IGLESIA INTERGENERACIONAL
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 5:1-2
INTRODUCCIÓN
Que vivimos en
una sociedad cada vez más envejecida, es algo que todos sabemos, a tenor de las
estadísticas demográficas que en los últimos tiempos destacan que la esperanza
de vida es mayor, y que la tasa de natalidad está en porcentajes negativos. La
juventud se enfrenta con un grupo cada vez más grande e influyente de personas
que superan ampliamente la década de los sesenta y los setenta años, y tal vez
esta sea una de las razones por las que, la innovación y los deseos de
rejuvenecer las estructuras sociales, económicas, políticas y religiosas, no
surtan su efecto en nuestro país. En términos globales, aun coexistiendo en un
entorno multigeneracional, las tiranteces y las tensiones intergeneracionales
marcan muchas de las directrices sociales que se intentan observar. Si esto lo
trasladamos a la realidad eclesial, por norma suelen existir bastantes
diferencias de criterio en cuanto a cómo debería ser la comunidad de fe, qué
estilo imprimir a la liturgia y al culto de adoración, qué clase de enseñanza y
predicación ofrecer a las nuevas hornadas de posibles creyentes, etc.
Lo cierto es que
existen muchos tópicos y prejuicios entre ambos polos de la misma existencia
del ser humano. Los jóvenes, por un lado, recurren al edadismo, a conductas
discriminatorias hacia las personas mayores, a juicios negativos y a la
marginación social por cuestiones relacionadas únicamente con la edad. De ahí a
la gerontofobia, al rechazo de los más ancianos de la sociedad, solo hay un
paso. Desde foros que involucran a grupos de presión juveniles, las personas de
edad provecta son personas enfermas, dependientes, solitarias, aisladas, con
problemas de memoria, rígidos e incapaces de adaptarse a los cambios, así como
muy poco hábiles para aprender cosas nuevas o para ser productivos socialmente
hablando. En lugar de reconocer en ellos la experiencia como valor de un precio
incalculable, o una sabiduría vital que reconoce la historia como un
instrumento realmente útil para evitar cometer los errores del pasado, los jóvenes
los atropellan y ningunean sin ningún tipo de remordimiento. El anciano debe
dejar paso a las nuevas generaciones, del mismo modo que un móvil queda
obsoleto o un objeto deja de tener utilidad por el desgaste, y deben ser
arrinconados y olvidados en lugares creados para no tener que contemplar la
decrepitud física o la decadencia mental a la que, en su debido momento,
estarán expuestos, sin excepción. Ya lo dijo François de la Rochefoucauld,
escritor francés del s. XVII: “La vejez
es un tirano que prohíbe, bajo pena de muerte, todos los placeres de la
juventud.”
Por el otro lado,
también existe en las personas de edad avanzada una idea de que la juventud es
un escalón vital subordinado a la adultez, una etapa existencial en proyecto,
un estadio de la vida que no es capaz de asumir responsabilidades y
compromisos, y un periodo de edad en el que no existe sensatez, prudencia o
entendimiento. Ya lo dijo William Shakespeare: “Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes.” El
joven, como tiene mucho que aprender de los mayores, es ubicado en ámbitos
controlados, en hábitats menores, y en trabajos y tareas de menor importancia y
relevancia. Los jóvenes son alocados, impresionables, influenciables, volubles,
caprichosos, impetuosos y rebeldes. Ser joven para muchas personas que peinan
canas, es ser de poco fiar. No se le puede dar carta blanca a todo cuanto se
les pase por la mente, no se les debe entregar el bastón de mando de una
empresa, de una institución o de una iglesia, no son aptos para determinar qué
es correcto y qué no lo es. Al joven hay que domarlo, amaestrarlo, someterlo y
convertirlo en un clon exacto de las generaciones pasadas. El estatus quo es
preciso mantenerlo desde la gerontocracia, y solo desde el gobierno de los
ancianos es posible la estabilidad social y política.
