NOÉ: UNA TRAGEDIA Y UNA PROFECÍA FAMILIAR





SERIE DE ESTUDIOS BÍBLICOS SOBRE GÉNESIS “VOLVAMOS A LOS FUNDAMENTOS”

TEXTO BÍBLICO: GÉNESIS 9:18-29

INTRODUCCIÓN

      Mi primera experiencia con el alcohol no fue demasiado agradable. Tenía yo unos doce años, y junto a mis hermanos nos dirigimos a la subasta del pueblo, en Villar de la Encina, donde tras los regateos por adquirir el privilegio de llevar las andas del santo patrón, se ofrecía a todos una buena cuerva. La cuerva era una mezcla de gaseosa, vino tinto y trocitos de fruta, como la manzana, la fresa o el plátano, lo cual la hacía más apetitosa y atractiva para unos adolescentes como nosotros, que no habíamos probado un trago de alcohol en nuestra breve vida. La cuerva entraba tan bien, estaba tan fresquita, y la fruta era tan dulce, que al segundo vaso, ya estábamos piripis, cantando como becerros, y haciendo el ridículo más grande de nuestra historia. Allá íbamos, con nuestros brazos en los hombros del otro, tarareando mientras hacíamos eses camino de casa de nuestros abuelos. Viendo nuestra estampa de alegría y dando traspiés continuamente, nuestra familia se mondaba a más no poder. Poco después, nos íbamos a casa, donde cada uno de nosotros se quedó sopa, durmiendo la mona, allí donde caímos como troncos.

    El despertar después de esta cogorza del quince para un mozalbete como yo fue la vivencia más horrible jamás experimentada. La cabeza parecía que me iba a estallar, solo decía incoherencias, se me nublaba la vista y al parecer, muchas de las tonterías que habíamos dicho o hecho durante nuestra embriaguez, se habían perdido en el océano de los recuerdos perdidos para siempre. Desde ese mismo día, con lo vivido y lo bebido, decidí volverme abstemio, no tanto para criticar y condenar el alcoholismo, sino para no reincidir en la amargura que me había provisto la borrachera adolescente. Hasta el día de hoy, no he bebido una gota de alcohol, a menos que provenga de la participación de la Cena del Señor, suspirando aliviado en aquellas iglesias en las que se daba mosto en vez de una mistela dulzona o un vino quinado que mareaba solo de olfatearlo. El alcohol y yo no nos llevamos bien en nuestra primera cita, y decidimos recorrer caminos completamente distintos.

     Según algunos estudios, “alrededor del 10 por ciento de las muertes que ocurren en España están relacionadas, directa o indirectamente, con el alcohol, porcentaje que se eleva hasta el 25 por ciento en los casos de defunciones de jóvenes de entre 20 y 30 años. En concreto, unas 25.000 personas mueren cada año en España por consumo de alcohol, de las cuales el 70 por ciento son hombres y el 30 por ciento mujeres. Y es que, la ingesta abusiva de bebidas alcohólicas se relaciona con la aparición de más de 60 tipos de enfermedades y lesiones como, por ejemplo, cáncer, patologías hepáticas, cardiovasculares, diabetes tipo 2 y trastornos mentales, entre otros.”

      Según los especialistas en la materia, “se considera que una persona tiene un consumo de riesgo cuando, en el caso de los hombres, bebe entre 4 y 6 unidades de bebida al día o entre 28 y 46 a la semana y entre 2 y 4 unidades diarias o entre 14 y 28 semanales en el caso de las mujeres. Sin embargo, y pese a que esta estimación, realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha sido comentada en diversas campañas de concienciación, tres de cada diez españoles consideran "admisibles" estas ingestas. Asimismo, el alcohol está detrás del 17 por ciento de los accidentes de tráfico, hasta del 30 por ciento de las muertes en carretera y multiplica por tres el riesgo de aparición de depresión mayor. "El alcohol tarda cinco minutos en afectar al cerebro y ahí es cuando empiezan a aparecer alteraciones en la cognición, habla o memoria, llegando a su efecto máximo a los 30 o 45 minutos de haberlo consumido.””

