación
supondrá un porvenir repleto de problemas interminables. El estudiante que se
hace chuletas microscópicas para estudiar menos o nada, y así engañar al
profesor en el día del examen. El ciclista que toma sustancias dopantes para
que su potencia y resistencia aumenten artificialmente y así vencer en rondas
de relumbrón. El gestor financiero que evade impuestos con triquiñuelas
contables para lograr una mayor solvencia de sus clientes. El policía que inventa
pruebas para condenar a alguien al que supone un delincuente que merece
prisión. Atajos. Maneras torcidas e ingeniosas de conseguir un fin sin importar
los medios. Artimañas que incluso parten desde las buenas intenciones, pero que trastocan el orden
y el procedimiento legal y ético buscando el éxito, las ganancias o una
pretendida justicia.
El problema aquí es que estos atajos, aun cuando en apariencia son
atractivos y seductores, aun cuando nos permiten embaucar al que hace las
reglas, en realidad son auto engaños burdos e impresentables. El estudiante no
puede nunca creer que su inteligencia y saber son los responsables de sus
elevadas notas, y cuando el nivel académico se aúpe un peldaño más, se dará
cuenta de que el estudio esforzado y disciplinado era el único camino a lograr
el premio de la graduación. El deportista se engaña a sí mismo cuando sabe en
su fuero interno que, cuando le hagan la prueba antidoping, el timo saldrá a la
luz, y que todos los trofeos y títulos le serán arrebatados en medio de la
vergüenza pública. El gestor financiero, aun creyendo tenerlo todo atado y bien
atado, un día recibirá la temible notificación de la Agencia Tributaria para
realizar una auditoría, y su ruina será mayor que sus beneficios. El agente de
la ley que quiere “acelerar” la acción judicial, en cualquier instante será
pillado en una mentira, o en una situación comprometida con las manos en la
masa, y tendrá que padecer él mismo la pesada losa de la justicia. Los atajos
solo son útiles cuando vamos de excursión y cuando son seguros en su
trayectoria y transitabilidad.
1. EL ATAJO DE SARAI
Precisamente este es el quiz de la cuestión del relato bíblico que nos
ocupa en este instante. Sarai, siendo consciente de su incapacidad biológica
para dar descendencia a su marido, se deja llevar por la desesperación,
olvidando las promesas de Dios y empleando una estrategia de dudosa calidad
moral y ética: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una
sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que
Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá
tendré hijos de ella. Y atendió Abram al ruego de Sarai.” (vv. 1-2)
Los años pasan y no lo hacen en balde.
El tiempo para engendrar a un heredero a Abram prácticamente ha llegado a su
fin. Fisiológicamente, ya es imposible ser madre. La maldición de su
esterilidad hace que su carácter se avinagre y la pena se instale en su
corazón. Amaba a Abram, y Abram la amaba a ella, pero el obstáculo insalvable
de la infecundidad podría tornarse en algo insoportable. Aprovechando una norma
bastante común de aquella época relacionada con la subrogación, de la cual
actualmente se debate su regulación, Sarai opta por tomar un atajo, tal vez
intentando echar una mano a Dios en la concreción de su promesa a Abram de
darle descendencia. En la tableta Nuzi número 67 que los arqueólogos han
logrado traducir, se puede leer lo siguiente: “Si Gilimninu da a luz hijos,
Shenmima no tomará a otra mujer. Pero si Gilimninu fracasa en dar a luz hijos,
Gilimninu dará a Shenmima una mujer del país de Lullu como concubina. En este
caso, Gilimninu misma tendrá autoridad sobre el recién nacido.” Sarai
simplemente aprovecha un uso regulado de Mesopotamia para dar forma a su plan.
Resulta que Sarai tenía una sierva procedente de Egipto llamada Agar, la
cual se convierte en un mero objeto de los deseos de su señora. Agar será esa
esclava que Sarai convertirá en el vientre subrogado adecuado para conseguir el
fin ansiado de un hijo. Es interesante comprobar que el discurso de Sarai
cuando le expone a su esposo Abram el plan comienza con un reproche dirigido a
Dios. Desde la perspectiva de Sarai, Dios es el culpable o el responsable de su
estado de esterilidad. Es una maldición celestial contra su persona, aunque el
motivo que haya llevado a Dios a que sufriese esta incapacidad procreadora sea
un verdadero misterio. Dado que Dios es el creador de los seres humanos, Dios
ha ideado que el cuerpo de Sarai tenga esta merma en su anatomía. Entonces,
como Dios ha dejado claro que biológicamente es incapaz de dar a luz, Sarai
piensa, no sabemos si desde la reflexión o desde la desesperación, que ella
misma debe tomar cartas en el asunto, que tal vez la voluntad del Señor sea que
la descendencia de Abram provenga de este atajo. De lo que sí Sarai era capaz
de dejar que su esposo tuviese
relaciones sexuales consentidas con una sierva extranjera. Tal era su grado de
desesperación sobre este tema.