Quizás ambas
partes tengan motivos para pensar así los unos de los otros. Tal vez pecan a la
hora de generalizar actitudes y etiquetas. Es posible que tanto unos como los
otros deban integrarse equilibradamente en la sociedad, la política y la
religión, sin renunciar a todo lo bueno y provechoso que ambos grupos de edad
tienen. Y creo que eso es precisamente lo que la iglesia de Cristo debe
procurar y buscar después de todo. Más allá de las lógicas tensiones creadas en
el seno de la comunidad de fe cristiana por razón de las diversas maneras de
analizar la espiritualidad, la liturgia doxológica o las necesidades de la
congregación, lo que debe primar siempre es el respeto, el cual se convierte en
una respuesta al amor mutuo que todos los miembros de la iglesia, jóvenes o
ancianos, deben profesarse. La labor pastoral entra en esta clase de
situaciones para gestionar y elaborar relaciones intergeneracionales
edificantes, que ofrezcan un testimonio positivo de la vocación cristiana que
une a todos los grupos de edad, y que operen en sintonía y armonía con el fin
de que el evangelio de Cristo sea algo auténtico en el contexto interno y
externo de la iglesia.
A.
RELACIÓN
PASTORAL CON LOS ANCIANOS Y ANCIANAS
No tenemos la
certeza de que en Éfeso estuviesen sucediendo alguna que otra disputa
relacionada con el tema de la edad de los asistentes, aunque ya vimos en otro
estudio anterior, que precisamente a Timoteo se le estaba acusando de novato o
de bisoño dada su juventud. Pablo ya ha recomendado a Timoteo que trabaje
incansablemente en la educación, la exhortación y la preparación teológica para
que este prejuicio vaya desvaneciéndose progresivamente ante el buen hacer
pastoral del hijo espiritual del apóstol. Ahora, en lo tocante a las relaciones
entre ancianos y jóvenes, Pablo desea dejar varios consejos que, a buen seguro,
permitirán un ambiente más cordial y entrañable en la iglesia intergeneracional
de Éfeso. El primer consejo es el que tiene que ver con el trato pastoral a los
más ancianos de la congregación: “No
reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre… A las ancianas, como a
madres.” (vv. 1a, 2a)
Timoteo no debe
imponer su criterio pastoral con malas formas, aunque se lo pidiese el cuerpo
dados los ataques sufridos por parte de estos hermanos de edad más avanzada (gr. presbíteros). Cuando Pablo habla
aquí de reprensión (gr. epipléxes),
se refiere fundamentalmente a la acción de reprochar a alguien con el fin de
incitarlo a que haga algo o a convencerlo de algo. Timoteo no puede emplear un
lenguaje rudo, áspero y directo con los ancianos de la iglesia, ya que si así
hiciese, la resistencia a cambiar o a aceptar los consejos pastorales por parte
de los más mayores sería cada vez mayor. ¿Has probado a amonestar a una persona
bastante más marcadamente mayor que tú? ¿Se aviene a razones de manera
inmediata o trata de defender su postura con cada vez más vehemencia? Era
preciso saber cómo hablar y tratar a un hermano o hermana de edad avanzada, o
si no, lo más fácil era crear un verdadero problema de compleja solución, dada
la ascendencia que los mayores tenían sobre el resto de la congregación. Pablo
requiere de su consiervo Timoteo que sea diplomático y sensible a la hora de
recalcar algo a cualquier miembro anciano de la iglesia.
En lugar de
reconvenirlos de forma insensible sin manifestar el tacto debido, Pablo asesora
a Timoteo acerca de los beneficios de la exhortación (gr. parakalei). Exhortar, en términos literales, significa “llamar al lado de alguien.” Esto
quiere decir que en lugar de señalar con un dedo acusador y proferir palabras
gruesas contra el anciano, aunque se tenga toda la razón del mundo y el
contenido de las mismas sea la pura verdad, Timoteo debe atraerlo hacia sí
mismo, debe convertirlo en amigo, y no en enemigo, sin que esto requiera de
renunciar a expresar el fondo de la cuestión a la persona. Es mucho mejor
animar, alentar y decir las cosas claramente, pero con sensibilidad y cariño,
que soltar la lengua sin pensar en la reacción posterior del anciano. Pablo
quiere comparar esa clase de trato pastoral al mayor con una de las relaciones
familiares más hermosas que existen: la paterno y materno-filial. Timoteo debe
dirigirse a los ancianos desde la honra debida a un padre (gr. pateros) y desde la ternura que surge del corazón de un hijo
hacia su madre (gr. matera). Mirar
al anciano y verlo desde este prisma, sin duda, aquieta los ánimos encendidos,
infunde de seguridad y amor a las palabras, y crea un lazo inquebrantable de
respeto mutuo que durará para siempre.
