LOCURA PELIGROSA
SERIE DE
SERMONES EN ECLESIASTÉS “QOHELET: SOMOS NIEBLA”
TEXTO
BÍBLICO: ECLESIASTÉS 10
INTRODUCCIÓN
En muchas
ocasiones he escuchado el manido proverbio de que “el ser humano es el único que ser que tropieza dos veces en la misma
piedra.” Eso no es cierto. El ser humano es el único ser que tropieza una y
otra vez hasta quedarse sin uñas en los pies en la misma roca. Los animales
suelen ser más avispados en este tipo de problemáticas. Después de una mala
experiencia ya son más cautos y precavidos en cuanto observan que el mismo
peligro se interpone en sus caminos. Los seres humanos, incluso sabiendo de
antemano que una gran piedra unida a un tropezón logran un buen chichón,
siempre se quedan sorprendidos cuando esta circunstancia les sucede. ¿Carecemos
de alguna clase de mecanismo de supervivencia que nos permita evitar las
amenazas? ¿Nuestro instinto no nos pone en preaviso cuando una crisis aparece
de repente en nuestra senda? ¿O es que somos tontos de capirote? O peor aún,
¿es que somos masoquistas?
El problema no es
solo que no aprendemos de nuestros errores o que nos olvidamos del pasado y sus
lecciones. La cuestión es que ni viendo cómo los demás se estrellan contra el
suelo, cómo el vecino resbala y se parte la rabadilla, o cómo el prójimo padece
a causa de una mala ventolera mental y decisoria, somos capaces de entender que
la razón y el cerebro están para algo. Hacemos cosas de las que nos
arrepentimos a posteriori, lamentando haber tomado determinadas elecciones
absurdas y dañinas a simple vista. Es como si esperásemos que después de haber
metido la pata hasta el fondo, no hubiese consecuencias ni repercusiones a
nuestro fracaso personal. Y ahí estamos: todos los días contemplamos como la
raza humana no se extingue de puro milagro a causa de sus locuras y sus
desvaríos. De ahí que cuando somos testigos de una barbaridad cometida por
alguien, nos llevemos las manos a la cabeza, y digamos que no pasan más cosas,
simplemente porque Dios no quiere.
1.
HASTA EL
MEJOR ESCRIBANO HACE UN BORRÓN
Salomón tuvo
ocasión de percibir esta realidad en muchas de sus observaciones del trasiego
humano. Y se dio cuenta, como seguro que tú lo habrás hecho, de que el ser humano
está bastante mal de la cabeza en ciertos momentos y situaciones. Está loco de
atar, porque en lugar de asesar y renunciar a volver a perpetrar actos
estúpidos, vuelve como el perro a su vómito, como el cerdo al charco y como la
cabra al monte. El contraste existente entre la sabiduría y la necedad es un
hecho que Salomón quiere compartir con nosotros, demostrándonos una vez más que
no hay nada nuevo bajo el sol: “Las
moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una
pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable. El corazón del sabio
está a su mano derecha, mas el corazón del necio a su mano izquierda. Y aun
mientras va el necio por el camino, le falta cordura, y va diciendo a todos que
es necio. Si el espíritu del príncipe se exaltare contra ti, no dejes tu lugar;
porque la mansedumbre hará cesar grandes ofensas.” (vv. 1-4)
Hasta el más
listo, el más inteligente y el más erudito se equivocan y patinan. Una
personalidad reconocida por su perspicacia, su sabiduría y su buen juicio puede
llevar a la bancarrota toda esta trayectoria personal construida poco a poco y
con gran esfuerzo cuando se deja llevar por una locura pasajera. Conocemos
casos de personajes célebres por su genialidad, creatividad y conocimiento que
ven cómo su fama se desvanece tras haber sucumbido a la tentación de una breve
y transitoria locura. Y todo ese testimonio ejemplar y honroso es arrastrado
por el fango de la vergüenza pública cuando se pilla con las manos en la masa
al antes gran hombre o mujer. El perfume de la notoriedad y la dignidad
adquirida con sacrificio y trabajo se ve corrompido por un simple insecto
muerto que transforma toda una vida envidiable y modélica en un tormento
continuo repleto de reproches y sospechas.
