PRACTICANDO EL GOZO





SERIE DE ESTUDIOS EN FILIPENSES “CRECER: ENTENDIENDO EL GOZO VERDADERO”

TEXTO BÍBLICO: FILIPENSES 4:1-8

INTRODUCCIÓN

      Las alegrías de las que gozamos en esta vida son momentáneas, efímeras y cortas. Cuando parece que el sol radiante de un nuevo amanecer brilla fulgurante sobre las calmadas aguas de un océano que ayer era un mar embravecido y salvaje, nuestra sonrisa vuelve a diluirse como un azucarillo en el amargo café de un nuevo problema. Esto forma, claro está, de una dinámica mortífera producto de nuestros pecados que ennegrece cualquier atisbo de calma y gozo que podamos alcanzar. Y no, no me estoy mostrando pesimista o desapasionado en lo que al gozo terrenal se refiere, sino que la propia experiencia nos dice que las desgracias nunca vienen solas. Si no somos nosotros los que nos metemos en líos, son los demás los que lo hacen por nosotros. Queremos respirar por instante, boqueando en busca de un trocito de felicidad y alegría, y más pronto que tarde, ya nos vemos inmersos en un episodio más de desdicha y malestares. Cada vez vemos menos sonrisas sinceras, llenas de una realidad interior auténtica, y cada vez contemplamos con mayor asiduidad de la deseada, rostros contraídos, muecas de amargura y fruncimientos de ceño. Para cambiar este ciclo de mal humor, de quebraderos de cabeza, y de estallidos de tristeza, hemos de prepararnos para practicar el gozo todos los días de nuestra vida. Si nuestra alegría y regocijo están colocados en Cristo, nuestro Señor y Salvador, habrá más luz en nuestra sonrisa y, a pesar de sufrir y padecer mil y una adversidades, el gozo espiritual que nos dispensa Dios superará cualquier contratiempo.

      Pablo quiere lograr esto de su amada y añorada iglesia en Filipos. Después de dar esperanzas de gloria y eternidad en la presencia del Señor a todos los miembros de esta estimadísima comunidad de fe, Pablo retoma su alabanza y reconocimiento para con ellos. En un alarde de amor incondicional, de nostalgia intensa, de alegría al ver que a pesar de los tropiezos se mantienen firmes en el evangelio, y de orgullo sano, el apóstol les exhorta a seguir constantes en su carrera hacia la perfección y la madurez. Deben persistir hasta la muerte en la búsqueda de un crecimiento espiritual gozoso que les conduzca a las moradas celestiales donde será recompensada su trayectoria aquí en la tierra. Esta perseverancia diaria ha de anclarse y fundamentarse en el Señor, aquel que es capaz de hacer madurar y crecer a todos los creyentes de la iglesia filipense y universal: “Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados.” (v. 1). 

     Tras esta manifestación entrañable de amor y cariño, Pablo pasa a corregir un altercado puntual entre dos hermanas que antaño fueron grandes colaboradoras suyas. Por lo visto, Evodia y Síntique estaban enzarzadas ferozmente en una disparidad de criterios que estaba afectando seria y negativamente a la comunidad de fe: “Ruego a Evodia y Síntique, que sean de un mismo sentir en el Señor.” (v. 2) Aunque no se nos reseña el motivo concreto, lo que sí queda claro es que la unidad espiritual de todos los creyentes no debe ser vulnerada por posicionamientos personales obstinados. Cristo debe ser el punto de partida y el espejo en el que deben mirarse ambas para alcanzar un consenso razonable y coherente con la fe evangélica. Pablo cree que es preciso recurrir al diálogo, al consejo de otros hermanos más avezados en este tipo de conflictos internos, y por ello, éste recurre a la intervención providencial de varios de sus consiervos: “Asimismo te ruego también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente conmigo en el evangelio, con Clemente también y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.” (v. 3) Es triste contemplar una escena de discusión y pelea entre dos hermanos que han dado su vida por el evangelio y que han trabajado codo con codo para la edificación de la iglesia, y en esa tristeza, Pablo quiere que el gozo impere desde el restablecimiento de relaciones fraternales entre estas dos columnas de la comunidad de fe ahora enfrentadas. Todos están en el mismo barco, y si las trifulcas sustituyen al gozo fraternal, éste poco a poco se va yendo a pique sin remedio.

