PASTOR MILITANTE
SERIE DE ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS
IGLESIA”
TEXTO BÍBLICO: 1 TIMOTEO 4:7-12
INTRODUCCIÓN
Si nos atenemos a la definición de
militancia que nos provee el diccionario, según el cual la militancia es la “pertenencia de una persona a un grupo o
una organización” y la “adhesión a
unas determinadas ideas y defensa de las mismas,” cada creyente que forma
parte de una comunidad de fe es, en realidad, un militante. El cristiano asume
su pertenencia al cuerpo de Cristo como un compromiso, como una red de
relaciones verticales y horizontales. Cada discípulo de Jesús entiende que esa
pertenencia demanda una respuesta de afecto, adhesión y consagración a Dios y
su misión, y por lo tanto, el evangelio de Cristo se convierte en la suma de
las creencias y principios que regirán su conducta y testimonio. Esta palabra “militancia” proviene del latín “militaris,” la cual significa “perteneciente a la milicia o a lo
militar.” Adentrándonos en el sentido original de este vocablo, podríamos
tener en cuenta que el militar cumplía las órdenes de sus superiores sin
rechistar, que su entrega era total y que su disciplina diaria debía ser férrea
y sufrida. El cristiano que de
sea militar en las cosas de Dios, debe comprender
que estará bajo el mando del soberano Señor del universo, que tendrá que luchar
a brazo partido contra las asechanzas de Satanás y que su santificación
espiritual exclusiva le impediría servir a dos señores.
Si cada miembro de una congregación es
una especie de soldado espiritual que forma parte de un ejército dispuesto y
pertrechado para lanzarse a la batalla del día a día, el pastor de una iglesia
debe serlo con mayor ahínco y responsabilidad, ya que éste deberá guiar y
liderar al pueblo de Dios en medio de los ataques furibundos que suele recibir
la iglesia de Cristo. Para lograr convertirse en un pastor militante es preciso
cultivar una disciplina constante y firme que le permita mantener la cabeza
fría en los instantes más candentes, y que le infunda de valor a la hora de
tomar medidas duras y difíciles en favor de la armonía eclesial, siempre con el
beneplácito y fuerzas que solo Dios puede dar. La perseverancia en el estudio
bíblico, en la oración y en la preparación de sermones que hablen al corazón de
la iglesia, deben ser asideros inamovibles a los que debe agarrarse el siervo
de Dios que ministra desde la pastoral. Ser pastor militante es lo contrario de
ser un pastor asalariado. El asalariado hace lo justo para justificar su
sueldo, aplica una estrategia de ralentí en el que los refritos en la
predicación son lo habitual, y trata de no involucrarse emocionalmente con
ninguna de sus ovejas. Si tiene que transigir en un asunto que puede provocarle
problemas o que amenace su status quo, lo hará sin pensarlo un segundo. En
resumen, son simples administrativos que han olvidado su vocación espiritual
para convertirla en un medio de supervivencia cómodo y sin sobresaltos.
Pablo no quiere que esta clase de
pastores fláccidos y acomodados gobiernen la iglesia de Cristo. Para ello,
insta a Timoteo a que sea un pastor de verdad, uno que se arremanga y que se
vuelca por completo en esta pasión pastoral por el resto de miembros de la
comunidad de fe. Timoteo debía ser un pastor militante que demostrase a los
efesios que había sido llamado por Dios con el fin de dirigir la iglesia, y que
estaba dispuesto a ganarse sus galones a base de esfuerzo, fe y confianza en
Dios: “Desecha las fábulas profanas y de
viejas. Ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es
provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida
presente, y de la venidera.” (vv. 7-8) Timoteo debía rechazar (gr. paraiteomai) cualquier clase de
cuentos chinos y de historias fantásticas que ocuparan el lugar de la veraz
Palabra de Dios. Su enseñanza y predicación nunca debía ser dirigida a la
especulación, al entretenimiento o a la invención, sino que ésta había de
ceñirse a la revelación dada por Dios a los profetas y los apóstoles por medio
del Espíritu Santo. Timoteo no debía tener nada que ver con los charlatanes que
unían a las fábulas (gr. mithos)
referencias arbitrarias de las Escrituras.
