UN LEGADO FAMILIAR
SERIE DE
ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 10
INTRODUCCIÓN
La humanidad como
un todo que surge de unos mismos ancestros es algo que hasta los científicos
más ateos están dispuestos a reconocer. Otra cosa es que intenten embutirnos
con sus teorías e hipótesis evolucionistas, que son eso, teorías e hipótesis,
sin una base científica comprobable que nos una a los primates. La raza humana
comparte una misma naturaleza aunque difiera en la clase de cultura, leyes,
costumbres y ritos religiosos que cada civilización tenga. A pesar de nuestras
patentes diferencias antropológicas y sociológicas, de lo que no cabe duda es que
nuestro carácter, nuestras emociones y nuestros sentimientos son prácticamente
los mismos. Sea que vayamos a visitar a los inuits del casquete polar ártico,
sea que viajemos a las cálidas aguas de las Antillas caribeñas, o sea que nos
perdamos en la miríada de islas de la Micronesia y la Polinesia, el ser humano
sigue poseyendo la imagen y la semejanza de Dios rota en mil pedazos a causa
del pecado. Todos somos familia, lo queramos o no, cercana o lejana, pero todos
existimos desde una familia primigenia que empleó la capacidad reproductiva y
generadora que Dios le entregó.
En la constelación de nombres y lugares
geográficos que aparece en el capítulo 10 de Génesis podemos aprender muchas
lecciones. Sé que muchos pasan de largo ante esta maraña de lazos genealógicos,
creyendo que nada les puede aportar en el plano espiritual, pero yo creo que no
es para nada cierto. Todo lo contrario, como veremos en la enumeración casi
interminable de vástagos y descendientes, el plan de Dios para una humanidad
caída aparece recorriendo todo este maremagnum de nombres y pueblos. Como ya sabemos,
la raza humana como tal, ha sido destruida a causa de su depravación absoluta
por medio del diluvio universal enviado por Dios. Solo Noé, su esposa y sus
tres hijos con sus respectivas mujeres, han sobrevivido a la catástrofe. El
pecado sigue haciendo dar tumbos hasta al mismísimo Noé y a uno de sus hijos,
Cam, por lo que no nos puede sorprender que en futuras generaciones, el pecado
no sea el patrón común de conducta. Tres son las ramas genealógicas de las que
brota tanto la fructificación como la multiplicación humana sobre la faz de la
tierra: “Estas son las generaciones de
los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, a quienes nacieron hijos después del
diluvio… Estas son las familias de los hijos de Noé por sus descendencias, en
sus naciones; y de éstos se esparcieron las naciones en la tierra después del
diluvio.” (v. 1, 32) Los descendientes de Noé se ponen manos a la obra
cumpliendo y obedeciendo el mandato cultural dado por Dios en su nuevo pacto
con la humanidad y la tierra que han de habitar y repoblar. Es necesario notar
que todos los pueblos suman 70, un número simbólico que tiene un sentido de
plenitud, de totalidad, lo cual engloba a toda la humanidad en su conjunto.
1.
JAFET
“Los hijos
de Jafet: Gomer, Magog, Madai, Javán, Tubal, Mesec y Tiras. Los hijos de Gomer:
Askenaz, Rifat y Togarma. Los hijos de Javán: Elisa, Tarsis, Quitim y Dodanim.
De éstos se poblaron las costas, cada cual según su lengua, conforme a sus
familias en sus naciones.” (vv. 3-5)
Según los
entendidos en la materia de asignar territorios a los diferentes pueblos que
fundan los hijos de Jafet, Gomer se instalaría al Norte del Mar Caspio, Tubal y
Mesec ocuparían la zona de la orilla sur del Mar Negro, Tiras conquistaría la
tierra al oeste del Mar Negro, conocida como Tracia, Madai quedaría al sur del
Mar Caspio, que más tarde sería conocido como Media, y Javán se establecería al
sur de Grecia, en la región de Jonia. Los hijos de Javán se expandirían por la
ribera norte del Mar Mediterráneo hasta las ciudades míticas de Tarsis y el sur
de la Península Ibérica. Su sustento, tal como podemos comprobar era conseguido
por medio de la pesca y del comercio a lo largo y ancho del Mediterráneo y los
mares interiores que conectan Europa con Asia.
Cada pueblo
adquiriría su propia manera de hablar, sus dialectos y acentos, y comenzarían a
afirmar las fronteras y límites de sus naciones. Ya no se trataba de construir
una sola unidad humana, sino que el ser humano ya comienza a ser consciente de
que en cualquier instante puede ser atacado por sus propios hermanos,
arrebatándoles lo que estiman es suyo por derecho de conquista. Las cosas no
han cambiado mucho, como sabemos, ya que hoy todavía siguen habiendo
conflictos, guerras y fratricidios por cuestión de tierras, intereses económicos
y explotación de recursos valiosos. La sospecha se instala entre los pueblos
hermanos, y se vigilan mutuamente, ideando idiomas propios con los que
distinguirse y desmarcarse de la unidad primigenia. Los jafetitas habían
escogido una clase de territorio que le facilitase las comunicaciones costeras,
la colonización y la edificación de puertos marítimos que les brindase
prosperidad e influencia sobre sus hermanos.
