MADUREZ PASTORAL




SERIE DE ESTUDIOS EN 1 TIMOTEO “SOMOS IGLESIA”

TEXTO BÍBLICO: 1 TIMOTEO 4:13-16

INTRODUCCIÓN

       La labor del pastor tiene sus instantes y áreas públicas que todos pueden ver y observar. Las personas, tanto si son miembros de la iglesia como si no lo son, tienen la oportunidad de valorar el trabajo y la entrega del pastor en aspectos relacionados con la predicación bíblica, la enseñanza, la presidencia, la atención a los visitantes y el saludo a los hermanos de la congregación. A menudo el pastor es evaluado desde estos ítems concretos y constatables por la simple observación. No hay nada malo en ello, siempre y cuando la iglesia sea consciente de que existe una vertiente más oscura y menos visible de la pastoral. Si juzgamos el libro por la cubierta, nos estaremos equivocando. Yo, como lector empedernido de todo cuanto cae entre mis manos, he aprendido que una deslumbrante presentación, estratégicamente diseñada para asombrar, no siempre se corresponde con una obra de calidad literaria. A menudo, hacemos más caso a una sinopsis encandiladora y rutilante en la contraportada del libro, que a lo que verdaderamente se esconde entre tapa y tapa. Y así, seguramente me haya perdido más de un relato que seguramente me hubiese encantado leer con delirio.

      El pastor tiene, o debe tener, tras su labor dominical o semanal, una realidad de preparación, de estudio concienzudo de las Escrituras, de formación continua, de reciclaje y de oración. Si así no fuese, tal vez pueda engañar a algunas personas de la congregación con su encanto personal, con su labia rimbombante, o con sus maneras elegantes. Pero lo que no puede llegar a conseguir un pastor asalariado, que simplemente cumple con el expediente raspado de predicar mensajes gastados y poco elaborados, es embaucar a toda la iglesia. El mínimo esfuerzo de un pastor en la construcción de los sermones o lecciones bíblicas es algo que los más débiles e influenciables de la grey de Dios pueden captar a la primera. Un pastor que se tumba a la bartola delegando tareas propias de su ministerio, y que no vacila en enorgullecerse de su poca entrega ante otros colegas, es una auténtica vergüenza para todos aquellos que de corazón se consagran a alimentar espiritualmente a la iglesia en la que el Señor los ha colocado. A esta clase de pastores, el Señor Jesucristo les demandará qué hicieron en realidad con los dones que el Espíritu Santo les entregó, en qué clase de hipócritas se han convertido, y en qué han empleado tiempo, recursos y capacidades otorgados por Dios.

A.     LOS TRES SELLOS DE GARANTÍA DEL PASTOR MADURO

      El pastor maduro, esto es, aquel siervo de Dios que se somete por completo a los dictados de Dios, que vive apasionado por predicar la verdad del evangelio en su comunidad de fe, que muestra interés genuino por elaborar conveniente y creativamente, según el don que le ha sido conferido por el Espíritu de Cristo, cada uno de sus mensajes, y que se desvive por aportar a cada vida que pastorea un sentido de responsabilidad y compromiso por la causa del Reino de los cielos, es aquel que Pablo quiere que sea su amado hijo espiritual Timoteo. Y para que la madurez espiritual y pastoral aflore en el corazón y ánimo de Timoteo, el apóstol de los gentiles analiza la situación por la que éste está pasando en su trabajo con los creyentes efesios, y le ofrece cariñosa, pero seriamente, una serie de consejos que facilitarán el reconocimiento de su vocación por la congregación que debe pastorear, y que al menos, hasta que Pablo tenga oportunidad de visitarlo, sepa cómo conducirse pastoralmente con el grupo de hermanos y hermanas que todavía ponen en tela de juicio su llamamiento. El primer consejo tiene que ver con el tiempo que ha de dedicar al estudio, la lectura y a perfeccionar su método pedagógico: “Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.” (v. 13)

