VALORANDO LA LEALTAD
SERIE DE ESTUDIOS “RELACIONES
AUTÉNTICAS”
TEXTO BÍBLICO: 2 SAMUEL 11:1-27
INTRODUCCIÓN
La lealtad, al igual que como vimos con
la amistad, es hoy día un bien extraordinariamente escaso. Según una definición
de lealtad, ésta es el “cumplimiento de
lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien.”
Dado este significado, podríamos convenir en que la lealtad es un sentimiento
que necesita de su cumplimiento en toda circunstancia, y en especial en
aquellas que ensombrecen nuestro ánimo y hacen decaer nuestro semblante. Además
esta definición sugiere que la lealtad forma parte de una serie de normas que
identifican y perfilan la fidelidad, es decir, que facilitan una relación
auténtica de afectos sinceros, fuertes y constantes. Las promesas cumplidas y
la palabra dada que se convierte en un hecho cierto y seguro, son elementos que
adornan a la lealtad. Una persona desleal, por tanto, es aquella que promete,
pero no cumple, y cuyo honor está en entredicho cuando se trata de llevar a
cabo cualquier promesa de ayuda o auxilio al amigo. Estas leyes de honor y
bonhomía rigen un lazo sentimental y emocional que va más allá del deseo
personal, individualista y egocéntrico, y señalan el camino de una conexión que
supera cualquier obstáculo durante su trayectoria en la vida.
De la lealtad o de las lealtades se ha
hablado muy largo y tendido en nuestros tiempos. Por ejemplo, tenemos a
políticos que rompen ese pacto tácito o expreso en el que eligen coaligarse con
un partido, para unirse al Grupo Mixto de los traidores y desleales, lo cual ha
llevado a pensar que el interés utilitarista está por encima de la fidelidad a
las ideas o a los votantes. Lo contrario de la lealtad es la traición, y
lamentablemente de esto sabe mucho el ser humano. Supone un varapalo tremendo
tener que descubrir que la lealtad supuesta o presunta solo es parte de una
ensayada pose para lograr beneficios de nuestra amistad sin recibir nada a
cambio. William Shakespeare, en su conocimiento de la naturaleza humana, el
cual vertió en sus populares obras, dijo una vez que “hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son,
más sangrientos.” Los traidores que engañan al alma y quebrantan los
corazones con la decepción y la desilusión están a la orden del día, y son los
que colocan sobre nosotros el peso de volver a confiar en otras personas. Son
individuos que son piedra de tropiezo para aquellos que de verdad buscan la
lealtad verdadera de una relación auténtica.
La historia bíblica que hoy nos ocupa, nos
habla bien a las claras sobre la grandísima diferencia que existe entre dos
hombres unidos por una misma mujer. Todos conocemos del episodio aberrante y
abominable en la vida de David cuando faltando a todos los protocolos y reglas
de la buena conducta y del decoro, desea y consigue la sexualidad de Betsabé.
El pecado de la infidelidad y del adulterio se reúnen de manera taimada y
secreta para dar inicio a una serie de tramas, urdimbres y mentiras que
desembocará en la maldición de Dios. Después de que David se aprovechase de su
autoridad real al seducir alocadamente a la esposa de uno de sus súbditos, la
noticia de la preñez de Betsabé se vuelve en su contra. Lo que tal vez hubiese
sido un desliz o una aventura pasajera, se transforma en algo mucho más serio: “Y concibió la mujer, y envió a hacerlo
saber a David, diciendo: Estoy encinta.” (v. 5) ¿Cómo iba Betsabé a ocultar
el tiempo de su gravidez a su esposo, si éste se hallaba a los muros de una
ciudad sitiada por Israel? ¿Cómo iba David a impedir que su posición de
autoridad fuese puesta en entredicho tras esta estúpida y desenfrenada
experiencia sexual? Si Urías regresaba tras la batalla contra los enemigos de
Israel, y descubría el pastel, el escándalo, ya conocido en la corte, podría
extenderse hasta las masas del pueblo, y el juicio sumario de la opinión
pública desmantelaría cualquier ascendencia lograda sobre éste. Había que idear
un modo en el que solventar este asunto sin preocuparse por el precio que éste
conllevaría.
FACTORES ENFRENTADOS DE LEALTAD Y
DESLEALTAD: URÍAS Y DAVID
Cinco son los factores que caracterizan
la deslealtad de David para con Urías heteo. En primer lugar, mancilla el lecho
conyugal al obviar el contrato matrimonial que une a Betsabé con Urías: “Sucedió un día, al caer la tarde, que se
levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio
desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa.
Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé
hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y
vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se
volvió a su casa.” (vv. 2-4). Hasta donde se tiene noticia, Urías era leal
a su esposa y su matrimonio no parecía amenazado por ninguna crisis conyugal.