2.
CAM
“Los hijos
de Cam: Cus, Mizraim, Fut y Canaán. Y los hijos de Cus: Seba, Havila, Sabta,
Raama y Sabteca. Y los hijos de Raama: Seba y Dedán. Y Cus engendró a Nimrod,
quien llegó a ser el primer poderoso en la tierra. Este fue vigoroso cazador
delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador
delante de Jehová. Y fue el comienzo de su reino Babel, Erec, Acad y Calne, en
la tierra de Sinar. De esta tierra salió para Asiria, y edificó Nínive,
Rehobot, Cala, y Resén entre Nínive y Cala, la cual es ciudad grande. Mizraim
engendró a Ludim, a Anamim, a Lehabim, a Naftuhim, a Patrusim, a Casluhim, de
donde salieron los filisteos, y a Caftorim. Y Canaán engendró a Sidón su
primogénito, a Het, al jebuseo, al amorreo, al gergeseo, al heveo, al araceo,
al sineo, al arvadeo, al zemareo y al hamateo; y después se dispersaron las familias
de los cananeos. Y fue el territorio de los cananeos desde Sidón, en dirección
a Gerar, hasta Gaza; y en dirección de Sodoma, Gomorra, Adma y Zeboim, hasta
Lasa. Estos son los hijos de Cam por sus familias, por sus lenguas, en sus
tierras, en sus naciones.” (vv. 6-20)
Si recordamos el
capítulo anterior con el trágico y vergonzoso episodio de la borrachera y de la
desnudez descubierta de Noé, sabremos que sobre la estirpe de Cam y de su hijo
Canaán, pesaba una gran maldición profética que Noé realiza al conocer la
deshonra perpetrada por su hijo. El autor de Génesis presta una atención
especial sobre esta rama familiar, sobre todo porque todos estos pueblos que
son engendrados por Cam, se convertirán en los enemigos más acérrimos de Israel
cuando tenga que conquistar la Tierra Prometida tras salir de Egipto. Los que
oían el relato de las primeras familias posdiluviales, podían entender que se
enfatizase el papel del linaje camita y así comprender con quiénes estaban
tratando, con una ramificación familiar problemático, traicionero, rebelde y
violento que no honraba ni a Dios ni a sus progenitores. De ahí, que muchos de
los nombres que forman parte de la estirpe camita tuviesen significados como
“tribulación”, “miedo”, “rebelde”, “cólera”, “maldición” o “espada”, todas
sinónimas de términos como pecado, dolor o violencia.
Básicamente, los
descendientes de Cam se sitúan geográficamente
en África del Norte, Egipto, el Este del Mediterráneo y el sur de
Arabia. Cus, cuyo nombre significa “negro” o “etíope”, y del cual se supone
proceden todos los individuos de raza negra, se radica al sur del Nilo, la
ubicación de Put es una incógnita, y Canaán emplazaría su imperio en la tierra
de los filisteos, hoy conocida como Palestina. Todos sus descendientes sonarían
familiares a los oyentes israelitas, porque seguramente se habrían enzarzado en
alguna que otra batalla para recuperar la Tierra Prometida por Dios a Abraham,
Isaac y Jacob. De entre los descendientes de Cus, un personaje sobresale como
“el primer poderoso de la tierra”. ¿Sería uno de los primeros reyes o soberanos
reconocidos por su destreza en la caza, valor y poder tras el diluvio? Podría
ser. Lo cierto es que se le reconoce como alguien de gran fuerza, con ansias
conquistadoras que lo llevan a gobernar sobre varias ciudades, a construir un
reino de dimensiones respetables para los tiempos que corrían. Su nombre
significa “rebelde” y funda una ciudad sobradamente conocida llamada Babel, de
la que hablaremos en el próximo estudio.
3.
