LA ESPADA DE LA PALABRA





SERIE DE SERMONES “EL LADO OSCURO: CONOCIENDO A NUESTRO ENEMIGO”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 4:1-10

INTRODUCCIÓN

     No cabe duda de que una de las maneras más perversas, y a la vez más astutas, de torcer el camino de un creyente que tiene el diablo, es la tentación. La tentación entendida como tal es aquel “impulso de hacer o tomar algo atrayente pero que puede resultar inconveniente”. Esta suele ser parte dañina de la dinámica espiritual habitual de cada ser humano. Todos hemos tenido la tentación de hacer algo que en un primer momento nos ha parecido seductor y atractivo, y luego hemos tenido de arrepentirnos de haber cometido ese acto a causa de sus consecuencias a medio y largo plazo. La tentación es una promesa de algo sublime, pero que oculta podredumbre y pesadumbre. Es una sugerencia susurrada al oído por Satanás que enciende la mecha de intereses egocéntricos, que prende la hoguera de nuestras vanidades, que combustiona el deseo de algo prohibido pero apetitoso para nuestros sentidos, pero cuyo resultado final es a la postre toda una vida de remordimientos, de culpas y de arrepentimientos. La tentación saca aquello de nosotros que mantenemos escondido bajo capas de convenciones sociales, educación primorosa y buenos modales, y convierte una intachable trayectoria personal en el hazmerreír de muchos y en el objeto de burla de aquellos que buscan nuestra ruina en particular.

     Escuchar la voz de Satanás tentándonos con la visión de un placer inmediato que supuestamente podemos sepultar bajo montones de mentiras, es el peor de los errores que podemos llegar a cometer en la vida. A causa de prestar oídos a la tentación más rastrera muchos creyentes han visto su testimonio destruido y humillado, muchos matrimonios han saltado por los aires a causa de las infidelidades, muchos organismos han reventado sin pensar en las repercusiones de vicios inconfesables y adictivos, muchas familias han sabido lo que es la tragedia y el drama, y muchos jóvenes han dinamitado el puente que les conectaba con un futuro brillante y con propósito. Por supuesto, cuando Satanás nos tienta, no nos dice toda la verdad. Solo nos cuenta aquello que nuestra concupiscencia quiere oír. Acaricia nuestra mente, nuestros pensamientos y nuestras necesidades egoístas, y les ofrece una solución rápida y en apariencia satisfactoria. Sin embargo, ya sabemos, por propia experiencia, que las secuelas de actos dirigidos por el hecho de sucumbir a la tentación, solo nos han aportado toneladas de amargura, tristeza y caos. Es importante que entendamos que Satanás no es el responsable de nuestra desgracia. Él solo coloca el lazo, la trampa, el cebo, y nosotros somos los que voluntariamente caemos como panolis en las redes del pecado y sus perversas consecuencias. En nuestras manos, pues, se halla el poder decir no a las sibilinas artimañas tentadoras del diablo.

     Jesús no era inmune a los ataques de Satanás. Si el diablo hubiese creído que era vano e inútil tentar a Jesús, ni lo hubiese intentado. Sería perder el tiempo y el prestigio de su poder engañoso. No obstante, tal como expondremos ahora mismo, Jesús vivió una vida de tentación constante, únicamente que fue capaz de vencer esa tentación al poner toda su confianza y fe en su Padre celestial. Tal como se nos dice en Hebreos 2:18, Jesús “mismo padeció siendo tentado”, y en Hebreos 4:15 nos asegura que “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” Satanás albergaba ciertas esperanzas, tal vez exiguas, de poder triunfar sobre Jesús por medio de sus tentaciones repletas de falsedades y tergiversaciones. El marco en el que encontramos a Jesús sufriendo el acoso y derribo de Satanás por medio de sus sugerencias con fachada de lógica, es el del desierto tras su bautismo a manos de Juan el Bautista. Pareciera que las tentaciones arrecian con mayor furor en cuanto un ser humano se compromete en cuerpo y alma a seguir a Dios de manera integral. 

