POSESIÓN




SERIE DE SERMONES SOBRE MATEO 8-9 “MILAGRO”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 8:28-34

INTRODUCCIÓN

     Demasiadas veces no vemos ni consideramos los milagros de Jesús en su justa medida. Parece que no nos sorprenden, que no nos dicen nada, que se han convertido en simples trucos de magia que Jesús realizó para impresionar a sus espectadores. Es como si casi esperásemos que eso es justamente lo que el Hijo de Dios debía hacer para demostrar al mundo quién era, que los portentos y maravillas que se hacían realidad y vida en las personas que los necesitaban eran una herramienta para llamar la atención sobre sí mismo, para visibilizarse y distinguirse en medio de tanto curandero y soplagaitas religioso como había durante su época. Los milagros de Jesús solo eran fuegos de artificio, un espectáculo luminoso y esplendente por medio del cual aglutinar las mentes y estómagos hambrientos de justicia y alimento físico. Algunos que yo me sé, al ser testigos de los milagros y proezas de Jesús, se dedicarían a criticar sus acciones como demagógicas y manipuladoras de las masas. 

    Sin embargo, cada hecho maravilloso que Jesús realizaba directamente en las personas que acudían a él con desesperación, no iba destinado a labrarse un nombre, ni a construir una fama taumatúrgica, ni a consolidar su posición como el inminente revolucionario político que todos querían ver en él. Sus milagros iban enfocados a transmitir el amor de Dios a aquellos que veían como sus vidas se caían a pedazos, a conectar con el dolor que laceraba cada milímetro de los cuerpos maltrechos que se arrastraban hacia donde él estaba, y a captar la atención de sus seguidores en torno al mensaje de salvación, al evangelio de redención, perdón y arrepentimiento que predicaba entre sanidad y exorcismo. Jesús tuvo siempre mil oportunidades de deslumbrar al público, pero en otras tantas ocasiones, tuvo cuidado de decir a la persona restaurada que nada dijese a nadie sobre el autor de su felicidad reencontrada. Jesús obra milagros para tocar la llaga purulenta que el pecado ha causado en el corazón triste y magullado del ser humano, y así mostrar misericordia y gracia a raudales a los caídos.

      Sabemos que la fe que proviene del espectáculo milagroso solamente se sostiene mientras el subidón emocional y sensorial dura, y mientras las dosis de supuestos portentos maravillosos están a disposición de esta clase de “creyente.” Cuando lo asombroso declina, y cuando los presuntos hacedores de milagros caen en desgracia, entonces solo queda rencor hacia Dios y hacia su iglesia. Por eso, en la madurez espiritual que Dios va desarrollando en nuestra vida, tenemos la seguridad de que los milagros que hoy suceden a causa de la oración de fe comunitaria, son señales y evidencias de que el Señor nos cuida, nos ama y nos atiende solícitamente. ¿Los milagros nos ayudan a creer más en Dios? Lo dudo. Lo que de verdad logran las maravillas de Dios es constatar que las promesas dadas por Él en su Palabra son ciertas como el aire que respiramos. 

1.      UNA BIENVENIDA POCO CALUROSA

    En el relato que nos propone el evangelista Mateo, dejamos atrás la tempestad que atemorizó hasta el tuétano a sus más inmediatos seguidores. La barca ha atravesado el lago sin mayor dificultad tras la exhibición magnífica del poder de Jesús sobre los elementos atmosféricos y la naturaleza. El puerto al que arriban en la otra orilla pertenece a la tierra de Gadara, un lugar considerado pagano por los judíos, y con una notable colonia griega en ese emplazamiento: “Cuando llegó a la otra orilla, a la tierra de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.” (v. 28) El recibimiento no fue precisamente el más afectuoso que el pasaje de la barca hubiese tenido nunca, a la vista de dos personajes mugrientos y llenos de suciedad que se abalanzaron contra ellos en medio de alaridos y de insultos variados. Con esta pinta, más de uno de los discípulos de Jesús ya se encontraba de nuevo a bordo para huir y trasponer en busca de otros amarraderos más agradables. A los ojos de los recién llegados, estos dos individuos parecían ciertamente peligrosos, ya que además de su vociferante dialecto, se añadían gestos obscenos, piedras lanzadas y puños en movimiento con ánimos poco amigables.

