EQUIPADOS CON LOS DONES DE DIOS





SERIE DE SERMONES “VALIOSÍSIMOS: HALLANDO NUESTRO VALOR EN DIOS”

TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 12:4-11

INTRODUCCIÓN

       No soy un gran manitas, y el bricolaje no es que sea una de mis habilidades más reseñables. Es más, suelo ser un manitas de uranio cuando se trata de montar muebles, mecanismos o sistemas electrónicos. Existen otras cosas que se me dan mejor que completar con éxito el montaje de un mueble de Ikea. Normalmente cuando desarmo y armo cualquier cosa que trae innumerables piezas, tornillos, tuercas y llaves Allen, suelo frustrarme en el preciso instante en el que me sobra alguno de estos componentes. La verdad es que solo disfruto rompiendo las burbujas del embalaje mientras algún experto se dedica con maña y tino a manipular todos los elementos que al final compondrán un magnífico mueble, una lavadora arreglada o un aparato electrónico funcional. Sé que por mucho que lo intente existen cosas que no se me dan especialmente bien, aunque intente poner empeño y tesón. Suspiro aliviado cuando descubro que alguien de mi entorno se las apaña realmente bien haciendo tareas que no soy capaz de realizar satisfactoriamente.

      Yo creo que la iglesia es también algo así. No todos tenemos las mismas capacidades, talentos y dones, pero nos las arreglamos de maravilla cuando ponemos todas ellas al servicio de la comunidad de fe. En ese reconocimiento de que todos tenemos un papel relevante y fundamental para la marcha de la congregación de los santos podemos vislumbrar un poco más del valor que hallamos en Dios. Es como si Dios quisiera invitarnos a participar de una obra eterna en la que nos convertimos en colaboradores y cooperadores. Dios en todo su poder y soberanía podría habernos salvado y haber tomado las riendas de la historia de la iglesia sin contar con nosotros. Siendo redimidos y con un Dios omnipotente, ¿de qué serviría pensar en trabajar en el seno de la iglesia? Sin embargo, el Señor no solo nos estima como personas liberadas de las garras del pecado, sino que nos hace seres inmensamente privilegiados al poder trabajar codo a codo con nuestros hermanos bajo la supervisión del Espíritu Santo. Y lo que es más precioso de todo, Dios nos da herramientas y dones espirituales que indican cuál es nuestro lugar en el espectro eclesial.

      Sabernos recipientes del poder de Dios por medio de los dones del Espíritu Santo nos hace especiales ante los ojos de Dios y perfecciona nuestros caminos y metas mientras estamos en este plano terrenal. A través de la puesta en marcha de nuestros dones espirituales es que podemos contemplar la imagen más cercana posible a nuestro futuro hogar en los cielos. Si sabemos enfocar y administrar los dones que el Espíritu Santo nos ha regalado por gracia y en virtud de su conocimiento de quiénes somos y qué potencial tenemos, tendremos la oportunidad más clara de conocer el plan de Dios para nuestras vidas hasta nuestro destino celestial. Pablo, en el texto bíblico que nos ocupa intenta hacernos ver esto: que somos valiosísimos en tanto en cuanto empleemos nuestros dones de gracia para el provecho de la comunidad de fe.

A.     EQUIPADOS CON LOS DONES DE DIOS PARA MANTENERNOS UNIDOS EN LA DIVERSIDAD

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.” (vv. 4-6)

      El creyente que vive a Cristo en comunidad debe entender como primer paso para entender el compromiso activo de su discipulado, que los dones, los ministerios y las operaciones encuentran su origen, fuente y propósito en el Dios trino. Teniendo en cuenta el contexto en el que estas palabras de Pablo son dichas, un entorno polémico, caótico y repleto de divisiones, partidismos y arribismos como era el de la iglesia en Corinto, la enseñanza contundente del apóstol es que aquellas supuestas manifestaciones espirituales que se desmarcan de las directrices apostólicas sobre cómo debe convivir en la iglesia dejan de identificarse con Dios. Los dones espirituales que el Espíritu Santo dispensa a quien quiere según sus sabios designios deben concordar y empastar con el coro diverso del resto de otros dones espirituales. Si estos dones provocan división, enfrentamiento y descontrol de la dinámica de la comunidad de fe, desdicen claramente que proceden del mismo Espíritu. Ni el Espíritu Santo, ni Cristo ni nuestro Padre celestial pueden contradecirse, puesto que son una sola voluntad en tres personas. Del mismo modo, cuando se utiliza el don espiritual como excusa para escalar en la búsqueda del poder, o para apuntalar una fama que influencie interesadamente a toda la comunidad de fe, estamos asistiendo al fraude engañoso de seres humanos que solo quieren saciar su sed de reconocimiento y aplauso.

