DESLEALTAD (PRIMERA PARTE)
SERIE DE
SERMONES SOBRE MALAQUÍAS “LA RELIGIÓN A JUICIO”
TEXTO
BÍBLICO: MALAQUÍAS 2:1-9
INTRODUCCIÓN
El proceso de
corrupción de algo bueno en su esencia e inicio puede llegar a cotas demasiado
altas y puede desembocar en consecuencias realmente lamentables. Lo peor no es
que un pastor comience a desviarse del camino de Dios y a coger atajos espirituales
que lo conduzcan a la miseria y al desastre religioso. Lo malo no es que un
maestro decida hacer de lo puro y lo sencillo del evangelio una nueva religión
personal en la que éste entiende la Palabra de Dios de una manera alejada del
sentido primordial. Lo negativo no es que un supuesto creyente deje de reunirse
con los hermanos para no comprometerse con el cuerpo de Cristo que es la
iglesia, para gestionar su fe desde su punto de vista, a menudo distorsionado y
egoísta. Lo desafortunado no es que un presunto ministro de Dios viva una vida
hipócrita y aparente en lo público y que luego en lo privado haga barrabasadas
sin nombre. Lo realmente condenable, aunque todo lo anterior lo es, y lo
definitivamente reprobable es hacer que otras personas sigan tu senda de
rebeldía, caigan en manos de ese legalismo que has inventado, dejen de
congregarse para ocuparse de su devoción en la independencia de su
individualidad, y vivan vidas enmascaradas y disfrazadas con una fachada
externa de piedad cristiana.
Tropezar es
malo, pero peor es hacer tropezar a los demás. ¿Cuántos casos de personas
conocemos que pasaron por el bautismo, que asistieron a estudios bíblicos o que
formaron parte de la membresía de una iglesia, y luego desaparecieron como por
ensalmo? Es justo reconocer que no todos los que están, son. Muchos se dejaron
llevar por la gratitud para asistir a las reuniones. Otros lo hicieron para
pasar el rato influenciados por la presión de un pastor demasiado interesado en
aumentar el número anual de bautismos. Otros lo hicieron interesadamente para
ver qué podían pescar para sí mismos en términos materiales y económicos. Pero
si somos sinceros, en algunas ocasiones, algunas de las personas que integraron
la comunidad de fe que es la iglesia del Señor, se marcharon porque vieron
cosas que no casaban fielmente con los mandamientos de Dios y nada se hacía por
remediarlo. Podríamos aducir que los que huyen a causa del mal testimonio del
pastor de turno, en realidad no miran a Cristo en lugar de a personas falibles
e imperfectas. Podemos conceder esto en casos muy particulares. Pero no siempre
es así, sobre todo cuando un problema de testimonio se enquista y no se
soluciona convenientemente a la luz de las Escrituras.
Por supuesto, no es
mi intención señalar a nadie, condenar nada y ni mucho menos exhumar cadáveres
del pasado. Lo pasado, pasado está. Lo hecho, hecho está. Y si la solución ha
sido ejecutada en amor, perdón y arrepentimiento, Dios permite que comencemos
de cero sin tener que albergar ira, reproches o rencores en el corazón. Como
cristianos, sabemos que podemos meter la pata en cualquier instante, pero lo
que no podemos hacer es eternizar un acto desagradable que se solventó gracias
a Dios y a la intervención oportuna de su pueblo encarnado en la iglesia. La
disciplina eclesial ha sido desde hace muchos años un tema que me ha impulsado
a estudiar el modo en el que, a nivel pastoral y a nivel congregacional, las
relaciones y los testimonios de vida rotos por el pecado, pueden volver a
restaurarse al acogernos a la sabia y misericordiosa voluntad de Dios revelada
en su Palabra. Y esto es algo que incluye a pastores y maestros que se
deslizaron en la religiosidad, dejando a un lado su llamamiento primero.
1.