     Seguramente advertidos por algunos marineros del puerto, supieron que estos dos adanes tenían su morada en el cementerio de la ciudad, algo que contravenía por completo las leyes de pureza ritual que con tanto mimo cumplían los judíos. Acostarse y vivir en medio de osarios repletos de huesos y esqueletos, con cadáveres en fases diversas de descomposición, y con la muerte de almohada, no era precisamente alojarse en un hotel cinco estrellas. La roña cubría sus cuerpos de arriba abajo, los ojos desorbitados a causa de la locura daban vueltas en sus cuencas, y las uñas largas como las de un ave rapaz parecían arañar el aire a su alrededor. Con esta estampa grabada en sus retinas, los discípulos de Jesús pensaban que había sido mala idea desembarcar en una zona tan conflictiva. Acercarse tan solo unos metros a estos dos tipos equivalía a ser censurados como culpables de compartir el oxígeno con estos dos estafelmos hediondos a corrupción humana y podredumbre. Los lugareños avisaron a Jesús y a sus acompañantes que si querían visitar las tierras de Gadara, primero tendrían que vérselas con estos dos despojos humanos. Y, por lo que nos da a entender este pasaje,  estos no albergaban intenciones precisamente fraternales. Era la hora de decir: “Pies, ¿para qué os quiero?”

2. UN ENCONTRONAZO DIABÓLICO

     No obstante, algo desconcertante sucede cuando ya estos dos locos se hallan a apenas unos metros de Jesús, que no se arredra ante nadie ni ante nada: “Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (v. 29) De repente, estos dos furibundos personajes se arrodillan implorantes a las plantas de Jesús. Sus voces han dejado de pronunciar vituperios y sandeces, y sus manos se unen en una sola rogando a Jesús que no les amargue el día y la existencia. Jesús nunca había visto a estos dos hombres; ninguno de estos dos hombres había visto jamás a Jesús, y sin embargo, afirman conocerlo. Conocen a Jesús porque los espíritus malignos que están de okupas en los cuerpos de estos hombres, saben mejor que nadie a quién tienen delante. Lo llaman por su nombre y le adjuntan un título de tratamiento que identifica a Jesús con Dios. Es el Hijo de Dios con mayúsculas, aquel al que no esperaban ver nunca, aquel ante el cual no podrían resistirse, aquel que les aguaría la fiesta de una vez por todas. Como saben lo que les espera, no dudan en señalar que Jesús les tiene una manía de campeonato. “¿Por qué a nosotros? ¿Qué te hemos hecho? ¡Vamos, no nos fastidies el plan!”, parecen decir a gritos con los lagrimones rodando por las mejillas cenicientas de sus receptáculos mortales. 

      “Pero si todavía no ha llegado la hora de que seamos condenados al abismo insondable de la segunda muerte…” Por un lado esto significa que los demonios que poseen a estos dos pobres seres humanos, creen en Dios, tienen fe en que existe y está encarnado en Jesús, aunque prefieren mantenerse en un estado de rebeldía impenitente. Por otro lado, confiesan muy a su pesar, que su destino está escrito por Dios y que a su tiempo, serán vencidos y derrotados cuando Cristo regrese de nuevo para instaurar plenamente el Reino de los cielos. Los diablos que habían ocupado las vidas de los endemoniados no querían ser destruidos o sometidos. Se hallaban a sus anchas haciendo la vida imposible a estos dos hombres gadarenos. Pensaban que enternecerían el corazón de Jesús, que se apiadaría de su situación dado que la hora de ser humillados aún no había llegado. Pero Jesús no es un sentimental, y mucho menos lo es cuando se trata de su mayor enemigo. Por eso no les da cuartel y tendrá que resolver el esquema de las cosas a las bravas.

     Al considerar rápidamente que Jesús nunca se avendría a dejarles seguir con su trabajo de depravación interior en estos dos gadarenos, optan por soluciones alternativas: “Estaba paciendo lejos de ellos un hato de muchos cerdos. Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos.” (vv. 30-31) Otra señal de que la tierra de Gadara era considerada pagana, era su manera de subsistir en términos ganaderos, y de manera especial, en la cría y cuidado de cerdos, animales impuros para los judíos hasta la actualidad. A los gadarenos les gustaba el jamón, las costillas, el forro y hasta los andares de estos puercos, y su economía dependía en gran medida de la porcinocultura. Los espíritus diabólicos, en vista de que les estaban a punto de desahuciar, deciden que dentro de lo malo, lo menos malo era sustituir mentes humanas por cerebros de puercos. A lo lejos se hallaba una piara paciendo entre gruñidos y pataleos, y los demonios piden a Jesús emigrar al hato porcino. Seguro que Jesús al menos les concedería esto a cambio de dejar en paz a los dos vecinos de Gadara. 

