SEGUIMIENTO GOZOSO





SERIE DE ESTUDIOS EN FILIPENSES “CRECER: ENTENDIENDO EL GOZO VERDADERO”

TEXTO BÍBLICO: FILIPENSES 2:1-11

INTRODUCCIÓN

      Un refrán que siempre usaba mi padre cuando alguno de mis hermanos se enzarzaba en una pelea propia de la niñez y rompíamos algún que otro objeto valioso del hogar era el siguiente: “Nadie que sea listo tira piedras contra su propio tejado”. Podríamos decir que este adagio castizo podría aproximarse a una sentencia que el mismo Jesús pronunció para defender su filiación divina ante las acusaciones de ser hijo de Satanás: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lucas 11:17) La verdad es que es triste y lamentable ver cómo familias bien avenidas se truncan por causa de herencias, préstamos o diferencias ideológicas. Es bochornoso incluso contemplar un hogar antaño unido y estable convertido en un campo de batalla en el que dimes y diretes son lanzados con inquina y mala baba entre personas de la misma sangre. Lo mismo podríamos decir de la familia de la fe. Congregaciones en las que la tensión se puede cortar con un cuchillo, en las que las discusiones infructuosas por asuntos secundarios de teología rompen la armonía y unanimidad de la fe, en las que los partidismos en reuniones administrativas dan auténtica vergüenza, o en las que los chismorreos van minando la autoridad del pastor y diáconos, son un ejemplo más de lo que el pecado del orgullo, la vanidad y la codicia pueden lograr en una comunidad de fe sencilla.

      En el texto que hoy estudiamos de Filipenses, parece que algo estaba sucediendo en el seno de la iglesia en Filipos que a Pablo no le agradaba. Los informes que acompañaban a la ofrenda en su favor durante su encarcelación hablaban de virtudes que cultivaban los hermanos filipenses, tal como vimos en el primer capítulo, pero también comunicaban al apóstol ciertas actitudes muy poco edificantes y muy poco fraternales. Aunque no sabemos de manera específica cuáles eran esas circunstancias que enturbiaban esa elogiosa imagen de la iglesia filipense, a tenor de los consejos y directrices que Pablo consigna en los presentes versículos, lo cierto es que necesitaban mejorar en ciertos aspectos de la comunión fraternal. Pablo no quería ver cómo se tiraban piedras en el tejado, y mucho menos si era de cristal, ya que el testimonio que se suponía de amor, paciencia y gozo se estaba resquebrajando a los ojos de los incrédulos, y eso no debía ser tolerado.

A.     EL SEGUIMIENTO GOZOSO DEBE REALIZARSE DESDE EL AMOR UNÁNIME

“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.” (vv. 1-2)

     Imagino a Pablo escribiendo y pensando estas líneas desde lo más hondo del corazón. Aunque se alegraba y gozaba en esa oración primera con la que se inicia la carta con todas esas virtudes excelentes que le daban esperanzas, sin embargo, todavía había cuestiones que discutir, tratar y solventar en cuanto a las relaciones fraternales entre los miembros de la iglesia en Filipos. Es por eso que Pablo comienza por intentar recuperar ese espíritu inicial de concordia, de misericordia y de cuidado mutuo que inculcó y sembró en la iglesia filipense. Para ello apela a la consolación de Cristo, al modo en el que el Señor ha redimido a toda la congregación sin excepciones, para devolver el ambiente de gozo y paz de antaño. Además, añade el consuelo de amor que sentían los filipenses en el que se cuidaban solícitamente unos a otros sin prejuicios ni dobleces, enjugando las lágrimas de los miembros más necesitados. 