¿La respuesta de Abram? ¿Dijimos en una
ocasión que si hablamos en términos de practicidad, Abram era nuestro hombre?
Abram escucha atentamente la idea de Sarai, y ni corto ni perezoso, olvidando
al Dios de la promesa, dejando a un lado la fe en el Señor Todopoderoso, da su
visto bueno al esperpéntico plan de su querida esposa. No parece poner pegas,
no hay indicios de indignación o de contrariedad. Abram se convierte así en
cómplice de esta trama. También considera que las estaciones del año van
pasando sin noticias en el frente, y acepta consumar junto a Sarai una falta de
fe en Dios espectacularmente descomunal y que el futuro se encargaría de
penalizar.
2. LA CONSUMACIÓN Y CONSECUENCIAS
DEL ATAJO
Abram, ya también de edad provecta, cumple con su papel en este sainete,
y espera los resultados: “Y Sarai mujer de Abram
tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en
la tierra de Canaán, y la dio por mujer a Abram su marido. Y él se llegó a
Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio
a su señora.” (vv. 3-4) El narrador de la historia nos dice que habían
pasado diez años desde su habitación en Canaán. Recordemos que Dios había
prometido a Abram una descendencia numerosísima justo después de rescatar a Lot
de una confederación de naciones enemigas. El autor incluye esta referencia
temporal para que nos demos cuenta de que la fe del ser humano a veces es
probada por Dios hasta límites insospechados, y para que entendamos que los
tiempos y sazones del Señor en nada tienen que ver con las nuestras. ¿Cuánto
tiempo más habría de pasar hasta que Dios se acordase de su palabra dada? Al
fin, tras ejecutar legalmente el paso de mera esclava al servicio de Sarai, a
concubina de Abram, Agar queda encinta. Y lo que pudo ser un motivo de alegría
para todas las partes se convierte en una batalla campal entre dos mujeres con
carácter.
En cuanto sabe Agar que está embarazada,
su actitud para con su señora es todo menos cordial y apacible. Su carácter se
torna en un talante desafiante y orgulloso, algo que Sarai es incapaz de
aceptar de una sierva. Teme que Agar tome cariño al niño que lleva en su
vientre y que procure por todos los medios elevarse a la categoría de esposa de
Abram. Los desdenes y las indirectas venenosas no tardarían en aparecer entre
ambas. Los comentarios despectivos y las amenazas contrastaban con la vida que
bullía en el interior de Agar.
El escritor de Proverbios ya nos
advierte de este tipo de situaciones en el entorno hogareño: “Por tres cosas se alborota la tierra, y la cuarta
ella no puede sufrir: por el siervo cuando reina; por el necio cuando se sacia
de pan; por la mujer odiada cuando se casa; y por la sierva cuando hereda a su
señora.” (Proverbios 30:21-23) Sarai no podía castigar físicamente a Agar,
dada su condición, y su frustración alcanza cotas estremecedoras. En ese tira y
afloja, Abraham parece hacerse el desentendido, no demuestra ningún tipo de
criterio al respecto, no interviene en ningún caso. La tensión llena el hogar de
Abram, pudiéndose cortar con un cuchillo un ambiente irrespirable e
insoportable para ambas.
Sarai, comprobando que nada puede hacer para doblegar la voluntad y el
genio de Agar, que no puede silenciar cada provocación de la concubina de
Abram, decide apelar a éste con el fin de que se involucre en la resolución de
este conflicto tan desagradable: “Entonces Sarai
dijo a Abram: Mi afrenta sea sobre ti; yo te di mi sierva por mujer, y viéndose
encinta, me mira con desprecio; juzgue Jehová entre tú y yo. Y respondió Abram
a Sarai: He aquí, tu sierva está en tu mano; haz con ella lo que bien te
parezca. Y como Sarai la afligía, ella huyó de su presencia.” (vv. 5-6) Sarai
espera que Abram se haga cargo de la situación y que se responsabilice. Desea
que el dolor y la violencia de la que está siendo víctima doliente sea un
sufrimiento que Abram también sienta en su propio ser, y así tome las medidas
necesarias para mitigarlo o solventarlo. Expone su tristeza al verse ninguneada
y despreciada por Agar. Espera un acto de justicia de parte de su esposo, unas
palabras que la consuelen en esta tesitura tan agria.
Abram, en lugar de serenar los ánimos,
de poner paz en medio de estas dos mujeres enfrentadas o de implicarse
personalmente en el asunto, elige hacerse el sueco. Prefiere que sea Sarai la
que apechugue con este desencuentro, y por ello da carta blanca a su esposa
para que disponga de Agar como ella quiera. No quiere meterse en esta pelea, y
prefiere apartarse a un lado como si nada estuviera pasando. Según una ley del
Código de Hammurabi, concretamente la 146, dice lo siguiente en relación a esta
coyuntura: “Si una concubina reclama igualdad con respecto a su señora al
dar a luz hijos, su señora podrá degradarla a su anterior estatus.”
