DISTINTO EN MI CARÁCTER: TRISTEZA POSITIVA





SERIE DE ESTUDIOS SOBRE EL SERMÓN DEL MONTE “DISTINTOS: VIVIENDO POR ENCIMA DE LA NORMA”

TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:4

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.” 

INTRODUCCIÓN

      Las lágrimas siempre han sido consideradas, más allá de su utilidad fisiológica de humectación del globo ocular, como una señal de emociones fuertes que pugnan por salir al exterior del alma. Sin duda alguna, cuando lloramos estamos haciendo partícipe al mundo, bien de un dolor intenso, o bien de una alegría incontenible. Es la demostración visible y palpable de que somos seres humanos con sentimientos y emociones, que reaccionamos ante las circunstancias de la vida, que necesitamos dar rienda suelta a algo que nos aprieta el corazón o que nos libera. Muchos hombres ilustres han ensalzado las lágrimas y el llanto para hacernos ver que son más que agua y sustancias salinas. Lope de Vega decía de las lágrimas que “no sé yo que haya en el mundo palabras tan eficaces ni oradores tan elocuentes como las lágrimas” y el filósofo griego Platón aseguraba que “cada lágrima enseña a los mortales una verdad.” Tal consideración de las lágrimas nos lleva a entender que todo ser humano que se precie de serlo, a menos que tenga un corazón duro como el frío mármol, las verterá en algún momento de su vida.

     En el versículo que hoy nos ocupa, podemos también contemplar dos clases de lágrimas. Por un lado, están las lágrimas de los dolientes, de los necesitados y de los enlutados. Por otro, albergamos la esperanza de recibir la promesa de llorar de alegría al ser consolados por Dios. El estado del discípulo de Cristo siempre tendrá que ver con la tristeza, pero con una tristeza bien entendida, sana y absolutamente necesaria como veremos a continuación. La aspiración cristiana radica en pasar del derramamiento de lágrimas en este mundo por distintas causas a ser consolados de otras tantas maneras. Veamos qué clase de tristeza y llanto aparecen en nuestras vidas, y consideremos su utilidad y oportunidad para bendición y beneficio de nuestra espiritualidad.

A.     TRISTEZA POR EL PECADO COMETIDO

    Derramar lágrimas por nuestro pecado es sumamente importante. Sabernos pecadores y lamentar nuestro estado de miseria y depravación nos permite recibir consuelo en el presente por medio del perdón de Cristo. ¿Cómo podríamos vivir teniendo la conciencia de habernos rebelado frontalmente contra Dios? ¿De qué manera habríamos de alcanzar la felicidad si primero no confesamos nuestras culpas ante Él? A la verdad el arrepentimiento de nuestros delitos y fechorías contra Dios y contra el prójimo hace que lloremos y nos entristezcamos. Pero esas lágrimas que brotan del corazón y de nuestros ojos son lágrimas que nos purifican y que transmiten la sinceridad de la contrición: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.” (2 Corintios 7:10) Pensemos por un momento en nuestros hijos desobedientes o en algún ser querido que nos ha herido profundamente. Si ellos por fin se dan cuenta de su desvarío y de su mal comportamiento, ¿verdad que no vienen a nosotros como si no hubiese pasado nada? Todo lo contrario, con un balbuceo, con una cabeza gacha y con un brillo revelador en la mirada, nos manifestarán emocionados su culpa, pidiendo nuestro perdón y gracia. Así sucede con Dios. Todos nos sabemos perpetradores de hechos desagradables ante los ojos de Dios, y cuando acudimos a Él en oración, tras haber asumido que somos culpables de nuestras malas acciones, no podemos por menos que llorar inconsolablemente. Menos mal que Cristo nos promete consuelo en esos instantes por medio de su compasión y perdón. Y cuando ese perdón olvida todos nuestros delitos y rebeliones, entonces recibimos el alivio más grande del mundo acompañándolo con lágrimas de felicidad y gratitud.

B.      TRISTEZA POR LAS CONSECUENCIAS DEL PECADO

      Otra vertiente de la tristeza positiva, de aquella que nos proporciona en el Reino consuelo a raudales, es la tristeza que surge de nuestra postración y dolor, tanto físico, emocional y mental, como espiritual. Todos los seres humanos, por causa del pecado o como efecto del pecado de otros que nos afecta, estamos sujetos a sufrimientos y tristezas. Nadie puede escapar a esta realidad espantosa y amarga. Muchas de nuestras preocupaciones tienen que ver con el resultado de una mala utilización de la libertad personal, bien sea propia o sea ajena. Es necesario entristecerse al ver cómo por asuntos del pasado en los que nos vimos envueltos a causa de nuestra insensatez e imprudencia, ahora tenemos que hacerles frente entre llanto y lágrimas. En esta expresión de la tristeza, reconocemos que solo Dios puede hacerse cargo de nuestra situación comprometida. Lloramos y clamamos a voz en grito a Dios en nuestra desesperación y estas lágrimas no pasan desapercibidas para el Señor. Victor Hugo, escritor francés, nos dejó una perla de sabiduría al respecto: “El ojo ve bien a Dios solamente a través de las lágrimas”, y no le faltaba razón. En su gracia y amor profundos, nuestro Padre contesta afirmativamente en nuestro favor brindándonos sanidad espiritual y física, restauración económica y familiar y provisión abundante para nuestras necesidades fruto del efecto que el pecado ha causado en nosotros. 