La persona que
quiere conducirse con prudencia por este plano terrenal debe caminar
rectamente, con mano derecha y diestra, porque si deja que sus impulsos y
frenesí oscuro se adueñen de su mano izquierda, ésta solo le va a aparejar
dolor y remordimientos para el resto de su vida. La rectitud en la conducta
redunda en bendición a los demás, mientras que el tonto del bote se enorgullece
de ser más simple que el mecanismo de un botijo. El sabio es humilde y manso,
presto para pacificar en instantes tensos y acalorados, listo para evitar los
conflictos y las peleas, preparado para emplear su saber hacer y estar en
suavizar la agresividad y la violencia que pueda cernirse sobre él. Pero el
loco y zumbado solo provocará mayor ira en el gobernante, porque de su idiotez
y sus palabras fuera de tiempo le acarrearán una sentencia definitiva de
muerte.
B.
AUTORIDADES LOCAS DE ATAR
Si malo es que
alguien esté más loco que un cencerro y que tome decisiones basadas en la
estulticia, Salomón asegura que algo peor que esto es un dirigente loco o imbécil:
“Hay un mal que he visto debajo del sol,
a manera de error emanado del príncipe: la necedad está colocada en grandes
alturas, y los ricos están sentados en lugar bajo. Vi siervos a caballo, y
príncipes que andaban como siervos sobre la tierra.” (vv. 5-7) Cuando el
tonto o insensato tiene poder, lo que toca es temblar de miedo. Todos sabemos
lo que ocurre cuando un dictador con pocas luces o con problemitas psicológicos
toma el mando de una nación. La lista de caudillos con propensión a la locura
es más larga que un día sin pan: Saúl, Calígula, Federico Barbarroja, algún que
otro Austria, Maduro… El caso es que si en las altas instancias se instala la
imprudencia, todos lo pagamos bastante caro. Y sin embargo, es curioso que las
masas sigan aplaudiendo y votando a esta clase de individuos de poca capacidad
mental y emocional siglo tras siglo.
Asistimos en
nuestros tiempos al gobierno de los ineptos, y esto nos pasará factura más
temprano que tarde. La realidad que Salomón nos pinta es nítida: los que
estaban más abajo en la escala social, educativa y política se aúpan al estrado
de la autoridad y la lían parda, mientras que los que son expertos en la
materia son relegados a la marginalidad y a la destrucción, no sea que demuestren
la verdad de que el emperador está bastante más desnudo de lo que todo el mundo
cree. Esta es la sociedad del mundo al revés en la que vivimos y nos movemos.
C. ANTES DE
HACER UNA LOCURA, CONSIDERA SUS PROS Y SUS CONTRAS
La locura lleva
a muchas personas a no medir las consecuencias de sus actos. En lugar de
evaluar y analizar los pros y los contras de una decisión, prefieren vivir a
salto de mata. Salomón retrata en los versículos siguientes esta idea: “El que hiciere hoyo caerá en él; y al que
aportillare vallado, le morderá la serpiente. Quien corta piedras, se hiere con
ellas; el que parte leña, en ello peligra. Si se embotare el hierro, y su filo
no fuere amolado, hay que añadir entonces más fuerza; pero la sabiduría es
provechosa para dirigir. Si muerde la serpiente antes de ser encantada, de nada
sirve el encantador.” (vv. 8-11) El insensato no piensa en la repercusión
de sus acciones. O no se da cuenta o no quiere darse por avisado cuando lleva a
cabo determinadas tareas como cavar una fosa, construir un vallado, cortar
piedras o partir leña para quemar. Si cava, no es precavido y cae de bruces en
el hoyo. Si monta una cerca, no pondrá todos sus sentidos en evitar que las
alimañas y serpientes le ataquen mortalmente. Si corta piedras para edificar su
casa o hacer una imagen de talla, no prevendrá que el filo de las esquirlas que
saltan le pueda saltar a la cara o los ojos. Si parte leña, lo hará sin
miramientos, con el resultado de ser dañado por astillas afiladas de madera. En
resumen, Salomón explica metafóricamente que una mente sin filo, sin agudeza y
sin conocimiento, tardará más en hallar soluciones a problemas cotidianos. Si
el loco de turno no es capaz de conducirse cabalmente en faenas simples y
diarias, ¿cómo podrá hacerse cargo de situaciones complicadas y de crisis de
difícil resolución?