MALDICIÓN
CONTRA LA DESLEALTAD SACERDOTAL
Malaquías, como profeta de Dios y
observador de la realidad religiosa de su patria, se erige como aquel siervo
del Señor que ejecute la amonestación y la disciplina espiritual debida ante
los desmanes de un pueblo desleal e infiel. Como dijimos en el sermón anterior,
Dios presta atención en su reprensión a aquellos que debieron hacer su labor
como enlaces entre la humanidad y el divino Creador. A los sacerdotes, símbolo
del ámbito religioso de la nación, va dirigida esta maldición: “Ahora, pues, oh sacerdotes, para vosotros
es este mandamiento. Si no oyereis, y si no decidís de corazón dar gloria a mi
nombre, ha dicho el Señor de los ejércitos, enviaré maldición sobre vosotros, y
maldeciré vuestras bendiciones; y aun las he maldecido, porque no os habéis
decidido de corazón.” (vv. 1-2)
Las terribles
palabras de reconvención de Dios se abaten sobre los garantes de una vida
espiritual equilibrada y teocéntrica. Deben prestar oídos a esta amonestación y
mandato. Es una oportunidad inicial que Dios ofrece a los sacerdotes corruptos,
de los que ya vimos en el capítulo anterior, que eran unos crápulas, unos
indecentes y unos ladrones de tomo y lomo. Si oyen la voz de Dios y vuelven en
sí, podrán salvarse de una condena que principia con una maldición que les
perseguirá cada día de su vida. Su responsabilidad para con el pueblo y para
con Dios era tan grande, que su penalización al hacer dejación de funciones
sacerdotales íntegras, iba a ser abrumadora. Si el siervo de Dios que comete el
error de desviarse de su misión y vocación se arrepiente y confiesa su pecado
ante Dios y su rebaño, todavía existe esperanza para él.
No obstante,
parece ser que el sacerdocio se halla cómodo en su deslealtad para con Dios. El
resultado de su ignominiosa conducta y de su profanación del nombre y santuario
de Dios es la maldición. La maldición supone ser apartado de la presencia de
Dios, ser considerado inmundo e impuro, inservible para la tarea santa que
supone ser sacerdote del Señor. La maldición implica que cualquier palabra de
bendición que pueda pronunciar en favor de alguien se convertirá en todo lo
contrario, contagiando esa maldición personal a todos aquellos que le buscan
para recibir auxilio, oración y palabras de consuelo y esperanza. La maldición
no es ni más ni menos que el producto de un espíritu orgulloso, vanidoso, y
egoísta y alejado de las estipulaciones levíticas que caracterizaban al
sacerdocio.
2.
CASTIGO A
LA DESLEALTAD SACERDOTAL
Este es el
castigo que Dios impone a aquellos pastores, maestros o evangelistas que
deciden barrer para casa, optan por llenarse los bolsillos con lo que en
justicia y dignidad le pertenece a Dios, buscan lucrarse a costa de los
sencillos fieles, se inclinan por tergiversar la Palabra de Dios para que se
acomode a sus deseos pecaminosos y perversos, y no dudan en aprovecharse sin
escrúpulos ni miramientos del rebaño de Dios siendo piedra de tropiezo para los
más débiles e inmaduros en la fe. Dios les arrebatará la unción que les fue
dada, así como su privilegio y su autoridad delante de sus congregaciones: “He aquí, yo os dañaré la sementera, y os
echaré al rostro el estiércol, el estiércol de vuestros animales sacrificados,
y seréis arrojados juntamente con él.” (v. 3). Todas las blasfemas técnicas
de engaño de los creyentes, todas las prácticas disimuladas de piedad y
santidad falsas, todos los vanos intentos de hacer ver a todo el mundo que
están en sintonía con Dios, se volverán contra ellos. Toda la basura y todos
los excrementos asquerosos que son sus sacrificios hablarán en alta voz delante
del trono de Dios en su momento, para condenarlos a la perdición eterna. Su
llamamiento será solo un recuerdo de lo que pudieron ser y no fueron, y un
recordatorio para aquellos sacerdotes que les sucediesen en el cargo.
3.
