PREPÁRATE PARA EL JUICIO




SERIE DE SERMONES SOBRE ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”

TEXTO BÍBLICO: ECLESIASTÉS 12:9-14

INTRODUCCIÓN

       En más de una ocasión habrás escuchado el refrán siguiente: “Más vale prevenir que curar”, o “más vale prevenir que lamentar después.” La prevención es fundamental para entender cómo la humanidad ha ido sobreviviendo con el paso de las edades. A menudo la prevención ha sido fruto de desastres anteriores, los cuales han logrado en la mente humana la capacidad de prever futuros acontecimientos, si no iguales, al menos de parecida intensidad. Esta es la manera más dura y dolorosa de aprender de los errores o de las adversidades, y aún suele ser la forma en la que las sociedades siguen entendiendo la necesidad de ser precavidos y prevenir próximos desenlaces catastróficos. Las amenazas, cualquiera sea el grado de destrucción que avancen, o cualquiera sea su procedencia, están a la orden del día, y después de siglos de aprendizaje, de crear e idear estrategias para evitar determinadas tragedias, todavía siguen ocurriendo desastres que se cobran su precio en la moneda del sufrimiento y la pérdida.

      Prevenir es, desde cualquier punto de vista, la mejor manera de eludir el padecimiento futuro. De ahí que en los puestos de trabajo se ponga tanto énfasis en las medidas de prevención y protección individuales, de que en términos médicos las vacunas sean un muro de contención para epidemias y enfermedades contagiosas, de que podamos estar a salvo de mil y un peligros naturales, y de que existan fondos de garantía financiera que puedan asistir a los más necesitados. Prevenir adquiere, para toda persona con dos dedos de frente, un carácter propio de necesidad básica. Si no se previene o no se prevé lo que el porvenir pueda traernos, con toda seguridad seremos pasto de la miseria y de la desgracia. Prevenimos en muchos aspectos de nuestra vida, y en otros somos negligentes, esperando que el mañana solo nos aporte cosas mejores, o pensando que, si el cataclismo o la crisis no ha hecho acto de aparición en los últimos años, ¿por qué habría de presentarse a corto plazo? Y así, nos confiamos al azaroso futuro, y cuando menos lo esperamos recibimos el mazazo que pone patas arriba toda nuestra vida.

A.     PREPARA TU MENTE PARA EL JUICIO

     La prevención es amiga de la sabiduría y de la verdad. O al menos es lo que Salomón intenta decirnos con sus últimas palabras consignadas en Eclesiastés. La niebla de la vida ha cubierto y afectado a todos los consejos y experiencias de los capítulos anteriores de este libro sapiencial, y al fin, su escritor decide advertirnos de que hemos de prevenir lo que está todavía por acontecer, y tomar las medidas necesarias para encarar una misteriosa e inasible realidad futura con sensatez y prudencia. Por eso, antes de terminar su fantástica e inspiradora obra, nos insta a todos nosotros a prepararnos mentalmente antes de que el fin de todas las cosas nos sobrevenga: “Y cuanto más sabio fue el Predicador, tanto más enseñó sabiduría al pueblo; e hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios. Procuró el Predicador hallar palabras agradables, y escribir rectamente palabras de verdad.” (vv. 9-10)

       Salomón, hablando de sí mismo trata también de hablar acerca de nuestra tarea como hijos de Dios en la tierra. Él fue tal vez el hombre más sabio y entendido de toda la historia, algo que demostró durante los años más lúcidos de su reinado sobre Israel. Pero nunca se guardó para sí todo cuanto pudo aprender e investigar. Sus descubrimientos siempre fueron puestos al servicio de la educación popular, y su intención fue invariablemente la de enseñar a su pueblo toda la verdad de las cosas. No se convirtió en un erudito encerrado entre legajos y libros polvorientos, acumulando egoístamente conocimientos para satisfacer su sed y anhelo de información. Cuanta más sabiduría adquiría, mayor era su deseo de compartir con sus contemporáneos y con aquellos que a lo largo de la historia leyesen sus obras, todas aquellas conclusiones que alimentasen la mente de la humanidad. Su empeño se trasladó a comunicar audiblemente todas aquellas revelaciones que la creación le brindó y no cejó de transmitir a todos cuantos quisieran escucharle las maravillas de Dios. Pero no solamente se dedicó a ser un inteligente maestro, sino que implicó a cuantos ansiaban conocer las profundidades de las cosas visibles e invisibles, en la investigación y la búsqueda activa de soluciones y respuestas a las preguntas y enigmas existenciales. 