     Jesús no parece tener ningún tipo de problema al respecto: “El les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.” (v. 32) Vale. ¿Queréis cambiar de aires en otros cuerpos vivos? Marchaos a la piara de cerdos. Lo que no sabían los demonios es que su presencia y posesión entre este hato cochinero iba a ser demasiado para los pobres animales. Si en los seres humanos habían causado tantos estragos, les habían inducido una locura de órdago, y les habían rebajado al nivel de animales silvestres, ¿qué no pasaría con unos cerditos sin apenas seso? Pues eso, pasa que todos se precipitan por un barranco hundiéndose sin remedio en las aguas del Mar de Galilea, y los espíritus inmundos perecerían con ellos en las profundidades del mar. Mala elección la de los diablos y buena vista la de Jesús al permitirles marcharse. Automáticamente, los dos hombres hace unos instantes poseídos, vuelven en sí, se miran de los pies a la cabeza, y quedan desconcertados ante su estado ruinoso y lamentable. Jesús se acerca a ellos, les facilita unas vestimentas con las que cubrir sus vergüenzas, y les cuenta todo lo que había acaecido. Ellos con lágrimas de alegría y regocijo, se abrazan, todavía mugrientos, a Jesús y le agradecen este milagro transformador y liberador.

3. UNA REACCIÓN INESPERADA

     Si terminásemos la historia con un “y fueron felices y comieron perdices juntos en las casas de los exendemoniados”, sería fantástico, un episodio más del poder desatado de Dios sobre sus enemigos, un signo claro y rotundo de la autoridad especial que detentaba Jesús sobre los espíritus perversos. Sin embargo, la narració termina dejando un sabor más amargo que dulce: “Y los que los apacentaban huyeron, y viniendo a la ciudad, contaron todas las cosas, y lo que había pasado con los endemoniados. Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando le vieron, le rogaron que se fuera de sus contornos.” (vv. 33-34) Los pastores de cerdos al contemplar cómo sus puercos se volvían tarumbas, cómo comenzaron a saltar uno tras otro en el despeñadero que daba al mar, y cómo todo tenía que ver con los dos endemoniados y su actual estado de cabalidad, corrieron como gamos a la ciudad para narrar todos los detalles de este milagro extraño y abrumador. Lo que es curioso de verdad, es que en vez de alegrarse por la restauración espiritual y la recuperación social de sus convecinos, lo que hacen es enojarse. En vez de valorar el poder fantástico de Jesús a la hora de cambiar la trayectoria dramática de este par que todos conocían, prefieren pedir “amablemente” que Jesús y sus discípulos se vayan por donde vinieron. Supieron ver la potencia de sus obras y el alcance de su autoridad, pero no quisieron seguir sabiendo qué había detrás de este milagro doble. Para ellos, el milagro fue más bien un tropiezo y una pérdida económica, que un auténtico trozo de cielo abierto delante de sus mismas narices.

    Lo mismo sucede día tras día en esta sociedad altamente escéptica. La gente ya no se emociona como antes ante un testimonio personal en el que se cuenta de qué modo Cristo transformó para bien la vida. Las personas ya no prestan atención a los milagros de la conversión espiritual de otros, porque viven para lo material, para aquello que pueden palpar y concretar en términos monetarios. Nuestra sociedad no es capaz de ver la obra de Cristo en la vida de aquellos que han entregado su vida al Señor en un milagro sin precedentes, en el milagro de la regeneración espiritual. Todo es cuestionado si no tiene un coste dinerario, si no es posible calcularlo con parámetros matemáticos y algebraicos. Son gadarenos que prefieren seguir viviendo como ellos quieren, alimentándose de lo impuro y lo impío, y desechando el Pan de vida que puede saciar sus almas por toda la eternidad. Son más importantes los cerdos que los seres humanos, y eso es algo que debería darnos que pensar sobre las prioridades que tenemos que plasmar en el día a día.

CONCLUSIÓN

     Jesús se marcha educadamente de donde no lo quieren. Jesús nunca impodrá su criterio sobre el de la voluntad de las personas. Jesús nunca coaccionará a nadie para que lo deje entrar en su vida. Es un caballero genuino que nunca ocupará el corazón de nadie por la fuerza. Jesús sabe qué es lo que necesitas. Conoce perfectamente la situación de tu alma. Y es consciente de que lo mejor para ti es que more contigo toda la vida, pero solo lo hará si tu voluntad se une a su amor infatigable y eterno. Puedes rechazarlo hoy como hicieron los gadarenos, o puedes darle cabida en tu vida ahora como hicieron los dos pobres endemoniados para recuperar la felicidad que el pecado te robó y para vivir siempre tomado de la mano de Cristo. Toma, pues, tu decisión, y no dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy.
    

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