VIAJE GOZOSO
SERIE DE ESTUDIOS EN FILIPENSES
“CRECER: ENTENDIENDO EL GOZO VERDADERO”
TEXTO BÍBLICO: FILIPENSES 3:12-21
INTRODUCCIÓN
Los viajes para un niño son una especie
de aventura, o al menos eso era lo que a mí me parecía cuando llenábamos el
Simca 1200 de mi padre con el equipaje, y nos dirigíamos desde La Vall d´Uixó,
en Castellón de la Plana, a nuestro pueblo natal de Villar de la Encina, en
Cuenca. La noche anterior la pasaba soñando e imaginando todos los paisajes,
pueblos y horizontes por los que íbamos a pasar. Una pesadilla recurrente
siempre me visitaba antes de la partida veraniega a nuestro pequeño pueblo:
caer en cualquiera de los dos embalses por los que pasábamos a una altura que
se me antojaba extraordinaria. Pero una vez pasados estos dos pantanos, ya
podía disfrutar, en la medida de lo posible (tres hermanos y dos perros en un
espacio ultrarreducido), de la travesía. Atrás quedaban los naranjos y las
vides de la provincia de Valencia y ante mí se extendían campos extensos de
cebada, trigo y girasoles. ¿Y qué decir de las ansias por llegar al fin al
pueblo para ver a mis abuelos y demás familiares? Todo padre conoce
perfectamente las palabras impacientes de sus hijos en un viaje largo: “¿Cuánto queda para llegar?”
Podríamos decir que la vida también es un
viaje formidable, una aventura constante, y sobre todo un peregrinaje en el que
se mezclan mañanas soleadas con tardes frías y lluviosas. Nuestro periplo por
esta dimensión terrenal no solamente pasa por saciar y satisfacer las
necesidades del cuerpo y de la carne, sino que además tiene que ver con nuestra
espiritualidad. No viajamos solos, ni viajamos ligeros de equipaje, ni
emprendemos el camino sin que nuestros actos y palabras afecten a los que
participan de este viaje que es la vida. Aunque existan personas que se dejan
llevar por la corriente y son seducidos por la pereza espiritual, el creyente
sabe que el viaje que comienza en este plano terrenal es solo el preludio de
otro eterno y emocionante como ninguno. Como todos los viajes que se hacen,
siempre dejaremos atrás imágenes, momentos y personas, pero lo haremos con un
objetivo mejor en la mente y en el corazón. Mientras tanto, hemos de tratar de
viajar felices y alegres, siendo coherentes con nuestra fe en Cristo y dejando
que el Espíritu Santo siga mejorando nuestro yo actual hasta perseguir ser
santos como Dios es santo.
A. NUESTRO VIAJE GOZOSO ES UN VIAJE DE PERFECCIONAMIENTO
“No que lo haya alcanzado ya, ni que
ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual
fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya
alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús.” (vv. 12-14)
Después de enumerar sus logros
personales antes de su encuentro con Cristo en su viaje a Damasco, Pablo desea
dejar muy claro que él no es perfecto. Él era un siervo de Dios, un obrero de
valor cuya pasión era predicar y enseñar el evangelio de Cristo, un apóstol del
Señor que intentaba cada día ser más santo y más parecido a Jesús. Pero
entiende en su propia experiencia y conocimiento de sí mismo, que todavía
necesita aprender cómo ser perfecto. Él no es un superhombre con una
espiritualidad abrumadoramente completa, y por ello confiesa que todavía quedan
muchas cosas por hacer y muchos kilómetros de su viaje espiritual por recorrer.
Sin embargo, Pablo no se detiene en cualquier cuneta de la vida para tomarse un
respiro, un año sabático o un descanso. Otra expresión paulina de esta realidad
personal es la siguiente: “Ahora vemos
por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en
parte; pero entonces conoceré como fui conocido.” (1 Corintios 13:12). La
expresión “prosigo” en el original griego habla de “moverse rápida y decisivamente hacia un objetivo”, lo cual deja
muy nítida la idea de perseverancia, constancia y decisión en esa búsqueda de
perfección, a pesar de las limitaciones propias de su imperfección humana.