Urías debe marchar a filas como parte de la obligación de lealtad debida a su
monarca y rey, esperando regresar para seguir con su vida junto a Betsabé.
En segundo término, en vez de arreglar
por las buenas y con la verdad por delante esta ignominia desleal, procura
urdir un plan que le evite tener que asumir su responsabilidad. Para ello,
llama a Urías del frente de batalla para valorar qué clase de persona era éste:
“Entonces David envió a decir a Joab:
Envíame a Urías heteo. Y Joab envió a Urías a David. Cuando Urías vino a él,
David le preguntó por la salud de Joab, y por la salud del pueblo, y por el
estado de la guerra.” (vv. 6-7) Por medio de Joab, Urías regresa a
Jerusalén para departir amigablemente y en camaradería con el rey David. El
rey, como si no hubiese pasado nada, con una frialdad a prueba de bombas,
charla amistosamente con Urías para no hacerle ver que algo raro se estaba
cociendo a su alrededor. El honor de ser recibido por el monarca, hacía que no
pudiese sospechar de nada. Urías, obediente y honrado por David, se muestra
leal y confiado mientras le informa del estado de cosas en la vanguardia del
ejército. Y como quien no quiere la cosa, David, de forma subrepticia y astuta,
le exhorta a que vuelva a su casa para poder disfrutar de unos días de permiso
junto a su amada esposa: “Después dijo
David a Urías: Desciende a tu casa, y lava tus pies. Y saliendo Urías de la
casa del rey, le fue enviado presente de la mesa real.” (v. 8) ¿Qué soldado
no desearía volver a ver a su cónyuge y cumplir con sus obligaciones maritales
después de tanto tiempo luchando y sufriendo en las trincheras? Eso fue lo que
pensó David, que en su ímpetu, Urías consumaría en el lecho nupcial sus
presuntas necesidades sexuales con Betsabé y se podría decir que tras este
encuentro amoroso nacería el bastardo del rey sin que Urías lo supiera.
Pero David no contaba con la lealtad
firme y pura de Urías para con sus compañeros de armas que estaban pasando
calamidades y adversidades en el frente. Urías, en lugar de pernoctar en su
hogar, decide unirse a los siervos del rey para dormir junto a ellos de manera
sencilla y espartana: “Mas Urías durmió
a la puerta de la casa del rey con todos los siervos de su señor, y no
descendió a su casa.” (v. 9) Claro, cuando al rey le dicen lo que ha hecho
Urías, comienza a subirse por las paredes: “E
hicieron saber esto a David, diciendo: Urías no ha descendido a su casa. Y dijo
David a Urías: ¿No has venido de camino? ¿Por qué, pues, no descendiste a tu
casa? Y Urías respondió a David: El arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y
mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar en
mi casa para comer y beber, y a dormir con mi mujer? Por vida tuya, y por vida
de tu alma, que yo no haré tal cosa. Y David dijo a Urías: Quédate aquí aún
hoy, y mañana te despacharé. Y se quedó Urías en Jerusalén aquel día y el
siguiente.” (vv. 10-12) En vez de valorar la lealtad de su soldado para con
él y para con sus camaradas, reconociendo su ruindad y su traidora forma de
abordar el problema de su adulterio, una nueva idea reluce en su mente para
obligar sibilinamente a que Urías cumpla con su deber como esposo de Betsabé.
Aquí interviene el tercer factor que se une a la deslealtad para con el leal
Urías. En vista de que sobrio, con la mente clara y limpia, era imposible hacer
que Urías cambiase de parecer, David opta por emborracharlo, para ver si la
líbido se despertaba en el soldado, su corazón se alegraba y, por fin, acudía a
la llamada de su amada: “Y David lo
convidó a comer y a beber con él, hasta embriagarlo. Y él salió a la tarde a
dormir en su cama con los siervos de su señor; mas no descendió a su casa.” (v.
13) De nuevo, su artera artimaña no da su fruto, y de nuevo es por el alto
estándar de honor y empatía que Urías sentía por sus compañeros de penurias.
Vuelve a dormir junto a los centinelas de palacio mientras pasa la embriaguez,
sin visitar a su esposa, seguramente nerviosa al ver que las soluciones
propuestas por David no dan el resultado deseado.