Esto no quiere decir que no podamos
emplear ilustraciones o anécdotas que ayuden al predicador a atraer la atención
sobre una verdad espiritual extraída de la Palabra de Dios, o que no recurramos
a historias o narraciones populares para usarlas subordinadamente en un sermón
con el objetivo de incitar a la imaginación y la reflexión de los oyentes.
Simplemente hemos de evitar convertirlas en el centro de nuestros mensajes o
enseñanzas, dándoles mayor importancia que la que en realidad tienen. Jesús es
un ejemplo claro de esta idea cuando utiliza parábolas para hacer más gráfica
la explicación de una doctrina fundamental. Es preciso desechar relatos propios
de un mundo profano (gr. bebolos) en
el que el buen gusto está desaparecido en combate, y donde los dobles sentidos
siempre están presentes para desconcertar al auditorio. Son contrarios a lo que
representa la Palabra de Dios, y por tanto, se inventan con el fin de blasfemar
contra la santidad de nuestro Señor. Además, Timoteo no debe ser presa de
cuentos de viejas, los cuales son de dudosa credibilidad, ya que matronas
seniles suelen ser las que pergreñan este tipo de manifestaciones narrativas,
intentando exponer desde la superstición y los rumores cuestiones que siempre
serán mejor entendidas desde la lectura y el estudio bíblicos.
Al desdeñar puntos de vista completamente
arraigados en las mitologías y en la rumorología, el pastor militante
identificado en Timoteo tiene como propósito de vida ser disciplinado en
aquello que se refiere a la virtud y al testimonio personal. Su tarea
fundamental para ser tenido en consideración por la iglesia efesia tenía su
origen y sentido en la disciplina personal, en ejercitarse (gr. gymnazo) de forma rigurosa y sacrificial en lo espiritual. Su
entrenamiento requería de amplias dosis de tesón, de esfuerzo agónico y de
cantidades industriales de pasión por Cristo y su evangelio. Su meta era lograr
que su vida devocional aspirase a la santidad, a la reverencia ante Dios, a
lograr una virtud interior auténtica y cierta. La piedad (gr. eusebeia) a la que debía aspirar no solamente tenía que ver
con conocimientos y sabiduría, con buenas formas y modales. La piedad consistía
en todo un armazón vital que le hiciese digno de ser obedecido por su grey y de
ser respetado en sus decisiones, predicación y enseñanza. Era el núcleo mismo
del carácter cristiano, dado por Dios mismo al creyente en Cristo. Y ese armazón
debía construirse jornada tras jornada, paso a paso, y acción tras acción. Como
alguien dijo, “la autoridad se gana, no
se regala.”
Esta clase de disciplina personal y
pastoral es mucho más importante que otras maneras que el ser humano emplea
para ejercitar su cuerpo. En la antigüedad hubo un lema al respecto: “Mens sana in corpore sano.” En el
equilibrio encontramos la virtud, aunque no cabe duda de que Pablo expone cuál
debe ser nuestra prioridad y la prioridad del pastor en cuanto a aspectos
propios de la integridad de nuestro ser. El ejercicio físico es necesario, pero
no es lo más importante. En tiempos de Pablo y Timoteo, los gimnasios eran
lugares en los que una persona podía vigorizarse y entrenarse, y así estar
saludables y sanos. Sin embargo, al igual que ocurre en nuestros días, el
narcisismo y la vigorexia, la apariencia y la superficialidad física, estaban
en muchos casos por encima de la madurez espiritual e intelectual. Prepararse
gimnásticamente nos puede mejorar anatómicamente durante el tiempo que estemos
sobre la faz de esta tierra. Eso es innegable. Pero, ¿qué ocurrirá en el más
allá con nuestros cuerpos ya desgastados, presos de la corrupción y en franco
retroceso de facultades? Si no cultivamos y disciplinamos nuestro espíritu, el
cual sí puede heredar la vida eterna, nuestro cuerpo perecedero y temporal no
nos salvará la papeleta en el último estertor.