1.      PROLEGÓMENOS DE LA BATALLA

      Con el propósito de desestabilizar ese primer instante de gozo y pasión por la misión de Dios, el diablo aprovecha las circunstancias en las que se encuentra Jesús para conseguir alzarse con la victoria sobre el ungido del Señor: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo.” (v. 1) Es importante notar tres cuestiones en este versículo: Jesús es enviado por el Espíritu Santo, es decir, por iniciativa divina; lo envía al desierto, un paraje desolador y polvoriento; y nos explica el sentido de esta excursión por un lugar tan inhóspito y salvaje, ser tentado por el tentador por antonomasia. Bajo la cobertura del Espíritu Santo, el páramo desértico de un wadi desconocido cercano a la zona bañada por el Jordán se iba a convertir en el ambiente ideal para que el carácter de Jesús se curtiese, para que nadie pudiera en el futuro achacarle que se vio exento de experimentar tentaciones a cual más poderosas y atrayentes, y para que la espada de la Palabra de Dios se erigiera como el instrumento revelador del Señor para marcar el camino de la victoria a los creyentes. 

      Pero el hecho de tener que caminar entre rocas y polvo, pernoctar con piedras como almohada y el cielo como su manta, y padecer las inclemencias del clima y de los elementos, no eran las únicas dificultades que debía enfrentar Jesús: “Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre.” (v. 2) En un ejercicio de voluntad férrea y de concentración absoluta, Jesús tiene la capacidad increíble de vivir con lo justo durante más de un mes. Si a la dureza de sus condiciones se le añade el hecho de ayunar, con el propósito de reflexionar y dialogar con la atención únicamente enfocada en Dios y en el ministerio que se estaba cociendo a fuego lento en la mente y el corazón de Jesús, el hambre hace rato que ya estaría mordiéndole las entrañas entre rugidos intestinales y estomacales.

2.      PRIMER ATAQUE Y PRIMER CONTRAATAQUE

     Es precisamente ese hambre que estaba hablándole desde los calambres abdominales la que va a convertirse en el caballo de Troya que Satanás pretende emplear para doblegar y engatusar a Jesús. A los ojos del tentador, Jesús le había sido ofrecido en bandeja, débil, frágil, necesitado, hambriento y desnutrido: “Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.” (v. 3). El engañador del mundo comienza su presentación queriendo hacer dudar a Jesús de su filiación divina. Demuestra que eres quien dices ser, viene a retar el diablo a Jesús. El Hijo de Dios lo puede todo, y no hay necesidad de que pase más hambre que el perro de un ciego. Si no puedes convertir estas rocas en pan recién horneado, caliente y crujiente, es que solo eres un farsante. He ahí la tentación bien urdida del demonio. Cualquiera de nosotros no lo hubiésemos dudado ni un instante: hubiésemos transformado las piedras en manjares deliciosos y nutritivos. Es más, creo que no hubiesen pasado ni dos días de estar en el desierto sin que no hubiésemos mutado cualquier pedregal en un auténtico banquete. La tentación está servida y el estómago de Jesús se queja con un grito desde las entrañas. Es el turno de Jesús y Satanás se relame pensando en la derrota del ungido de Dios.

    Jesús sin apenas pensar en la sugerencia diabólica, contesta dando la primera estocada mortal al tentador con la espada de la Palabra de Dios: “Él respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (v. 4). El alimento físico es importante para la subsistencia del organismo biológicamente hablando, ya que sin él moriríamos sin remedio. Sin embargo, Jesús supedita esta clase de alimentación a una alimentación espiritual equilibrada que se halla en la obediencia y acatamiento de la voluntad de Dios revelada por medio de su palabra de vida. Jesús, si hubiese transformado piedras en panes, y hubiese comido, habría perdido su alma al dudar de la provisión constante de Dios y de su identidad como Cristo, el Hijo del Dios altísimo. La primera sangre es para Jesús, y el ceño fruncido del engañador se convierte en el signo evidente de que había frustrado el primer round por obtener la victoria sobre Jesús.

