CREYENTES CUALIFICADOS
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 3:14-16
INTRODUCCIÓN
Del mismo modo
en que vimos cómo tanto los pastores como los diáconos deben reunir una serie
de cualificaciones muy particulares para desempeñar su labor en el seno de la
comunidad de fe, cada creyente, con sus dones y talentos, también debe
perseguir, con constancia y sentido del deber para con Dios, ser un miembro
cualificado de la iglesia de Cristo. Es lamentable reconocer que en muchas
congregaciones de distintas denominaciones evangélicas y protestantes no existe
una cultura de la excelencia que indique que el creyente debe madurar
espiritualmente y crecer doctrinalmente. Muchos miembros lo son nominalmente, a
semejanza de socios de clubes que van y vienen a su antojo sin comprometerse
demasiado, a imagen de espectadores que se sientan solamente para disfrutar de
un tiempo de entretenimiento y luego marchan a sus hogares para seguir con su
vida mediocre hasta el próximo encuentro eclesial. También es triste tener que
constatar la ignorancia tan grande y supina que existe en cuanto al
conocimiento de la Palabra de Dios, de las doctrinas fundamentales, del sentido
de la fe y el evangelio, y de los deberes y derechos que cada miembro posee en
el marco de la iglesia.
No es labor fácil
construir un entramado pedagógico y devocional eclesial que desarrolle una
membresía que busca ser excelente en su fe y en su práctica comunitaria, y eso
que en la actualidad disponemos de extensos y específicos programas de
aprendizaje de doctrina y de la Biblia. Sin embargo, muchos creyentes optan por
asumir las enseñanzas del predicador o maestro de turno sin examinar sus
afirmaciones y argumentos, dando por sentado que éstos saben lo que se hacen y
que son personas de fiar. ¿En cuántas ocasiones iglesias enteras se han
dividido a causa de personajes maliciosos que han ido infiltrando determinadas
ideas bajo un barniz teológico y aparentemente bíblico? ¿Cuántas congregaciones
han tenido que batallar a brazo partido con corrientes de pensamiento que
proceden de otras latitudes y que atentan flagrantemente contra la ortodoxia
doctrinal que la Palabra de Dios expone? Es más sencillo que una falsa doctrina
penetre en la mente y el corazón de una persona, puesto que ésta apela a los
sentimientos y las emociones, a la demagogia y a la autoestima, que una lección
fundamentada en la revelación bíblica. La primera es atractiva y rimbombante, y
la otra es seria y desnuda nuestra naturaleza pecaminosa, por lo cual resulta
mucho más sugerente rendirse a las modas y tendencias erróneas que asimilar la
verdad del evangelio de Cristo.
1.
DESEO
PAULINO DE VISITAR A TIMOTEO
Pablo recupera,
en estos versículos en los que nos detenemos ahora, el motivo que le impulsa a
escribir a Timoteo desde Macedonia. Las advertencias contra los falsos
maestros, la gestión de la adoración comunitaria y los requisitos para pastores
y diáconos, son temas básicos que deben tener su concreción en la iglesia
efesia: “Esto te escribo, aunque tengo
la esperanza de ir pronto a verte.” (v. 14) Aunque Pablo tenía en mente
poder visitar a Timoteo con el fin de respaldar su ministerio pastoral en la
comunidad de fe en Éfeso, cree que los problemas por los que atraviesa esta
congregación son de tal urgencia y calado que debe plasmar por escrito la
voluntad de Dios y su estilo de gobierno eclesial. No sabemos si al final pudo
realizar esta visita a su querido hijo espiritual, pero por si las moscas,
siempre iba a existir un documento firmado de su puño y letra para ser leído y
comunicado a los creyentes efesios que apoyase la vocación y llamamiento de
Timoteo.