1.      LA TRAGEDIA DEL BEBERCIO

     Cuando parecía que el mundo entero con todas sus posibilidades y potencialidades se abrían ante la mirada soñadora e ingeniosa de Noé, un traspiés sacude la armonía recién recuperada entre el ser humano y sus semejantes, entre el ser humano y Dios. Es desde una mala gestión de los frutos que procura la naturaleza cultivada y cuidada por el ser humano, que llega la desdicha de nuevo a las páginas de la historia narrada en el Génesis por Moisés: “Y los hijos de Noé que salieron del arca fueron Sem, Cam y Jafet; y Cam es el padre de Canaán. Estos tres son los hijos de Noé, y de ellos fue llena toda la tierra. Después comenzó Noé a labrar la tierra, y plantó una viña.” (vv. 18-20). Los descendientes de Noé comienzan a adquirir una notable relevancia en el nuevo mundo que había que construir después del diluvio. Ya conocemos sus nombres de anteriores textos, aunque el escritor de Génesis pone su acento en la puntualización de un dato que tendrá importancia más adelante: el nombre de uno de los nietos de Noé, Canaán. El mandato cultural de Dios de multiplicación y fructificación ya estaba en marcha considerando estos versículos, puesto que el mundo vacío comienza a llenarse de nuevos seres humanos. Y en este contexto, hallamos a Noé atareado y ocupado en la labranza de la tierra.

     Noé demuestra a todos, con su avanzada edad, que la tierra ya puede dar su fruto con la bendición de Dios, que la maldición tras la caída en desgracia del ser humano en el Edén ha desaparecido. Con sus callosas manos concibe una azada con la que arar y preparar la tierra antes de dedicarse a la viticultura. No sabemos si Noé inventó o ideó un sistema propio para exprimir el jugo de las uvas en un lagar, o si pensó en una clase de tecnología primitiva con la que destilar y fermentar el zumo de la vid, pero lo que sí sabemos es que logró sacar vino con cierta graduación alcohólica de sus esfuerzos. En sí, el vino no es un problema si se toma sensata y con cabeza. El vino es considerado en la Palabra de Dios como un símbolo de la alegría y de la vida. Entre los regalos que Dios ofrece a la humanidad, está el vino: “Él hace producir… el vino que alegra el corazón del hombre.” (Salmos 104:14, 15) Es un ingrediente fundamental en las fiestas, en las ceremonias de boda, y en los instantes de celebración, tal y como la asistencia de Jesús a las bodas de Caná atestigua. 

    Sin embargo, el abuso del vino tiene consecuencias funestas y dramáticas en el ser humano, tal como se nos advierte en Proverbios 23:29-35: “¿Para quién será el ay? ¿Para quién el dolor? ¿Para quién las rencillas? ¿Para quién las quejas? ¿Para quién las heridas en balde? ¿Para quién lo amoratado de los ojos? Para los que se detienen mucho en el vino, para los que van buscando la mistura. No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente; mas al fin como serpiente morderá, y como áspid dará dolor. Tus ojos mirarán cosas extrañas, y tu corazón hablará perversidades. Serás como el que yace en medio del mar, o como el que está en la punta de un mastelero. Y dirás: Me hirieron, mas no me dolió; me azotaron, mas no lo sentí; cuando despertare, aún lo volveré a buscar.”
 
    El problema aparece cuando no se tiene templanza o dominio propio a la hora de consumir determinadas sustancias desde el abuso y la ignorancia: “Y bebió del vino, y se embriagó, y estaba descubierto en medio de su tienda.” (v. 21). A Noé no le bastó con catar el vino con mesura y control. No fue suficiente probar un sorbito de su reserva mientras comía alguna vianda. La imagen de un Noé, superviviente de la mayor de las catástrofes de la historia de la humanidad, héroe de la fe, justo y recto en todos sus caminos, y escogido por Dios para repoblar el mundo devastado por las aguas, desnudo y beodo, bailando y riendo a carcajadas en la tienda, mientras se desnudaba y quedaba como Dios lo había traído al mundo, es lamentable. Esto nos recuerda, por un lado, que todos somos susceptibles de caer en la tentación y de cometer errores. La laxitud en nuestra disciplina diaria puede llevarnos a la ruina. No podemos relajarnos ni un segundo, porque Satanás es ese león rugiente que acecha nuestros puntos flacos. Incluso el santo más santo y el piadoso más piadoso, puede verse revolcado en el deseo de cumplir sus propias concupiscencias. El escritor de Génesis podría haber obviado este vergonzante episodio de la vida de Noé. Pero no lo hace en orden a que aprendamos que somos carne, y que nuestra carne es débil, seamos o no creyentes.