3. DIOS SOLVENTA LAS
CONSECUENCIAS DEL ATAJO
Sarai, al recibir el beneplácito insensible de Abram, decide mortificar
aun más si cabe a Agar. No sabemos a ciencia cierta qué clase de trabajos, de
maltratos o de vejaciones padeció Agar en los días de su preñez, pero lo que sí
sabemos es que eran de tal magnitud y tan enconados que no tuvo más remedio que
poner tierra de por medio entre ella y su señora. Y con nocturnidad y
premeditación, huye de las tiendas de Abram para volver a su patria, un lugar
en el que poder criar a su hijo sin ser importunada constantemente por Sarai.
Su huida coge tan desprevenidos a todos que llega a alcanzar en su dura y
solitaria travesía, los confines de su tierra en el desierto de Shur. Allí en
un oasis se detiene para refrescarse y tomarse un respiro antes de cruzar la
frontera egipcia, e inmediatamente recibe la visita de alguien inesperado: “Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente de
agua en el desierto, junto a la fuente que está en el camino de Shur. Y le
dijo: Agar, sierva de Sarai, ¿de dónde vienes tú, y a dónde vas? Y ella
respondió: Huyo de delante de Sarai mi señora.” (vv. 7-8) No se nos dice si
Abram y Sarai estaban peinando la zona de Canaán con el objetivo de encontrar a
Agar. No se nos dice si estaban preocupados o tristes por la partida de la
mujer que llevaba en su seno al heredero de Abram. Solo se nos habla de un
encuentro con Dios, el cual, como ya dijimos en alguna ocasión, suele desfacer
nuestros entuertos.
El ángel del Señor, al que algunos intérpretes identifican con Cristo
mismo, se presenta ante Agar para notificarle varias cosas que ésta deberá
tener en consideración de aquí en adelante. En primer lugar, le pregunta sobre
su lugar de salida y por su destino. ¿Sabría este ángel toda esta información?
Por supuesto que sí. Simplemente es una pregunta retórica que pretende conocer
la verdad desde el corazón del interpelado. Agar le declara la razón de su
viaje hacia Egipto. El ángel entonces la conmina a deshacer su camino y a
volver a someterse bajo la autoridad de Sarai: “Y
le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano.”
(v. 9) Seguramente esta orden sería como un puñal en el pecho de Agar.
¿Regresar al origen de su dolor y de su desdicha? ¿Retornar cabizbaja y
humillada para ponerse de nuevo al servicio de su torturadora? No cabe duda de
que la prueba que el ángel estaba poniendo ante ella, iba a requerir de mucha
paciencia, de cantidades ingentes de humildad y de una fe inquebrantable. Sabía
a lo que se iba a enfrentar en cuanto llegase a las tiendas de Abram. ¿Acaso el
ángel del Señor no tenía misericordia de ella?
En segundo lugar, el ángel tranquiliza
el corazón acelerado y agobiado de Agar con una promesa mayúscula si nuevamente
se vuelve a someter a Sarai: “Le dijo también el
ángel de Jehová: Multiplicaré tanto tu descendencia, que no podrá ser contada a
causa de la multitud. Además le dijo el ángel de Jehová: He aquí que
has concebido, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Ismael, porque
Jehová ha oído tu aflicción. Y él será hombre fiero;
su mano será contra todos, y la mano de todos contra él, y delante de todos sus
hermanos habitará.” (vv. 10-12) El Señor, en consideración al estado
alterado del alma de Agar, ofrece una promesa preñada de bendiciones para el
vástago que está pronto a ver la luz. Del mismo modo que Dios hizo con Abram,
promete a Agar que su descendencia será vasta y amplia, que forjará un pueblo
numeroso caracterizado por ser indomable, inconformista y valiente. No en vano,
la progenie de Ismael puede ser contada entre los beduinos del desierto, tribus
ancestrales que recorren la extensión de las zonas despobladas y cuyo estilo de
vida es nómada. Fieros en la batalla, hospitalarios con aquellos que vienen a
sus tiendas en son de paz, y con un código del honor muy marcado. Además, el
ángel hace ver a Agar que el Señor no la ha abandonado, sino que conoce de su
pesar y de sus tribulaciones, y que por esta razón le otorga a su descendencia
todo tipo de bendiciones y beneficios. En el propio nombre de su futuro retoño,
Ismael, Dios provee de un recordatorio vivo de que escucha al afligido.
Observemos aquí que Dios no solamente favorece a sus escogidos, sino a todos
aquellos que viven situaciones y circunstancias adversas a causa de la injusticia.