     Pablo, una vez tratado este episodio particular de la vida en comunidad, establece un lema que debe cubrir por completo cada expresión práctica de la vida de los cristianos de todos los tiempos: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (v. 4) De algún modo, el apóstol encarcelado apela a que todos los que componen la iglesia vivan siempre de acuerdo a este principio básico de la alegría que solo Cristo entrega y regala. El gozo debe ser algo completo y permanente para el creyente, aunque pueda parecer una quimera imposible. Dar a cada acto, palabra o pensamiento la pátina de la alegría divina nos hace superar satisfactoriamente cualquier obstáculo o situación complicada que se nos presente. ¿De qué modo es posible practicar el gozo a pesar de todo? ¿Cómo estar contentos en todas las áreas de nuestra vida? La respuesta a esto la da el apóstol Pablo apelando a la voluntad personal de cada creyente en Cristo.

A.     PRACTICANDO EL GOZO SIENDO GENTILES PARA CON TODOS

“Vuestra gentileza sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca.” (v. 5)

        ¿Qué significa ser gentil? Según el diccionario, la gentileza reside en “amabilidad, educación y cortesía de la persona gentil” para con sus demás semejantes. ¿Podríamos decir que la gentileza es una expresión fruto del gozo del Señor en nuestra vida? Por supuesto que sí. Mostrar buenos modales, ceder nuestro asiento de transporte público a los ancianos, minusválidos y mujeres encintas, sostener la puerta de un establecimiento para que pasen otras personas, prestar ayuda en cualquier momento o sonreír cuando se nos saluda, son maneras de hacer ver a las otras personas que nos rodean que vivimos vidas de alegría gracias a Dios. Dar las gracias cuando se nos presta un favor, dar los buenos días cuando entramos en un lugar, pronunciar unas palabras de bendición sobre aquellos de los que nos despedimos, pedir permiso cuando necesitamos pasar por algún lado, o charlar amistosamente con una sonrisa a flor de labios con cualquier persona que nos da conversación, son algunas de las formas prácticas de mostrar que somos felices en Cristo. A mí personalmente me encanta cuando voy por la calle y puedo saludar a un completo desconocido, recibiendo como contrapartida un saludo y un rostro feliz. Hemos de encontrar esa sensibilidad espiritual que nos pueda abrir las puertas del corazón de nuestros conciudadanos y todo pasa por ser educados, amables y corteses en todo tiempo y situación.

      El hecho de que Pablo introduzca tras esta exhortación a ser corteses, una alusión a la segunda venida de Cristo tiene que ver con la urgencia de la práctica del gozo educado y atento. La cercanía de la parusía de Cristo debía ser un acicate lo suficientemente motivador como para comportarse urbanamente para con los incrédulos y paganos. Saber que Cristo estaba a las puertas hacía que cada actuación del creyente fuese un acto sincero y espontáneo susceptible de recibir el galardón correspondiente en el tribunal de Cristo. Todos los actos y palabras de cada cristiano van a ser calibrados por el ejemplo del Señor, el cual siempre fue gentil en todos sus tratos con el prójimo, y por ello la mira ha de depositarse en su modelo y saber estar. Jesús nunca despidió de malos modos a nadie, sino todo lo contrario: “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera.” (Juan 6:37)

B.      PRACTICANDO EL GOZO EN LA ORACIÓN INCESANTE

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (v. 6)

      No hay mayor enemigo del gozo cotidiano que las preocupaciones y comeduras de cabeza. Las ansiedades que provocan el excesivo y obsesivo pensamiento sobre lo material y terrenal pueden llegar a convertirse en una auténtica psicopatología muy difícil de curar. Los afanes continuos en la enfermedad, las crisis y la planificación del futuro próximo nos sumen en un ambiente irrespirable que nos tortura y nos vuelve locos, dejando en el transcurso lo espiritualmente importante a un lado. La preocupación trastoca una mentalidad optimista y abierta en otra más lúgubre y triste. Todos tenemos necesidades de un tipo u otro, unas más perentorias y urgentes que otras, que nos quitan el sueño y el descanso, y que son una cuesta arriba totalmente vertical que no podemos encarar con nuestras propias fuerzas y energías. Esto pasa día sí, y día también, y lo que podría ser una jornada de alegría y gozo en Cristo, se transforma en veinticuatro horas que parecen una eternidad. La sonrisa desaparece de nuestros rostros, trastocándolos en una máscara de la tristeza y del dolor, perdiendo la vitalidad, la lozanía y la vivacidad espiritual que hermosea nuestra manera de tratar a los demás. Si nosotros que tenemos un gozo eterno en Dios transfiguramos nuestra cara dando más lástima que Marco buscando a su madre de los Andes a los Apeninos, ¿cómo podrá este mundo ser iluminado por la alegría de un corazón contento en Cristo?

