TRAGEDIA Y DESCUBRIMIENTO
SERIE DE
ESTUDIOS EN GÉNESIS “VOLVIENDO A LOS FUNDAMENTOS”
TEXTO
BÍBLICO: GÉNESIS 3:6-13
INTRODUCCIÓN
Desde bien niños
todos hemos aprendido el arte de echarle las culpas a otra persona, y con más
frecuencia el culpable de turno solía ser o nuestro hermano menor o el perro.
Hacíamos alguna de las nuestras, y para salir del paso, casi de forma innata, surgía
de nuestros labios infantiles una excusa o justificación que convertía en
cabeza de turco a un amigo imaginario o a algún duendecillo televisivo
invisible como Pumuki. El ser humano, conforme va creciendo en edad y
mentalidad, va refinando y elaborando otras muchas maneras de escurrir el bulto
cuando la metedura de pata es descomunal y no quiere verse involucrado en las
represalias o repercusiones propias de un error garrafal. A nadie le encanta
tener que reconocer su culpabilidad, y para ello la mente en milésimas de
segundo ya ha encontrado a alguien a la cual colgar el sambenito. Somos
verdaderos artistas de la estrategia del chivo expiatorio, y lo sabemos.
A.
METER LA
PATA ES CONTAGIOSO
Las cosas que hoy
son, en un momento dado de la historia tuvieron su génesis, su primera vez, y
en cuanto a echar las culpas al vecino de nuestras imprudencias y malas
decisiones, Adán y Eva nos hicieron los fatídicos honores. Dejamos en el
estudio anterior a Eva pensando seriamente en las palabras y proposiciones de
la serpiente. En su corazón había prendido la chispa de la curiosidad, de la
duda y de la desconfianza en Dios. Aunque en primera instancia había sido capaz
de corregir la primera afirmación intencionada de Satanás, Eva ya estaba
rumiando cómo meterle mano a este asunto de la divinidad y del conocimiento del
bien y del mal. Ahí la dejamos, en suspenso, observando con interés especial el
fruto del árbol prohibido del conocimiento del bien y del mal, con la serpiente
entrecerrando sus ojos a la espera de la primera estupidez humana.
Después de un
instante en el que sopesar la invitación escabrosa de la serpiente, Eva por fin
se decide: “Y vio la mujer que el árbol
era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para
alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido,
el cual comió así como ella.” (v. 6). El árbol que anteriormente era
contemplado con respeto y reverencia a causa de la advertencia de Dios, a
partir de las palabras sibilinas de la serpiente, cobra una dimensión y
perspectiva completamente distinta y atractiva. De apartarse del camino de este
árbol, a observarlo con minuciosidad y detalle, solo hay un pensamiento. Su
apariencia despierta los sentidos y los deseos carnales, y a pesar de que
existían cientos de alternativas nutricionales en otros tantos árboles
frutales, ahora el árbol prohibido se antoja a Eva más delicioso que los demás
que crecen a su alrededor. La estética atrayente de este árbol lleva a la mujer
a pensar que si éste había sido creado con tanto primor y espectacularidad
debía ser por una razón clara: porque era digno de ser catado su fruto. Además,
la primera mujer considera un elemento que acaba por despejar cualquier
vacilación en su transgresión: el hambre intelectual, moral y mental que su
alma tenía podía llegar a ser saciado más allá de lo que Dios había establecido
como bueno y correcto. Y es que el mal siempre encanta y encandila los
sentidos, algo que en el caso de Eva es patente en cuanto a la vista, al tacto,
al sabor y, posiblemente, al olfato.