SEM
“También le
nacieron hijos a Sem, padre de todos los hijos de Heber, y hermano mayor de
Jafet. Los hijos de Sem fueron Elam, Asur, Arfaxad, Lud y Aram. Y los hijos de
Aram: Uz, Hul, Geter y Mas. Arfaxad engendró a Sala, y Sala engendró a Heber. Y
a Heber nacieron dos hijos: el nombre del uno fue Peleg, porque en sus días fue
repartida la tierra; y el nombre de su hermano, Joctán. Y Joctán engendró a
Almodad, Selef, Hazar-mavet, Jera, Adoram, Uzal, Dicla, Obal, Abimael, Seba,
Ofir, Havila y Jobab; todos estos fueron hijos de Joctán. Y la tierra en que
habitaron fue desde Mesa en dirección de Sefar, hasta la región montañosa del
oriente. Estos fueron los hijos de Sem por sus familias, por sus lenguas, en
sus tierras, en sus naciones.” (vv. 21-31)
Cuando Moisés reseña que Sem es el padre de
todos los hijos de Heber, se está refiriendo a los hebreos o hapiru, a los
componentes del futuro pueblo de Israel que sale de Egipto hacia Canaán. Los
hijos de Sem se distribuirán del siguiente modo: Elam ocupará el territorio
entre los medos al norte y el Golfo Pérsico al sur; Asur se ubicará al norte de
Mesopotamia, siendo padre de los asirios; Arfaxad comprenderá la zona del sur
de Mesopotamia, patria de los caldeos; Lud vivirá en Asia Menor, en la parcela correspondiente
a los lidios, y Aram habitará en la actual Siria. También es interesante
resaltar que en los días de Peleg, la tierra fue repartida entre todos los
descendientes de Noé, posiblemente mediante alianzas, acuerdos o pactos de no
agresión momentáneos, con el fin de fijar las fronteras y límites a sus
posesiones y propiedades. De esta rama semita, del linaje de Arfaxad, surgirá
la línea de descendencia que unirá a Adán, a Noé y a Sem con Abraham, Isaac y
Jacob, hasta David y el propio Jesús de Nazaret, el Mesías esperado de Israel.
La cercanía a sus
agresivos hermanos camitas les produciría bastantes problemas durante el resto
de su existencia como nación, y en los pueblos jafetitas encontraría el acomodo
para salir al mar con sus puertos y puntos de comercio naval. La profecía de
Noé iría desplegándose con el paso del tiempo, y Canaán con toda su variedad de
pueblos, sería sometido para arrebatarle una tierra que Dios ya había prometido
a su pueblo escogido. El hecho de volverse a mezclar con los canaanitas también
daría más de un quebradero de cabeza a Israel en un futuro no muy lejano,
puesto que el espíritu idólatra, iracundo e irrespetuoso que tenían era
incompatible con una nación que buscaba adorar y obedecer a Dios.
4.
LECCIONES
GENEALÓGICAS
De este farragoso
pasaje bíblico podemos aprender varias cosas. La primera es que existe una
innegable conexión entre todos los pueblos de la tierra. La hechura de Dios de
cada ser humano es indiscutible, y si echamos la mirada hacia el pasado, podemos
encontrar sorpresas tremendas sobre nuestros orígenes. Aquellos que se creen
puros en su racismo y que se alzan sobre las demás etnias no saben lo
equivocados que están al asegurar que su pureza genética está incólume. Todos
formamos parte de la misma familia, nos guste o no, pero esto es lo que hay.
Como diría Brueggemann, este capítulo 10 de Génesis es “una visión ecuménica sin parangón de la realidad humana.”
La segunda
lección que aprendemos es que nuestro origen y final está en Dios y en su poder
generador. Para ello, Dios prepara un plan de rescate para la raza humana que
ha desviado su camino en pos del pecado, porque desea fervientemente reunirnos
de nuevo en un final apoteósico cuando Cristo venga a por su nueva humanidad,
donde no hay distinciones ni prejuicios. El ser humano, dotado por Dios de
conciencia, debe responsabilizarse de su existencia ante su Creador. La mejor
manera de expresar esta realidad es la que empleó Pablo en el Areópago de
Atenas: “Y de una sangre ha hecho todo
el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y
les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para
que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque
ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos
movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho:
Porque linaje suyo somos.” (Hechos 17:26-28)
Y la tercera
lección que resulta de la fronterización del mundo, nos lleva a reconocer que
el miedo al otro, y la sospecha de que el prójimo, por muy familia que sea,
quiere arrebatarnos todo lo que tenemos y somos, es el producto inequívoco del
pecado en el corazón del ser humano. Si el odio, el rencor, la avaricia, el
egoísmo desmedido y la envidia no hiciesen acto de aparición en la dinámica de
convivencia humana, otro mundo sería posible. Lamentablemente, nosotros no
podemos erradicar esta inclinación diaria hacia el pecado. Necesitamos a un
Salvador y Redentor que convierta los aborrecimientos en amor, la división en
unión, y la guerra en paz. Ese Salvador es Cristo, y es el único que puede
derribar los muros que nos separan, que puede reconciliarnos con Dios y que
puede reunirnos como una sola mente y un solo espíritu de vida y gracia por
toda la eternidad.
CONCLUSIÓN
Hemos hablado de
la ciudad de Babel, fundada por el gran Nimrod. Esta ciudad tendrá una
formidable relevancia en el mundo antiguo. ¿Será el ser humano obediente a Dios
y acatará la orden de seguir expandiéndose en un mundo casi desierto, o se
establecerá sedentariamente? ¿Se conformará el ser humano con adorar a Dios, o
preferirá adorarse a sí mismo? Todo esto y mucho más, en nuestro próximo
estudio bíblico.
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