Nuestro organismo irá declinando, pero
si nos ponemos en marcha día a día, reforzando nuestra espiritualidad en conexión
con Dios, no cabe duda de que seremos salvos en la hora del juicio final. Si
cuidamos de nuestra relación con Dios, profundizamos progresivamente en nuestra
fe en Cristo, y paulatinamente nos dejamos moldear por la obra santificadora
del Espíritu Santo, entonces seremos felices en el presente y mucho más felices
en el porvenir cuando venga Cristo a por nosotros o cuando crucemos el umbral
de la muerte para pisar tierra santa y gloriosa en los cielos. Si el pastor
militante se ocupa de las cosas celestiales, será de bendición para sus
consiervos, mientras que si solamente se preocupa de su aspecto, formas y
estilos, dejará sin fondo ni contenido cada uno de sus mensajes y sermones.
A continuación, el apóstol Pablo presenta
una enseñanza, que al igual que la que había resaltado en 1 Timoteo 1:15, tiene carácter de nuclear y de ser asumida por la
mayoría o totalidad de iglesias primitivas: “Palabra fiel es esta, y digna de ser recibida por todos. Que por esto
mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el Dios viviente, que
es el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen. Esto manda y
enseña.” (vv. 8-10) Lo que ahora va a comunicar a Timoteo no tiene nada que
ver con las fábulas profanas o con los cuentos de vieja. Es un mensaje
auténtico, relevante y verdadero. Todos deberían hacer suyas estas
recomendaciones paulinas, puesto que en su práctica se halla el genuino
objetivo de cada creyente, y del pastor militante en particular. El consejo de
Pablo es que Timoteo debe trabajar como un mulo, hasta la extenuación y el
cansancio (gr. kopiao), en el
desempeño de su piadosa labor. Esta tarea no estará exenta de sufrimientos (gr. agonizomai) e insultos, de
padecimientos y ataques personales. El pastor militante debe entender que, en
su posición de autoridad, será mirado con lupa, que sus actos serán analizados
tanto por críticos edificantes como por cínicos legalistas, que sus palabras
serán examinadas tanto con bondad y escrupulosidad, como con malicia e interés malinterpretativo. De eso no se salva ningún pastor que cumple
con la voluntad de Dios y que tiene que tomar decisiones a veces drásticas y
poco populares.
En ese torbellino de emociones y
experiencias propias de la pastoral, Timoteo debe mirar a Cristo, la esperanza
de la humanidad. Si el pastor no lleva a cabo su labor ministerial a pesar de
los pesares, ¿quién conocerá el camino a la salvación que es Jesucristo? Aún
con el viento en contra, el pastor militante predica la esperanza en el Dios
vivo, por contraposición con aquellos que adoran a los ídolos muertos y mudos.
El pastor militante pregona a los cuatro rincones de la tierra que Cristo es el
Salvador (gr. soter) universal y
también particular de los cristianos. Esto no nos debe llevar al error de
pensar que Pablo está hablando del universalismo, en el que todos los seres
humanos de todas las épocas serán salvos por el infinito amor de Dios,
olvidando su justicia perfecta. Lo que el apóstol indica es que la salvación es
ofrecida a todo el mundo en su gracia general, pero que esta salvación solo
tiene sentido y efecto en tanto en cuanto es aceptada por el mortal, y hecha
suya en virtud de su entrega completa y absoluta al señorío de Cristo, el cual
nos justifica delante de Dios Padre, y nos presenta ante Él en el juicio final
inocentes al cien por cien.
Timoteo debe prescribir y ordenar a los
miembros de su congregación que acepten de buen grado esta enseñanza sublime
sobre la gracia, el perdón y la salvación de Cristo, amén de someter sus almas
al entrenamiento que fortalezca y anime su piedad para con Dios. En lugar de
enzarzarse en cuentos de nunca acabar o en historias fabulosas, en lugar de
prestar oídos a discursos delirantes y de poco fiar, el pueblo de Dios ha de
atesorar las enseñanzas que emanan directamente del evangelio de Cristo.
Timoteo, como pastor y maestro, tiene como misión erradicar determinadas
narrativas vanas y sin sentido de las mentes y los corazones de los cristianos
efesios, y debe llevar a cabo esta misión con autoridad, templanza y cuajo.
Seguramente Pablo había recibido algún
que otro informe, personal del propio Timoteo, o de otras fuentes, que le hace
querer animar a su hijo espiritual ante las críticas mordaces y ácidas que se
encuentra en Éfeso, sobre todo en alusión a su juventud e inmadurez: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé
ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza.”