Olvidándose
completamente de las directrices dadas por Dios, Eva muerde ante la mirada
escrutadora de la serpiente, el fruto aparentemente dulce del pecado más
amargo. Aunque muchos hablan de que esta fruta vedada al ser humano era una
manzana, nada se nos dice al respecto. Tal vez la identificación de los
términos latinos malus (manzana) y malus (malo o malvado), fuese el origen de
esta idea que sigue impregnando el relato del Génesis en su faceta más
ignorante. Fuese el fruto que fuese, lo cierto es que la suerte estaba echada,
y nada podía hacerse para volver atrás. Pero antes de que Eva pudiese darse
cuenta de su equivocación y de la mentira que se encerraba tras las venenosas
palabras de la serpiente, corrió rauda a compartir su descubrimiento de que al
mordisquear la fruta no había caído fulminada tal y como el ofidio le había
asegurado. Adán, en vez de preguntarse el porqué de las cosas, en lugar de
obedecer y confiar en Dios, y sin meditar sobre las consecuencias de sus actos,
degustó la sabrosa fruta, incorporándole al grupo de los desobedientes,
pecadores y rebeldes contra Dios. Ambos, esposo y esposa, habían determinado
tomar el mismo camino, una senda contraria y terrible que como veremos más
adelante tendría un destino ciertamente doloroso e ignominioso. Si lo pensamos
bien, este acto, tanto de Eva como de Adán, no es ni más ni menos que, como
decía Ravasi, nuestra autobiografía como pecadores.
B.
EL
DESCUBRIMIENTO DE UNA MENTIRA DESNUDA
¿Ahora qué? ¿Se
transformarían automáticamente en dioses del Olimpo, con las mismas
características del Dios que los creó y modeló? ¿Serían tan sabios como decía
la serpiente y podrían codearse con el Rey del universo? ¿Serían libertados de
su anclaje a la voluntad de Dios para tomar sus propias decisiones y para
distinguir entre el bien y el mal? He aquí el resultado de su estulticia
soberana: “Entonces fueron abiertos los
ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de
higuera, y se hicieron delantales.” (v. 7) ¡Valiente par de ingenuos!
Esperando la gloria, la inteligencia suprema y la divinidad, solo pudieron
concretar con sus propios ojos, ya desprovistos de la inocencia y la pureza
iniciales con las que Dios los formó, que estaban totalmente desnudos. Hace
unas horas correteaban y caminaban sin pudor por el huerto del Edén sin
avergonzarse, entendiendo esta limitación como la señal inequívoca de su
condición de criaturas de Dios y asumiéndola con gozo y naturalidad; ahora se
miran mutuamente y no les gusta lo que ven al mirarse a sí mismos y al hacerlo
entre sí. Esa aceptación del cuerpo y de su estética natural ha dado paso al
dramático descubrimiento de que en su desnudez se revela su finitud, su
fragilidad y su debilidad. Para paliar esta sensación tan desagradable, la cual
todavía marca la visión de la raza humana y llena estanterías de tiendas con
ropas de toda clase para ocultar las vergüenzas corporales, deciden inventar y
diseñar unos delantales que pudiesen esconder aquello que estéticamente no era
precisamente hermoso, lo que vienen a ser sus partes pudendas. Es el primer
episodio de la técnica de corte y confección empleando primitivas materias
primas como la hoja de la higuera, amplia en su hechura y diseño original. Y
ahí los tenemos, avergonzados, separados, aislados el uno del otro, señalando y
reconociendo el uno en el otro las taras y defectos que antaño pasaron
desapercibidos en su estado espiritual primigenio.