En ese viaje espiritual repleto de fervor
y firmeza, Pablo expresa un deseo: poder lograr contemplar en su máximo
esplendor la gracia de Cristo aunque todavía no lo conozca tal y como lo hará
cuando esté en su presencia en su muerte. Cristo lo ha capturado y seducido
hasta el punto de que desea, mientras dura su viaje espiritual en la tierra,
conocerle más y más cada día. El día en el que fue llamado en su camino a
Damasco, su retiro a Arabia para recibir la revelación y preparación de Dios
previa a su ministerio misionero, y todas las peripecias acaecidas mientras
siembra el evangelio en las ciudades de Asia Menor y Europa, todo forma parte
de ese abrazo de Cristo que lo ha cautivado, y que lo sigue cautivando. Pablo
necesita definir completa y totalmente el porqué de su llamamiento, la razón de
haber sido escogido como apóstol de los gentiles, el motivo por el que Dios lo
está usando para su honra y gloria. Su corazón inflamado de amor y comprensión
del llamamiento de Cristo, es un acicate para seguir persiguiendo el verdadero
sentido de su vida en el Señor Jesucristo.
Pablo vuelve a remachar su imperfección
en el v. 13 e incide de nuevo en que el carácter del creyente capturado y
seducido por Cristo debe ser el de dejar atrás el pasado, vivir el presente con
tesón y fe en Dios, y encarar el futuro con esperanza y gozo. “Agua pasada no
mueve molino”, debería ser el lema del cristiano cuando es acosado por la
culpa, por las consecuencias de su pecado y por las tentaciones que Satanás
coloca en la calzada tratando de volver a someternos. El cristiano debe hacer
caso de la afirmación clásica de Pablo sobre ser nuevas criaturas: “De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas.”
(2 Corintios 5:17). Dejando atrás el lastre de las sombras de nuestro
pasado es que podemos caminar con firmeza en la senda de la santidad y
vislumbrar la meta apoteósica que recompensará todo nuestro esfuerzo y
determinación. En esa carrera agónica alcanzaremos la razón plena de nuestra
vocación cristiana cuando Cristo nos muestre la película reveladora de todo
nuestro trayecto y veamos que todo tenía su propósito, su por qué y su para
qué.
B. NUESTRO VIAJE GOZOSO ES UN VIAJE HACIA LA MADUREZ
“Así que, todos los que somos
perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo
revelará Dios. Pero en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla,
sintamos una misma cosa. Hermanos, sed imitadores de mí, y
mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.” (vv.
15-17)
En estos versículos podríamos apreciar
una contradicción en relación con la confesión de Pablo de no ser perfecto
todavía. ¿Por qué ahora de pronto dice que es perfecto junto con otros santos
de la iglesia de Cristo? La palabra griega original es teleioi, e implica el
significado de “maduros”, por lo que Pablo expresa, por un lado, que el hecho
de que cualquiera pudiese autoproclamarse como perfecto es un síntoma más de
inmadurez, y por otro, que la madurez espiritual auténtica reside en reconocer
la imperfección transitoria del creyente mientras está en este mundo. Todos los
cristianos son llamados a sentir lo mismo que Pablo: que no todo está dicho en
referencia a la perfección, sino que ésta se consumará escatológicamente. Si
aparece otra percepción distinta a la que el apóstol Pablo propone a sus
correligionarios filipenses, deberá estar en consonancia con la revelación
divina, tal vez llamando la atención sobre diversas posturas particulares de
otros apóstoles y siervos del Señor. Lo que no cabe duda es que el viaje en
busca de madurez espiritual debe comenzar reconociendo que somos frágiles, inútiles
en la mayoría de los casos, y limitados en nuestra capacidad de salvarnos o de
ser completamente perfectos. Desde ese hito de la carretera es que el Espíritu
Santo puede trabajar en nosotros santificándonos y moldeándonos a la imagen de
Cristo.