3.      SEGUNDO ATAQUE Y SEGUNDO CONTRAATAQUE

      Pero Satanás no ceja en su empeño. Debía subir la apuesta y ofrecer a Jesús algo más espectacular con que dar qué hablar al mundo: “Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del Templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.” (vv. 5-6). No sabemos si fue en visión o de verdad verdadera, pero Satanás emplea todo su poder terrenal para colocar a Jesús en las alturas del Templo de Jerusalén, a decenas de metros del suelo, visible para todos aquellos que visitaban este símbolo de la presencia de Dios en medio de Israel. No sabemos si fue una ilusión propia de las experiencias virtuales que hoy tanto éxito tienen en parques de atracciones y cines, pero lo que queda meridianamente claro es que todo parecía sumamente real. Con el viento azotando su rostro, Jesús tiene que escuchar la zalamera y bíblica invitación de Satanás de que se lance en plancha desde el pináculo, que nada habrá de sucederle, que Dios ya se encarga de que sus asistentes angélicos lo empomen y amortigüen su caída con gran suavidad. Ahora Satanás había empleado, a su manera, la palabra de Dios para refrendar su sugestiva oferta. Más bíblico que el demonio no había nadie en ese instante. 

       Además, si de verdad era el Hijo de Dios, ¿para qué esperar a morir en una cruz, sufriendo como un perro, siendo maldecido por las enfervorecidas multitudes y contemplando la perversión de la humanidad en su máximo esplendor? ¿No era mejor hacer una entrada espectacular, repleta de gloria, poderío y teatralidad, para que todos reconocieran en él al Mesías esperado? ¿Qué hubiésemos hecho nosotros en su lugar? O mejor dicho, ¿qué solemos hacer cuando se nos promete que ser cristiano es vivir un cuento de hadas de color de rosa repleto de unicornios y arco iris, sin dolor ni sufrimientos, viviendo solamente para el siguiente milagro sobrenatural que nos prometen los mercachifles y charlatanes de la fe, embaucadores que tildan a los creyentes enfermos o en crisis financiera de pobres criaturas sin fe ni esperanza?

      De nuevo, con un ademán pleno de sobriedad e ingenio, Jesús vuelve a blandir la espada de la Palabra de Dios e inflige un tajo descomunal a Satanás: “Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.” (v. 7) Es muy fácil abusar de la Palabra de Dios tergiversándola, haciendo que ésta diga lo que no dice en realidad, emplearla como una excusa para hacer el mal y desobedecer al Dios que la dio, o esgrimirla como un pretexto fuera de su contexto con el fin de aparentar santidad y sensibilidad espiritual. Pero cuando la Palabra de Dios, la espada del Espíritu Santo, confronta lo que muchos dicen de ella y los usos abyectos que de ella se hace, la verdad reluce sobre las tinieblas del error y de los timos espirituales que acompañan a la tentación. Jesús se identifica claramente como Dios mismo, como Señor del universo, como persona de la Trinidad, y en esta identificación le está espetando a Satanás que de nada servirán sus añagazas traicioneras contra la santidad de un Dios trino y uno, encarnado en Jesús, el Hijo de Dios.