Con taparrabos y a
lo loco, Adán y Eva saben por fin que todas las promesas de la serpiente son
una auténtica patraña, un timo de tomo y lomo, un engaño de la peor especie. Y
conocen, tras vestir convenientemente sus gónadas, que ahora deben ajustar
cuentas con Dios por su extravió descomunal: “Y oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba en el huerto, al aire
del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios
entre los árboles del huerto.” (v. 8). ¿Nos suena esto de algo? ¿No os trae
a la memoria esas diabluras de la infancia que acababan en jarrones rotos, en aparatos
estropeados y en una reprimenda de aúpa? Dios se presenta en el Edén para
proseguir con su relación de comunión y mutua colaboración, caminando
plácidamente por el jardín como siempre, lo cual es una antropomorfización que
nos sugiere cercanía e intimidad en esa interacción relacional entre Dios y el
ser humano. Al escuchar la voz inconfundible de su Señor y Dios, su primera
reacción es ocultarse en la espesura arbolada. Algo así hacíamos mis hermanos y
yo en busca de refugio bajo camas y mesas camillas cuando la liábamos parda. En
vez de salir al claro del jardín para confesar su pecado y su desvarío
desobediente, deciden que la mejor estrategia es agazaparse tras el follaje de
los árboles. ¡Qué ingenuidad la de ellos, y qué ingenuidad la nuestra, al creer
que podemos escondernos para evitar las consecuencias trágicas de nuestras
meteduras de pata! Un Dios omnipresente y omnisciente siendo burlado por este
par de aprendices de modistas… Lo nunca visto. Y es que el descubrimiento de
que su sueño de ser como Dios es puro engaño, les hace reencontrarse con la
conciencia de sus limitaciones de manera penosa y vergonzante.
C.
UN PASEO
DIVINO POCO PLACENTERO
Desde su
escondite arbóreo, temblando de miedo y conscientes de su imprudente
comportamiento, escuchan la voz de Dios que los llama, ya que no los encuentra
en el lugar en el que siempre quedan para disfrutar de la compañía mutua: “Mas el Señor llamó al hombre, y le dijo:
¿Dónde estás tú?” (v. 9) ¿Acaso Dios no sabía en qué emplazamiento se
hallaba el primer matrimonio de la historia? ¿Es que Dios tenía dificultad en
averiguar su paradero, convirtiéndolo en un ser menos que todopoderoso y
conocedor de todo lo que existía en el universo infinito? Por supuesto que no.
Simplemente, Dios quiere que el ser humano se declare abiertamente como
culpable de su falta. Su deseo ante la desobediencia flagrante de los mortales,
era que al menos tuvieran los suficientes redaños como para confesar su pecado
y rogar porque Dios fuese misericordioso y compasivo con su desastrosa
decisión. Está dando la oportunidad al ser humano de reconocer sin titubeos su
loca ambición y su recién estrenado orgullo.
¿Serían Adán y
Eva lo suficientemente juiciosos como para descubrirse ante Dios y pedir el perdón
de Dios por su catastrófica actuación? “Y
él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me
escondí.” (v. 10). Esta no era la respuesta esperada por Dios. Aunque desde
los árboles Dios escucha un tembloroso hilo de voz de parte de Adán, y éste
hace saber al Creador dónde se encuentra realmente, ninguna disculpa hace acto
de aparición. El miedo se ha apoderado del corazón humano, puesto que saben que
en justicia, Dios tiene todo el derecho de condenar a ambos a la muerte que era
la consecuencia más importante del quebrantamiento del primer pacto entre Dios
y la humanidad. No quieren morir, no desean ser convertidos en polvo, y para
nada, les encanta la idea de tener que dejar de existir. Su desnudez era solo
el principio de una cadena de consecuencias que debía arrostrar el ser humano,
y el amor tierno que sentía por Dios se ha visto mutado en un terror intenso
que comienza con solamente escuchar la voz de su Señor.
D.
JUGANDO AL
CHIVO EXPIATORIO
Ante esta
respuesta de Adán, Dios quiere saber más de las circunstancias que han llevado
al hombre y a la mujer a romper el pacto de felicidad y vida eterna que debía
acompañarlos por siempre y siempre: “Y
Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del
que yo te mandé no comieses?” (v. 11) Segunda oportunidad para el ser
humano. Dios sabía que solo un ser vivo podía haber embaucado a la corona de su
creación. Era consciente de que la posibilidad de que Satanás interfiriese en
el plan de satisfacción perpetua proyectado para la humanidad. Por eso señala a
un “quién”. Él no había revelado la realidad de la desnudez a sus criaturas, y
por tanto, únicamente el diablo, con sus artimañas y tramposas promesas, había
engañado a sus criaturas más valiosas y preciadas. Dios estaba dando una nueva
ocasión al ser humano para confesar sus delirios de grandeza, su rebeldía y su
error. Recuerda el pacto que hizo con Adán y Eva en esa pregunta. ¿Por fin el
ser humano entrará en razón y se rendirá humildemente ante el Señor solicitando
su gracia y perdón?