    Por otro lado, la borrachera de Noé nos ayuda a ser conscientes de nuestros límites como seres humanos, y a saber administrar lo que Dios nos ofrece en su naturaleza de forma sabia y coherente. Sabemos que todo, en su proporción adecuada, es bueno. Pero cuando nos saltamos la frontera de lo conveniente, y la traspasamos para satisfacer nuestra ansia curiosa, o para tentar a la suerte y a Dios, solemos pegarnos el batacazo del siglo. El alcohol nos desinhibe por completo, suelta nuestra lengua y la verdad aflora sin el control de las convenciones sociales del respeto, los buenos modales y la educación. El alcohol en demasía saca lo peor de nosotros, nos vuelve violentos, nos hunde en la tristeza de nuestros desvaríos y locuras, nos sume en un letargo doloroso para nosotros mismos y para aquellos que nos aman. El creyente conoce hasta dónde puede llegar con el consumo de sustancias que desmedidamente empleadas pueden causar una auténtica cadena de problemas y vicisitudes. Noé queda allí tendido, junto a su vómito, con su viejo cuerpo retorcido y sus ronquidos espasmódicos atronando la tienda en la que está desmadejado.

2.      FALTA DE RESPETO POR LAS CANAS

     Nadie hubiese sabido de la metedura de pata de Noé, si nadie hubiese metido las narices en la tienda: “Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera.” (v. 22). Cam, uno de los hijos de Noé, llama a su padre para comentarle algo y no recibe respuesta. Se acerca a la tienda para ver si está echándose la siesta tras su dura jornada de trabajo, y la escena que se revela ante sus ojos lo deja patidifuso. Su padre, desnudo y adormilado, compone un cuadro que a Cam se le antoja ciertamente divertido. Parece que no puede contener una carcajada que le sale del alma. Nunca había visto en este lamentable y ridículo estado a su querido padre. Era tan cómico verlo ebrio y en una postura tan hilarante… Sus hermanos tenían que ver esto. Ni corto ni perezoso se lanza a la carrera mientras ríe entre dientes con solo volver a pensar en la estampa de su padre borracho. Cuando llega donde están Sem y Jafet, les cuenta lo risible de las circunstancias en las que se halla su padre. Cree que a ellos también les hará gracia y que juntos volverán a la tienda para continuar la chanza y la burla. Si hubiese tenido un móvil, lo habría grabado y lo habría colgado en alguna red social o en Youtube. El profeta Habacuc ya advierte a los tales: “¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu hiel, y le embriagas para mirar su desnudez!” (Habacuc 2:15)

     Lo que Cam no esperaba era la reacción de sus hermanos. En vez de reírle las gracias, sus hermanos lo miran seria y lastimeramente: “Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre.” (v. 23) La respuesta inmediata a la falta de respeto que había cometido Cam fue la de tomar algo de ropa para tapar las vergüenzas de su padre dormido. El autor de Génesis se preocupa por remachar la idea de que el respeto, la veneración y la honra a los padres es fundamental para entender el valor de la familia. Este texto nos introduce a una nueva variación de la ruptura de relaciones. Primero se quebró la relación entre Dios y el ser humano, luego la de los cónyuges entre sí, posteriormente la de los hermanos, a continuación la existente entre seres humanos, y ahora, para rematar la faena que provoca el pecado y la depravación en los lazos de sangre, el cisma entre padres e hijos. Cam ha faltado a su deber de respetar las canas de su padre, a su obligación de socorrer sin befas a su padre en un momento tan violento como este, a su amor para con el ser que le ha dado la vida. Había encontrado delicia en el espectáculo y perverso placer en la visión de su padre humillado en tierra.