      Si el Espíritu de Dios mora en medio de su pueblo filipense, y todos recordaran el grado de comunión y fidelidad para con éste, no deberían estar a la greña continuamente. Pablo se aferra a aquel recuerdo de su iglesia amada en la que existían afectos del corazón, sinceros y verdaderos, en la que todos se ponían en la piel de los demás cuando el dolor aterrizaba salvaje entre alguno de sus miembros o cuando la alegría sonreía a cualquiera de ellos, en la que no había favoritismos de ninguna clase, en la que, en definitiva, el amor era el mismo para todos y en todos gracias a Dios. Para que el alma de Pablo estuviese tranquila y su gozo fuese completo y perfecto, todo esto que se había perdido por el camino a causa de la negligencia y el egoísmo humano, debía ser recuperado lo antes posible, de tal manera que la comunidad de fe filipense pudiese seguir creciendo con gozo en todos los sentidos. Una iglesia que deja que el amor se enfríe entre los hermanos que la componen supone el declive y la desaparición de su esencia en Cristo, hasta ser pasto de la falsedad, el odio y los rencores que la destruyen completamente. El discipulado que los filipenses realizaban en pos del ejemplo de Pablo y de Cristo debía abarcar la necesidad imperiosa de seguir trabajando y ahondando en ese amor unánime que el Espíritu Santo propicia en una iglesia que quiere crecer en estatura espiritual, y en influencia para con los de afuera.

B.      EL SEGUIMIENTO GOZOSO DEBE REALIZARSE DESDE LA HUMILDAD

“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.” (vv. 3-4)

      Otro de los enemigos de la madurez y del gozo cristiano que se percibe en estos versículos es el del orgullo espiritual. Pablo, en su perspicaz lectura de la situación de la iglesia en Filipos, intuye que este terrible adversario está provocando no pocas contiendas y luchas intestinas por el poder. Se ha perdido esa humildad que debe revestir todo cuanto se lleva a cabo en la comunidad de fe, y se ha instalado una atmósfera irrespirable en la que la soberbia y la altivez están provocando serios daños en las relaciones fraternales de la iglesia. Las trifulcas dentro de lo que se supone debe ser la antesala del cielo y un ejemplo más de cómo Cristo transforma a las personas y a las instituciones humanas, son el resultado esperado de personajes que buscan colmar sus expectativas y deseos de poder y posición espiritual dentro de la iglesia. Esto es vergonzante a los ojos de Dios, del mismo modo que lo es a los ojos de Pablo. Por ello, decide amonestar a sus consiervos filipenses acerca de cómo se están comportando unos con otros. Esa humildad que brilló por su ausencia entre los apóstoles de Jesús antes de la pasión y resurrección de Cristo, estaba volviendo a desaparecer de los talantes de algunos presuntos cristianos para dar entrada a posturas necias y obcecadas que rompían la armonía de amor y gozo que existía en la iglesia.

      El consejo directo y rotundo de Pablo quería tocar la fibra sensible de los filipenses, y para ello les conmina a que se comporten humildemente los unos con los otros. Les lleva a que consideren a sus hermanos, sin importar sus diferencias de criterio o extracción, superiores a sí mismos. Resulta difícil, pero no imposible, amar a nuestros hermanos hasta el punto de renunciar a determinados pensamientos o posicionamientos personales en pro de la convivencia armoniosa a la que Jesús nos llamó antes de su partida a los cielos. En vez de enrocarse en ideas particulares de cómo deberían hacerse las cosas en la iglesia, en vez de aferrarse hasta la muerte a cuestiones de forma que no afectan al fondo de la fe, y en vez de hacer oídos sordos a las aportaciones que otros traen sin vulnerar el meollo principal del evangelio, el amor debe primar por encima de todo. Mirar nuestro ombligo y obligar a otros a que crean o piensen igual que nosotros supone abandonar esta indicación paulina de mirar por los demás hermanos que son igual de amados y redimidos por Dios que nosotros. En lugar de entrar en disputas dialécticas o en arribismos innecesarios, Pablo desea que los filipenses restauren en amor y gozo esa humildad tan necesaria para el crecimiento espiritual y para el seguimiento de Cristo como discípulos de amor y misericordia.