La contestación a
esta oportunidad de oro que les da Dios es realmente desconcertante, por no
decir descarada e infamante: “Y el
hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo
comí.” (v. 12) ¡Toma castaña! ¡Ahora resulta que el que tiene toda la culpa
de que el ser humano comiese de la fruta del árbol prohibido, es Dios! ¡Vaya
una forma de dar la vuelta a la tortilla a la situación tan seria por la que se
estaba pasando! Primero Adán culpabiliza a Eva, y por extensión, con toda la
cara del mundo, señala al Creador de esa mujer, de la cual estaba enamorado
hasta las trancas, que lo hacía sumamente feliz, que era hueso de sus huesos, y
de la cual cantaba sus virtudes y su perfecta complementariedad, como el
responsable de sus actos. En otras palabras, Adán estaba espetándole sin
miramientos ni vergüenza a Dios, que ojalá no hubiese creado a la mujer, la
cual era, ahora sí, y de manera conveniente, una tentadora, una lianta y una
persona llena de defectos. En lugar de considerarla como “aquella que está enfrente de mí”, ahora era “un peso muerto puesto a mi lado por Dios.” Estaba llamando a Dios
incompetente sin tapujos ni remordimientos. No aprovecha la oportunidad que
Dios le pone en bandeja, y opta por sacudirse las consecuencias de sus
acciones, y empeorar aún más el panorama de su sentencia y castigo.
Veamos si la mujer
es más sensata y prudente, y decide ser más humilde y responsable: “Entonces el Señor Dios dijo a la mujer:
¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.” (v.
13) ¡Toma del frasco, Carrasco! De una manera muy similar a la de Adán, Eva
vuelve a remachar la idea de que Dios es un impresentable, un Creador imperfecto
y un metepatas de campeonato. Por un lado, no niega que ella haya dado a su
esposo a probar de la fruta prohibida. Sabe que Dios lo sabe. Pero sí intenta
escaparse del coste de sus acciones diciendo que la serpiente, ser creado por
Dios, y un ser detestable y mentiroso, la ha engañado como a una tonta.
¿Perdón? ¿Aquí quién ha tomado las decisiones? ¿La serpiente o Eva? ¿La
serpiente le ha puesto una pistola en la sien a Eva para que no le quede más
remedio que escoger desobedecer a Dios? ¡Por supuesto que no! De nuevo, Dios se
convierte sin comerlo ni beberlo en el responsable de todo este estropicio, de
la desnudez de los seres humanos, de sus miedos y de su vergüenza. Tampoco Eva
ha sabido estar a la altura de las expectativas de Dios en cuanto a reconocer
su deplorable decisión.
CONCLUSIÓN
Parece que va a ser
la serpiente la que va a llevarse la peor parte. No es porque no se lo merezca,
claro está. ¿Pero creéis que Adán y Eva se van a ir de rositas de este
problemón que se han buscado? ¿Serán aniquilados por Dios en vista de su
orgullo propio, de su falta de sinceridad y de la ausencia de confesión
contrita y humillada? La respuesta a estas preguntas determinará el futuro de
la raza humana desde aquel entonces hasta nuestros días, con la previsión de
que hasta que Cristo vuelva de nuevo a instaurar plenamente su reino y
soberanía en todo el universo, todos somos partícipes de las elecciones
nefastas de los primeros seres humanos. Como reseña Ravasi, “las tensiones, las hostilidades, las penas
y las fatigas que invaden la historia, no estaban inscritas en el plan de Dios,
no nacen de la voluntad del Creador, ni brotan de la creación misma: son el
resultado de las elecciones perversas del ser humano.”
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