      Pablo nos da la receta específica y definitiva contra el mal carácter, el agrio talante y los ceños fruncidos que espantan el gozo que debemos irradiar a los demás: la oración. Nada debemos temer, por nada hemos de preocuparnos y nunca hemos de abandonarnos a la resignación si podemos transmitir de palabra y corazón lo que sentimos y cómo nos sentimos ante Dios: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:34). No necesitamos planes de llamadas ni tarifas planas telefónicas para comunicar cuáles son nuestras necesidades a Dios. El Señor está a una palabra de distancia, tan cercano que puedes notar cómo Él escucha tu plegaria sufriente. Nada ni nadie puede compararse al poder provisorio de Dios. Él solo quiere que le pidas desde lo más hondo de tu ser, que demuestres tu absoluta dependencia de su soberanía y voluntad, que te allegues a Él como un hijo se allega a su padre para recibir aquello que más anhela para calmar sus miedos y temores. La oración que parte de un alma confiada en que Él arreglará nuestros problemas y nuestras situaciones desesperadas, tiene su fruto, y en ese recuerdo de otros instantes en los que recibimos el gozo de ver cumplidas y cubiertas nuestras carencias, damos gracias a Dios por anticipado al sabernos en sus manos hábiles y capaces. Dentro de esta práctica del gozo en la oración, es preciso señalar que siempre será mejor y más beneficioso orar en comunidad dejando saber de qué tenemos necesidad para que los hermanos intercedan en nuestro favor ante nuestro Padre celestial. Tras la oración a Dios, no dudes de que el gozo y el contento devolverán a nuestra mirada esa chispa especial que identifica a aquellos que se alegran en la provisión divina.

C.      PRACTICANDO EL GOZO MIENTRAS GUARDAMOS NUESTRA MENTE Y CORAZÓN

“Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” (vv. 7-8)

      Pablo aun añade otra manera más de practicar el gozo: gestionando correctamente nuestra manera de pensar y sentir desde el modelo de Cristo. Si confiamos en la provisión de Dios para nuestras necesidades, el gozo se unirá a la paz interior, una paz que se sobrepone a las tormentas y marejadas de la vida. Esta paz inmensa, que trasciende el sufrimiento y el dolor y que nos impulsa a seguir adelante a pesar de las dificultades propias de nuestra narrativa vital, es una paz que solo Cristo sabe dar: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27); “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33). La paz de Dios no es la ausencia de conflicto, sino más bien es la serenidad en medio de la tempestad, es Jesús durmiendo en la barca que se tambalea y que se anega por causa del temporal. Esa paz es, en definitiva, una paz que se mantiene firme y constante sin mirar a izquierda o a derecha, que se enfoca en Cristo y solo en él.

      Esta paz debe gobernar todos nuestros pensamientos y emociones. Si dejáramos que las circunstancias manipularan nuestra manera de pensar y sentir, estaríamos tan abrumados por ellos que enloqueceríamos. La paz nos permite pararnos a pensar racionalmente sobre qué está sucediendo y cómo podemos manejar el asunto desde la confianza en Dios. Lo mismo sucede con nuestras emociones y sentimientos. Si nos dejamos llevar por la desesperación, distorsionaremos nuestra visión de lo correcto y de lo incorrecto, cayendo en la trampa tentadora de justificar y racionalidad determinadas medidas que son contrarias a la voluntad de Dios. ¿O en cuántas ocasiones no nos hemos metido en un berenjenal mayor al justificar un medio para lograr un fin? Sin embargo, imitar la mentalidad que tuvo Jesús en determinadas circunstancias adversas para su integridad personal, nos ayuda a sentir de una manera moderada, equilibrada y beneficiosa para las decisiones que hemos de tomar para resolver nuestra problemática personal. Adquirir la mente de Cristo nos lleva a pensar en buscar la verdad por encima de todas las cosas, a ser honestos y honrados en nuestra conducta habitual, a encontrar la manera de ser justos con los demás, a valorar la pureza de las actitudes y de las cosas buenas de la vida, a ser amables con el prójimo arrinconando nuestros prejuicios, y a apreciar todo aquello que es virtuoso, que es deseable y que es loable en la Palabra de Dios y en el comportamiento de nuestros congéneres. Nuestro pensamiento ha de estar regido por este canon de la mentalidad para poder vivir gozosamente en un mundo en el que la verdad, la pureza, la justicia, la honestidad, y la amabilidad ya no son virtudes apreciables o apetecibles.

CONCLUSIÓN

     Practicar el gozo, como ya hemos comprobado, supone algo más que una sonrisa Profident o un gesto más o menos afable. Ser discípulos de Cristo supone marcar la diferencia a través de nuestro comportamiento y manera de pensar, y en ellos la alegría nunca ha de faltar, incluso cuando las cosas vienen mal dadas. Escucha y contempla a Cristo, aquel que no dejó de gozarse en la salvación que vino a regalar al mundo, incluso cuando fue insultado, juzgado injustamente y asesinado en la cruz. Practica la alegría cada día y podrás ver cómo cada día se convierte en un nuevo amanecer de testimonio y alegría.

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