DIOS DETIENE UNA REVUELTA
SERIE DE
ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 11:1-9
INTRODUCCIÓN
El lenguaje es
una de las características propias de Dios que éste ha compartido con la raza
humana en un deseo por comunicarse con sus criaturas. Aunque Dios es capaz de
leer los pensamientos, y nosotros podemos de pensamiento hablar, adorar y entablar
un diálogo fructífero con el Señor, sin embargo, a la hora de desarrollar la
vertiente horizontal de comunión y conexión con el resto de mortales, los
cuales, hasta donde se sabe, no tienen poderes telepáticos, es necesario un
lenguaje o idioma que permita la creación de lazos afectivos de todo tipo. El
lenguaje oral, gestual o escrito es el vehículo que todo ser humano emplea para
contar sus ideas y sueños, para alabar o vituperar al prójimo, para enseñar e
instruir a las nuevas generaciones, y para construir mundos en la imaginación
que poder compartir con los demás. Sin un lenguaje regulado y establecido como
mecanismo de comunicación, las sociedades se retraen, se automarginan e incluso
pueden llegar a desaparecer o ser asimiladas por culturas con idiomas de más
amplia extensión social.
En la actualidad,
es sumamente difícil conocer con exactitud el número de lenguas existentes, ya
que las lenguas van y vienen, se transforman y se degradan, aparecen y
desaparecen. Según los especialistas en lingüística, en este año, el número de
lenguas es de 7.099. Existen lenguas conocidas como muertas, que solo se
emplean en el estudio de idiomas del pasado, y que suelen ser raíces de nuevas
lenguas del presente, como el latín, el acadio o el jeroglífico, por poner
varios casos. Hay lenguas divididas en dialectos, con matices y acentos
distintos según la zona en la que se hablan, con palabras propias y alfabetos
diferentes, y existen corrupciones de una misma lengua a causa de los avances
tecnológicos y socioeconómicos. Hay intrusiones de otras lenguas en la lengua
propia, y viceversa, como los galicismos o los anglicismos, y también
encontramos palabras nuevas que surgen como comodín para significar cosas o
personas especialmente particulares que son tendencia. En resumen, las lenguas
son riqueza por un lado, pero también son un obstáculo a la hora de entenderse
cuando viajamos a latitudes en las que las lenguas e idiomas son absolutamente
distintas.
1.
UNILINGÜES
Según la Palabra
de Dios, todo este maremagnum de lenguas y acentos es producto del anhelo
perverso del ser humano por usurpar el lugar de Dios como soberano y Señor de
la realidad. Podríamos decir que el episodio de Babel es la manifestación más
clara del pecado original en el Edén siendo delineado en su dimensión
internacional y social. Es, sin duda, la intervención piadosa y providencial de
Dios en medio de una humanidad antropocentrista y sedentaria, con el propósito
de hacer ver que su trono era inalcanzable por los esfuerzos e ideas
imperalistas del ser humano. Y todo comienza con una humanidad unida, antes de
que la división lingüística y nacional acaeciese: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.”
(v. 1) Podríamos preguntarnos: ¿Pero no se nos dice en el capítulo anterior
de las genealogías, que todos se habían dispersado a diferentes territorios
geográficos, y que todos tenían su propia lengua? Es preciso matizar aquí, que
Génesis no es escrito básicamente en términos cronológicos, sino temáticos. Por
ello, aunque la retahila de descendientes de Noé aparece antes en Génesis, no
significa que sucediera antes del acontecimiento de Babel. Es más, si releemos
el capítulo anterior, constatamos que es en tiempos de Peleg cuando se da el
episodio bíblico que ahora comentamos. Hasta Peleg, todos los pueblos tenían
una misma lengua e idioma, “un solo labio”, como se traduce del original
hebreo.
La comunicación
entre semejantes estaba asegurada y los malos entendidos y erróneas
interpretaciones eran mínimos. Todos podían transmitir conocimientos sin
dificultad a sus descendientes, todos podían reunirse en torno a una misma ley,
y todos tenían la posibilidad de trabajar como un solo hombre. Todavía se
sentían parte de una misma comunidad, de un mismo clan, y de una misma familia
con todo lo que esto conlleva. Esa deseada unidad humana que se persigue por
medio de las Naciones Unidas, y que solo es una quimera imposible de plasmar en
la realidad, era la que seguía aunando esfuerzos, metas y propósitos. Con esa
relativa unanimidad, toda la humanidad existente sobre la faz de una tierra
todavía por habitar, decide moverse y desplazarse: “Y aconteció que cuando salieron de oriente, hallaron una llanura en la
tierra de Sinar, y se establecieron allí.” (v. 2) Este dato que nos ofrece Moisés,
nos indica la dirección de su flujo migratorio, y a la vez, de manera
simbólica, nos informa de que su traslado tenía la intención de alejarse
paulatinamente de Dios. En muchos de los textos en los que aparece esta
expresión, el resultado de tal movilización suele provocar problemas
relacionados con la obediencia a Dios.