B.
RELACIÓN
PASTORAL CON LOS JÓVENES
¿Y cuál debe ser
la actitud del pastor hacia los más jóvenes (gr. neoterous)? ¿De qué forma ha de mirar a aquellos que son de su
quinta a la hora de comunicarles la amonestación oportuna? “A los más jóvenes, como a hermanos… A las jovencitas, como a hermanas,
con toda pureza.” (vv. 1b, 2b) La hermandad (gr. adelfos) es un bien altamente apreciado en las iglesias.
Supone amar a la otra persona de forma especial, sin recurrir a la
condescendencia ni al colegueo. Entre hermanos, las cosas se pueden tratar con
confianza, las reconvenciones pueden convertirse en una forma amistosa de dejar
de hacer lo incorrecto para proyectarse a cumplir con la voluntad de Dios.
Cuando dos hermanos se unen son más fuertes, más comprensivos, pero también se
afilan mutuamente, con el deseo de la mejora y el crecimiento espiritual del
otro. Desde la pastoral, Timoteo no iba a caer en el error de subestimar a sus
coetáneos, de desestimar su potencial, de menospreciar sus habilidades y dones.
Ser hermano implica preocuparse fiel y lealmente por la trayectoria vital del
otro, templar los ánimos cuando éstos se caldean en demasía, y acompañar
incondicionalmente a su hermano o hermana en los momentos soleados y en
aquellos que son empañados por grisáceas tormentas.
En relación a
las hermanas más jóvenes, Pablo marca una clara distancia en la intimidad que
el pastor pudiese tener con ellas. El acercamiento a estas jovencitas (gr. neoteras), debía de ser de pureza (gr. pasehagneia), de impecabilidad de
vida, sin atisbos de carnalidad. La mirada pastoral de Timoteo debía ser
limpia, casta y modesta, sin dar pie a una relación peligrosa que salvase lo
meramente fraternal y espiritual. Las chicas jóvenes que formaban parte de la
iglesia debían ser consideradas como hermanas, como hijas de un mismo Padre
celestial, como reductos de la pureza y a salvo de las tentaciones sexuales,
emocionales o sentimentales del pastor, el cual se debía exclusivamente a su
vínculo conyugal y a su familia sanguínea. ¡Cuántos pastores varones no habrán
caído en la trampa que Satanás les ha tendido en relación a aconsejar
pastoralmente a jovencitas, y se han involucrado insensatamente en algún tipo
de admiración romántica con ellas! Y esto es algo que también puede pasar con
pastoras y jóvenes que vuelcan su necesidad en la intimidad del despacho de la
ministra, dando pie a graves problemas de índole familiar y eclesial. La
relación existente entre jovencitas y pastores debe regularse por la idea de la
fraternidad, y de esa manera no precipitarse al abismo de un incesto espiritual
o de un adulterio extramatrimonial.
CONCLUSIÓN
Las relaciones
entre generaciones son muy complejas, y demandan de una calidad pastoral muy
personalizada y mesurada. Ni como joven es recomendable afear desagradable y
públicamente la conducta impropia de un anciano o anciana, ni como par se debe
dar cabida a una mal entendida confianza que acaba en un tuteo deshonroso y muy
poco decoroso. Como padres, hijos y hermanos, todos los que participan de la
comunión espiritual dentro del marco de la iglesia, han de exhibir un carácter
humilde, receptivo a las amonestaciones, y puro en su mirada y atención. Somos
iglesia, y lo somos todos, ancianos y jóvenes, unidos y comprometidos con una
misma misión: que los de afuera reconozcan que somos discípulos de Cristo a
través de una red de relaciones de respeto, reverencia y sometimiento amoroso
recíproco.
Comentarios
Publicar un comentario