DISTINTO EN MI CARÁCTER: PACIFICADOR





SERIE DE SERMONES SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:9

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”

INTRODUCCIÓN

       Juan Luis Vives, humanista y filósofo de nuestra tierra valenciana, sabía a qué se refería con buscar la paz: “La primera condición para la paz es la voluntad de lograrla.” Sin este requisito tan importante como es el deseo de estar a bien con todo el mundo, haciendo todo lo posible desde nuestro lado, es más probable que la paz fructifique. Sin embargo, algo sucede en el alma humana que deshace e imposibilita esta acción de amor, respeto y vida. Desde que el mundo es mundo, las guerras, los conflictos armados, las batallas dialécticas y la violencia han copado la crónica de la historia. En la naturaleza humana existe una inclinación furibunda e irracional hacia el enfrentamiento y la pelea. De hecho, si revisamos el modo en el que la proyección armamentística se ha ido perfeccionando, potenciando y desarrollando a lo largo de las eras, nos daremos cuenta de que si no se idean nuevas armas para la guerra, se crean instrumentos de muerte para garantizar la paz en previsión de la siguiente conflagración. Guerras y rumores de guerra ha habido siempre y siempre escucharemos de ellas. Ataques fanáticos del integrismo religioso de todos los colores aún siguen tiñendo de rojo escarlata las calles y la vida apacible de una masa social civil que no desea entrar en la vorágine caótica de despropósitos violentos. Más allá de buscar la paz y todos los beneficios que ésta conlleva, el ser humano prefiere, incomprensiblemente, provocar una nueva serie de conductas hostiles que desembocan en venganzas y represalias.

     Y es que no hace falta recurrir a las armas físicas para infligir dolor y sufrimiento. Las propias palabras mal dichas de personajes públicos, las actitudes beligerantes de determinadas voces y los llamamientos indecentes a empuñar la espada de los insultos y los desprecios, han provocado un mar de sentimientos violentos y feroces en la masa social que han desencadenado situaciones lamentables de opresión y barriobajeras peleas. ¿Quién podría ser feliz en un mundo en el que en cualquier momento, sin comerlo ni beberlo, recibe una paliza así por que sí? ¿Quién puede decir que se muestra contento en una sociedad en la que el estacazo traicionero es el pan de cada día? Jesús indica que nadie puede ser bienaventurado promoviendo el conflicto y el enfrentamiento. Solo son afortunados los que buscan, fomentan y viven la paz, ese bien escaso en esta bola de barro y agua que es la tierra. Únicamente pueden considerarse hijos de Dios aquellos que no ceden al impulso supuestamente irrefrenable de dar su merecido a los que nos atacan, aquellos que valoran por encima de todas las cosas el restablecimiento de relaciones rotas y la reconciliación de los enemigos.

     Jesús es nuestro referente más claro en lo que a buscar, vivir y promover la paz se refiere. Nunca propuso a sus discípulos que tomasen las armas para comenzar una revolución militar y política del pueblo contra la tiranía de los romanos, tal y como la entendían los zelotes guerrilleros. Nunca justificó el uso de las espadas para defender honores ni para rechazar los ataques de aquellos que querían prenderlo en la oscuridad de la noche, algo que Pedro tuvo que entender el fragor de la pelea en Getsemaní: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.” (Mateo 26:52) Nunca respondió con amenazas ni con maldiciones al maltrato que tuvo que sufrir mientras iba al cadalso en el Gólgota, sino que más bien perdonó a sus enemigos porque en realidad no sabían lo que estaban haciendo. La paz siempre fue parte de su misión y objetivo durante su ministerio, tal como la declaración programática de Jesús señala en Lucas 1:79: “(Vino) para encaminar nuestros pies por camino de paz.” Aunque nunca escondió que su predicación y mensaje iban a causar división y oposición, ésta no era su intención; él solo anunciaría buenas noticias de paz, aun a costa de que muchos se le echarían encima cual lobos voraces para romper la armonía y la solidaridad del evangelio del Reino de los cielos. De acuerdo a su ejemplo de vida, ¿cómo podemos nosotros también vivir vidas por encima de la norma de la violencia y el dolor que causan las disputas?