Pablo, en esa posibilidad de que Dios
hable a los filipenses de un modo distinto, recalca que mientras esto no
suceda, todos deben seguir una misma norma de vida. La uniformidad en la
práctica de la fe en Cristo es fundamental para discernir aquellas cosas que
hacemos o decimos que agradan o desagradan a Dios. No podemos regirnos por
reglas propias del relativismo, ni podemos agregar matices a lo que Dios ya ha
revelado. La Palabra de Dios se convierte así en ese mapa de carretera o GPS
revelador que nos muestra una única manera de comportarnos y conducirnos en el
día a día. La norma divina es una y solo es interpretable desde la llenura del
Espíritu Santo. Entendiendo la letra de la ley como un mismo camino del que no
debemos apartarnos para tomar atajos engañosos, podemos sentir una misma cosa,
un mismo amor y un mismo afecto sincero para con nuestros acompañantes en el
viaje de la vida. La madurez cristiana supone transitar por la vida sabiendo
que no estamos solos y que solo existe una regla de vida eterna cuando
escuchamos la voz de Dios desde la Palabra. El apóstol completa esta idea
colocándose personalmente como un ejemplo de concebir el viaje de la vida desde
esta óptica que otros hermanos dentro de la comunidad de fe filipense ya
demuestran con su madurez espiritual.
C. NUESTRO VIAJE GOZOSO ES UN VIAJE DE ESPERANZA
“Porque por ahí andan muchos, de los
cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de
la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre,
y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal. Mas nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor
Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que
sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede
también sujetar a sí mismo todas las cosas.” (vv. 18-21)
Del mismo modo que tenemos compañeros de
peregrinaje en ese anhelo por ser perfectos en Cristo y en ese deseo por seguir
creciendo con gozo en la madurez espiritual, también existen individuos que,
aunque tienen apariencia de piedad y santidad, echan por tierra, pisoteándola,
la cruz de Cristo. Como bien sabemos, una de las metas que Cristo tenía al dar
su vida por nosotros, era la de que el ser humano se arrepintiera de sus
depravados caminos, confesase su necesidad de ser perdonado y salvado, y que,
con la inestimable ayuda del Espíritu Santo, fuésemos encaminados a vivir vidas
santas y obedientes a la voluntad del Padre. Aquellos personajes que se
infiltraban en la comunidad de fe de Filipos para medrar a costa de los demás,
que depreciaban la gracia de Dios para satisfacer sus más carnales y oscuros
placeres, que buscaban vergonzosamente ser reconocidos como perfectos y
espiritualmente superiores en el seno del cuerpo de Cristo, y que su mirada
estaba puesta en lo puramente mundano y no en la meta cristológica, tendrían su
merecido en el día del juicio final. Jesús así lo atestiguó en sus enseñanzas: “No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí;
apartaos de mí, hacedores de maldad.” (Mateo 7:21-23)
En vez de imitar a estos estafadores de
la fe y a estos interesados que se aprovechan de la buena voluntad de los
creyentes, nuestra búsqueda de santidad debe sostenerse en la esperanza de que
lo mejor está por llegar. Para ello, el apóstol Pablo remarca que no
pertenecemos a este mundo, tan sumido en el dolor, el pecado y la maldad, sino
que estamos empadronados, en virtud del sacrificio de Cristo en la cruz, en el
cielo, nuestro auténtico hogar. No debemos aferrarnos o asirnos a las cosas de
este plano terrenal, porque son perecederos y efímeros, ni debemos caer en el
embustero hedonismo que persiste en este mundo. Si nos enamoramos de nuestro
presente y descuidamos nuestro futuro en Cristo, estaremos perdidos, porque
todo lo que vemos, conocemos y sentimos aquí, no es para siempre, sino que
incluso nuestro cuerpo sujeto a corrupción y debilidad, será transfigurado
según la gloria y el poder de Dios. Cuando alcancemos al fin la meta que
podemos percibir en el horizonte de nuestro gozoso viaje, veremos al Salvador,
a nuestro Señor, al objeto de nuestra adoración y amor, por toda la eternidad.
Este debe ser nuestro sostén en los tiempos de zozobra y decaimiento: saber que
Jesús nos acogerá para disfrutar de un destino maravilloso que solo podemos
intuir espiritualmente desde la distancia.
CONCLUSIÓN
Todos estamos inmersos en este viaje que
es la vida. Nos toca decidir si nos detenemos a añorar el pasado mientras
despreciamos el futuro, si nos centramos en el presente, siendo engatusados por
los placeres y atractivos que nos propone este mundo, o si vivimos en santidad
extendiéndonos a lo que está adelante hasta alcanzar la meta en Cristo. Según como
quieras viajar, o con quien quieras hacer esta travesía, así tu vida crecerá o
decrecerá espiritualmente. Busca la madurez que asume tus imperfecciones y que
solo puede hallarse en la perfección que el Espíritu Santo quiere lograr en ti
si le dejas trabajar en tu corazón, mente y espíritu.
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