4.      TERCER ATAQUE Y DERROTA FINAL DEL TENTADOR

    ¿Creéis que el tentador se dará por vencido? Aun con la vergüenza de haber sido fulminado en un par de ocasiones y sangrar a borbotones por las heridas que la espada de la Palabra le ha provocado, el diablo echa el resto con Jesús. Con un órdago final, dando el todo por el todo, invocando todos sus recursos y todas sus malignas estrategias de tentación, el demonio vuelve a emplear su táctica de realidad virtual: “Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” (v. 8). Ahora sí, diría Satanás. Es imposible que rechace este chollazo. La gloria, las riquezas, los lujos asiáticos, las comodidades más exóticas, el poder sobre la vida de los seres humanos de toda la tierra, los territorios vastos y repletos de oro, plata y piedras preciosas, todo a su alcance. Con una condición, claro está. Solo debe arrodillarse un momentín y expresar su admiración y adoración por mí. Y listo. “¿Solo arrodillarse y confesar humildemente el señorío de Satanás sobre mi vida?”, dirían algunos. “¿Dónde hay que firmar?”, dirían, dijeron y dirán muchos. Si con solo las migajas de lo que Satanás ofreció a Jesús, mucha gente se conforma, y rubrica con sangre un pacto de por vida con el demonio. Esta tentación es tremendamente irresistible, ya que entrega ipso facto todo en manos del adorador del tentador. Pero, la lógica nos lleva a pensar en lo siguiente: Sí, yo seré el dueño de todo lo que veo, y sin embargo, seguiré estando al servicio de un amo al que adoro y venero, el cual podrá disponer de mi vida a su antojo. Es un negocio con letra pequeña, muy pequeña, microscópica.

     El zasca que recibe Satanás en ese preciso instante no es pequeño. Los dientes afilados del tentador rechinarían de rabia al escuchar la respuesta tranquila y sosegada de Jesús, el cual, con la destreza habitual, da la estocada definitiva al plan satánico de someter la voluntad de Jesús, el Cristo de Dios, esgrimiendo la espada de la Palabra de su Padre celestial: “Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás.” (v. 9). La adoración solamente es debida a Dios y solo a Dios, no a una criatura rebelde de Dios que solamente vive de prestado en el mundo mientras corrompe corazones y almas a diestra y siniestra hasta que Cristo regrese de nuevo para arrebatarle todo aquello que le está ofreciendo desde este cerro alto del desierto. Jesús no iba a inclinarse en señal de homenaje ante Satanás. Ni de broma. Tal vez pudiese parecer algo simple e inofensivo si con ello lograba la gloria antes de tiempo, pero no lo era, y él lo sabía perfectamente. Con la Palabra de Dios a flor de labios remata la faena y desarma por completo al enemigo de Dios por excelencia. 

    Furioso y con cajas destempladas, Satanás comprende que nada puede hacer contra el Hijo de Dios, por lo que destinará sus esfuerzos, tácticas y recursos a seguir haciendo tropezar al resto de hijos de Dios que pueblan la tierra: “El diablo entonces le dejó.” (v. 10) Jesús por su parte, recibió de su Padre justo la provisión necesaria, y el agrado de poder constatar que se había sujetado obedientemente a su voluntad, y de poder comprobar que su palabra había sido empleada con destreza y talento contra el enemigo: “Y he aquí vinieron ángeles y le servían.” (v. 10) El amor de Dios y su providencia nunca abandonan a uno de sus hijos, mientras éste repose confiadamente en los designios de su palabra y en sus promesas ciertas y seguras.

CONCLUSIÓN

     La tentación habrá de perseguirnos todos los días de nuestra vida mientras sigamos al Señor Jesucristo. Esa es la verdad. En nuestra experiencia personal sabemos que a menudo vienen a nuestra mente y a nuestro corazón las promesas vacías de Satanás, incitándonos a pecar contra Dios, contra nuestro prójimo, y contra nosotros mismos. Pero Dios nos entrega su poderosa y cortante palabra, las Escrituras, la Biblia, para contender con el diablo, la ignorancia y el error, y salir victoriosos de la batalla. No olvidemos que “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos” (Hebreos 4:12), y que si tomamos ejemplo de Jesús en estas tentaciones narradas por Mateo, y nos sometemos a Dios como él hizo en una de sus horas más críticas, resistiendo al diablo, éste huirá de nosotros (Santiago 4:7).
  

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