2. LA VIDA
EN COMUNIDAD DEL CREYENTE CUALIFICADO
En previsión de
que su labor en Macedonia alargase su presencia en esa región, Pablo desea que
Timoteo, y por extensión toda la membresía de la iglesia en Éfeso, sepa de qué
manera debe administrar la iglesia: “Para
que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia
del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.” (v. 15) Aun cuando
tenemos la certeza de que Timoteo había recibido de Pablo una formación
escrupulosa y minuciosa acerca de lo que suponía pastorear una iglesia tan
complicada como era la efesia, el apóstol de los gentiles estima necesario
componer una especie de manual en el que no debía faltar una detallada
descripción de cada ámbito eclesial y ministerial. Además, podemos imaginarnos
a Timoteo, rodeado de críticas a su trabajo pastoral, atemorizado por la fuerza
e influencia de sus detractores, y casi paralizado ante la resistencia interna
de un grupúsculo de lobos con piel de cordero, leyendo esta misiva que Pablo le
envía desde el corazón y desde la autoridad apostólica que éste detenta.
Seguramente sería un gran alivio y una dosis enorme de ánimo para su alma
desgastada, acobardada y llena de dudas y vacilaciones.
Timoteo tiene como
meta y llamamiento conducirse en la iglesia de Cristo desde las directrices
paulinas, las cuales a su vez provienen directamente de Cristo, la cabeza de la
iglesia. El verbo “conducirse” (gr.
anastepho) implica, per se, caminar o comportarse en la vida cristiana
individual y comunitaria exhibiendo un patrón consistente de vida. Si a este
verbo se le añade el verbo “saber” (gr.
oida), logramos entender que la persona que sabe conducirse posee el
conocimiento o la capacidad necesaria para cumplir con la meta deseada de ser
como Cristo. No es simplemente asistir a las reuniones, o entregar los diezmos
y ofrendas, o participar de la alabanza. Supone vivir como hijo de Dios
perteneciente a la familia espiritual de Cristo, dentro y fuera del área
eclesial, con coherencia y cabalidad irreprochables. No se trata de una
superficial relación con los demás miembros de la iglesia, sino que es una
interrelación fraternal continua y que no se separa de la vida privada. La
iglesia es descrita de forma hermosa por Pablo en tres términos: casa de Dios,
iglesia del Dios viviente, y columna y baluarte de la verdad.
La casa (gr. oikos) de Dios es una expresión
que nos habla de que la presencia divina mora entre el pueblo que se congrega
en su nombre. No es que Dios necesite un templo hecho por manos humanas, ni que
el Señor habite concretamente entre las paredes de la capilla. Dios está donde
dos o tres personas se reúnen en su nombre, sin importar el edificio o el lugar
en el que se lleve a cabo el culto de adoración a Dios. Estas palabras nos
retrotraen a los tiempos veterotestamentarios en los que Dios se manifestaba a
su pueblo escogido bien en el Tabernáculo o en el Templo de Jerusalén, y nos
ayudan a entender que cuando se congrega la reunión de los santos, Dios está
allí presente de manera especial y gloriosa.
La iglesia del
Dios viviente también nos ayuda a entender la realidad de Dios como un Dios
vivo y eterno. No adoramos y servimos como iglesia a un Dios que existió y que
ahora veneramos por las enseñanzas morales y espirituales que nos dejó,
desapareciendo del mapa de la historia presente. Honramos y celebramos a un
Dios que vive ayer, hoy, y por los siglos de los siglos. Él es la vida, el
dador de la misma, el origen y el sentido de la existencia de todo cuanto
respira sobre la faz de la tierra. Él insufla vida en el corazón cansado del
creyente que se une a la alabanza comunitaria, alimenta a su rebaño con la
verde hierba que crece en los prados de la Palabra de Dios, y es la esperanza
de vida eterna para todos los que en Cristo confían. De ahí que muchas iglesias
tengan como lema en los frontales de sus iglesias: “Predicamos a Cristo resucitado.”
