PASTOR Y PREDICADOR
SERIE DE
ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”
TEXTO
BÍBLICO: 1 TIMOTEO 4:1-6
INTRODUCCIÓN
La predicación
bíblica ha sufrido a lo largo de su historia una serie de transformaciones,
procesos y estilos, y digo sufrido, porque de lo que no cabe duda es de que el
arte de predicar y exponer el evangelio de Cristo en su prístina y sencilla
manera ha sido afectado negativamente, tanto por las tendencias profanas y
mundanales, como por los vanos intentos de acomodar la verdad a la mentira más
falaz. De cómo se entregaba la Palabra de Dios en los tiempos proféticos del
Antiguo Testamento, y de cómo Jesús y sus colaboradores apostólicos transmitían
el consejo del Señor, hasta nuestros tiempos, no sería osado afirmar que los
sermones o mensajes han ido perdiendo frescura, vitalidad y afán aplicativo.
Algunos oradores se dedican a ejercicios retóricos de florida construcción,
otorgando mayor importancia a la forma y el estilo que al contenido, y otros,
yendo al lado contrario de esta tendencia sofista, descarnan el evangelio hasta
convertirlo en una pastilla insípida e intragable para los oyentes. Unos
predicadores enarbolan el estandarte de la sola exposición, sin dar cabida a la
creatividad bien entendida y gestionada que Dios nos ha regalado, y abriendo el
espectro homilético a la narrativa y la temática, y otros se pasan contando
chascarrillos y anécdotas personales que aguan el auténtico protagonismo de la
voz divina entre carcajadas y risas estériles.
El pastor siempre
ha tenido, junto al profeta y al apóstol la función primordial de alimentar
espiritualmente al pueblo de Dios en todas sus manifestaciones, de publicar
evangelísticamente el plan salvífico de Cristo a los incrédulos y de enunciar
las verdades que el Espíritu Santo comunica a la iglesia en momentos
particulares de la vida de la misma. Un pastor que no sabe predicar, que no se
prepara concienzudamente a la hora de engarzar aquellas palabras que Dios
quiere dar a la comunidad de fe, o que no se esmera en reciclarse y actualizarse
ante los desafíos y retos que esta cultura social propone, aunque reúna todos
los requisitos que vimos en un capítulo anterior de esta epístola. El pastor
cualificado debe unir a su llamamiento y estipulaciones un corazón abierto a lo
que el Señor tiene que decir a su iglesia y una boca que concrete ese mensaje
divino de manera audible y comprensible. La homilética es la ciencia que se
encarga de saber manejar correcta y eficazmente todos los recursos oratorios,
teológicos e intelectuales del pastor o predicador, con el objetivo de alcanzar
certeramente la mente y el alma del oyente a través de un discurso únicamente
centrado y dirigido por el Espíritu Santo, y definido por un entendimiento
perspicaz y serio de la Palabra de Dios. El pastor ha de trabajar el aspecto
homilético continuamente para afilar la habilidad que Dios le ha ofrecido de
ser pregonero de su gracia y redención en Cristo.
A.