      Su interés por preparar la mente de sus conciudadanos fue tan apasionado que acomodó los conceptos más difíciles y complejos a un lenguaje comprensible y asequible. Nadie podría aducir la excusa de que los conocimientos fuesen únicamente para los sabios academicistas o para los sesudos eruditos. La verdad adquiere en la voz y en la letra de los escritos de Salomón una dimensión inteligible y cristalina, con el fin de que estas verdades, las cuales emanaban directamente del corazón y la mente de Dios, pudiesen ser acogidas de forma fácil y agradable por cualquier cerebro y conciencia, sin importar el nivel de inteligencia del que recibía estas verdades inmutables y eternas. La coherencia, la rectitud y la fidelidad con que Salomón plasmaba todo aquello que Dios, en su inmensa omnisciencia y gracia, le ofrecía para satisfacer el hambre de conocimientos y creatividad con que había diseñado al ser humano. Por eso, al leer y meditar en todas las palabras verdaderas de Eclesiastés, Proverbios y Cantar de los Cantares, sentimos, todos aquellos que buscamos la verdad, hallamos inevitablemente la iluminación mental que alumbra nuestro camino mientras peregrinamos hacia nuestra patria celestial junto al Señor.

B.      PREPARA TU ACTITUD PARA EL JUICIO

       No solamente es preciso prepararse mental e intelectualmente en previsión de lo que nos aguarda en esta vida y en la venidera, sino que nuestra actitud debe ser capaz de asimilar la verdad que se nos comunica por medio de la Palabra de Dios y de las experiencias personales de Salomón y de otros muchos genios de la historia de la humanidad a los cuales Dios encaminó y encauzó para enseñarnos e instruirnos: “Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones, dadas por un Pastor. Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne.” (vv. 11-12) La verdad es a menudo dolorosa y cruda. Y como sabemos que es así, en muchas ocasiones hemos preferido obviarla o menospreciarla. A nadie le gusta ser reconvenido con palabras de verdad. No es plato de buen gusto para una inmensa mayoría de personas tener que ser amonestado rotunda y claramente por la verdad de quiénes somos, de qué hacemos y de qué forma nos conducimos por la vida. Hoy más que nunca, la persona individualista, relativista y líquida, suele espetar con una mezcla de indignación y desdén a todos cuantos quieren aleccionarle sobre algo desde el cariño, un “métete en tus asuntos” o un “no metas tus narices donde nadie te ha llamado.” La verdad causa este efecto, sobre todo en personas con una actitud poco propensa a reconocer su pecado, sus equivocaciones o sus fallos. Y si erradicamos la verdad de la ecuación de una vida tendente al fracaso y a la ruina, ¿cuál será el futuro que espera a esta persona? Si no existe alguien que señale, con entrañable amor y diplomacia, que está errado en sus conductas, planteamientos vitales y palabras de odio, ¿cómo podrá conocer a quién puede salvarle de la ira venidera?

      Salomón reconocía que las palabras de los sabios, de los maestros comunitarios y de los pastores eran punzantes, afilados y penetrantes, porque la verdad es así, con la particularidad y propósito de provocar una respuesta activa y concreta en el ser humano. Las palabras de verdad escritas en la Palabra de Dios y dichas por los profetas y siervos del Señor son espinas puntiagudas que dejan marcado el corazón con su huella sangrienta, y que dejan una cicatriz que siempre nos recuerda que la verdad, a pesar de no querer saber nada de ella, hizo mella en nosotros. Son clavos hincados en nuestra mente y alma, de los que es realmente complicado echar en el olvido. Su herida nos enseña a recapacitar y meditar en lo que quieren lograr en nuestras vidas. Son enseñanzas y lecciones que tarde o temprano volverán a surgir de nuestro corazón para volver a cuestionar si nuestras existencias transitan por la senda correcta del temor de Dios, o si están abocadas a la perdición y el tormento eterno en el infierno. Es cierto que no forma parte de nuestro ADN obcecado, reconsiderar nuestros actos, palabras y pensamientos tras unas palabras de amonestación, pero en ella, sin duda, se encuentra la auténtica sabiduría, nos duela lo que nos duela, porque como algunas medicinas y remedios, tras el dolor viene la mejoría y la sanidad.