En tercer lugar,
la iglesia, el entorno ideal en el que se debe conducir todo cristiano delante
de Dios, es la columna y el baluarte
(gr. hedraioma) de la verdad. Esta verdad no es ni más ni menos que la
revelación divina dada a la humanidad en la Palabra de Dios y en Cristo. La
verdad descansa sobre el fundamento de la iglesia que es Cristo. El evangelio
de salvación explicado en el Nuevo Testamento es la base que sustenta cada
acción eclesial, cada ministerio y cada doctrina enseñada a sus miembros. Es
desde la verdad de la Palabra de Dios que podemos construir una iglesia
excelente a todos los niveles, que podemos aspirar a ser como Cristo, que
nuestra vida espiritual puede abundar comunitariamente para bendición de las
naciones. Creyendo esta verdad, memorizando las Escrituras, meditando en ellas,
estudiándolas con fruición y pasión, obedeciendo cada uno de sus mandamientos,
defendiendo su esencia cuando los falsos profetas aparezcan en el horizonte,
viviendo por fe la Palabra de Dios y proclamándola de viva voz a un mundo
incrédulo, promovemos como comunidad de fe que la verdad sea presentada delante
de nuestra sociedad con el fin de que ésta los libere de su ignorancia y
ateísmo.
3. QUÉ CREE
EL CREYENTE CUALIFICADO
Como muestra del
interés entrañable de Pablo porque su discípulo Timoteo recordase la
importancia de vivir en comunidad desde el amor, aprecio y aprendizaje de la
revelación divina, el apóstol reseña aquí una especie de himno o credo que
resume a la perfección los puntos fundamentales de la verdad que sostiene a la
iglesia de Cristo. Al parecer se trataba de una composición que había sido
enseñada en las iglesias por donde pasaba el apóstol, y que se había convertido
en parte del culto y en el centro de la confesión pública y litúrgica de la
iglesia, e incluso podría haberse empleado como declaración prebautismal: “E indiscutiblemente, grande es el misterio
de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto
de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba
en gloria.” (v. 16) Pablo cree con absoluta certeza que el evangelio de
verdad y redención en Cristo es algo impepinable e indudable. La palabra griega
para la traducción al castellano “indudablemente”
es homologeo, que expresa la idea de “decir
lo mismo.” Por lo tanto, todas las iglesias cristianas de la era primitiva
debían creer este breve compendio cristológico y tenía que formar parte nuclear
de la enseñanza doctrinal de la iglesia. El misterio de la piedad es Cristo
mismo. Su nacimiento, vida, muerte, resurrección y ascensión obedecen a un gran
misterio que solamente será desvelado por completo cuando estemos en los cielos
mirándole cara a cara. Y no existe nada más grande en la tierra, debajo de la
tierra o en los cielos, que el ministerio redentor de Cristo, nuestro Señor y
Salvador. Su grandeza no solamente se circunscribe a su naturaleza, sino que se
extiende a su obra y a su ejemplo de amor y gracia.
La primera
lección que todo creyente debe tener asumida sin vacilación alguna tiene que
ver con la encarnación de Cristo. Cristo es revelado (gr. phaneroo) o hecho visible al mundo terrenal por medio de su
revestimiento de carne, piel y huesos: “El
cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que
aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres.” (Filipenses 2:6-7); “El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre.” (Juan 14:9); “Él es la imagen del Dios invisible, el
primogénito de toda creación.” (Colosenses 1:15).
La segunda
enseñanza que cualifica a un creyente de serlo es que Cristo fue
espiritualmente intachable e impecable gracias a la justificación del Espíritu
Santo. Fue declarado justo (gr. dikaioo)
puesto que aun siendo humano, nunca sucumbió a la tentación de pecar,
obedeciendo en todo a su Padre y siendo guiado continuamente por el Espíritu
Santo: “Porque no tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” (Hebreos 4:15);
“Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado
de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos.” (Hebreos 7:26); “Pues
para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos
ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló
engaño en su boca.” (1 Pedro 2:21-22).