PASTORES Y
PREDICADORES DE SATANÁS
Pablo tenía en
mente la relevancia suprema que la predicación bíblica tenía en el seno de la
iglesia primitiva. Él mismo se retrata como un predicador y maestro que se
despoja de un estilo preciosista para mostrar la verdad desnuda de la condición
humana y la certidumbre de la obra salvadora de Cristo. Pablo no es sospechoso de
ser un predicador artificioso, sino que se caracterizaba por su tono directo,
simple y contundente. No sabemos qué clase de estilo tenía Timoteo en el
momento de declarar a los efesios el evangelio de Cristo, pero lo que sí
conocemos es el impagable consejo que su padre espiritual le entrega al
respecto. El apóstol de los gentiles advierte enfáticamente a Timoteo de los
peligros y abusos que se dan en el entorno de la predicación eclesial: “Pero el Espíritu dice claramente que en
los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus
engañadores y a doctrinas de demonios.” (v. 1)
Pablo no recurre a
su amplia experiencia o a su bagaje intelectual y homilético. Apunta
directamente a la revelación que el Espíritu Santo mismo ha confiado a la
iglesia a través de los apóstoles de Jesús. No habla el ser humano, con todos
sus prejuicios y errores de cálculo, sino que es Dios el que alerta con suma
nitidez y claridad formidable a Timoteo y a todos los pastores consagrados y
fieles al evangelio de todos los tiempos, que en el futuro muchos creyentes,
sobre todo aquellos que se dicen llamar pastores de la iglesia, darán la
espalda a Dios y sus designios, negando que alguna vez fueran verdaderos y
auténticos siervos de Cristo. Desde que la era de la gracia fue instaurada por
Cristo, hasta su segunda venida o parusía, la iglesia estará sometida al ataque
sistemático de personajes de baja estofa espiritual y de dudosa vocación
ministerial. Entendamos que esta experiencia por la que tendrá que pasar la
comunidad de fe cristiana es predecible e inevitable. Esa fe que predicaron un
día sería pisoteada y escupida por ellos mismos. La apostasía o el abandono de
la fe (gr. aphistomi) es una
circunstancia por la que ha pasado la gran mayoría de iglesias de todas las
épocas. En la siembra de la Palabra de Dios siempre habrá corazones que tienen
su hogar en los pedregales y que no acaban de hacer suya la salvación y el
perdón de Cristo: “Los de sobre la
piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no
tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.”
(Lucas 8:13)
En su bancarrota
espiritual y en su desprecio por la obra redentora de Cristo, estas personas
que, incluso lideraron la iglesia primitiva, caerán bajo el control de
espíritus dedicados a susurrar mentiras en sus oídos (gr. prosejo), a colocar ideas insanas y desconcertantes en sus
mentes, y a pudrir todo cuanto hubiese de bueno en sus corazones. Estos
engañadores (gr. planos), vagan por
el mundo buscando almas dispuestas a atender sus enseñanzas febriles,
despreciables y perversas. Su seducción llevará a los falsos creyentes y
profetas a predicar un mensaje completamente opuesto al dado por Cristo y sus
apóstoles, atrayendo así a los débiles en la fe, a quienes se dejan arrastrar
por cualquier tendencia doctrinal, religiosa y espiritual que entre dentro de
sus conveniencias personales. De la devoción a Dios, pasarán a la adoración de
todo cuanto es antitético a Cristo, al salvaje asentimiento de discursos
depravados y que distorsionan la pureza de la sana doctrina. Estos falsos
pastores serán peleles en manos de demoníacos entes, que harán con ellos como
quieran, que los manejarán como marionetas, que los hundirá en las profundidades
del pecado y la desolación eterna sin que éstos se den cuenta de ello. Satanás
sabe qué mensajes o sermones crear en las mentes calenturientas de los
apóstatas, y qué discursos calarán en los oídos perturbados de presuntos
creyentes y supuestos miembros de la iglesia cristiana.
B.
EL MENSAJE
DE LOS PASTORES Y PREDICADORES DE SATANÁS
El tono de
alerta en que Pablo dicta estas palabras no cesa en su anhelo y celo
preventivo: “Por la hipocresía de
mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y
mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con acción de gracias
participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad.” (vv.
2-3) Además de ser embaucados por diablos embusteros y araneros, y de ser
instrumentos útiles y eficaces para sembrar el caos en la iglesia en manos del
maligno, estos impostores de la fe se mostrarán incoherentes entre su mensaje y
sus actos, entre sus ponzoñosos y astutos sermones y su conducta diaria. Serán
reconocibles del mismo modo que se advierte de qué clase de árbol hablamos
según el fruto que nace de sus ramas. Su doble vida, la pública y la privada,
la religiosa y la ética, se hará manifiesta tarde o temprano ante los ojos del
mundo. Pero mientras esto sucede, no cejarán en su empeño activo por arrebatar
de la iglesia a cuantos miembros puedan.