      Además, el uso de términos como dones, ministerios y operaciones que emplea el apóstol, nos ayuda a reconsiderarlos como elementos estancos e independientes. Los dones espirituales que Dios derrama entre su pueblo, deben enmarcarse en el servicio o diaconía, y desde esa diaconía, se debe operar, trabajar y activar el poder de Dios en la realidad eclesial. El don espiritual, por desgracia, suele abusarse si no se encauza dentro de los parámetros que Pablo aquí tan inteligentemente propone. Un don carente de un espíritu de servicio, alcanzará un planteamiento tan negativo que solo redundará para destrucción de la unidad de la iglesia. Un don que no es puesto a trabajar en el día a día de la iglesia, solo queda en un potencial inmóvil, despreciado y desaprovechado. El don o dones espirituales que el Espíritu Santo nos entrega ha de vigilar estos tres pasos para ser un don de bendición a sus hermanos. Los dones espirituales no sirven a nuestros propósitos ni a nuestros intereses. Son dados por la Trinidad para unir a la iglesia en una sinfonía bella y bien interpretada, con todas sus tonalidades y notas, tan diferentes y distintas, pero tan excelentemente conectadas y armoniosas que solo podemos admirar cómo el Señor compone una obra maestra por medio de sus escogidos.

B.      EQUIPADOS CON LOS DONES DE DIOS PARA PROVECHO

“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a este es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas.” (vv. 7-10)

      El motivo principal y nuclear del para qué de los dones espirituales es para provecho y beneficio de la iglesia de Cristo con proyección hacia los incrédulos que necesitan conocer el evangelio de salvación. La comunidad de fe debe gestionarse desde la perspectiva del Espíritu Santo y desde la misión que Dios ha encomendado a la iglesia como sal y luz de este mundo. Los dones espirituales no deben utilizarse como arma arrojadiza, o como expresión de los celos e intrigas internas producto del egocentrismo humano, sino que deben colocarse en consonancia con el bien común. El afán individualista con el que en la iglesia de Corinto se intentaban emplear los dones espirituales solo lograba cismas y fracturas difíciles de remendar, y esto estaba muy lejos del propósito de unidad que la iglesia y Dios demandaba de los creyentes. El objetivo de los dones espirituales era, y es, el de forjar una comunidad de fe unida en la diversidad bajo el amparo de la Trinidad en cuyo seno todos fuesen edificados hasta alcanzar el ejemplo de Cristo. Si el asunto de los dones carismáticos provoca líos, peleas y trifulcas que dividen el cuerpo de Cristo, es preciso preguntarse si existe provecho en que esto suceda, o más bien existe un prejuicio que habla bastante mal de ese testimonio de unidad y amor que debería caracterizar a una iglesia local.

