NOÉ: DISFRUTANDO DE LA VIDA





SERIE DE ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 9:8-17

INTRODUCCIÓN

       El concepto que se tiene sobre disfrutar de la vida es tan variopinto como contradictorio. El modelo de disfrute de la existencia de una persona puede variar enormemente según la época en la que se vive, según el lugar o sociedad en el que se halla enclavado, según el estatus social que se tenga, dependiendo del género que se tenga, y según la experiencia espiritual que cada uno tenga. Vivir la vida, sacar el jugo a cada día de existencia, exprimir cada jornada para sacar lo mejor de ella, disfrutar de los sabores que se extienden ante nosotros, aprovechar cada minuto para gozar de lo que nos agrada y complace, son solo expresiones propias de cualquier ser humano. Pocos dirán, si tienen la posibilidad de extraer lo mejor de la vida para su deleite personal, que la vida debe ser vivida y experimentada desde la desdicha, el dolor y la negación de los placeres terrenales. La vida es relativamente larga cuando el sufrimiento se acomoda en el butacón de nuestro corazón, y es breve cuando la alegría y la felicidad se instalan en cada acto, palabra y pensamiento que damos a luz voluntariamente. El lema latino del “carpe diem”, de aprovechar cada instante que te ofrece esta existencia terrenal, de apurar hasta las heces el vino de los buenos momentos y de la diversión continua, se ha convertido en un himno a concentrarse en el presente sin prestar la debida atención al medio y largo plazo, al porvenir.

      Disfrutar de la vida para unos es entregarse en cuerpo y alma al hedonismo más salvaje y loco. Para otros es la autorrealización que brota de hacer lo que más nos gusta, de desplegar el potencial de nuestros dones y talentos. Para otros es servir a los demás, ayudar solícita y generosamente a los más desfavorecidos. Para muchos consiste en construir una estructura sensata y estable que auna libertad y seguridad. Disfrutar de la vida es para demasiada gente, desgraciadamente, supone olvidarse del cielo para conectarse con lo efímero, lo mundanal y aquello que provee placer intenso e instantáneo. Lo espiritual parece que tiene poca o nula cabida en las mentes y almas de nuestras nuevas generaciones, puesto que lo material, lo aparente y lo tangible se superpone a las vivencias espirituales y metafísicas. Nadie halla complacencia en creer en Dios, en una salvación cierta o en un más allá glorioso. Vivir la vida es simplemente invertir tiempo y recursos en regalarse el cuerpo y el estómago, la vista y todas sus vanidades, olvidando por completo lo trascendente de sus vidas.

A.     UN PACTO PARA DISFRUTAR DE LA VIDA

     Noé sabía lo que era vivir la vida. Conocía perfectamente el camino que lleva al auténtico disfrute del tiempo y de las personas que le acompañaban en su dinámica vital postdiluviana. La única y mejor manera de sacar partido a una creación que se le antojaba sobrecogedoramente renovada era ponerse a disposición de Dios en adoración y obediencia. Y tras haber demostrado con su trayectoria y testimonio que era digno de ser salvado de las aguas turbulentas del diluvio universal, Dios recurre a un pacto o alianza sagrada que marcará la pauta para una correcta y bendita vida repleta de felicidad y fructificación. En el pasaje que nos ocupa en esta ocasión, la palabra “pacto” o “alianza” aparece en siete ocasiones y se halla conectada con los seres vivientes que comienzan a poblar la tierra. Esta reiteración que salta a la vista con la lectura del texto bíblico, quiere darnos a entender que Dios será el garante del disfrute de la creación  tras el juicio acuático. Dios desea comunicarse con el ser humano, y quiere que éste sea el testigo de excepción de su voluntad para el futuro de la creación. Dios demuestra con el acto de establecer un pacto con el ser humano, que sigue teniendo esperanzas en la raza humana, aun a sabiendas de que volverá a las andadas más pronto que tarde en su empeño por juguetear con el pecado. Dios quiere entablar un rico diálogo vertical con su criatura más especial, recuperando esa relación de amor y comunión que se había perdido a causa de la depravación humana, tal y como señaló siglos después Isaías: “Porque esto me será como en los días de Noé, cuando juré que nunca más las aguas de Noé pasarían sobre la tierra; así he jurado que no me enojaré contra ti, ni te reñiré.” (Isaías 54:9).

      Esta alianza que Dios comunica a Noé posee tres características que la hacen inigualable: universalidad, unilateralidad e incondicionalidad. Leamos parte del texto: “Y habló Dios a Noé y a sus hijos con él, diciendo: He aquí que yo establezco mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros; y con todo ser viviente que está con vosotros; aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra. Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra.” (vv. 8-11). Este pacto es expuesto ante Noé y sus descendientes, los cuales serán repobladores de un mundo vacío, por lo que esta alianza posee un alcance planetario que afectará y englobará a todos los habitantes de la tierra durante siglos y siglos. No es un mandamiento puntual en el tiempo para una coyuntura histórica concreta. Esta alianza será afinada, renovada y completada por Dios a lo largo de la historia de la humanidad, y nunca perderá su espíritu y esencia con cada pacto como el mosaico o el davídico que vayan haciendo acto de aparición con el devenir de la historia de Israel. No es un pacto elitista y exclusivo, sino todo lo contrario. Manifiesta la gracia universal y general de Dios hacia toda la humanidad, sin excepciones, por lo que todos deben acogerse a sus estipulaciones de amor y misericordia divinos.