     Al parecer, Pablo tenía la idea de viajar a Éfeso con el objetivo de respaldar en persona a Timoteo y su labor pastoral. No sabía cuánto tiempo más iba a estar en Macedonia, donde se estaba ocupando de establecer y poner los cimientos de una serie de iglesias. Pero al menos, podemos comprobar el grado de estima y consideración que tenía hacia su consiervo Timoteo. Estaba diciendo a su querido espiritual que resistiese un periodo de tiempo más, que tratase de dar la vuelta a la tortilla en lo que concierne a sus problemas de adaptación, a sus detractores y a las dudas que todavía un conjunto de hermanos albergaba sobre su ministerio. Para poder cambiar de signo la batalla espiritual y eclesial a la que se estaba enfrentando Timoteo, debía ocuparse (gr. oiprosejo), es decir, debía prepararse exhaustiva, continuamente y de forma previa en lo privado en tres parcelas que se asimilan con claridad a la pastoral: estudio, exhortación y educación. La madurez de un pastor, por tanto, no debe medirse por fachadas y apariencias, sino por el fruto que brota de la excelencia en estas tres áreas.

      Primeramente, Timoteo debía ocuparse concienzudamente de la lectura. ¿A qué clase de lectura se está refiriendo Pablo aquí? ¿Era una lectura exclusivamente centrada en las Escrituras de aquellos tiempos, más conocidas por nosotros como Antiguo Testamento o Biblia judía? ¿O Pablo acaso también animaba a Timoteo a leer otros libros y textos propios de la cultura contemporánea y clásica? Entendemos que, fundamentalmente, la lectura debía concentrarse en la Palabra de Dios, aunque, a tenor del conocimiento que Pablo tenía de los clásicos griegos, y que podemos corroborar en su discurso del Areópago de Hechos de los Apóstoles, Pablo no cerraba la posibilidad a la lectura de otras obras de interés filosófico o popular. Pero, otra pregunta surge si la lectura en principio se limita a las Escrituras. Algunos piensan que la lectura a la que se hace mención en este versículo, tiene que ver con la lectura pública ante la comunidad de fe de la Biblia Judía y de epístolas apostólicas que circulaban entre las iglesias. Otros simplemente afirman que se trata de una lectura privada, personal y de estudio, con el fin de preparar, junto a la inestimable y necesaria iluminación del Espíritu Santo, los sermones u homilías que más tarde serían predicados en los diferentes encuentros semanales del pueblo de Dios. Sea cual sea el sentido de este aspecto concreto, lo cierto es que Pablo apela con firmeza a la centralidad de la Palabra de Dios tanto en la exposición litúrgica y comunitaria, como en los preparativos privados que el pastor elaboraba.

     En segundo lugar, Timoteo había de desarrollar una habilidad reseñable de aplicación de los textos bíblicos a explicar a sus hermanos en la fe. La palabra “exhortación” indica con claridad una tendencia básica de formular aplicaciones contemporáneas, particulares y comunitarias tras la predicación bíblica. Suponía animar a la congregación a ser prácticos después de escuchar la Palabra de Dios. El pastor no se limita a ser expositivo en su mensaje, sino que impulsa y exhorta a sus ovejas de tal modo que ellas puedan llevar a la acción lo predicado. Si la exposición es huérfana de una motivación a la praxis, de poco sirve el mensaje. La idea que debe primar en la labor pastoral y homilética es la de convencer, alentar y persuadir al oyente para que ponga por obra lo que las Escrituras demandan, sin forzar en lo más mínimo al auditorio, sino dando paso a la actividad y obra del Espíritu Santo, el cual sacudirá interiormente al escuchante y le guiará a abundar en buenas obras y obediencia en su vida diaria. Para encontrar una aplicación pertinente y relevante para la iglesia de Cristo, el pastor ha de conocer a su comunidad de fe en general, su entorno más inmediato y cada una de las circunstancias que rodean a cada uno de los creyentes, y así, con este conocimiento, es mucho más fácil discernir qué aplicaciones prácticas poder enunciar a sus oyentes, y qué pasos deben dar todos para ser santos y coherentes con su fe.