     Pablo opta por ilustrar la realidad cotidiana de una iglesia del Señor que conoce, gestiona y practica los dones espirituales según los parámetros de unidad, amor y sometimiento a la guía del Espíritu Santo. Para ello, describe, no como una lista completa y definitiva de dones, sino como una enumeración ejemplificativa de los dones que el Espíritu Santo puede derramar sobre cualquier iglesia. Ahí encontramos a personas con dones, ministerios y operaciones tan necesarias como aquellas que poseen una inteligencia perspicaz en cuanto al consejo espiritual o a la interpretación de la Palabra de Dios a la luz de la persona de Cristo, a aquellas que en oración intercesora y con una medida de fe mayor cuidan a sus hermanos en aquellas cosas de las que tienen necesidad, a aquellas escogidas de manera especial para que esta fe pudiese trocarse en sanidad física y espiritual, a aquellas cuya fe les permitía acceder al poder de Dios para realizar prodigios que glorificasen a Dios y contribuyesen a la misión de la iglesia, a aquellas que a través de la predicación de la Palabra de Dios hablan con claridad y sencillez a los corazones de su auditorio, a aquellas que tenían la capacidad de reconocer los intereses verdaderos de cuantos entraban a formar parte de la congregación como profetas o apóstoles, a aquellas que eran capaces de hablar distintas clases de lenguas extranjeras, y a aquellas que podían traducir su significado a la iglesia. Esta variedad, que seguramente era mayor según otras listas que Pablo y Pedro ofrecen, están al servicio del provecho de la comunidad de fe y de la comunicación testimonial y oral del evangelio en la misión de la iglesia de Cristo.

C.      EQUIPADOS CON LOS DONES DE DIOS SEGÚN LA VOLUNTAD DEL ESPÍRITU SANTO

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.” (v. 11)

      El apóstol Pablo desea volver a remachar la idea de que el Espíritu Santo no es alguien al que se pueda manipular. El Espíritu Santo sabe perfectamente qué dones son necesarios para la buena marcha y correcto crecimiento de la iglesia. Nadie puede retorcer el brazo para coaccionarlo, ni nadie puede comprar los dones que solo Él da en su soberana voluntad. Esto choca frontalmente con la idea que tenían los corintios acerca de los dones espirituales. Para ellos, existían algunos dones que estaban por encima de los demás, que eran más apetecibles, más vistosos y con mejor consideración entre los creyentes. En esa mala interpretación de la obra carismática del Espíritu Santo, todos anhelaban acceder a dones espectaculares y que daban una imagen de espiritualidad y santidad para colocarse en posiciones de poder superiores y con mayor beneficio económico inclusive. De ahí esa pelea furibunda que existe por conseguir hablar en lenguas espirituales que supuestamente tenían un significado profético fácilmente manipulable por individuos mentirosos. Pablo tuvo que tomar cartas en el asunto para zanjar esta polémica búsqueda de unos dones concretos, dejando a un lado dones menos atractivos a la vista, pero realmente necesarios para el provecho de la iglesia.

     El Espíritu Santo nos conoce de pies a cabeza, por dentro y por fuera, del derecho y del revés, y por ello, sabiendo de nuestro potencial, de nuestros talentos y de nuestro carácter personal, él nos concede aquellos dones que se ajustan perfectamente a nuestra manera de ser y a nuestras habilidades. Esta enseñanza de Pablo está justificada aquí para evitar envidias y celos dañinos. Pervertimos los dones de Dios con que nos equipa al desdeñar el don que el Espíritu Santo nos da para codiciar el don que Dios ha dado a otros. Nuestra actitud ante los dones debe ser la de gratitud, humildad y obediencia, puesto que no podemos dudar de la clarividencia de Dios ni podemos cuestionar la voluntad de su Espíritu Santo. Somos afortunados al poder trabajar junto con el Señor en la misión, y saber que el Espíritu Santo sabe lo que hace resulta en una tranquilidad y una seguridad que cubre a todo el cuerpo de Cristo que es la iglesia.

CONCLUSIÓN

     Si lo pensamos con calma y aceptamos el rol que el Espíritu Santo ha dispuesto para nosotros en el seno de nuestra congregación, la verdad es que somos sumamente privilegiados. Sea que prediquemos, evangelicemos, repartamos alimentos a los necesitados de la comunidad, limpiemos y freguemos, administremos los fondos de la iglesia, oremos con fe, enseñemos a adultos o a niños, lo cierto es que debemos considerarnos altamente valiosos en las manos de Dios mientras cumplimos con el propósito fructífero y provechoso de ejercer nuestros dones para la gloria de Dios, para bien de nuestros hermanos y para la extensión del Reino de los cielos aquí en la tierra. Me encanta pensar que yo estoy a tu servicio, y que tú lo estás al mío en virtud del amor que Cristo ha derramado abundantemente sobre nosotros.

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