El tercer punto
doctrinal que todo miembro real de iglesia debe tener claro es que Cristo fue
asistido y conocido por los servidores celestiales de Dios, demostrando su
origen divino y su naturaleza sobrenatural. Los ángeles comunicaron a María que
nacería virginalmente de su seno, anunciaron a los pastores su nacimiento en
Belén, velaron por su seguridad por medio del sueño de su padre José, fue
alimentado por ellos tras las tentaciones del desierto y el trago amargo del cáliz
de muerte en Getsemaní, movieron la piedra que sellaba el sepulcro en el que
había sido depositado tras su crucifixión y fue arrebatado a los cielos a la
vista de más de quinientos testigos de su resurrección y glorificación
celestial.
El cuarto tema del
que todo creyente cualificado debe estar persuadido es que Cristo, evangelio
vivo y misericordioso, fue predicado entre las naciones, sin importar
procedencias, clases, nacionalidades y etnias. De hecho, Cristo encomendó a sus
apóstoles y seguidores que enseñaran todas sus palabras y contasen todos sus
hechos por doquiera fuesen: “Por tanto,
id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:19-20); “Pero recibiréis poder, cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en
toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8). El amor
de Cristo y su afán salvífico puede constatarse una y otra vez en el Nuevo
Testamento: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.” (Juan 3:16); “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al
mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a
nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre
de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de
Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Corintios 5:19-20).
En quinto lugar,
el digno seguidor de Cristo que se congrega en una comunidad de fe debe saber
que Cristo es reconocido como redentor de la humanidad: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se
añadieron aquel día como tres mil personas.” (Hechos 2:41) Desde el principio
de la iglesia cristiana, miles y miles de personas se entregan de todo corazón
a los brazos de Cristo para recibir el perdón de sus pecados, arrepintiéndose
de sus desvaríos y crímenes, confesando sus pecados ante Dios y siendo
transformados por obra y gracia del Espíritu Santo. Si la iglesia de Cristo
todavía sigue extendiéndose y expandiéndose, si el Reino de los cielos aún
continúa prolongando su influencia en nuestro mundo, y si vidas humanas se
comprometen con Dios en una relación de amor y consagración, es porque Cristo
sigue siendo el único que puede salvar lo que se pierde año tras año, siglo
tras siglo, hasta que él regrese de nuevo a por su rebaño.
Por último, el
discípulo fiel de Cristo que compone su iglesia entiende sin lugar a dudas que Cristo
ascendió y fue glorificado en las alturas, sentándose a la diestra del Padre
mientras aboga en nuestro favor y nos justifica ante Él: “Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió
una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el
cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones
con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por
qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros
al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.” (Hechos 1:9-11); “El
cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y
quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado
la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la
diestra de la Majestad en las alturas.” (Hebreos 1:3); “y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y
le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de
la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de
Dios Padre.” (Filipenses 2:8-11).
CONCLUSIÓN
Si ya confiesas
de palabra y hecho todas estas doctrinas básicas, las cuales son la leche
espiritual no adulterada que se da como alimento elemental a los bebés
espirituales y neófitos en la fe, es hora ya de dejar la papilla rudimentaria
para comerse un buen filete de instrucción teológica y bíblica en pos de seguir
creciendo en gracia y estatura madurativa delante del Señor.
Si todavía estás
verde en alguna de estas doctrinas más simples y resumidas, no vaciles en
intentar aprenderlas y hacerlas tuyas en el corazón, a fin de pasar al
siguiente nivel de comunión e intimidad con Cristo, mientras la verdad del
evangelio simplificado por Pablo en esta epístola, te hace libre.
Y si tú ya eres
un miembro hecho y derecho, que encuentras placer y deleite en profundizar en
los misterios insondables de la Palabra de Dios y de la Trinidad, sigue firme
en tu vocación y constante en el estudio y reflexión teológicos. Cuanto mayor
sea el crecimiento doctrinal, mayor será la bendición y mejor será el ambiente
fraternal en el que estemos sirviendo al Señor y a nuestros estimados hermanos.
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