Con esta garantía del cuidado de Dios, Agar decide obedecer la voz del
mensajero celestial: “Entonces llamó el nombre de
Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto
también aquí al que me ve? Por lo cual llamó al
pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve. He aquí está entre Cades y Bered.” (vv.
13-14) Agar es la primera mujer que da nombre a Dios, intuyendo la grandeza
de su omnisciencia y a la magnificencia de su intervención en apreturas y
crisis. Dios es el Dios que nos ve, que nos observa en todo lo que hacemos, que
contempla el sentido de nuestras decisiones. Pero no es un Dios distante, que
nos echa un vistazo de vez en cuando para ver cómo nos va la vida, que
solamente mira aquello que le gusta de nosotros. Dios nos ve y actúa de acuerdo
a lo que percibe en nosotros. De ahí que siempre nos saque de lodazales y de
arenas movedizas, que nunca deje de echarnos un cable justamente cuando más lo
necesitamos. Nos ve y toma la iniciativa de arreglar nuestros desaguisados, de
recomponer lo que hemos destruido en nuestra imprudencia y de redireccionar
nuestras rutas hacia prados verdes y jugosos. Como conmemoración de su
encuentro con un siervo del Señor, Agar da nombre a la fuente en la que se
encuentra, entre Cades y Bered, localizaciones limítrofes de Egipto. El
espíritu de Agar ha sido reconfortado, su ánimo reavivado y su determinación
por regresar por donde vino con la ayuda y la promesa de Dios. Reemprende su
viaje dejando atrás su patria esperando que las cosas mejoren de aquí en
adelante.
4. ¿FINAL FELIZ DEL ATAJO?
Nada se nos cuenta sobre el recibimiento y la bienvenida de Agar a manos
de Abram y Sarai. Tal vez los ánimos se aplacasen, que las dos mujeres
convinieran una tregua momentánea, y que las cosas se tranquilizasen. El caso
es que Agar por fin da a luz a Ismael, el primogénito de Abram: “Y Agar dio a luz un hijo a Abram, y llamó Abram el
nombre del hijo que le dio Agar, Ismael. Era Abram de edad de ochenta y seis
años, cuando Agar dio a luz a Ismael.” (vv. 15-16) Fijémonos que la
revelación del nombre del recién nacido fue dada a Agar, y que este nombre de
Ismael es confirmado una vez nace. No tenemos evidencia de que Dios hubiese
transmitido a Abram que debía llamarse así, pero lo que prevalece es el significado
perfectamente reconocible para Agar de que Dios había escuchado su desdicha y
que le regalaba la vida hermosa e incipiente de un gran hombre. El autor de
Génesis añade a este episodio inicialmente feliz que la edad de Abram era
bastante elevada: 86 años. Aún así, el gozo y la satisfacción que sentiría al
tomar a su hijo en sus brazos serían desbordantes.
CONCLUSIÓN
Ciertamente pretender que Dios se acomode o conforme a nuestros planes,
por muy buenas intenciones que éstos tengan, es una actitud fatal y que
conllevará consecuencias funestas. La situación que se crea entre Sarai y Agar
todavía tiene pinta de empeorar al querer enmendarle la plana a Dios. La
desesperación puede llegar a incubar en nosotros la mentalidad de acelerar
procesos que están en las manos de Dios, la idea de que nosotros debemos ayudar
a Dios a cumplir con sus promesas. El Señor hará soberanamente lo que crea que
es más conveniente en cada circunstancia, y no necesita de nosotros para que
los designios divinos se concreten. Si Él tiene intención de contar con nuestra
colaboración para que sus planes se realicen, ya nos lo dirá. Tomar decisiones
por nuestra cuenta, incluso pensando en un bien final aparentemente loable, sin
solicitar su beneplácito, supondrá en la mayoría de los casos un ciclo de
catastróficas desdichas que solamente su gracia y su misericordia podrán
abordar para su resolución óptima.
Cuando intentamos tomar atajos para que lo que creemos que es la
voluntad de Dios se apresure, estamos poniendo nuestra confianza en nuestros
recursos e inteligencia, y estamos obviando la fe que debemos depositar en
Dios, aquel que es poderoso para hacer que lo imposible sea posible, y que lo
improbable sea un hecho. No seamos ni como Sara ni como Abram, los cuales volvieron
a desconfiar de las promesas divinas. Tengamos paciencia y esperanza, además de
fe, para recibir de Dios el cumplimiento
de sus promesas. Recordemos que Abram, con toda la fe que siempre se le ha
supuesto en Dios, cayó en el error de poner su mirada en un plan terrenal, en
lugar del plan celestial. Por ello, y como dijo el apóstol Pablo en una
ocasión: “Así que, el que piensa estar firme,
mire que no caiga.” (1 Corintios 10:12)
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