Su destino iba a
ser una llanura o planicie llamada Sinar, más conocida por el Talmud judío,
como la “llanura del mundo.” Sinar se halla en la zona aluvial situada entre
los ríos Tigris y Eúfrates, y por lo tanto, se ubica en el territorio que más
tarde se conocería como Babilonia o Mesopotamia. Era un territorio ubérrimo y
especialmente dotado de la fertilidad necesaria para la agricultura y la
ganadería. Sin embargo, del mismo modo que dijimos sobre venir del este, la
simbología de la llanura y su posterior aparición en la historia bíblica, nos
lleva a pensar en un lugar dispuesto para la perversión y la mundanalidad.
Allí, pues, se asentaron todos como un solo pueblo, con el ánimo de progresar
desde un punto cero, dejando atrás una vida nómada e itinerante, y buscando un
respiro de estabilidad y riqueza en Sinar. En Sinar se consumará la idea de la
megápolis sin alma, desbordante de frenesí, despilfarradora, contenedora de
miserias y degradación moral y social.
2.
LA
CONSTRUCCIÓN DE UNA MEGÁPOLIS DESAFIANTE
Con el paso del
tiempo, en vista de que la zona era ideal para una vida cómoda y feliz, la
reunión de los cabezas de familia comienzan a pergeñar un plan que dejaría a un
lado el mandato cultural de Dios a la humanidad de llenar la tierra y de
multiplicarse en los cuatro confines del mundo: “Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con
fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de
mezcla.” (v. 3) En su inventiva y potencial creativo, el ser humano idea
maneras de dar forma a ese sedentarismo que les anclaba a Sinar. Moisés aquí
resulta ciertamente exacto en cuanto a su conocimiento de las técnicas tan
particulares de construcción en esta zona de Sinar. Moisés conocía el modo en
el que estaban construidas las murallas y fortalezas de sus enemigos cananeos,
esto es, con piedra y mezcla, y lo distinguía de las técnicas propias de los
habitantes de Sinar, empleando ladrillo cocido en hornos de fuego para
fortalecer su resistencia, y asfalto pegajoso que borboteaba en lagunas
bituminosas para unir esos ladrillos. Los ladrillos que se usaban tenían
generalmente un pie cuadrado y tres pulgadas y media de espesor. Se han hallado
restos arqueológicos que lo corroboran en los yacimientos excavados en esos
lares. El asfalto o betún se halla comunmente en estado sólido, de color negro
reluciente, y es quebradizo, pero una vez licuada por medio del calor, y
empleada como mezcla, se endurece tanto como los ladrillos que cimenta.
Ladrillo a ladrillo
los seres humanos erigen una gran ciudad, la cual se convertiría en su
habitación perpetua: “Y dijeron: Vamos,
edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos
un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.” (v. 4)
En medio de la ciudad, repleta de casas, palacios, hogares y construcciones de
todo tipo, los seres humanos decidieron edificar una torre. Esta torre no
tendría mayor importancia, si no se dedicase a algo que iniciaría la rebelión
del ser humano en contra del señorío de Dios. Esa torre de la cual nos habla
Moisés es lo que los arqueólogos llaman “ziggurat” o “entemenanki”, que
significan “casa de los fundamentos del cielo y de la tierra.” Esta edificación
que todos podían contemplar dada su altura, es el símbolo de la religión
triunfalista que avala el poder y que se confunde con él, desafiando
abiertamente a Dios. Era un intento ilusorio humano por querer resumir en esa
torre los cimientos y bases de la realidad. Constaba de 7 pisos, uno por cada
planeta conocido, y se remataba con un templo, conocido como “esagila”, o “casa
que alza la cabeza”, es decir, una casa que toca el cielo.
Según Nahum Sarna,
comentarista de la Torah, la ciudad construida “estaba enraizada en la tierra, con su cabeza perdida en las nubes, y
se dispuso que fuese el punto de encuentro entre el cielo y la tierra. Y,
asímismo, como el escenario natural de la actividad divina en sus alturas, los
dioses tienen su morada. Se constituyó en el obvio canal de comunicación entre
las esferas celestial y terrenal, y la sagrada montaña sería el centro del
universo, el ombligo del mundo.” Las torres siempre han sido el símbolo de
la arrogancia humana: “Porque día de
Jehová de los ejércitos vendrá sobre todo soberbio y altivo, sobre todo
enaltecido, y será abatido; sobre todos los cedros del Líbano altos y erguidos,
y sobre todas las encinas de Basán; sobre todos los montes altos, y sobre todos
los collados elevados; sobre toda torre alta, y sobre todo muro fuerte.”