      Las siguientes consideraciones de Salomón no van dirigidas a hacer desistir a sus oyentes y lectores de su actividad editora, de su productividad literaria o académica, o de su inquisitiva labor investigativa. Lo único que quiere reseñar el Predicador es que por muchos libros que se escriban, por muchos tratados filosóficos y religiosos que se elaboren, por muchas horas que se entreguen a la febril y apasionada misión de conocer y saber todas las cosas, lo cierto es que todo se resume en algo que hace que el resto de conocimientos y datos sean simplemente ramificaciones o anexos a lo que es genuinamente importante para el ser humano: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.” (v. 13) El deber del ser humano es el de conocer primeramente a Dios, el de aceptar y obedecer la verdad que de Él emana por medio de su revelación escrita y encarnada en Cristo, y el de supeditar todo lo que se pueda saber y estudiar a disfrutar de la gloria de su presencia en nuestras vidas. Nuestra actitud ante todo lo que existe debajo del sol debe ser disciplinada y sometida al ejercicio más sublime y hermoso que el ser humano pueda imaginar: vivir de acuerdo a los designios soberanos de Dios.

C.      PREPARA TU ALMA PARA EL JUICIO

      Por último, como corolario final, Salomón nos previene de la necesidad imperiosa y urgente de preparar nuestra alma para el juicio final, al cual todo ser humano asistirá para ser juzgado por Dios según su respuesta al evangelio de Cristo, sus acciones, sus omisiones, y sus palabras: “Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.” (v. 14) Todo cuanto hagamos en esta vida, toda expresión verbal que brote de nuestros labios, todo cuanto dejemos de hacer en favor de la justicia, del auxilio al menesteroso, y de la extensión del evangelio de salvación de Jesucristo, todo cuanto solamente sepamos nosotros que hicimos o dejamos de hacer, y todo cuanto pensamos en contra o a favor de determinadas personas, será expuesto a la luz del escrutinio divino. No podremos ocultar absolutamente nada delante de Dios. No tendremos la posibilidad, tal como se suele hacer en la justicia terrenal ordinaria, de apelar a otros tribunales, o de elaborar apelaciones o recursos contra la sentencia de Dios. No tendremos ocasión de exhibir nuestras medallas y condecoraciones, nuestros diplomas y nuestras supuestas buenas obras, con el fin de contentar al tribunal celestial. Ya no habrá tiempo de prepararnos para nada, puesto que la preparación solamente es posible mientras vivamos sobre la faz de esta tierra.

       La previsión adecuada para presentarnos delante del Juez justo de la eternidad y la historia es vivir según el temor de Dios, según el modelo sacrificial y redentor de Cristo, y según la sumisión absoluta a la obra santificadora del Espíritu Santo. De nada servirá saberlo todo, si no somos capaces de hacer que la verdad de Dios sea el centro de nuestra dinámica vital. Si en el presente no somos capaces de ser previsores, de velar en oración y testimonio fiel, de instar a tiempo y fuera de tiempo a que nuestro prójimo entregue su vida a Cristo, entonces seremos como las vírgenes de la parábola de Jesús, las cuales solamente llevaron el aceite justo para encender sus lámparas, y las cuales vieron cómo se las trataba de desconocidas cuando en medio de la noche llegaba el novio, y sus lámparas estaban apagadas. La verdad de Dios en Cristo salvará o condenará a cada individuo que comparezca delante del estrado de nuestro Señor. Si la aceptas y la vives en Cristo, el cielo se abrirá ante tus ojos y pasarás toda la eternidad gozando y celebrando la gracia, el amor y la misericordia del Señor. Si, por el contrario, optas por negar la verdad y rebelarte flagrantemente contra Cristo y sus buenas noticias de perdón y salvación, no te espera más que el infierno más terrible y oscuro, en el que llorarás y tus dientes crujirán perpetuamente, sin alternativa a disfrutar de la compañía y comunión con la Trinidad.

CONCLUSIÓN

      La vida es niebla, es vanidad. Todo es pasajero en esta dimensión terrenal. Salomón nos ha enseñado esto una y otra vez. Conociendo esta realidad indubitable, ¿estás preparado para la eternidad? ¿Serás lo suficientemente cauto y precavido como para obedecer a Dios y asimilar la verdad de quién eres en Cristo? ¿O decidirás hoy cerrar tu mente y tu corazón a la verdad del evangelio de perdón y gracia que Dios te ofrece por medio de la muerte y resurrección de Jesucristo en la cruz? No pienses ni por asomo que Dios tarda en cumplir con la promesa de su llegada, y que tendrás tiempo para reconsiderar la verdad del Señor, y que ya encontrarás un hueco en tu apretada agenda para entregar tu vida a Cristo. Hoy puede ser el día de tu salvación. No pospongas tu decisión por más tiempo. Porque si Cristo viene de nuevo a por su iglesia, o mueres impredecible y repentinamente, y no estás preparado para el juicio, ya no habrá vuelta atrás para ti.

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