La conciencia de
estos personajes venenosos está echada a perder, y la evidencia de su sumisión
a lo blasfemo y lo impío dejará una marca indeleble y grabada a fuego en el
fuero interno de sus mentes. La palabra “cauterizar”
(gr. kauteriazo) significa “quemar o
marcar con un hierro candente,” y no solamente se aplica a la aplicación en
la herida sangrante de una persona un enser metálico calentado al rojo vivo,
sino que hace alusión también al hecho de marcar a las bestias o a los esclavos
para dejar constancia visual y fehaciente de a quién pertenecían. En términos
médicos, la cauterización consiste en que tejidos con vasos sanguíneos elevan
su temperatura de forma extrema, ocasionando la coagulación de la sangre, y así
poder controlar el sangrado a costa de un daño extenso al tejido. Dados estos
matices, podríamos colegir que las conciencias de los falsos pastores, maestros
y profetas que la iglesia padecerá hasta el regreso de Cristo, ya muestran el
signo diabólico de su señor y dictador, y han perdido la sensibilidad y el sano
juicio en su afán por engañar a su prójimo.
¿Cuál era el
contenido de sus predicaciones y mensajes? Pablo nos ofrece un vistazo a la
clase de enseñanzas más extendidas y más erradas. Nos remite al celibato
obligatorio y a la abstinencia de algunos alimentos. No sabemos si estos falsos
pastores estaban influenciados por el gnosticismo en el que el cuerpo se
convertía en la prisión del alma, y éste debía mortificarse, o por las ideas
esenias de carácter ascético. Pero lo que sí nos dice Pablo es que estas
supuestas doctrinas no entraban dentro de las enseñanzas apostólicas. Tanto el
celibato auto-negacionista como el ayuno externo solo eran fórmulas añadidas a
un evangelio de gracia en el que el sacrificio de Cristo era suficiente para
perdonar los pecados y dar vida eterna. Ya sabemos hasta dónde ha llegado el
empecinamiento de algunos cristianos en el celibato de los pastores de la
iglesia, cuestión que sigue coleando después de siglos de predicar esta idea
peregrina y falsa. Y también podemos contar las víctimas de grupos sectarios
que proclaman un ayuno purificador y un estilo de vida rayano en la anorexia
para dejar que sea el alma la que brille por encima del cuerpo corrupto. Nada
de esto era, ni es, necesario para ser salvos, para recibir de Dios su
misericordia y amor redentor.
Pablo realiza un
aparte en referencia a los alimentos, aunque podría extender esta alusión al
matrimonio. El alimento es creación de Dios para sostener nuestra integridad
física, y sin éste, el cuerpo languidece, declina y muere. Abstenerse de comer
suponía entonces un desprecio por lo que Dios ha hecho perfecto en nuestro
favor y para nuestra felicidad. Por supuesto, es preciso hallar un equilibrio
dietético entre la gula y el ayuno sistemático. Si Dios ha construido e ideado
nuestro organismo con el fin de que viva y disfrute de su creación, es preciso
alimentarse correctamente sin caer en las redes del ascetismo extremo. Siempre
que el alimento sea presentado ante Dios con gratitud, alabanza y
reconocimiento sincero, éste cumplirá su objetivo vigorizante y nutricional,
sin importar a qué divinidad haya podido ser ofrecida la vianda. Sabemos, por
lo que se nos cuenta de las tradiciones y usos de los tiempos de Jesús, que
mucha de la carne que se vendía en las tiendas y mercados había sido
previamente consagrada a determinadas deidades paganas. No obstante esto, Pablo
espera que la madurez del creyente, el grado de crecimiento en la verdad de
Cristo de cada discípulo y la altura de la fe del cristiano, les lleve a
considerar que el consumo de algunos alimentos impuros a los ojos de la
religión judía no ha de ser impedimento para la supervivencia.
C.
EN DEFENSA
DE UNA PREDICACIÓN SANA Y NUTRITIVA
La razón que
aduce el apóstol Pablo es la siguiente: “Porque
todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción
de gracias; porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado.”