No iba a acabar aquí la impenitente
traición de David para con su vasallo. A tiempos desesperados, medidas
desesperadas, tal vez dijo para sus adentros el rey. Con la connivencia de
Joab, su general, y un individuo al que había que darle de comer aparte por sus
triquiñuelas y engaños mortales, David prepara la definitiva muerte de Urías. “Muerto el perro, se acabó la rabia”,
parecía afirmar cada una de las indicaciones que da a su general. El cuarto
factor que habla de modo absolutamente grotesco y cruel de la traición de
David, se resume en colocar a Urías en la vanguardia, en lo más recio de la
batalla, bajo las murallas de la ciudad asediada, como carne de cañón fácil de
ser abatido por los objetos contundentes que los sitiados lanzaban contra sus
adversarios: “Venida la mañana, escribió
David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías. Y escribió en la
carta, diciendo: Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y
retiraos de él, para que sea herido y muera.” (vv. 14-15) Urías, leal hasta
la muerte a Joab y al mismísimo rey, no parece discutir el orden de guerra, e
incluso, como detalle morboso de la actitud homicida de David, lo convierte en
mensajero de su propia sentencia mortal. Como un soldado disciplinado,
honorable y consciente de las pocas probabilidades de sobrevivir, Urías obedece
y lucha denodadamente hasta ser abatido sin remedio por las flechas de los
arqueros de la ciudad: “Así fue que
cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban
los hombres más valientes. Y saliendo luego los de la ciudad, pelearon contra
Joab, y cayeron algunos del ejército de los siervos de David; y murió también
Urías heteo.” (vv. 16-17) La noticia de la muerte de Urías no causó gran
pesar en el rey, tal y como justifican sus palabras al mensajero enviado por
Joab, las cuales hacen gala de una insensibilidad indigna y maligna: “Y dijo el mensajero a David: Prevalecieron
contra nosotros los hombres que salieron contra nosotros al campo, bien que
nosotros les hicimos retroceder hasta la entrada de la puerta; pero los
flecheros tiraron contra tus siervos desde el muro, y murieron algunos de los
siervos del rey; y murió también tu siervo Urías heteo. Y David dijo al
mensajero: Así dirás a Joab: No tengas pesar por esto, porque la espada
consume, ora a uno, ora a otro; refuerza tu ataque contra la ciudad, hasta que
la rindas. Y tú aliéntale.” (vv. 23-25) “Son cosas que pasan en la guerra. ¿Qué le vamos a hacer?”, es la
traducción concisa de lo que David piensa acerca de la matanza de sus soldados,
y del asesinato de Urías en particular. Frotándose las manos, David ahora ya
puede respirar tranquilo, pues la amenaza de un escándalo público y de un
juicio popular se ha disipado entre sangre y mentiras.
¿Es este el último capítulo de las
deslealtades de David para con Urías? Por supuesto que no. El quinto factor que
consuma su traición con alevosía y premeditación remata la faena de forma
pasmosa: “Oyendo la mujer de Urías que
su marido Urías era muerto, hizo duelo por su marido. Y pasado el luto, envió
David y la trajo a su casa; y fue ella su mujer, y le dio a luz un hijo.” (vv.
26-27) Aun con el cuerpo caliente de Urías, y tras el luto mínimo exigido,
profana la memoria de su leal soldado al pensar en casarse con Betsabé como si
nada hubiese sucedido. Y no es hasta que el profeta Natán amonesta y reconviene
al rey, después de un buen intérvalo de tiempo, que David reconoce y confiesa
su culpa y su desfachatez supina. ¿Iba a quedar sin condena ni repercusiones de
algún tipo esta conducta desleal del rey David? El final de este capítulo de 2
Samuel, señala que David no se iba a ir de rositas: “Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos del
Señor.” (v. 27) A pesar de que nadie pareció haber juzgado las acciones
descaradas y abyectas de David, lo cierto es que Dios estaba al tanto de todo,
y David pagaría el castigo correspondiente de una manera muy amarga y que
trascendería hasta su propia vida. De hecho, hasta su propio hijo Absalón le
demostraría fornicando con las esposas de David a la vista de todo el pueblo,
que había aprendido muy bien de sus errores y escarceos sexuales. La deslealtad
de David tuvo consecuencias funestas con el hijo que esperaba de Betsabé y la
discordia lo rodeó en su hogar hasta sus días finales. Quebrantar la lealtad
debida para con el matrimonio, las relaciones con la soldadesca y para con
Dios, le salió sumamente caro.
CONCLUSIÓN
En la búsqueda de una relación auténtica,
la lealtad debe ser un elemento primordial que la constituya. La empatía con el
amigo, el sentido del honor y la dignidad a pesar de los pesares, y el
cumplimiento de las promesas y pactos entre iguales, no han de faltar en una
relación afectiva significativa y genuina. Las lealtades no deben ser volubles
o caprichosas según nos convenga, sino que han de permanecer firmemente
ancladas en el amor y la fe en el otro. No caigamos en el error de David de
traicionar a los que nos quieren, sino que más bien, sigamos el ejemplo de
Urías, un hombre capaz de sacrificar sus deseos y anhelos personales más
sagrados por manifestar misericordia y comprensión del compañero que lo está
pasando realmente mal. Valora la lealtad en una relación por encima de todo, y
verás como, en las crisis, siempre habrá una mano fiel y generosa para
levantarte y restaurarte.
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