      El consuelo que recibimos hoy, en el Reino de los cielos que continúa extendiéndose a lo largo y ancho de nuestro mundo, es sabernos cobijados por la mano protectora de Dios, es entender que el Señor se apiada de nosotros a pesar de nuestras imperfecciones y meteduras de pata, es aprender la lección para no volver a cometer los mismos errores una y otra vez. Y de nuevo, las lágrimas de dolor y padecimiento serán transformadas en lágrimas de gozo y alegría al ver los milagros de Dios recorriendo nuestra historia y trayectoria vital. Nuestra tristeza actual será cambiada en cantos de júbilo y gratitud por toda la eternidad. Como el salmista cantaría, hoy también podemos entonar el siguiente versículo: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.” (Salmo 30:11).

C.      TRISTEZA POR LAS INJUSTICIAS CONTRA EL SER HUMANO

      Por último, otra manera de entristecerse de manera positiva y beneficiosa, es llorar ante las injusticias e indignidades a las cuales son sometidos los seres humanos. Alphonse de La Martine, poeta francés, dijo una vez que “después de la propia sangre, lo mejor que el hombre puede dar de sí mismo es una lágrima.” La indignación, y muchas veces la impotencia al contemplar cómo son vulnerados, amenazados y despedazados los derechos básicos de cualquiera de nuestros semejantes, nos hacen derramar lágrimas a mares. Cuando encendemos el televisor, abrimos las páginas de un periódico o escuchamos en la radio de los desmanes y crímenes que el ser humano comete contra su propia especie, contra los animales y contra la naturaleza, aquellos que somos discípulos de Cristo no podemos permanecer impasibles e indiferentes. La tierra ya está llorando como fruto de los estragos especuladores de los ambiciosos del mundo, las especies vegetales y animales son esquilmados sistemáticamente con afán de lucro, los pobres son más pobres y los ricos más ricos, la justicia es un chiste, los políticos en su mayor parte se corrompen y dejan sobornar para llenar sus bolsillos, el fanatismo religioso margina a aquellos que no creen lo mismo que ellos, ¿hace falta seguir más? 

     Hemos de unirnos al clamor y al llanto de personas desahuciadas, de hombres y mujeres en riesgo de exclusión social, de niños mal nutridos, de ancianos abandonados en asilos tercermundistas, de mujeres maltratadas y esclavizadas sexualmente, de estudiantes acorralados por el bullying, de inmigrantes que solo buscan un mejor lugar para vivir. Esta es una tristeza que nos debe mover a la acción y a la oración, rogando al Señor que ejecute su justo juicio sobre vivos y muertos, sobre aquellos que roban a manos llenas, que asesinan, que secuestran, que mienten más que hablan, que se sienten superiores y desprecian a los necesitados. Jesús lloró en varias ocasiones al ver la injusticia humana, la ignorancia supina de los religiosos y la miseria en la que se hallaban sus compatriotas. En ese dolor y fatigoso sufrimiento, hemos de hacer lo que nos indica el apóstol Pablo: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran.” (Romanos 12:15). Y mientras denunciamos las perversas prácticas contra los derechos fundamentales de cada ser humano, seguiremos deseando en oración y súplica ferviente que Dios vindique a los menospreciados y dé su merecido a todos cuantos maltratan a su prójimo. Esta será nuestra consolación y nuestra contribución a mejorar en la medida de lo posible nuestra sociedad.

CONCLUSIÓN

     Como hemos visto, no todas las tristezas son negativas y dañinas. El seguidor de Cristo sabe que nunca debe de dejar de arrepentirse de sus pecados diariamente, que jamás se rendirá en depositar su fe y confianza en el poder de Dios para restaurar y sanar su vida, y que siempre que tenga oportunidad y ocasión denunciará al mundo las injusticias sin dudarlo. Así recibiremos el consuelo que necesitamos en forma de perdón, sanidad espiritual, física y emocional, y justicia verdadera. Que tus lágrimas hablen de lo que hay en tu corazón, de tu fe en Dios y de tu preocupación por tus semejantes. Mientras tanto, esperaremos el consuelo final, definitivo y esperado en el pleno establecimiento del Reino de los cielos: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21:4)

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