AÑORANZA DIVINA
DE LA LEALTAD LEVÍTICA
A continuación,
Dios recuerda a estos mastuerzos vestidos de integridad y justicia, pero que
por dentro albergan podredumbre y corrupción, el pacto que hizo con sus padres
y las promesas que Él había cumplido siempre y cuando los levitas obedeciesen y
respetasen esta alianza: “Y sabréis que
yo os envié este mandamiento, para que fuese mi pacto con Leví, ha dicho el
Señor de los ejércitos. Mi pacto con él fue de vida y de paz, las cuales cosas
yo le di para que me temiera; y tuvo temor de mí, y delante de mi nombre estuvo
humillado.” (vv. 4-5) Dios había establecido un acuerdo con Leví mediante
el cual, éste y toda su descendencia se encargarían de la adoración religiosa,
de la devoción espiritual, y de la instrucción de todo el pueblo de Israel: “Habló además el Señor a Moisés, diciendo:
He aquí, yo he tomado a los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de
todos los primogénitos, los primeros nacidos entre los hijos de Israel; serán,
pues, míos los levitas.” (Números 3:11-12)
Los levitas eran
posesión de Dios, apartados exclusivamente para el culto debido a su persona, y
estaban exentos de otras tareas y dedicaciones para poder realizar su
maravillosa y solemne labor de forma excelente y única. Este regalo de Dios
para esta tribu, en los tiempos de Malaquías se había convertido en una carga y
en una excusa para abusar de su posición como mediadores ante Dios. Pudiendo
vivir vidas de paz, prosperidad y vida abundante, han escogido vidas de
carnalidad, de hedonismo y de injusticia que indefectiblemente los conducirán a
la ruina moral y religiosa. En lugar de humillarse y someterse a la voluntad
soberana de Dios, han elegido someter la religión a su arbitraria voluntad.
En un efecto
nostálgico por parte del Señor, hace que Malaquías rememore las
responsabilidades y compromisos de los levitas, los cuales se hacen extensivos
a cualquier siervo de Dios que haya sido llamado para ejercer su papel de guía
y autoridad sobre la iglesia: “La ley de
verdad estuvo en su boca, e iniquidad no fue hallada en sus labios; en paz y en
justicia anduvo conmigo, y a muchos hizo apartar de la iniquidad. Porque los
labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo
buscará la ley; porque mensajero es del Señor de los ejércitos.” (vv. 6-7)
¡Cuán identificado debe sentirse un pastor, un profeta o un maestro bíblico con
estas palabras que el Señor trae al recuerdo con tanta añoranza! Cada una de
los roles que aquí se detallan, aunque fueron propios de sacerdotes del Antiguo
Testamento, también forman parte del perfil de los siervos contemporáneos del
Señor.
Esto debe
constreñirnos a configurar nuestro llamamiento pastoral, profético e instructor
para reunir estos requisitos que agradan y complacen a nuestro Padre celestial.
Como responsables de la educación doctrinal y bíblica, la verdad de Dios debe
impregnar cada una de nuestras lecciones, enseñanzas y predicaciones, evitando
las fábulas y las opiniones personales y subjetivas acerca de temas claros que
la Biblia expone. Como responsables de vivir testimonios honestos y santos,
debemos dar ejemplo a aquellos que confían en nosotros. Como responsables de
sacar de dudas, de aconsejar bíblicamente y de proclamar la verdad del
evangelio de Cristo a nuestra comunidad de fe, estamos en el deber de señalar
el error en todas sus manifestaciones, denunciándolo desde la sabiduría de las
Escrituras. Somos embajadores y emisarios de Dios, y nuestra vocación, aunque
es seria, requiere de diligencia y dedicación no pequeñas, y no está al alcance
de los hombros de todos los creyentes, es todo un placer poder desarrollarla de
acuerdo a lo establecido por la Palabra de Dios para edificación de los
cristianos.
4.