A.     SEREMOS PACIFICADORES FELICES AL BUSCAR LA PAZ CON NUESTRO PRÓJIMO

“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (Romanos 12:17-19)

      La paz social es algo difícil de lograr. Tengamos en cuenta que sí entre personas de una misma familia ya existen desencuentros, peleas y trifulcas varias, ¿qué podríamos decir si esto lo multiplicamos por millones de familias? La complejidad de las relaciones humanas hacen virtualmente imposible que la paz duradera se imponga sobre las diferencias egoístas de criterio, sobre los intereses personales de cada uno y sobre la tendencia a amargarle la vida al vecino por las cuestiones más peregrinas y absurdas. Lo más fácil en una situación de conflicto de ideas o intereses es pagar ojo por ojo, y diente por diente; o peor aún, que de eso sabemos los seres humanos un rato, comenzar una escalada de acciones provocadoras y de medidas estúpidamente vengativas, hasta montar un pitote de dimensiones descomunales. Un residuo de lo que a nosotros nos parece que es la justicia es devolver con creces el mal que hemos recibido. Desde ahí, todo se desmanda y se descontrola, sin entender, que a la vista de la experiencia humana a lo largo de la historia, la violencia solo engendra violencia.

     La solución para encontrar un punto en el que la paz resuelva situaciones enquistadas y llenas de odio reside en ser como Jesús, en procurar hacer el bien a pesar de que existen personas que no lo merecen, a pesar de que nos duelen las heridas todavía abiertas, a pesar de que nos miren con cara de estupefacción y condescendencia. Hemos de procurar la reconciliación con la otra persona antes de que todo se convierta en un infierno: “Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel.” (Mateo 5:25). Einstein dijo una vez que “la paz no puede mantenerse por la fuerza, sino que solo puede alcanzarse por medio del entendimiento.”
 
      Tú tienes la llave para la paz, o por lo menos es tuya mientras no entres al trapo de las provocaciones, de los improperios o de las malas artes del que te agrede y golpea física o verbalmente. Por nuestra parte, estaremos cumpliendo con el espíritu de Jesús al no iniciar medidas de represalia contra el individuo que nos ataca con saña y delirio. Caer en el error de vengarnos de los que nos atropellan solo va a llevar a mayores problemas cada vez, hasta acabar con una citación para el juzgado, con una multa, una pena de cárcel, o incluso con un baño de sangre que al final no habrá satisfecho a ninguna de las partes. La venganza es cosa de Dios, y su justicia va a alcanzar a todos, no te preocupes. Tal vez sea en esta vida o en la venidera, pero el Señor no dejará cabos sueltos de violencia sin su castigo correspondiente. No dejes para mañana, lo que puedas hacer hoy, y ve, pon los instrumentos y la voluntad necesarios para estar en paz con todos, o como diría Moshe Dayan, militar y político israelí, “si quieres la paz, no hablas con tus amigos, sino con tus enemigos.”

B.      SEREMOS PACIFICADORES FELICES SI ANUNCIAMOS LA PAZ AL MUNDO

“Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Romanos 10:15)

      Otra manera de ser distinguidos con el honor sublime de ser llamados hijos de Dios y de vivir felizmente sobre la faz de la tierra, es comunicando la verdadera paz que sabe dar Dios en Cristo. Pablo emplea en su énfasis por ser portadores del evangelio un texto que se hallaba en el Antiguo Testamento, concretamente en Isaías 52:7, para significar que la labor pacificadora del discípulo de Cristo es el reflejo de la misión reconciliadora de Dios por medio del Mesías. La consideración de aquellos que trabajan por que la paz de Dios sea reconocida en todos los rincones de la tierra es la de que sus pies son hermosos, y lo son porque corren, andan y viajan veloces en la dispensación de las mejores noticias que nunca ha escuchado la raza humana. Las buenas nuevas de salvación son el mejor regalo para la paz del corazón de los hombres y mujeres que pueblan el orbe, y por lo tanto, el deseo de recibir un mensaje que satisface esta necesidad, hace que los pies de los anunciadores del evangelio sean altamente apreciados y alabados. ¿Son también tus pies hermosos en esa misión que Dios nos ha encomendado de predicar y pregonar el año agradable del Señor? Espero que así sea, porque en tus pasos y zancadas, en tus labios y en tu lengua, en tu conducta y testimonio, se halla la paz duradera, verdadera y restauradora que tanto necesita la gente de nuestra ciudad.