Sin embargo, la
mente de los sabios y de los que temen a Dios es filosa y capaz de discriminar
entre los beneficios y los riesgos que algo, aunque sea simple, y valorar si
vale realmente la pena optar por una cosa o por otra. Si cava, pondrá todo de
su parte para no caer ridículamente dentro de éste; si aportilla una valla, se
protegerá previamente lo suficiente como para eludir la amenaza de animales
venenosos y agresivos; si talla la piedra, colocará en sus manos guantes y en
su rostro alguna clase de protección; y si parte leña, lo hará con las
herramientas más seguras y óptimas. La razón de los entendidos les otorgará la
habilidad de saber guiarse entre una maraña de posibilidades. Además, Salomón
nos aconseja que afilemos constantemente nuestra aptitud mental y decisoria con
la ayuda de Dios, ya que si nos consideramos sabios, tanto como para someter y
domar a una serpiente venenosa, pero no estamos alertas y con el genio pronto,
de nada servirá la presunción de tanta inteligencia y sapiencia. Si no
aplicamos la sabiduría en tiempo y forma adecuados, los resultados pueden
llegar a ser dramáticos. Y es que la sabiduría humana puede lograr reducir los
accidentes e incidentes, pero no los erradica por completo. Solo Dios puede
marcar una diferencia al respecto.
D. CHARLATANES
Y LOCOS
La necedad, que
es prima hermana de la locura y de la estupidez supina, provoca males a
montones, tal y como Salomón nos cuenta: “Las
palabras de la boca del sabio son llenas de gracia, mas los labios del necio
causan su propia ruina. El principio de las palabras de su boca es necedad; y
el fin de su charla, nocivo desvarío. El necio multiplica palabras, aunque no
sabe nadie lo que ha de ser; ¿y quién le hará saber lo que después de él será?
El trabajo de los necios los fatiga; porque no saben por dónde ir a la ciudad.”
(vv. 12-15) Aquel que es considerado sabio no solo es aquel que sabe mucho
de casi cualquier cosa, ni es aquel que entiende los signos de los tiempos. El
verdaderamente entendido y sensato es aquel que es de bendición para los demás
cada vez que abre su boca para decir algo. No es arrogante ni soberbio. Es un
instrumento en manos de Dios para aconsejar, administrar y enseñar con buen
tino y juicio a sus congéneres. Sus palabras son valiosas y estimadas como
preciosas porque brindan esperanza a los deprimidos, auxilio a los necesitados
y sabiduría a los ignorantes.