DESLEALES
PIEDRAS DE TROPIEZO SACERDOTALES
Aquí es donde
Malaquías pone el dedo en la llaga de los depravados sacerdotes, y donde señala
el pecado más deleznable que un ministro de Dios puede perpetrar: “Mas vosotros os habéis apartado del
camino; habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de
Leví, dice el Señor de los ejércitos.” (v. 8). Los garantes de una religión
conforme a la ley de Dios, la cual satisface la necesidad de trascendencia del
ser humano y la respuesta de su origen y destino en el Altísimo, se han
descarriado a su antojo por otros vericuetos que priman el egocentrismo en
todas sus expresiones. El camino de la verdad, de la vida y de la salvación han
sido cambiados por veredas que se ajustan a sus apetitos y deleites terrenales,
contaminando con sus abyectas prácticas la fe que la gente de a pie tenía
depositada en Dios. Empleando la Torah, la revelación especial de Dios en aquel
entonces, lograron enriquecerse, desnudar al pobre y beneficiar al poderoso. El
pacto dado por Dios a Leví había sido arrastrado por el fango de la codicia y
de la desidia, dejando en evidencia y en vergüenza el nombre de Dios ante el
resto de naciones. ¡Cuántos creyentes no dejarían de honrar a Dios a causa de
las deleznables acciones sacerdotales!
Esta es la locura
en la que incurren más ministros del Señor de los que pensamos. Es la insana y
perversa habilidad de convertir en ateos a los cristianos, de transformar la
devoción en negligencia, y de transmutar la disciplina espiritual y devocional
en algo gravoso y tedioso. Muchos pastores, profetas y maestros que campan a
sus anchas por esas iglesias de Dios debieran atender a estas palabras, las
cuales son refrendadas por el mismísimo Señor Jesucristo en Mateo 18:6-7: “Y cualquiera que haga
tropezar a algunos de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se hundiese en lo
profundo del mar. ¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que
vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” A
buen entendedor, pocas palabras bastan. Todo ministro del Señor debe comprender
y asimilar la realidad de estos juicios para darse cuenta del alcance de sus
enseñanzas y sus sermones, puesto que ser piedra de tropiezo significa llevar
al matadero del infierno a vidas humanas, confundir la fe de los sencillos, y
condenar el alma de personas que un día escucharon el evangelio de gracia.
La sentencia
contra los sacerdotes sinvergüenzas culmina con nuevas amenazas de castigo que
supondrán ser avergonzados y desechados por su propio pueblo, el pueblo al que
se suponía debían servir de modelos y ejemplos de religión y devoción: “Por tanto, yo también os he hecho viles y
bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos, y
en la ley hacéis acepción de personas.” (v. 9) Como consecuencia funesta a
sus pecados y a su flagrante profanación del nombre de Dios, todos y cada uno
de los sacerdotes serán considerados lo peor de la sociedad al verse
descubiertos en sus mentiras, prevaricaciones y corruptelas, todas ellas
involucrando lo santo y lo apartado para Dios. Al hacer distingos en la
aplicación de la ley, favoreciendo y beneficiando a los individuos de carteras
llenas y sobornos sustanciosos, Dios los derribaría para siempre de su estatus
quo, para convertirse en símbolos de que
Dios no puede ser burlado y de que la deslealtad contra Él no será tolerada en
ningún caso.
CONCLUSIÓN
Dios deja
meridianamente claro que sus servidores deben reflejar en sus actos y palabras
la dignidad y honra debidas a su glorioso nombre. Yo, como pastor, y otros como
maestros de la Escritura, recibo esta advertencia para no confiarme ni para
bajar la guardia. Todos conocemos casos de personas en eminencia que han caído
hasta lo más bajo por comprometer falsamente la Palabra de Dios, su autoridad
pastoral y su influencia de liderazgo y guía de la comunidad de fe. Roguemos al
Señor por nuestros responsables en la educación, la alimentación espiritual y
la consejería bíblica, para que ninguna tentación como ante las que sucumbieron
los levitas, se desvíe del camino y del temor de Dios, y sean piedra de
tropiezo a los creyentes más pequeños.
Comentarios
Publicar un comentario