(vv. 4-5) En esencia, todo aquello que proviene de la palabra creadora y
creativa de Dios es bueno, perfecto, óptimo. De manera particular, toda la
materia que podemos aprehender con nuestros sentidos, es fundamentalmente para
bendición del mundo. Los objetos y las cosas no tienen un carácter moral
propio, sino que es, en su uso o abuso por parte del ser humano, que se
convierten en herramientas de edificación o en armas de destrucción. Lo mismo
ocurre con los alimentos. Todos ellos proceden y nacen de la provisión divina
que brota de su creación. Si pensáramos que algo que ha sido creado por el
Señor es inservible o inútil, le haríamos también ineficaz e imperfecto al
diseñar algo así. Pero como Dios es eterna e innegablemente sabio, brinda a la
existencia todo aquello que tiene como propósito la vida en todas sus etapas y
formas sobre la faz de este planeta. Más bien el espíritu del ser humano
debería ser de gratitud y honra al Creador, ya que en la acción de gracias
completamos el círculo de la gracia y del plan redentor de Dios. La oración con
la que Jesús, como buen judío que era, anticipaba la participación en la
ingesta de alimentos cotidiana, es una muestra más de aquello que como
creyentes en Cristo debiéramos hacer cada vez que recibimos el sustento
misericordioso de nuestro Padre que está en los cielos. Los alimentos son
santificados por Dios, apartados y consagrados para el consumo del pueblo santo
que Él ha escogido. Con este argumento en la memoria, rechacemos cualquier
tendencia doctrinal que nos conmine u obligue a una abstención egoísta de
comida, y disfrutemos de lo que Dios nos regala continuamente desde su
provisión diaria.
Por último,
Pablo, tras este inciso relativo a las erradas enseñanzas de los falsos
profetas y pastores, quiere subrayar la importancia nuclear de que el pastor
predique de acuerdo a la verdad que emana de la Palabra de Dios: “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen
ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena
doctrina que has seguido.” (v. 6) Si Timoteo tiene en mente esta defensa a
ultranza de la bondad inherente de la creación divina, esta actitud de
adoración y gratitud hacia Dios y el rechazo frontal a determinados mensajes
retorcidos que propagan individuos con mala idea y peor cabeza, su llamamiento
será calificado de honroso y excelente por el mismísimo Jesucristo. Su
enseñanza pastoral (gr. hipotizemi)
consistirá en recordar y sugerir desde una humilde persuasión al pueblo que le
toca guiar y dirigir, las indicaciones apostólicas y proféticas reveladas por
Dios.
Será un ministro
o servidor (gr. diakonos) que se ocupe de manera específica y principal de
alimentar espiritualmente a la comunidad de fe efesia, no con discursos
demagógicos o falseados, sino con el consejo de Dios que éste ha depositado en
su corazón, y con la enseñanza que, de parte de Pablo, su familia y otros
consiervos, ha ido aprendiendo hasta llegar a ser quién es como pastor. La
buena doctrina no se circunscribe únicamente a un conjunto más o menos sólido
de creencias intelectuales o espirituales, sino que éstas deben ser seguidas,
es decir, puestas en práctica cotidiana para apoyar la vocación pastoral
confirmada por Pablo y los ancianos.
CONCLUSIÓN
El pastor
cimienta su labor ministerial y de servicio en una predicación adecuada a los
designios revelados por Dios en su Palabra. Su enseñanza debe ir dirigida a
ofrecer una dieta espiritual rica y equilibrada que no se deje llevar por
corrientes de pensamiento que están en contraposición con lo que Dios ha
considerado como bueno y bendito. Cuando un pastor comienza a incidir
intransigentemente en externalidades formales en detrimento del cultivo de una
espiritualidad madura y reflexiva, es necesario revisar su mensaje desde el
espíritu de la ley de Dios, y así retornar a la sana doctrina, aquella que
habla al alma humana por medio del Espíritu Santo de Dios. Velemos por que la
predicación sea bíblica y lo más ajustada posible a lo que el Señor quiere
decir a su iglesia, evitando fútiles palabrerías y opiniones humanas, y dejando
que sea Cristo el que hable sin impedimentos a cada uno de los que componemos
la comunidad de fe cristiana.
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