      El apóstol Pablo nos recuerda de manera rotunda y exhaustiva que nuestro es el ministerio y servicio de la reconciliación del ser humano incrédulo con Dios en Cristo: “Nos dio el ministerio de la reconciliación… y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” (2 Corintios 5:18-20) ¡Qué magnífico y bendito placer resulta de poder anunciar al enemigo de Dios, al pecador enfrentado a la gracia divina, y al insensible adversario de Cristo, que está a tiempo de ordenar su vida y de reconciliarse con Dios! No existe mayor satisfacción y gozo que ver cómo una persona alejada de Dios, vuelve como el hijo pródigo a los brazos de su padre amante. No hay sensación de felicidad más maravillosa que comprobar cómo una vida abocada a la perdición y a la auto-destrucción, vuelve en sí y, arrepentido, entabla con el Señor una relación restablecida de misericordia y perdón. Somos la voz de Cristo en nuestra ciudad para que muchos se conviertan de sus malos caminos y sean reconciliados con nuestro Creador. Cuando aceptamos y asumimos este rol tan importante en nuestra sociedad, de puentes entre Dios y aquellos que viven de espaldas a Él, recibiremos el galardón de Cristo cuando comparezcamos ante su tribunal. Debemos ser ese pegamento de relaciones rotas con Dios, embajadores y colaboradores del Señor para lograr paz en el alma, y como consecuencia, paz en nuestro mundo.

C.      SEREMOS PACIFICADORES FELICES SI ESTAMOS EN PAZ CON DIOS

“Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2 Corintios 13:11)

      Buscar la paz con los demás y facilitarles el conocimiento de la buena noticia de paz que les llevará a tener paz con Dios, es también parte de nuestra paz interior al saber que la presencia del Espíritu Santo logra este fruto tan escaso y apreciado en nosotros. Si cumplimos con los consejos que Dios da a Pablo para la iglesia de Cristo de todas las épocas y contextos, la paz habitará y se hará carne en todo nuestro ser. La alegría que supera las dificultades de la vida, la persecución de una dinámica de santidad a prueba de tentaciones y pruebas, el servicio de gracia que realizamos a favor de los que están pasando por terribles tribulaciones, la unanimidad en las decisiones y objetivos y el esfuerzo por vivir pacíficamente sin despertar al monstruo de la violencia en nuestro entorno, facilitarán el camino y el espacio para que la presencia de Dios sea un hecho. Si quieres experimentar la paz completa y plena de Dios, y convertirte en un pacificador nato, debes someter todo tu ser al servicio de la paz que hace fructificar el Espíritu de Dios en ti.

     Que Dios habite en nosotros implica haber aceptado el amor conciliador y pacificador de Cristo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.” (Romanos 5:8-11). Nosotros éramos enemigos de Dios: rebeldes, transgresores de los límites propuestos por Él, negligentes con la gracia general dada a nuestro favor, desagradecidos ante las bendiciones que no merecíamos, pecadores egoístas que no queríamos saber de Cristo para no ver comprometido nuestro estilo de vida perverso y malvado, y un largo etcétera. No obstante, se apiadó de nosotros, y nos amó a pesar de todo. En la muerte de Cristo vimos la calidad del amor de Dios y la oportunidad de volver a restablecer la paz perdida entre nosotros y Él, y nos aferramos a esa posiblidad redentora para encontrar la paz y el sentido en nuestras vidas. La paz nos alcanzó de pleno en el corazón y la vida eterna comenzó a brotar como un manantial de él, vivificándonos, sacándonos del pozo de nuestras desesperaciones y violencias, librándonos del mal que hacíamos a los demás y a nosotros mismos. Por eso damos gracias a Dios siempre, todos los días de nuestra existencia, porque siendo reos de muerte en justicia y en virtud de la venganza que Dios ejecuta contra los malvados, nos abrazó como a hijos y nos llamó a vivir vidas pacíficas y pacificadoras.

CONCLUSIÓN

     El pueblo de Dios es un pueblo de paz. Anhelamos la reconciliación del mundo con Dios y aspiramos a recoger el testigo de Jesús a la hora de tratar con respeto y dignidad a nuestro prójimo. Queremos alzar la voz contra la guerra, los conflictos armados, las rupturas salvajes de relaciones, y contra el terrorismo integrista venga de donde venga. Somos llamados a distinguirnos por un carácter apacible y por un talante pacificador que busque tender puentes entre personas y que pretenda restañar y restablecer la inicial y primigenia relación de vida y eternidad entre Dios y la humanidad.

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