     En tercer lugar, Timoteo, como pastor que aspira a la madurez y la excelencia, no puede sino ocuparse y prepararse minuciosamente para realizar su labor educativa. De nuevo, el núcleo de la enseñanza (gr. didaskalia) es la Palabra de Dios. Su programa didáctico no debe ni puede apartarse un ápice de la sistemática exposición de la revelación del Señor. Debe emplear los mecanismos y herramientas necesarios y dignos, a través de los cuales lograr una comprensión paulatina de la sana doctrina por parte de los miembros de la iglesia. Como suele decirse, “cada maestrillo tiene su librillo,” y eso es absolutamente cierto, porque Dios capacita a cada pastor y maestro con unas cualidades especiales y específicas que les permita ser claros en su discurso, rotundos en sus afirmaciones y perseverantes en sus respuestas. El pastor maduro usa la realidad que lo rodea para ilustrar sus enseñanzas, no es perezoso a la hora de utilizar la creatividad que Dios le ha concedido con el fin de hacer sus lecciones más atractivas y absorbentes, y nunca da la oportunidad a que el error, la tergiversación o la distorsión doctrinal se instalen subrepticiamente en su clase magistral. Hay tantos maestros como pastores hay, pero el cimiento debe ser inamovible para cada uno de ellos, sin demostrar fisuras en su explicación del evangelio de gracia.

B.      RECORDATORIO DEL SELLO DE GARANTÍA DE LA MADUREZ PASTORAL

     No sabemos hasta qué punto Timoteo estaba agotado, deprimido y desolado, pero al socaire de las palabras que Pablo le dedica a continuación, los indicios nos llevan a pensar que no estaba en su mejor momento espiritual y pastoral: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio.” (v. 14) Tal vez Pablo notase o percibiese algo preocupante en las noticias que le iban llegando de parte de Timoteo. Quizá Timoteo estaba a punto de tirar la toalla a causa de la infinidad de ataques, burlas y menosprecios que se le dedicaban por mor de su inexperiencia y bisoñez. El caso es que Pablo desea infundirle aliento en medio de esta crisis espiritual por la que está pasando su estimado compañero de fatigas. Su táctica para levantarle la moral y hacerle olvidar su precario panorama pastoral, es precisamente, provocarle al recuerdo del supremo llamamiento de Cristo que le fue confirmado por revelación a un grupo de ancianos de la iglesia de la que salió para marchar a Éfeso. Su vocación es un don dado de lo alto, no un mérito conseguido a base de tesón y constancia personales. Si Dios lo ha llamado a ser pastor de la iglesia efesia, si la profecía revelada por el Espíritu Santo a Pablo y a otros hermanos con una autoridad indiscutible, y si la imposición de manos, símbolo del reconocimiento de la voluntad soberana de Dios Padre del ministerio de Timoteo, ha sido un testimonio ritual que garantiza que es apto para la labor pastoral que se le ha encomendado, nada debe temer. Dios es el autor de su don, y Él completará su obra en la vida de Timoteo sin dudar o rendirse. Dios está de su lado, Pablo y los ancianos también, y será cosa de tiempo y trabajo que Timoteo adquiera la autoridad necesaria para guiar y conducir a la comunidad de fe efesia.

C.      DEMOSTRACIÓN FEHACIENTE DE LA MADUREZ PASTORAL

      Para remachar este deseo de que Timoteo levante cabeza y no se deje llevar por el desánimo y el burnout, Pablo reincide en los tres aspectos que deben caracterizar la madurez de un pastor de Dios: “Ocúpate en estas cosas; permanece en ellas, para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos.” (v. 15) Pablo se retrotrae al v. 13 con el objetivo de dejar meridianamente claras sus prioridades pastorales de enseñanza, exhortación y estudio de la Palabra de Dios. En ese ejercicio de ocupación (gr. meletao), de pensar con anticipación, de planificación y de premeditación, Timoteo debe rogar a Dios que le dé fuerzas para seguir adelante, para perseverar en estas áreas, y para demostrar a sus consiervos efesios que él no está pintado en la pared, que no es un mozalbete inexperto y carente de autoridad, y que va a dar el todo por el todo para que la iglesia crezca en madurez espiritual y número. No basta con llevar a cabo actividades puntuales y esporádicas. No es suficiente con echar un vistazo superficial e insustancial a los pergaminos para ofrecer un escuálido sermón dominical en el que es imposible hincar el diente, y mucho menos sacar algo provechoso y edificante de éste. La madurez pastoral requiere de una implicación ferviente en cada uno de los aspectos que más resalta Pablo, con la meta de ser fiel y obediente al llamamiento divino. Al final, todos podrán constatar el grado de aprovechamiento (gr. prokope) al que ha llegado Timoteo tras dedicarse a estas tres actividades fundamentales, sobre todo en el avance firme y constante en el entendimiento y en el aprendizaje de la Palabra de Dios.