(Isaías 2:12-15) El ser humano quería tener localizado a Dios, acomodarlo a
los límites de su ciudad, encerrarlo en una cajita de oro, sin contar que Dios
no es un ser que pueda ser contenido en un templo hecho por manos de hombres.
Además de su
interés inicial en manipular a Dios, podemos unir su intención por sobresalir
en la historia por sus logros y obras. Sabían que su sedentarismo iba en contra
del mandamiento divino de extenderse sobre la tierra, y en previsión a un
juicio venidero como el que Dios ejecutó en el diluvio universal, quieren que
su existencia sea recordada para siempre en esta torre descomunal que debe
sobresalir aún por encima de los collados más altos de la tierra. Quieren ser
como esos héroes de antaño, esos nefilim, huyendo del anonimato, aterrados ante
la posibilidad de que su presencia mortal se desvanezca con el paso del tiempo.
De nuevo, surge de sus corazones un empeño en erigirse en dioses de sí mismos,
en destronar a Dios de su gloria y de su majestad. Lo que más les importa en la
vida no es que Dios se acuerde de ellos, sino de que las generaciones venideras
tengan memoria de sus hazañas y proezas inmobiliarias.
3.
LA RISA DEL
ETERNO
¿Cuál es la
postura de Dios ante este ajetreo por llegar a las cumbres del cielo con esa
torre diseñada para empequeñecer al ser humano? “Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los
hijos de los hombres.” (v. 5) Es curiosa la expresión que usa Moisés al hablar
de la reacción divina ante la construcción de la torre. Dios desciende, baja,
se inclina. De esta manera antropomórfica que tiene el autor de trasladarnos la
respuesta de Dios a esta torre, colegimos que tampoco es que fuera tan alta, y
que tampoco amenazaba a Dios de algún modo. La ironía aparece en todo su
esplendor al agacharse para ver qué hacen las hormigas con forma humana. Esto
nos recuerda lo que dijo el salmista: “El
que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos.” (Salmos 2:4). Dios
no se muestra especialmente amedrentado por el potencial corporativo de los
habitantes de la ciudad. El problema consiste en que estaban construyendo un
auténtico espejismo de autosuficiencia, en el que desechaban a Dios y creían
gobernar el universo entero como artífices del mismo. Tampoco podemos descartar
que Dios se humanase para echar un vistazo a todos los tejemanejes en los que
se hallaban enfrascados los constructores de ilusiones.
Dios toma cartas
en el asunto y, dado el espectáculo que están desplegando los seres humanos,
toma una decisión que cambiará el rumbo de la historia: “Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos éstos tienen un solo
lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han
pensado hacer. Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que
ninguno entienda el habla de su compañero.” (vv. 6-7) Dios confirma su
empeño unánime en construir la torre y que lo que más les une es la habilidad
natural para comunicarse entre sí sobre cómo ir edificando su torre de altivez
y soberbia. Además, Dios es consciente de que nada podrá convencerlos de que lo
que hacen está mal y que contraviene la alianza concertada con Noé y sus
descendientes. La tozudez humana, como bien sabemos, es proverbial y nunca
seremos capaces de sondear su alcance y profundidad por mucho que nos
empeñemos. Dios conoce perfectamente el corazón de los mortales y es sabedor de
que en la libertad que Él les ha regalado, éste seguirá en sus trece a pesar de
las recomendaciones, amonestaciones y advertencias. Su pensamiento obcecado por
tocar el cielo y hacer que su memoria perviva en el paso de los siglos son
razones demasiado atractivas como para dar su brazo a torcer, reconociendo lo
errado de sus caminos.