3.      LA PROFECÍA MALDITA Y BENDITA

     Claro, cuando Noé despierta con un resacón de campeonato, y alguien le cuenta todo lo sucedido en su recién recobrada lucidez, el drama está servido y la tragedia se masca de forma profética: “Y despertó Noé de su embriaguez, y supo lo que le había hecho su hijo más joven, y dijo: Maldito sea Canaán; siervo de siervos será a sus hermanos.” (vv. 24-25) La maldición de Noé es todo lo contrario de lo que recibe aquel hijo que honra a su padre y a su madre: largura de años y prosperidad en la tierra. Lo curioso de esta maldición es que no va dirigida específicamente a Cam, sino que Noé la dirige hacia Canaán, hijo del anterior. Parece injusto maldecir a alguien que no ha cometido ese crimen. ¿O sí? Es posible que Canaán hubiese seguido los pasos de su padre a la hora de menospreciar a sus mayores, a la vista de la deleznable conducta de su progenitor hacia Noé. Además, recordemos que este libro nos ayuda a entender la razón por la que Canaán se convierte en un pueblo al que Israel debe someter tras salir de Egipto. Canaán es el símbolo de la perversión y la depravación, de la idolatría y del irrespeto por Dios y por la institución familiar. Los descendientes de Canaán ya parecen retomar el camino vil y pecaminoso que provocó la casi total destrucción de la humanidad. No pasa ni una generación para contemplar como el ser humano se tuerce y opta por la rebeldía contra Dios y sus leyes. El castigo a tamaña falta de respeto es la esclavitud que perseguiría a todos sus descendientes, ya que no existe peor manifestación de la humillación que verse abocado a servir bajo el yugo de otros, siendo despojado de su dignidad, derechos humanos e identidad propia.

      A la maldición de Cam, le sucede en conexión con ésta, un par de bendiciones a sus respetuosos y juiciosos hijos Sem y Jafet: “Dijo más: Bendito por Jehová mi Dios sea Sem, y sea Canaán su siervo. Engrandezca Dios a Jafet, y habite en las tiendas de Sem, y sea Canaán su siervo.” (vv. 26-27) Canaán se convertirá en un pueblo susceptible de ser esclavizado por la fuerza de esta promesa. No se trata, como muchos quieren ver en estos versículos, una justificación para la esclavitud y el esclavismo que han sufrido durante siglos los habitantes de África. No es una condición predestinada por Dios. Simplemente Noé sanciona un acto pecaminoso que halla su paralelo inequívoco con la figura de Dios como Padre, y el desafecto y deshonra que los hijos de Dios, la humanidad, seguirán practicando a lo largo de la historia. Se trata de condenar el pecado, no a los pecadores, por cuanto Dios no hace acepción de personas en su propósito redentor, ni ensalza a una etnia por encima de las demás. Cuando el pueblo de Israel, la familia de los semitas, logra sojuzgar la tierra de los cananeos siglos después de esta profecía, la consumación de bendiciones y maldiciones se plasma en la realidad. Jafet, presunto ancestro de los indoeuropeos, habitará en las tiendas de Sem, esto es, encontrará paz y hospitalidad entre sus gentes.

      La historia de la vida de Noé toca a su fin, y como hemos visto, con sus altibajos, sus luces y sus sombras, fue un ser humano ejemplar, fiel a la voluntad del Señor, leal a sus órdenes y recto en su proceder. Sus días en la tierra terminan para dar paso a una eternidad junto a su Salvador: “Y vivió Noé después del diluvio trescientos cincuenta años. Y fueron todos los días de Noé novecientos cincuenta años; y murió.” (vv. 28-29) Noé tuvo tiempo de disfrutar de la vida que Dios le había dado junto a su familia, aunque tuvo también tiempo para constatar que el pecado humano seguiría desafiando a Dios. 

       Recojamos las palabras del escritor de Hebreos para colocar un epitafio modélico e inspirador que continúe iluminando nuestro camino por esta bola de barro y agua: “Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe.” (Hebreos 11:7).

CONCLUSIÓN

    ¿Qué espera a la humanidad tras la muerte de Noé? ¿Cómo repoblarán la tierra los descendientes de Sem, Cam y Jafet? Preparémonos para una constelación de nombres y ubicaciones geográficas para conocer y descubrir un nuevo marco geopolítico que condicionará el resto de la historia de Israel y del mundo.
    
     

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