D.     LA PERSISTENCIA COMO SEÑAL DE LA MADUREZ PASTORAL

      Pablo no habla por hablar en lo tocante a Timoteo y sus circunstancias personales y eclesiales. El apóstol se coloca en el lugar de su amigo y hermano, se calza sus sandalias y contempla en la distancia la gama de escenarios que pueden acaecerle a Timoteo. Con gran delicadeza y sobriedad, aconseja a Timoteo que no pierda tiempo en implementar en su propia vida sus advertencias, sugerencias y mandamientos: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren.” (v. 16) Dos cosas son perentorias en cuanto a atención para Timoteo: su condición particular e individual, y su mensaje. Primero, Timoteo debe preocuparse por su persona de manera integral, tanto en lo físico como en lo emocional, en lo mental, como en lo espiritual. Su semblante decaído no va a hacer ningún bien a nadie, y para levantar el rostro con el objetivo de afrontar cada uno de los retos y desafíos que le asedian, su vida debe estar preparada para acatar la voluntad de Dios, asumir su llamamiento pastoral y velar por su integridad personal. Y segundo, su enseñanza nunca ha de alejarse ni un instante de la ortodoxia predicada y expuesta por la ley, los profetas, el evangelio y los apóstoles.

      La persistencia o permanencia en ser un buen gestor y administrador de su testimonio particular, de su familia carnal y espiritual, y de su vocación pastoral, es imprescindible para considerar maduro a un pastor, por muy joven que éste sea. Si Timoteo lucha a brazo partido, si no ceja en su empeño, si se esfuerza al máximo y si resiste los embates de los falsos maestros y líderes de su comunidad de fe, no solamente volverá a recobrar la lozanía espiritual de antaño, sino que además plasmará con sus actos y palabras que su autoridad pastoral es indiscutible. Al levantarse de las cenizas cual ave fénix, Timoteo recuperará un vigor inusitado e indomable que le permitirá lidiar con las amenazas y presiones eclesiales y extra eclesiales, sin dar pábilo a sospechas ni comentarios críticos mordaces. En esa salvación personal, Timoteo tendrá el camino preparado y asfaltado para imprimir en la iglesia efesia su huella como siervo de Dios, como colaborador de Pablo y como persona capaz y consagrada en lo pastoral. 

CONCLUSIÓN

       Muchos pastores, cuando las dificultades superan con creces sus expectativas de lo que es soportable, dejan su ministerio en la iglesia local o directa y drásticamente suspenden su presunta vocación pastoral. Ser pastor de una congregación conflictiva como lo era la de Éfeso, no era nada sencillo, y solía traer más disgustos que deleites. El desánimo aparecerá en muchos corazones pastorales, porque, al fin y al cabo, el ministro de culto es un ser humano de carne y hueso, con emociones y sentimientos que pueden ser presa del desaliento, de las críticas ácidas y veladas de sus ovejas, e incluso de una depresión profunda y tenebrosa. 

       Sin embargo, el pastor maduro es aquel que tiene mil cicatrices, la piel de un rinoceronte y la experiencia suficiente, como para reconocer que las fuerzas y energías necesarias como para seguir trabajando en entornos duros y estridentes, solo proceden de Dios y del amor que Cristo deposita en sus corazones para que todo lo que se ha perdido pueda ser encontrado por la gracia y el perdón del Señor. La enseñanza de la pureza del evangelio de Cristo, el estudio inquisitivo de la Palabra de Dios y la cultura contemporánea, y la exhortación a que el pueblo de Dios se movilice para practicar las verdades bíblicas, serán el sello de garantía de que un pastor crece en madurez y excelencia por amor del nombre de Dios.

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