VIVIR POR FE
SERIE DE
SERMONES SOBRE ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”
TEXTO
BÍBLICO: ECLESIASTÉS 11:1-6
INTRODUCCIÓN
Vivir por fe no
es nada fácil. Confiar en alguien o en Dios no es una tarea precisamente
sencilla. Si ya lo es depositar nuestra confianza en alguien de carne y hueso,
al que podemos ver y percibir con nuestros sentidos, y en más de una ocasión
esa confianza se ha visto truncada por la deslealtad o la mentira, colocar
nuestra mirada de fe en un Dios invisible al que no podemos tocar o escuchar de
viva voz, para muchos supone un ejercicio prácticamente imposible. Normalmente,
la gente precisa de algo o alguien palpable y concreto a la hora de creer. De
ahí que, desde los albores de la historia, el ser humano haya querido
construirse diosecillos y amuletos con los que sentirse seguros y protegidos,
aún a sabiendas que existía un Dios real, vivo y auténtico. Tener fe no es una
cuestión propia de los cristianos. Todos los seres humanos creen en algo o en
alguien, todos ponen en las manos de muchas otras personas su futuro y la
totalidad de sus vidas, todos, cuando las cosas vienen mal dadas, parecen darse
cuenta de que alguien mayor que ellos tiene el poder de sacarlos del atolladero
en el que se encuentran. León Tolstoi, famoso escritor ruso, no dejó escapar la
oportunidad de decir lo siguiente en alusión a esto: “No se vive sin la fe. La fe es el conocimiento del significado de la
vida humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en
algo.” No es descabellado, por tanto, pensar que cuando viajamos en un
avión o en un transporte público hagamos uso de un cierto tipo de fe, o cuando se
nos enseña en las instancias educativas que algo sucedió hace muchos años, o
que un lugar existe en alguna parte del planeta que nunca hemos visitado o
visto.
La fe es parte de
la esencia humana, y es algo que nos diferencia de los animales, los cuales no
ejercitan la fe, sino que atienden más bien a sus instintos y a su sentido de
la supervivencia. Y esa fe que muchos desprecian es el don que Dios otorgó a
todo ser humano para que pudiese desarrollarla de acuerdo a una serie de normas
espirituales cuyo objetivo final es el de verla cumplida totalmente en la
persona de Cristo, el autor y consumador de esa fe verdadera. Caminar por este
mundo con confianza y con una fe en Dios que mueva montañas no es algo que la
mayoría de personas de este planeta tengan en su agenda diaria. Solo confían en
sí mismos, se fían de aquello que es materialmente aprehensible, y dudan
sistemáticamente de todo aquello que se escape a su supuesta racionalidad
empírica y científica. Esto les lleva a la frustración, por supuesto, ya que,
de lo que podemos estar seguros, es de que nosotros mismos podemos llegar a
engañarnos, que lo materialmente sensible no es todo lo que vale la pena en
esta vida, y que existen dimensiones ocultas a nuestros microscopios y
telescopios que traspasan los límites de lo racional o lo considerado normal.
1.
FE EN EL
QUID PRO QUO DEL PRÓJIMO
Salomón no se
anda por las ramas cuando, en este pasaje que hoy nos ocupa, aboga por vivir
por fe, y no solo a la luz de las evidencias materiales que nuestros ojos y
manos pueden percibir. Lo primero que afirma el sabio rey es lo siguiente: “Echa tu pan sobre las aguas; porque
después de muchos días lo hallarás.” (v. 1) ¿Qué lógica respalda este
planteamiento? Porque yo recuerdo muy bien, en mis tiempos de infancia y
juventud, que iba a un estanque ubicado al lado de la playa de Nules, y al
echar trozos de pan al agua, bien los peces, o bien los patos, lo devoraban sin
dejar rastro. Con esta experiencia en mente, ¿no parece que Salomón se
equivocara al escribir este versículo? Sabemos que la Palabra de Dios no
solamente se lee en clave literalista, sino que la metáfora y los sentidos
figurados son otra clase de lectura que nos sacan, como en este caso, de una
posible mala interpretación del texto. La traducción simbólica viene a decir
que si envías tu grano por mar, éste volverá a ti en forma de dinero u otros
bienes preciosos.
Algunos
solamente ven el aspecto mercantil de esta porción bíblica, pero yo me inclino
más en pensar que cuando echamos una mano a alguien en una necesidad vital y
básica, recibiremos en algún momento de la vida la ayuda oportuna de aquellos a
los que hicimos el bien. Salomón está diciendo que el creyente, el temeroso de
Dios, y el sabio, pondrán su fe en la gratitud del menesteroso al que se ayudó
en una circunstancia particular de la vida. Aunque esto no sea garantía, sin
embargo, Jesús nos dejó su consejo más hermoso al respecto cuando dijo que era
mejor dar, que recibir. No socorremos para esperar un favor a cambio, pero
sabemos que casi sin recordarlo, un buen día hemos tenido necesidad de algo
urgente, y el Señor ha puesto en el corazón del que atendimos en sus horas más
oscuras, el auxiliarnos en nuestra crisis puntual.