En consenso plural
y trino, las personas divinas toman una decisión que transformará completamente
la red de relaciones existentes entre seres humanos. Su descenso simbólico o
real nos ayuda a comprobar que la Trinidad se muestra plenamente activa desde
la unanimidad de criterio y la obra al unísono en la esfera terrenal. El modo
en el que el Dios trino confunde la única lengua en miles de otros idiomas es
un misterio insondable que conoceremos a su debido tiempo en el más allá, pero
nos habla de un poder que se ejerce sobre la mente, el aparato fonador y el
oído de manera global y general. De manera instantánea, ya nadie es capaz de
entender lo que dice el otro, nadie tiene la posibilidad de comunicarse
fluidamente como hacían antes, los pensamientos se tornan en sospecha, todos
piensan que están siendo objeto de una broma de muy mal gusto, y los aparatos
auriculares no captan debidamente sonidos hace unos minutos familiares e
inteligibles. El caos reina sobre la humanidad. Las malas interpretaciones se
entremezclan con la extrañeza y la locura. Personas que se conocen de toda la
vida escuchan a sus mejores amigos y a sus familiares y nada sacan en claro de
sus respectivos galimatías. El laberinto inextricable de las lenguas ocupa el
lugar de una sola manera de hablar y relacionarse.
4.
CAOS Y
DISPERSIÓN
El desorden campa
a sus anchas en la ciudad de la soberbia y el orgullo antropocéntrico, y esto
trae sus nefastas consecuencias para la humanidad unida: “Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y
dejaron de edificar la ciudad. Por esto fue llamado el nombre de ella Babel,
porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los
esparció sobre la faz de toda la tierra.” (vv. 8-9) El efecto inmediato del
barullo lingüístico fue que la ciudad dejó de ser construida. Sin una unidad de
método, de estrategia y de entendimiento, nada podía salir bien, y cada clan
que compartía la misma lengua decide marcharse a otros lugares para asentar su
propia identidad cultural definida por el nuevo idioma hablado. Desde Babel, la
ciudad de la confusión, la humanidad tuvo que cumplir con el mandato del Señor
de multiplicarse y de llenar la tierra, volviendo así al nomadismo y al
nacionalismo fronterizo que ya en el capítulo anterior tuvimos oportunidad de
comprobar. La torre quedó incompleta, aunque más adelante en la historia,
algunos quisieron dejar constancia, como Heródoto, de que fue acabada y
renombrada con el título de Torre de Belus, dentro de la ciudad de Babilonia, y
que en ella se adoraba a Bel. Hoy sus ruinas descansan en la actual
Birs-Nimrud, a seis millas al sudoeste de Hilleh, la moderna Babilonia.
De este pasaje
podemos aprender valiosas lecciones que podemos resumir en tres puntos
fundamentales. En primer lugar, que hemos de abandonar Babel con todos sus
orgullosos sueños y equivocados desafíos contra Dios. Babel se convierte en la
dueña de nuestros corazones cuando estimamos mejor labrarnos un nombre en el
esquema de la vida antes que ensalzar y glorificar el nombre de Dios, aquel que
nos da los dones necesarios como para dejar huella en este mundo. En segundo
lugar, hemos de despreciar el hecho de que nuestras almas sean controladas por
Babel tanto en la búsqueda de seguridad en la ciudad, como en el deseo de
acoplarse a los espejismos colectivos que genera este sistema global dominado
por el príncipe de este mundo. Y en tercer lugar, nunca debe ser nuestra meta
escalar a los cielos para encontrar a Dios, ya que el Señor ya descendió al
polvo de la tierra en forma de hombre, encarnado en Jesús, para enseñarnos el
verdadero camino que lleva a la vida eterna y a la salvación.
No olvidemos que
esta Babel antigua y que esta confusión de lenguas debe leerse en clave
neotestamentaria, contemplando en el Pentecostés el derramamiento del Espíritu
Santo y un mensaje de redención que todas las personas que en aquel día
abarrotaban las calles de Jerusalén, comprendían y entendían a la perfección.
Ya lo profetizó Sofonías: “En aquel día
devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre
de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento.” (Sofonías 3:9) Y
Juan, en su asombrosa visión de la Nueva Jerusalén, fue testigo de una nueva
unión de pueblos, naciones y lenguas delante del trono de Dios, lo cual nos
debe seguir recordando que en Cristo ya somos una nueva humanidad unida en su
muerte y resurrección: “Después de esto
miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas
naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la
presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y
clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está
sentado en el trono, y al Cordero.” (Apocalipsis 7:9-10) ¡Gocémonos en
aquel día, en el que de nuevo todos entonaremos cánticos de honor y gloria en
un mismo idioma, el amor que todos sentimos hacia el Cordero de Dios, aquel que
quita el pecado del mundo!
CONCLUSIÓN
¿Quién recogerá el
testigo del temor de Dios en medio de las naciones que ya se despliegan en el
mapa geográfico de la tierra? ¿Qué pueblo tendrá el privilegio de continuar con
una estirpe que sirve y adora al Dios vivo de Noé? Todo esto y mucho más en la
próxima y última lección de esta serie de estudios en Génesis, “Volviendo a los
fundamentos.”
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