(v. 12) Al parecer algunos de los ancianos de influencia en el seno de la
iglesia efesia echan en cara a Timoteo, y por extensión al propio Pablo, que
éste sea tan joven e inexperto. Por lo general, en la cultura de los tiempos en
los que se escribe esta epístola, la juventud se identificaba con
comportamientos alocados, falta de compromiso y responsabilidad, inexperiencia
e impulsividad. La palabra “juventud”
que emplea Pablo aquí nos da pistas sobre la posible edad de Timoteo. Este
vocablo griego neotos da a entender
que se trataba de un muchacho de menos de 40 años. En pocas palabras, algunos
miembros de la comunidad de fe efesia le estaban diciendo que estaba bastante
verde en lo tocante a las lides pastorales. Pablo le exhorta a que, para zanjar
el asunto de la juventud, haga méritos entre los creyentes efesios, y se gane
el respeto con su buen hacer y su despliegue de virtudes. A través del trabajo
duro y de la entrega diaria, pronto muchos cerrarían sus bocas para aplaudir su
esfuerzo, pasión y consagración.
¿Cuáles eran esas áreas en las que debía
incidir activamente Timoteo con el objetivo de ser respetado y tenido en
consideración como pastor militante de la iglesia efesia? La primera de esas
áreas tenía que ver con sus palabras. Su forma de hablar y el contenido de su
discurso debía adecuarse al carácter de Cristo, el cual ya dejó dicho lo
siguiente al respecto de esta área: “Porque
de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro
del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas
cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de
ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás
justificado, y por tus palabras serás condenado” (Mateo 12:34-37).
En segundo lugar, se consideraría su
conducta, sus acciones y obras. Santiago reflejó esta idea de la siguiente
manera: “¿Quién es sabio y entendido
entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.”
(Santiago 3:13) Si Timoteo quería ser reconocido como maestro en la iglesia
debía cumplir este requisito.
En tercer lugar, se analizaría su amor, sus
afectos, tanto por Dios como por la iglesia y el prójimo. Jesús es el modelo en
el que debía mirarse, ya que afirmó esto: “Nadie
tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.” (Juan 15:13) ¿Estaría
Timoteo dispuesto a dar y desgastar su vida por amor de sus hermanos y hermanas
en Éfeso? La respuesta siempre es visible en los actos de amor por los demás,
tal como enuncia el refrán: “Obras son
amores, y no buenas razones.”
En cuarto término, Timoteo tenía que demostrar
espíritu y fe al resto de los santos efesios. El ímpetu juvenil debía ser
atemperado por la obra del Espíritu Santo en su ser, pero esto no debía debilitar
esa pasión que inflamaba su corazón por anunciar y enseñar el evangelio de
Cristo. Su firmeza en las convicciones y su llamamiento supremo a la pastoral
debían confluir hasta convertirse en una determinación inquebrantable por ser
un siervo fiel y leal a la causa de Cristo.
Por último, Timoteo debía evitar a toda
costa cualquier escándalo de índole sexual en su vida. La pureza sexual (gr. hagneia) era el sello de su
fidelidad conyugal, de su compromiso con un hogar estructurado y de su
capacidad de gobierno de la unidad familiar. Un tropiezo en cuestiones de
adulterio o fornicación derribaría para siempre su testimonio, respetabilidad
alcanzada y honra ganada. Era menester ocuparse de lo divino y de cumplir con
sus deberes conyugales sin dar pie a comentarios maliciosos y provocativos.
CONCLUSIÓN
Timoteo no iba a llegar a la iglesia en
Éfeso y besar el santo, como se suele decir vulgarmente. Todo lo contrario. A
pesar de que iba de parte de Pablo y que éste le respaldaba sin fisuras en su
labor pastoral, Timoteo veía como arreciaban los ataques desde distintos
frentes. Sin embargo, si Timoteo empeñaba su vida en trabajar ardua y
cabalmente, si seguía cultivando su piedad cristiana y si continuaba dando
testimonio fiel y constatable de que su llamamiento pastoral no era una
casualidad ni un acto de enchufismo paulino, hallaría el modo de fortalecer su
ánimo, de reforzar su autoridad y de rebatir a todos cuantos le ponían pegas a
su ministerio. Timoteo debía convertirse en un auténtico soldado de Dios, en un
pastor militante, y así, poder dar con la tecla que iluminase el camino hacia
el crecimiento espiritual y numérico de la iglesia efesia.
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