2.
FE EN LA
SOLIDARIDAD HUMANA
No solamente hemos
de confiar en que Dios ponga ese sentimiento solidario en aquellas personas a
las que echamos un cable en tiempos convulsos y críticos, sino que Salomón nos
anima a reflexionar sobre ello del siguiente modo: “Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre
la tierra.” (v. 2) Ya vimos en un sermón anterior que la vida es
impredecible, y que hoy estamos en la cumbre del mundo, y mañana estamos
hundiéndonos en las arenas movedizas de problemas casi irresolubles. Pues para
que podamos prevenir futuras desgracias, y tener un asidero al que aferrarnos
cuando las cosas se tuercen a más no poder, lo mejor es ser generosos con
cuanta más gente mejor. Salomón habla de repartir a siete, el número perfecto
que nos habla de ser moderadamente desprendidos con los demás, pero aún añade
uno más, un octavo, para que entendamos que no se trata de cubrir cuotas de
misericordia, sino que la gracia y la ayuda deben dispensarse al mayor número
de personas posible. Siempre habrá mayor cantidad de probabilidades de que
alguien nos saque las castañas del fuego cuando las cosas nos vayan de pena.
Las desgracias se suceden cuando menos uno se lo espera, pero con la fe puesta
en que Dios va a hacer surgir un espíritu generoso y solidario en aquellas
personas a las que socorrimos, podemos vivir más tranquilos aunque en el
horizonte despunte la calamidad.
3.
FE EN LAS
INMUTABLES LEYES UNIVERSALES QUE DIOS DISEÑÓ
La fe también es
relevante en términos científicos y de leyes naturales. ¿Por qué las cosas son
de una manera y no de otra? ¿Por qué la naturaleza se rige por una serie de
normas no escritas que la hacen más previsible y manejable? Salomón tiene la
respuesta: “Si las nubes fueren llenas
de agua, sobre la tierra la derramarán; y si el árbol cayere al sur, o al norte,
en el lugar que el árbol cayere, allí quedará.” (v. 3) Lo lógico y normal
es que cuando las barrigudas y cenicientas nubes están a rebosar de agua, éstas
viertan su contenido sobre la faz de la tierra. Lo contrario sería impensable.
Lo mismo sucede con el árbol desgajado que cae. Existe un conjunto de leyes
naturales o de principios elementales que gobiernan el funcionamiento y el
comportamiento de la creación. Estas leyes son inamovibles humanamente
hablando, y nada puede hacer el ser humano para romperlas, modificarlas o
erradicarlas. A la vista salta todo el estrago que los nubarrones preñados de
agua han causado en estos días en muchos puntos de nuestra región.
Estos principios
son parte del diseño de Dios de nuestro entorno natural, y haríamos bien en
confiar en que éstos nunca serán modificados, a menos que Dios mismo, en su
poder y voluntad soberana, quiera cambiarlos. Sabemos que las leyes naturales
que Dios estableció en su prodigiosa sabiduría están ahí para preservar a su
creación y para colaborar en que este mundo sea un lugar habitable para todas
las criaturas que lo habitan. Nadie se levanta por la mañana, sudando a mares y
temblando, mientras grita que el cielo se va a caer sobre nosotros, tal y cómo
hacían los galos de la aldea de Astérix y Obélix. En su gracia y misericordia,
Dios determinó las reglas por las que se iba a regir este planeta y todo el
universo, y nada fuera de Él mismo, podrá modificar esta realidad.
4.
FE EN LA
PROVISIÓN DE DIOS
Los seres humanos
que no confían en Dios como fuente de la provisión de alimento y vida son como
esas personas de las que habla Salomón a continuación: “El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no
segará.” (v. 4) Hay personas bastante cenizas y pesimistas que, en vez de
confiar en que Dios les dará todo aquello que puedan necesitar para su
subsistencia, se entregan a lo que se conoce como “la parálisis del análisis.” Son individuos que prestan más
atención a las señales del cielo que a sus deberes cotidianos. Son como esas
personas que no dan un paso en la vida hasta que el horóscopo no les confirma
que será su día de suerte, y que todo irá bien. Se chupan el dedo una y otra
vez, valorando continuamente de dónde sopla el viento, y la azada y las
semillas se pudren a sus pies, porque nunca encuentran las condiciones
oportunas que les asegure una buena cosecha después de sembrar. Se quedan
mirando al cielo, por si llueve, por si aparece una nubecilla con mala pinta, por
si el sol quema demasiado o no calienta lo suficiente, y el fruto queda por
recoger, mientras se pudre y se echa a perder.