Pero, ¿qué podemos
decir del insensato y necio? ¿Acaso sus palabras benefician de algún modo a
alguien? Salvo que sean empleadas por los medios de comunicación para demostrar
cuanto cenutrio hay en este mundo y para reírse de la estupidez ajena en las
redes sociales, las palabras del necio son autodestructivas. El necio se autorretrata
cada vez que comenta algo al mundo. No sirven al propósito de socorrer a nadie,
de dar esperanza a los perdidos o de aumentar el conocimiento de los
imprudentes. ¿A cuántas personas sus palabras compartidas en redes sociales
como Twitter, les han alcanzado desde el pasado al presente, y han arruinado un
futuro interesante? No olvidemos que todos somos prisioneros de nuestras
palabras, y que es más fácil que el mundo se acuerde de las tonterías y
barbaridades que dijimos en un momento dado, que de las perlas de sabiduría que
hayamos deseado transmitir a nuestra sociedad. El necio empieza su destrucción
verbal desde el minuto uno al minuto final. No existe un ápice de coherencia o
de raciocinio en sus manifestaciones. Lo cojas por donde lo cojas, el necio
solamente se hará daño a sí mismo y a los demás con sus declaraciones
altisonantes, inoportunas e injuriadoras. Parlotea y parlotea hasta el desmayo,
pero en realidad no dice nada que sea aprovechable o beneficioso. Van para
adelante y para atrás, perdidos en sus peroratas interminables, se muestran
errabundos en sus alocuciones y pesados en sus fastidiosos discursos. Nunca
llegan a buen puerto ni encontrarán la luz suficiente como para ofrecer una
conclusión lógica a sus disquisiciones.
E.
SABIDURÍA Y LOCURA ESTATAL
Salomón ahora
vuelve de nuevo al tema de las autoridades y del poder político, elaborando un
interesante contraste entre los gobernantes sabios y los que no lo son tanto: “¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es
muchacho, y tus príncipes banquetean de mañana! ¡Bienaventurada tú, tierra,
cuando tu rey es hijo de nobles, y tus príncipes comen a su hora, para reponer
sus fuerzas y no para beber!” (vv. 16-17) El rey Salomón expresa su lamento
y pena por aquellos países y pueblos en los que los mandamases son unos
auténticos zoquetes. Si el rey es un joven sin experiencia ni bagaje, si es un
novato sin preparación ni carácter, y si es bisoño y manejable, el caldo de
cultivo para que una nación descienda hasta los infiernos del mal gobierno, la corrupción
y la injusticia institucional, está listo para ser servido. Si además le
añadimos un conjunto de funcionarios, consejeros y administradores de lo
público que se pasan todo el día pasándoselo en grande mientras disfrutan a
cuerpo de rey del alcohol y los placeres de la vida, y siendo negligentes con
su labor de servicio al rey y a sus súbditos, entonces el estado se hunde
irremisiblemente en la miseria más aguda y trágica. Casos de este calibre ha
habido y existen hoy día en los que los que nos presiden y representan optan
por aprovecharse de su posición para vivir la vida loca, olvidándose de sus
deberes y obligaciones.
La alabanza y los
buenos deseos surgen del corazón de Salomón cuando habla de aquellos pueblos
que son gobernados por monarcas preparados, inteligentes y con conocimiento de
causa, que son administrados por funcionarios que primero trabajan por el
bienestar común, con ahínco y esfuerzo, y que luego reponen fuerzas con el
objetivo de seguir bendiciendo con su compromiso y responsabilidad al resto del
país. Esta tierra sí será prosperada, porque se antepone el deber civil por
encima de los apetitos caprichosos del cuerpo y del corazón. Las prioridades se
establecen desde la sabiduría y la prudencia, algo que revertirá positivamente
en el desarrollo y progreso feliz de una nación.
F. QUIEN
AVISA NI ES TRAIDOR NI LOCO
Por último en
este capítulo, Salomón el Predicador comenta una serie de ideas que siguen
redundando sobre el asunto de la locura peligrosa de la que algunos hacen
alarde: “Por la pereza se cae la
techumbre, y por la flojedad de las manos se llueve la casa. Por el placer se
hace el banquete, y el vino alegra a los vivos; y el dinero sirve para todo. Ni
aun en tu pensamiento digas mal del rey, ni en lo secreto de tu cámara digas
mal del rico; porque las aves del cielo llevarán la voz, y las que tienen alas
harán saber la palabra.” (vv. 18-20) El necio suele pecar también de
pereza, y esta pereza siempre, por lo general, desemboca en negligencia y
desastre. Si dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy, si nos dejamos
llevar por la holgazanería pensando más en el disfrute del presente que en la
previsión de lo que el porvenir traiga, y si escogemos pensar que nada malo
habrá de sucedernos a costa de nuestro abandono, lo normal es que en casa
tengamos, no solamente goteras, sino una inundación de tomo y lomo. El que está
mal de la cabeza no tendrá cuidado del mantenimiento o la atención a los
proyectos iniciados, a las estructuras creadas o a los objetivos a largo plazo.