C.      EL SEGUIMIENTO GOZOSO DEBE REALIZARSE DESDE EL EJEMPLO DE CRISTO

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (vv. 5-11)

        En previsión de que el consejo tierno de Pablo no tuviese peso en las conciencias y mentes de sus hermanos en Filipos, el ejemplo de Cristo debería ser suficiente acicate para que la iglesia modificase sensiblemente sus conductas poco edificantes. Pablo levanta a Cristo como un estandarte al que se debe fidelidad, no solo de palabra y pensamiento, sino de obra y práctica. Tal vez no se respetase el consejo de un ser humano como era el apóstol, pero a buen seguro, la persona, trayectoria y actitud de Cristo sería motivo más que suficiente para subsanar una sangrante situación en el seno de la comunidad de fe filipense. Pablo pone a Cristo como ejemplo de cómo la humildad, el amor y el sometimiento a Dios deben permear todas las relaciones fraternales de la congregación cristiana. La humildad perfecta, descrita y retratada en Jesús, reside en rebajar pretensiones, en sacrificar lo que más queremos, en renunciar a emplear nuestras razones para provocar dolor en el prójimo, y en servir misericordiosamente al hermano, sin cortapisas, ni reproches, ni prejuicios. Jesús pudo, en determinados momentos de su ministerio, apelar a su majestad y omnipotencia, y renunció a ello por amor del ser humano. Pudiendo otear desde las cumbres celestiales el curso de la historia humana, e intervenir como lo hizo en el Antiguo Testamento, desde su trono y gloria, optó voluntariamente depotenciarse y desprenderse de su grandeza y magnificencia para tomar forma humana y sufrir los mismos dolores y gozos que cualquier hijo de vecino. Caminando entre nosotros, se sometió a la voluntad del Padre, no hizo alarde de su poderío y de su capacidad demoledora para vencer a sus enemigos, enmudeció su boca como oveja que va al matadero y murió sin un reproche ni un mal insulto. 

       Pablo determina que este es el verdadero camino que lleva a una auténtica humildad que al final ha de redundar para beneficio de la iglesia y galardón en la eternidad. Jesús, tras demostrar al mundo su amor, su servicio, su sacrificio y su humildad sin parangón, es exaltado por el Padre hasta lo sumo, y le confiere el Reino de los cielos que un día será consumado con la victoria sobre sus adversarios y el juicio final en el que Dios recompensará la humildad del corazón y el amor fraternal entrañable. Del mismo modo en que Jesús manifestó un amor igual por todas y cada una de las criaturas humanas en la cruz, y de la misma forma en que expresó una exquisita humildad al lavar los pies de sus discípulos para enseñarles el camino correcto en el que debían andar para con sus semejantes, así la iglesia filipense debía conducirse. El apóstol imprime en sus palabras un ruego tierno, pero firme, a través del cual los hermanos filipenses podrán confesar sus culpas ante Dios e iniciar un seguimiento gozoso de Cristo, imitando su actitud humilde y alegre en el servicio y el trato a los hermanos. Recordemos que una de los indicadores más evidentes del carácter de los discípulos de Cristo debía ser el amor humilde, el cual daría testimonio de una sociedad mejor y de una comunidad compasiva a los incrédulos y paganos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:35).

CONCLUSIÓN

     Para crecer en el seguimiento que todos hacemos como pueblo de Dios en un espíritu de unanimidad, dos son los aspectos que habremos de cuidar: un amor gozoso que se expresa en el cuidado y la preocupación mutua, y una humildad de carácter que nos identifique con Cristo en su vida y ministerio. Si seguimos tirando piedras contra nuestro tejado, las tejas de la comunión fraternal se resquebrajarán para dejar rendijas y goteras a través de las cuales la decadencia, las divisiones y la frialdad relacional se colarán para destruir la iglesia de Cristo. Está, pues, en nuestras manos y en las del Espíritu Santo, poder restañar heridas, coser y remendar relaciones rotas, y humildemente servir a los demás con una actitud de alegría y privilegio para la gloria de Dios.

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