    Además es un pacto unilateral en el que el que interviene sin que nadie se lo proponga es Dios mismo. No pacta con el ser humano a causa de su inherente bondad, o a causa de sus méritos, o como respuesta a la buena voluntad que pudiese presumir Dios en el mañana. El Señor toma la iniciativa a la hora de restañar las heridas abiertas que el pecado ha ido infectando. En tercer lugar, este pacto es incondicional, esto es, que en su compasión increíble, Dios quiere perdonar a sus criaturas, recordándoles que el diluvio nunca jamás volverá a destruirlo todo. No pide nada a Noé, ni a sus descendientes, sino que su anhelo es que el ser humano se dé cuenta a través de esta alianza de que la felicidad y el disfrute de la vida solo proceden de un compromiso de obediencia y servicio fiel a su persona. Pase lo que pase, se comporte como se comporte el ser humano, sea como sea el camino que desee transitar el mortal, Dios cumplirá de todos modos su pacto de no agresión acuática con el mundo. No pone condiciones para resucitar el miedo a una futura devastación diluvial.

B.      LA FIRMA IRISADA DEL PACTO

      Para sellar y rubricar ese pacto que Dios ha enunciado a Noé, ha escogido un símbolo visual inolvidable y hermoso dentro de la sencillez de su formación: el arco iris. Este arco celeste marcará el antes y el después en la tierra: “Y dijo Dios: Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra. Dijo, pues, Dios a Noé: Esta es la señal del pacto que he establecido entre mí y toda carne que está sobre la tierra.” (vv. 12-17)

     Desde tiempos inmemoriales, las distintas cosmovisiones religiosas y espirituales que han manifestado las distintas culturas que han dejado su huella en la historia, han dado un significado a este arco iris que aparece en el cielo después de la tormenta. Muchas religiones lo han considerado un puente entre el cielo y la tierra, como los budistas, los cuales creen que el arco iris es un puente de siete colores por el que Buda desciende de los cielos; o como los pigmeos y otras tribus de Polinesia, Melanesia e Indonesia, que lo identifican como el puente de los dioses; o como los japoneses, que lo llaman “puente colgante del cielo”; o como los chinos, que explican su presencia como la metamorfosis de un inmortal; o como los místicos musulmanes, que argumentan que cada color de este arco iris es la imagen de una de los atributos divinos que se refleja en el universo y la naturaleza. Hoy día se ha convertido en la bandera del colectivo LGTBI, en un himno a la diversidad de género y al orgullo homosexual, transexual, bisexual e intersexual, donde cada color equivale a un grupo de presión que intenta pervertir el orden natural y bíblico de la sexualidad humana. Sin embargo, no nos debe indignar que estos movimientos sociales se apoderen de este arco celeste, puesto que no nos pertenece, y pretender que estén blasfemando al usar este fenómeno natural sería llevar demasiado lejos cualquier polémica. El problema tal vez sea el hecho de que no poder emplear la imagen del arco iris sin que nos estén cosiendo a preguntas sobre nuestras posiciones en términos de ideología de género, aunque incluso esto puede convertirse en una oportunidad para presentar el evangelio de gracia a personas que necesitan ser salvadas por Cristo.

    Más allá de estas curiosidades, que comunican un interés particular por este elemento multicolor en el ser humano, lo cierto es que el arco iris no aparece entre las nubes para recordarnos que aunque llueva, e incluso diluvie, la humanidad está a salvo de una nueva catástrofe hidrológica mundial. Es un recordatorio para Dios. No, no es que Dios necesite el arco iris como si de una alarma de móvil se tratase para darse con la palma de su mano en la frente y de repente acordarse de algo que queda en el olvido de los tiempos. La firma de este tratado de no agresión contra la humanidad necesita de una señal que describa, aun que sea ligera y débilmente, la gloria de un Dios lleno de gracia y misericordia para con el ser humano. Como diría Westermann, el arco iris “sirve para subrayar el mensaje dado por Dios, resonando y reverberando como una campana en el futuro.” Este arco es propiedad de Dios y de nadie más, ya que su aparición es el pálido, pero revelador cuadro de su majestad y esplendor, expresados estos en Ezequiel 1:28: “Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba” y en Apocalipsis 4:3: “Y el aspecto del que estaba sentado era semejante a piedra de jaspe y de cornalina; y había alrededor del trono un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda.”

    El arco iris como todos saben, “es un fenómeno óptico y meteorológico que consiste en la aparición en el cielo de un arco (en ocasiones, dos) de luz multicolor, originado por la descomposición de la luz solar en el espectro visible, la cual se produce por refracción, cuando los rayos del sol atraviesan pequeñas gotas de agua contenidas en la atmósfera terrestre.” De esta explicación científica podemos extraer una valiosa lección espiritual, y es que la gracia manifestada por el arco iris es la conjunción de dos elementos fundamentales en el entendimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo: la luz y el agua de vida. Jesucristo es precisamente ese arco que une lo terrenal con lo celestial, lo físico con lo espiritual, lo eterno con lo perecedero, es esa luz que se descompone en mil matices de color que representan los atributos, dones y frutos de Dios. La revelación de la luz es también vida, vida que se derrama en mil colores gloriosos y maravillosos en la existencia del que acepta el pacto que Dios establece. El arco iris, en definitiva, podría bien ser un tipo de Cristo anticipado desde el Génesis.

CONCLUSIÓN

      ¿Serán Noé y sus descendientes capaces de mantenerse en los caminos del Señor? ¿Podrán disfrutar conveniente y correctamente de la vida a partir de ahora? ¿Serán sensatos a la vista del juicio diluvial y sus consecuencias, y tratarán de obedecer a Dios en todo? ¿Será el pacto eterno de Dios y su arco celestial suficiente para que el ser humano aprenda la lección? Todo esto y más, en la próxima lección de Génesis.
   

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