Por añadidura, si
el necio se ocupa de fiestas que sacien el hambre de placer y hedonismo del
corazón; si no deja de embotar su entendimiento con embriagueces y borracheras
que alegran el ánimo, pero que arrinconan los asuntos importantes de la vida y
que pretenden olvidar las crisis que se los comen por los pies; y si se permite
el lujo de pensar que el dinero lo puede todo y todo se puede arreglar con el
vil metal, la catástrofe será el efecto directo más claro y rotundo para su
vida. La sabiduría consiste en celebrar cuando es necesario y oportuno, en
disfrutar de felices momentos tras la resolución de los problemas, y en emplear
el dinero en actividades sensatas y tendentes a beneficiar a los menesterosos y
menos favorecidos de la sociedad.
La advertencia de
Salomón sobre los comentarios o críticas que alguien pueda hacer de los más
poderosos, sobre todo en su época, donde los reyes y adinerados podían disponer
de la vida de los más humildes y de los súbditos sin dar cuentas a nadie, es muy
seria. El rey Salomón hiperboliza la inconveniencia de realizar juicios de
valor sobre la habilidad de gobierno de las autoridades civiles y el peligro de
despotricar contra los que cortan el bacalao en la sociedad con su dinero e
influencias. Ni en sueños ni en pensamientos debe nadie hablar mal tanto de
unos como de otros, porque nadie sabe quién puede estar escuchando. En la serie
“Juego de Tronos”, un personaje
llamado Varis, tenía una red de espías infantiles a los que llamaba
eufemísticamente “pajaritos,”
posiblemente haciendo referencia al texto salomónico de hoy.
En los tiempos
de Salomón siempre había delatores vestidos de vecinos, y espías disfrazados de
amigos, y una sola mención negativa a alguna de las medidas reales o a la
catadura moral del multimillonario, podía llevarlos directos al cadalso. Y ahí,
en la picota, la gran mayoría que solía perder la cabeza de manera literal,
eran los locos, los necios y los lenguaraces. Gracias a Dios que en nuestro
país existe cierta libertad de expresión, y gracias a que es posible manifestar
públicamente y sin ambages las opiniones acerca de nuestros políticos,
dirigentes y autoridades, podemos denunciar, con educación y el respeto debido,
sus malas prácticas, sus corrupciones y sus malversaciones.
CONCLUSIÓN
La locura es un
mal peligroso, y en los tiempos en los que nos toca vivir, es además,
contagioso. Parece que la locura y los actos que la acompañan, está de moda. Si
no estás un poco loco, parece que te hace ser más aburrido, y eso es
imperdonable por nuestra sociedad. Christoph Wieland, escritor alemán, es, a
pesar de que vivió en los siglos XVIII y XIX, el lema de nuestra sociedad
actual, y por ello la Palabra de Dios no quiere ser tenida en cuenta por casi
nadie: “Prefiero una locura que me
entusiasme a una verdad que me abata.” Este mundo prefiere dejarse llevar
por la demencia y la estupidez mientras apele a lo que nos gusta y a lo que nos
aparta de la verdad, por dura y cruda que sea, en vez de por las verdades
sabias que emanan de las Escrituras y que nos facilitan una vida tranquila,
reposada, cabal y genuinamente feliz. Si la verdad de Dios, con todo su peso,
no nos enseña cómo debemos vivir en este mundo, y preferimos la locura
peligrosa de hacer lo que se nos pase por la mente en cada instante, no
esperemos un resultado distinto al que aguarda a aquellos que en su insensatez
no ven que su destino es la perdición eterna.
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