A veces nos
ocurre esto. Somos como Pedro caminando por las aguas, que en vez de posar sus
ojos en Cristo como el origen del poder y la autoridad, colocan su mirada en
los elementos que furiosamente le golpean. Y así, nos hundimos y no sacamos
nada en claro. Solo fracasos y maldiciones. Necesitamos creer en Dios como
nuestro proveedor supremo. Sembremos y seguemos sin estar tan pendientes del
tiempo. Trabajemos y logremos el beneficio de nuestro trabajo sin mostrarnos
temerosos de lo que pueda pasar, porque si Dios cuidó a criaturas como los
lirios del campo, como la hierba que hoy es, y mañana deja de ser, y como las
aves que ni siembran ni cosechan, ¿cómo no nos dará nuestro Padre celestial
todo cuanto sea necesario para nuestra supervivencia cotidiana?
5.
FE EN LA
PROVIDENCIA DIVINA
Por mucho que el
ser humano se afane en querer desentrañar los enigmas de la vida y de la naturaleza,
la verdad es que nunca llegaremos a conocer los entresijos misteriosos de la
obra de Dios. De ahí que es mejor tener fe en la providencia divina y en sus
designios eternos: “Como tú no sabes
cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la
mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas.” (v.
5) En la actualidad, en realidad ya sabemos bastante acerca de estos dos
temas propuestos por Salomón como conocimientos prácticamente inalcanzables.
Para los sabios de su época, estos dos asuntos eran una auténtica incógnita.
Para nosotros hoy día, ya no lo son tanto. No obstante, ¿cuántos interrogantes
no quedan por resolver en términos científicos, y cuántas preguntas no dejan de
suscitarse tras despejar las incógnitas despejadas? Seguimos siendo ignorantes
de cómo Dios ideó todo, del por qué y del para qué todo aquello que nos asombra
y maravilla fue diseñado intencionalmente del modo en el que lo percibimos con
nuestros sentidos y nuestro espíritu. Podemos vivir por fe confiando plenamente
en el buen hacer de un Dios que todo lo creó perfecto y listo para ser
disfrutado desde el temor a su nombre y la obediencia a su mandato cultural.
6.
FE EN EL
CRECIMIENTO OPORTUNO QUE SOLO DIOS SABE DAR A NUESTRO ESFUERZO
Por último,
podemos vivir por fe sabiendo que Dios da el crecimiento en su momento justo e
idóneo: “Por la mañana siembra tu
semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo
mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno.” (v. 6)
Salomón nos aconseja que si hemos de hacer algo, que no lo pospongamos ni lo
dilatemos en el tiempo. Temprano hay que ponerse manos a la obra para seguir
perseverando en ella hasta el anochecer. No hay que encerrarse obstinadamente
en hacer las cosas en uno u otro momento excluyendo el esfuerzo de toda una
jornada de labor y actividad productiva. Los tiempos se nos escapan a nuestro
discernimiento, y solo Dios maneja los hilos de la historia para que todo case
dentro de sus propósitos. Podemos devanarnos los sesos buscando el instante
apropiado, pero perderíamos el tiempo en teorías e hipótesis. Es mejor
arremangarse bien y poner toda la carne en el asador para recibir a su debido
plazo los frutos y resultados de la siembra temprana. Dios es el que tiene
noticia de las sazones y los tiempos, y nuestro lugar es el de confiar en que
su voluntad se concrete en el devenir de nuestras existencias.
CONCLUSIÓN
No hay nada mejor
que descansar en Dios. Si no confiamos ni depositamos nuestra fe en Él,
nuestras vidas serán vidas repletas de incertidumbres, de temores y de zozobras
interminables. Si desplazamos a Dios del centro de nuestras vidas, y colocamos
nuestra confianza en lo puramente material, en nuestros imperfectos congéneres o
en ídolos de pacotilla, nuestra vida será una frustración y una decepción
continuas. Vive por fe, y podrás comprobar que confiando en la bondad que Dios
pone en los corazones de aquellos a los que ayudamos, que fiarlo todo a las
leyes universales que Dios diseñó ex profeso para nuestra bendición, y que
creyendo en la provisión y en la providencia divina, todo te saldrá bien y
prosperarás en la tierra de los vivientes. Porque como dijo Thomas Carlyle,
pensador e historiador inglés, “aquel
que tiene fe no está nunca solo.”
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